A las nueve,
ya estábamos todos en marcha o David nos daba la receta del brebaje que se
tomaba cada mañana y que le hacía prácticamente incombustible o alguno/a moría
en el intento.
El viaje continuaba a lo largo del valle del
Ziz. La visión entre aquellos acantilados formados en el jurásico era fascinante.
Desde las zonas más altas, donde las montañas desafiaban al cielo, hasta las
más bajas y recónditas, donde la naturaleza se mostraba en todo su esplendor,
el valle quedaba dividido en dos habitas totalmente opuestos y de ahí su encanto.
Nos llevaron hasta
uno de los miradores más concurridos por los turistas y curiosos. Situado en
una zona privilegiada, donde las vistas se perdían en el horizonte, de norte a
sur en un increíble oasis de palmeras, que simulaba una tupida y frondosa
alfombra verde, llena de vida, entre aquellas montañas tan áridas.
Allí nos
encontramos con el guía que nos iba a mostrar todas las caras del sorprendente oasis.
Es curioso cómo la gente se vuelve loca haciendo fotos desde lo alto del
mirador. Sin pararse a buscar más allá del frondoso bosque de palmeras.
Profundizar en sus moradores, que son los encargados de cuidar y proteger el hábitat
del que se sustentan. Es como mirar la portada de un libro sin abrirlo, puedes
tener alguna noción, pero no tienes ni idea de lo que te puede hacer sentir si decides vivirlo.
Bajamos con
nuestras casitas móviles, por unos caminos en los que las cabras serían la mar
de felices, en nuestro caso, nos conformamos con sobrevivir y llegar enteritos al fondo de aquel corazón verde.
Veinte minutos
y un kilo de polvo después, ya estábamos en el lugar correcto para aparcar y
recorrer con nuestro guía, aquella prolongada y divina tierra de la que
brotaban tantos frutos. Un agradable paseo entre las palmeras, árboles frutales
y tierras llenas de diversos cultivos.
Cruzamos
pequeños riachuelos, reflejo de lo que antaño fue el lecho de un gran rio. A
pesar de estar prácticamente desaparecido, su cauce sigue haciendo de esta
tierra, la más fértil de la zona. Una clase magistral de cómo aprovechar al
máximo los recursos que la naturaleza ofrece para que los pequeños pueblos que a
lo largo del valle subsisten.
La parte más tierna vino dada por nuestro
guía, que después de mostrarnos aquel paraíso amenazado por la proximidad del
desierto. Nos llevó a las pequeñas poblaciones que lo bordean. En unas
construcciones muy básicas de piedra y barro que se convierten en los hogares
de la gente del valle. Al final de un pequeño pasillo se paró delante de una
puerta de apenas un metro y medio de altura, para mostrarnos el lugar donde
había nació y vivido, hasta que la familia creció tanto, como para buscar una
casa más grande. Casa en la que nos recibieron después de visitar una
cooperativa, donde las mujeres intentan aprovechar todas sus habilidades, con
los escasos medios de los que disponen y poder conseguir un dinero extra.
Abandonamos aquella
familia, tan cariñosa y agradable, que nos había abierta las puertas de su casa
y nos había ofrecido aquello que pasan todo el año cuidando y cultivando, para
mantenerse, con gran nostalgia. Algunos de los miembros del grupo, agasajaron
con juguetes, ropa y pequeños detalles para los más pequeños, en respuesta a
aquella generosidad y con el fin de que aquellos pequeños disfrutaran de lo que
en occidente es tan común, pero que, en algunos lugares del mundo resulta tan
complicado de hallar.
Paco, junto con su hijo, nuestros magníficos fotografos. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario