Los días en Calella fueron muy divertidos y eso que el clima nos dio la espalda. Con el verano que llevamos, sin bajar de los treinta y tantos y nada más llegar, caen en picado las temperaturas. No pude lucir ni uno de los modelitos de verano que llevaba para el festival de cine, por no hablar de los tacones. A ver quien es la guapa que recorre los quince minutitos en bici por caminos de tierra, que nos separaban de Calella. Ya que nuestro área de autocaravanas estaba en Pineda del Mar. Aun así, dimos paseos por la playa, ahorrándonos el peiling en los pies. Después de los temporales, en vez de fina arena, había una tierra áspera que te desollaba viva, lo compensamos, colándonos en el hotel de nuestros amigos, para disfrutar de su jakucci. Cenas, fiesta y muchas risas, lo único malo es lo rápido que pasa el tiempo, cuando uno es feliz.
Tres días
después pasamos la frontera francesa y por si con mi Lucero no tuviera ya
bastaste, el Tomtom haciendo honor a su nombre, se hizo el sueco y nos hizo un
recorrido turístico de lo más “cuqui momix”, eso si, con unos 200 kilómetros de
más ¡Puñetero!
No sé, si la culpa fue mía por no actualizarle o de mi Lucero por negarse a coger autopistas de peaje. Dice que ya paga bastantes impuestos, que si hay alternativa hay esperanza. En este caso, no era la nuestra. Lo único que espero, es llegar algún día, porque a este paso, entre el tour turístico del TomTom y la cabezonería de mi hombre, lo mismo tenemos que planear este mismo viaje al año que viene, claro que actualizaré el Tomtom, por que sí no, veo que de aquí sale una saga de los más completita.
No sé, si la culpa fue mía por no actualizarle o de mi Lucero por negarse a coger autopistas de peaje. Dice que ya paga bastantes impuestos, que si hay alternativa hay esperanza. En este caso, no era la nuestra. Lo único que espero, es llegar algún día, porque a este paso, entre el tour turístico del TomTom y la cabezonería de mi hombre, lo mismo tenemos que planear este mismo viaje al año que viene, claro que actualizaré el Tomtom, por que sí no, veo que de aquí sale una saga de los más completita.
Decidimos buscar donde dormir, ya que la cosa se estaba poniendo feas, estaba anocheciendo y vimos a un lado de la carretera un par de lobos grises, lo que nos acojono bastante. Pasamos cerca del Viaducto de Garavit (realizado por Eiffel) y decidimos parar en algún lugar seguro, no fuera a ser que los lobos no hubieran cenado.
Esto nos llevó a un pequeño pueblo en lo alto de una montaña, que parecía hubiera esculpido sus cimientos en la roca, haciendo que ambos se fusionaran en una sola pieza, Saint Flour.
Da igual que
ruta elijamos para cruzar Francia, siempre descubrimos pueblecitos increibles,
de los cuales jamás hemos oído hablar, aunque en ocasiones estrangularía a mi
compañero de viaje, gracias a su cabezonería conseguimos descubrir unos lugares
llenos de encanto, historia y belleza.
El pueblecito
sólo tenía una pega, estaba en todo lo altito de la montaña y claro nosotros
oxidaditos, ambos dos, de llevar todo el día con el culillo pegado al asiento,
nos pesaba todo.
Cuando
salimos a caminar, estábamos arrecidos de frio, me puse hasta el plumas, pero a
la mitad del camino, me sobraba hasta el gersey, no os quiero contar cuando
llegamos a la cumbre, si voy en bikini, hago “Top less”.
Lo único
bueno de visitar estos sitios en las alturas, son las bajadas, a poquito que te
hagas bola, ruedas hasta el valle más próximo, en nuestro caso, como yo, ya
ando fatal de la cabeza, preferimos asegurar y bajar andando, no fuera que me
quedara peor de algún golpe en cualquier obstáculo o esquina.
Dormimos como
angelitos y desconectamos el Tom Tom al día siguiente, artitos ya de dar
vueltas por Francia como un YO-YO
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