11 ene 2020

LA GARGANTA DE TODRA Y LA KASBAHS AMRIDIL



Me fascinó el paisaje que teníamos bajo nuestros pies, donde la roca escarpada formaba una pared de altura considerable, que dividía aquella seca tierra y nos daba paso en caída libre a un valle donde el cauce del rio, se convertía en un vergel frondoso y fértil. Cuyos cultivos alimentan un pueblo, acostumbrado a vivir con los justo y necesario, incluso a veces con menos.


Aquella carretera serpenteante, que acompañaba nuestro viaje y nos llevaba derechitos a lo más profundo de la garganta, era como para perderla el cariño, no acta para sensibles al mareo. Al final de la misma, como surgido de la nada. Aunque por sus características, ya te digo yo que unos cientos de siglos les a costado tanta excavación en la tierra. Lo mejor era el paisaje dejado por la naturaleza variopinto y curioso. 



¿La carretera era mala? Sí, pero el paisaje era increíble y fascinante, sólo por ello merece la pena.
            

Fotos, un señor pidiéndonos cervezas, que no sé por qué se las dieron fresquitas, con la crisis de frigoríficos que teníamos. Si las dejo al sol, el muy cazurro. Que ganitas me dieron de decir: ¡Hombre de Alá! Si bebe a pesar de tus creencias, por lo menos no se fustigue bebiéndola del tiempo, que los 40º a la sombra, no son precisamente la mejor temperatura este apreciado néctar.  Según me han explicado, mis compañeros de viaje y su buen paladar.


Sin embargo, los niños nos pedían golosinas y chocolate (manteca de cacao con leche), no nos llamemos a error, por mucho que existan mitos al respecto y creo que os imagináis por donde voy. A cambio, los pequeños nos regalaban unos camellos hechos de hojas de palmeras, que quedarán estupendos como marca páginas.


A la hora de comer aparcamos en las Gargantas del Todra, un lugar increíble, donde la roca se abre para dejar que fluya el agua cristalina y pura entre ambos acantilados. Donde las gentes de la zona, vienen a pasar el caluroso día de fiesta, mientras los niños se zambullen entre gritos, risas y juegos.


Cualquier lugar es bueno para colocar un puesto de regalos y en esta bucólica garganta, no podía faltar. Paco decidió ponerse el traje oficial de Marruecos y colocarse una chilaba que acaba de comprar y le convirtió en menos que canta un gallo en un autóctono, le faltaba algo de colorcillo dorado en la piel, pero lo completaba con mucho arte y una gran disposición para los idiomas.



Comimos a la sombra de aquellos gigantescos salientes de roca, entre los que nos resguardamos. Con la panza llena y con retraso, seguimos nuestro viaje hacía Skora. Donde llegaríamos más tarde de lo previsto y es que nos entretenemos con cualquier cosa digna de ser perpetuada, o sea sé todo, hasta el cabrero que anda entre los riscos con su rebaño a puntito de despeñarse, el pobre hombre. Tú te llegas a preguntar, donde demonios ven la hierba está gente. 
El resultado fue miles de fotos que circularan por nuestros saturados wassap, plasmando momentos y situaciones, que será la delicia de nuestros recuerdos el día que la nostalgia nos envuelva y necesitemos mirar atrás, para mantener vivos esos momentos, que tanta felicidad nos produjeron.




Llegamos al atardecer y fuimos directamente a visitar la Kasbah Amridil. Junto con un guía encantador que disfrutaba de la historia, más que un niño con una bolsa de caramelos, cuyo sentido de humor nos sacó más de una sonrisa y algún que otro sobre salto a lo largo de la visita.



Entre las curiosidades, nos explicó por qué en muchas construcciones de kasbahs marroquíes, los escalones tienen diferente altura. Aplicando una lógica aplastante y es que sí en algún momento, alguien decidía invadir, se tropezarían en más de una ocasión, lo que produciría ruido y les dejaría tiempo para huir o prepararse a luchar.



No faltaron las anécdotas sobre la logística y la forma en que se dividía la casa, nada se dejaba al azahar, todo tenía alguna razón de ser, desde cómo defenderse, hasta donde colocar las cocinas o las habitaciones destinadas para el ganado.






Llegamos a la parte superior, justo cuando el atardecer, se empeñaba en mostrar todos sus matices y colores, los últimos destellos del sol, iluminaba nuestras fotos, en aquel lugar mágico lleno de energía.


       

Con cada anochecer moríamos un poco, al igual que nuestro viaje nada es para siempre, de ahí mi empeño en seguir contando mis andanzas, con la esperanza de que algún día renazca de mis cenizas y sea capaz no sólo de rememorar aquellos días, si no de volver a vivir más aventuras…


16 dic 2019

DEL DESIERTO DE MORZOUGA A LOS POZOS DE FEZNA





Ocho de la mañana y todos en pie para desplazarnos a un nuevo destino. Si ya se lo que estaréis pensando; ¡Por fin, salimos del desierto! Pues no os lo vais a creer, pero apuntito estuvimos de quedamos allí.


 No podíamos irnos del desierto sin liar alguna. ¿Quién fue el ilumínati que decidió hacer una foto con todas las caravanas alienadas y el hotel de fondo? No quiero mirar a nadie, para que no me llamen acusica, pero a tenor de cómo se desarrollaron los acontecimientos, creo que no fue la mejor de las ideas de este viaje, aunque debo reconocer que nos reímos unas “Jarta” con la experiencia.

Nadie se paró a pensar en los bancos de arena, que parece mentira que no fuéramos conscientes de que estábamos en el desierto. Alguien dio la orden y todos comenzamos a situarnos, ahí, como si estuviéramos en el parking de un centro comercial.

 El Karma fue el causante, según algunos, por el cachondeo que tuvimos con el pobre novio y su frustrada noche romántica. El mismo Karma que, causó más de una baja en las neveras de las autos. Había que ver como rulaban esas cervezas de nevera en nevera como la falsa moneda. En nuestro caso el Karma y no las indicaciones de nuestro joven y magnifico fotógrafo Borja, hizo que nuestra caravana se diera un baño, pero de tierra, una vez intentamos sacarla de aquel banco de arena, en el que estaba clavadita.

El desierto nos atrapó, al igual que lo hiciera el cepo de Dubrovnik. Intentaron sacarla marcha atrás, pero viendo que aquello iba de mal en peor, se pasó al plan B. Hubo comité para resolver el problemas, con David a la cabeza, que haciendo gala de su buena preparación, sacó las eslingas de las que, hasta ese preciso instante, no tenía ni idea de lo que eran y el engranaje se puso en marcha.

Tomás ofreció su autocaravana para remolcar y una vez trazada la vía de escape para mi casita-móvil, todos comenzaron a preparar el terreno para tan complicada misión, difícil es sacar un coche, pero una casita-móvil, con todos sus complementos, son palabras mayores.



Retiraron la arena de las ruedas, al principio con manos y palos, creo que fue Manolo o Toño, el que apareció con una pala, mucho más eficiente, donde va a parar. Buscaron maderas y losetas de piedras, para que las ruedas tuvieran donde agarrarse, Paco intentaba inmortalizar el momento, no sin guasa el puñetero.



El mismísimo MacGiver se hubiera sentido orgulloso de este grupo. Tomás se puso al volante, Antonio hizo lo propio y al grito de ya, los motores comenzaron a rugir. Unos segundos después, nuestra casita-móvil salía de las arenas el desierto, cual Laurens de Arabia victorioso.


Nuestro primer destino "Los Pozos de Fezna".


Era viernes y al pasar por los pueblos, pudimos observar, tal y como nos comentó David, que los lugareños, iban ataviados con sus mejores galas de camino a la mezquita, ya que es día de rezó.


En que momento, comenzaron a aparecer a lo largo del camino cientos y cientos de pozos, que emergían de la tierra, cual queso gruyer. No estoy segura, pero si que le daban al paisaje un matiz, nunca visto por mí hasta ese momento. ¿Cómo era posible, que en aquel lugar desértico, hubiera habido tal cantidad de agua, como para abastecer a tantos pozos?  Sencillo, el agua venía del subsuelo, traído hasta aquí, con ingenio y mucho trabajo, a través de galerías desde el subsuelo de las montañas.


Al visitar uno de estos pozos. Fuimos conscientes de la dura y rudimentaria forma con la que habrían escavado de forma manual, aquel laberinto de galerías subterráneas. Controlando el tiempo de permanencia en aquel lugar, a través de su único reloj, “El sol”.


El pozo estaba adornado con cientos de velitas que iluminaban el camino a seguir, el lugar no podía ser más novelesco y bucólico. Caminamos por algunas galerías entre las penumbras de aquel increíble lugar, intentando inmortalizarlo todo, mientras nos imaginábamos a duras penas, lo brutal que habría sido trabajar allí, donde uno termina por perder la noción del tiempo y no es consciente de si en el exterior es día o noche.


Me resulto impactante aquel lugar, lo que es capaz de hacer el ser humano por subsistir. Bajo aquella tierra árida y seca, se hallaba un gigantesco hormiguero, capaz de unir a través de sus galerías, casas y pueblos, por el bien más preciado, el agua.


No faltaron anécdotas y curiosidades que nos fascinaron, en un momento donde las máquinas y la tecnología lo rige todo, el tiempo aquí, había quedado anclado en una forma de vida sostenible. Si hubiera un apagón tecnológico, esta gente seguiría con su forma de sobrevivir, sin ningún problema, mientras nosotros, simples mortales enganchados a la tecnología, terminaríamos volviéndonos locos.

9 dic 2019

UNA PIZZA BEREBER Y UN ENGANCHE TECNOLÓGICO.


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Incluso en el desierto, la diversidad enriquece un pueblo.

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“La Pizza berebere” se convirtió en uno de mis platos favoritos. En el poblado negro de Khemliya, llamado así, por albergar población procedente de la África negra subsahariana. Nos ofrecieron música y canciones. Yo no sé, si en mi cara llevó escrito “Juerguista” porque me sacaron a bailar. Que no nos vamos a engañar, no les costó nada que yo me animara, tanto es así, que me vine arriba y solicite un plus a nuestro queridísimo guía David, como animadora del grupo. A David, no le dio un ataque de risa, pero a punto estuvo y con su habitual elocuencia, me dijo - ¡Anda, anda! Con lo bien que te lo estás pasando y encima quieres cobrar. Baila y disfruta, que para eso estamos aquí. 




No conseguí el plus, pero por fin David, nos dio una tarde libre. Le costó un poco, pero dado el lugar donde estábamos, como no nos dedicáramos a pasear a los camellos por el desierto, a eso de cincuenta grados a la sombra, no había mucho más que hacer. Hubo agradecimiento he incluso aplausos (pueden que fueran sólo míos) que no podíamos ni con nuestra alma. Mucha juerga, pocas horas de sueño y unas temperaturas extremas, a este ritmo, iba a necesitar unas vacaciones extras, para recuperarme de estas.



Nos faltó tiempo para colocarnos el bikini y correr a la piscina del hotel a refrescarnos. Media hora de remojo y un clásico español, en este caso merecidísimo, “la siesta”.


Precisamente en la piscina conocí a una chica encantado de La Coruña. Me estuvo contando sus peripecias por Marruecos, país del que estaba enamorada y al cual volvía siempre que podía. A pesar de ello, en este último viaje, se encontró en una situación complicada con su guía, el cual decidió tomarse unas libertades que ella no le había dado y con la ayuda del gerente del hotel donde estaba alojada, consiguió huir hasta Merzouga. Donde la familia que la acogió cuando vino como voluntaria la primera vez, la tenía mucho cariño y siempre la recibía con los brazos abiertos.


Marruecos es un país maravilloso, pero no podemos olvidar que, es un país con un sentimiento bastante marcado a lo que la mujer se refiere, por mucho que nos fascinen sus gentes, paisaje y gastronomía. Si ya encontramos manadas de animales en países desarrollados, ¿Cómo no vas a encontrar algún listillo en estos lares? Nunca está demás tener cierto cuidado, tal y como me dijo ella misma. Es importantísimo no dar ninguna confianza, para evitar situaciones complicadas. Por muchos derechos que tengamos, si damos con un tonto a las tres, no nos libramos de pasar un mal rato.

Cenamos en la terraza del hotel, junto a la piscina, riendo y contando anécdotas, compartiendo una copa de vino. Todavía no sé, dónde demonios lo llevaban almacenado. 


 Coincidimos con un grupo de coreanos y me sobrecogió, lo que para mí, resultaba una auténtica tristeza, su forma de interactuar los unos con los otros sin cruzar una palabra, tan sólo, centrado su universo en sus móviles, sólo levantaban la mirada para hacerse selfiels. No atendían a nada de lo que ocurría a su alrededor. 

Nosotros hablábamos como cotorras y bailábamos al borde de la piscina, mientras la música sonaba en directo, intentando mostrarnos parte de su cultura, con aquella sonrisa perpetua que te la vida y te alegra el alma. 


Puede que sea ignorante por mi parte, quizás esté fuera de honda o me haya quedado anclada en el pasado en cuanto a relaciones se refiere, pero sentí algo de lástima, al ver, aquellos humanos abducidos y prisioneros de un aparato que, y de ahí lo triste de la paradoja, nació con el fin de mejorar la comunicación, cosa que al parecer, ha trasforma esta sociedad y avanzamos sin remedio hacía lo que describió con mucho acierto Andrew Stanton, en la película Wall-e. Donde la humanidad vaga por el espacio, después de dejar su planeta inundado de basura y donde las personas han olvidado vivir, sin una pantalla de por medio.


La maruja economista que llevo dentro salió mientras pensaba, “Para eso te pones en el you tuve, madrileños por el mundo o similar y te ahorras una  pasta en aviones y hoteles”.




             La vida está compuesta por sensaciones, habrá máquinas que nos producen algunas y no voy a negar que tienen su punto, pero donde esté el contacto piel con piel y no seáis mal pensados (aunque ese también está, pero que muy bien), que se quité todo lo demás. Conocer gente maravillosa como aquella chica de Galicia merece la pena, más que mil “likes” de Instagram. 

Si alguna vez me convierto en semejante robot, por Dios desactivarme.

27 nov 2019

HABITANTES DEL DESIERTO




Ver como las posesiones son algo intangible, cuando en nuestra sociedad parece lo único importante, da mucho que pensar. No es cuestión de tirarlo todo por la borda, si no, de valorar más nuestras vidas y a las personas que nos rodean que en ocasiones, pasan inadvertidas ante la vorágine de conseguir algo más.

 

Circunvalamos el mar de dunas Erg Chebbi. La escasez de agua, es palpable en esta tierra árida. Lo peor es que no aprendemos, seguimos dañando y contaminando nuestro entorno, como si eso no fuera a repercutir en nosotros.
Nos llevaron a una pequeña laguna, azul por el reflejo del cielo que, contrastaba con el entorno desértico, como si de un espejismo se tratara. Toda una atracción turística que compartimos con las cigüeñas y demás aves que se aprovisionan de agua para seguir su camino. En verano al norte, en invierno al sur.


Visitamos un pozo, donde los niños y las mujeres recogían el agua, tan vital para todos, con botellas y cacharros, para llevarla a sus hogares.



 Desde la distancia mis recuerdos no son muy fiables, pero las fotos de Paco y Borja, me han hecho recordar un terreno de cultivo. Donde cada familia disponía de un espacio para sus productos, el sistema de riego, consistía en unos surcos que llegaban hasta la pequeña entrada a la acequia central, por donde el agua fluía de forma suave y que se taponada con barro, cuando el tiempo de riego se agotaba.



Atravesamos una cantera de fósiles, miles de piedras en las que habían quedado atrapados, aquellos animales que un día habitaron bajo el agua y que los sedimentos convirtieron en recuerdos del pasado. Hoy son señuelo fácil de turistas y autóctonos que pulen las piedras para sacar algo de dinero como souvenir.

 

Pasamos por un pequeño poblado y paramos cerca. Como de la nada, seis o siete niños aparecieron con pequeños objetos para vender. Nunca he aprobado que a los niños se los exploté para sacar dinero, pero aquí, no se trata de explotación, si no de supervivencia. Sólo hay que mirar alrededor, para ver que el desierto es el único parque de juegos que tienen. Así que, no me resistí a aquel pequeño de sonrisa perpetua, que me ofreció un dromedario hecho de tela. Él condenado quería quedarse las vueltas. Al final se lo cambié por una piedra fosilizada, carente de valor, un buen trato para él y para mí. Él por qué pensaba que me había engañado y yo porque me estaba dejando engañar con mucho gusto.

 

Recorrimos las pequeñas casas de adobe, construcciones sencillas levantadas en medio de un hábitat hostil y seguimos camino hacía una cantera abandonada, apenas algunas familias se resistían a dejar aquel fantasmagórico lugar, lleno de edificios ruinosos bajo un calor asfixiante. A pesar de todo, como si de un gran almacén se tratara, encontramos un vendedor de objetos varios. Por supuesto, hubo regateo, es esencial en estos lares.

-          Te ofrezco 40 Dihans por la piedra – Le decía Paco muy serio, ante la atenta mirada de su interlocutor, que le recordaba que tenía que mantener a una familia.
-          ¿Y quieres que la mantenga yo a toda? Le respondía Paco, con su habitual sentido de humor.

El regateo funcionó y al final se la dejó en 40 Dihans. Yo descubrí una negra, teñida de roja en su interior y decidí que quizás fuera mi forma a contribuir ese día con aquel hombre que había conseguido buscar su sustento, en tan inhóspito lugar.

Cuando me fue a dar las vueltas de los 50 Dihans, le dije;
-No, para su familia. - Él me sonrió como pensando. “Estos occidentales, definitivamente están locos, uno me regatea y el otro me lo devuelve”.


A partir de aquel día, me declararon la peor regateadora del grupo y no me dejaron volver a negociar. Pero aquella mirada de felicidad, era tan contagiosa, que terminó convirtiéndose en una especia de droga adictiva, a la que no podía resistirme. Además, yo no era la única, en el fondo éramos un grupo de blandengues conscientes de lo que veíamos a nuestro alrededor. Personas con ropas ajeadas por el uso, algunas descalzas, viviendo en condiciones muy precarias y aun así, muchas sonrisas, he incluso algo de magia. Sólo por eso merece una buena negociación y ¿por qué no? Algún regalo inesperado.
Recorrimos tramos del Paris-Dakar, que tanto bien le hacía a África, pero que, por la hostilidad de unos pocos, se tuvo que abandonar, quitando un sustento necesario para muchas personas.

           

En el mar negro de estas tierras áridas, nos encontramos una familia Nómada, en un minúsculo campamento que consistía, en unas jaimas; Una convertida en salón, sobre postes y ramas, cubierto por telas que no llegaban al suelo, así dejaban pasar algo de aire, un par de tiendas dormitorio, donde niños y mujeres se guardaban del sol abrasador del medio día, más de 50º en verano.


Tenían dos cocinas, una de alto standing, construida con ramas y algo de adobe, consistía en un horno formado por una tinaja metida en la tierra, donde depositaban las brasas y la otra con un par de ramas, con una tela a modo de toldo y las brasas en el suelo. ni muebles, ni encimeras, ni gas, ni luz, tan sólo fuego, barro y mucha maña Porque el pan recién hecho, que nos ofrecieron calentito y crujiente, fue uno de los más deliciosos que he probado. Té, cacahuetes y sonrisas, que nunca abandonan a estas gentes que te reciben llenos de agradecimiento y felicidad.


Nos contaron cómo levantaban sus campamentos y emprendían la marcha, sin pereza, sin aferrarse a una tierra y sin miedo a lo desconocido. Sus mascotas no son perros, ni gatos, son zorros del desierto, sus mejores aliados, capaz de alertar sobre las serpientes venenosas y los escorpiones que habitan estas tierras y que tan peligrosa puede resultar su picadura

Después de agradecer a aquella familia tan buena hospitalidad, nos pusimos nuevamente en marcha.

                             

JUICIO LEVE DE FALTAS

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