12 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 4

 

4. CAPÍTULO

R

espiró aliviada, al escuchar la voz del joven que informaba:

—Un paquete para Mario Arranz.

Lys entornó los ojos, intentando concentrarse en aparentar cierta serenidad. Se despegó de la pared y abrió la puerta para recoger el dichoso paquete.

 

Mario llegó sobre las diez y con él la guerra fría. Podía pasarse semanas sin hablarla. Como si nada le importara. Siempre era ella, la que tenía que dar el paso y estaba un poco cansada de tanto reproche.

Lys andaba recogiendo la cocina, cuando apreció una sensación extraña en su estómago.

«¡Ya estamos todos!» Pensó con cierta resignación.

 Aquella angustia contenida, solía detectar los problemas y en cuanto Mario entró por la puerta, se había puesto en marcha. Decidió mantenerse alejada y dejar para otro momento la conversación que tenían pendiente. De todas formas, Mario terminaría culpándola de todo lo que pasaba entre ellos.   

No es que le tuviera miedo, pero Mario, no era de los que razonaban. Él tenía su particular visión de cómo eran las cosas, por mucho que Lys intentara hacerle entrar en razón no lo conseguiría.

A veces, las más, le daban ganas de acabar con aquella relación. Le amaba con locura, pero ella también necesitaba sentirse correspondida.

Estaba tan encendida, que decidió darse una ducha. Acababa de meterse en la bañera, cuando su estómago volvió a contraerse de forma angustiosa. Parecía estar boicoteándose a sí misma. Se pasaba la vida atemorizada por sus propios miedos y eso no era bueno.

Una amiga de universidad, le dijo que podría ser una especie de “Don”, como si hubiera desarrollado un sexto sentido. Lys nunca lo creyó, ni veía muertos ni podía predecir el futuro. De haberlo hecho, sería rica y no tendría la vida tan jodida.

Había pensado pedir ayuda, pero ¿a quién? Los psicólogos que le habían tratado de niña no la habían creído. A veces, incluso a ella le costaba entenderlo.

 No, no debía seguir así, quedarse de brazos cruzados no arreglaría nada. Tenía que hacer algo, antes de que terminara como su madre, convertida en un ser inerte, vacía y sin voluntad.

 

En la oficina, tampoco encontraba su lugar. Estaba cansada de su compañera Laura. En algún momento, tendría que dejar de hacer el tonto y plantarle cara.

Lo primero que encontró al día siguiente, al entrar en su despacho, fue una nota de la jefa de recursos humanos. No se lo podía creer. La muy bruja había pedido que la sancionaran.

Lys estaba que echaba chispas. No pensaba dejarlo pasar. Laura había tocado la tecla equivocada y ella sabía cómo devolverle la pelota.

Subió al despacho de la jefa de Recursos. Llamó a la puerta y entró al escuchar ¡Adelante!

Ana llevaba en la empresa el tiempo suficiente, como para conocerlas a las dos. No podía creer que se hubiera tomado en serio la solicitud de Laura.

Al ver entrar a Lys con el folio en la mano, se recostó en su butaca, dispuesta a escuchar su versión. No había entendido la solicitud de Laura, pero dada la situación en la empresa, y la relación que está mantenía con el jefe, no se había atrevido a contrariarla.

—¿Qué significa esto? ¿Me estás amenazando con una sanción?

—Sólo si tu versión, es la misma que me ha dado Laura.

—¡No me fastidies Ana! ¿Versión de qué? ¿De reventarme a trabajar? Porque no tengo otra. El departamento está a tope y no puedo perder el tiempo en estas gilipolleces. ¡Dime! ¿De qué me tengo que defender? Así terminaremos antes.

Ana extendió un folio, para que Lys le pudiera echar un vistazo. Una simple pasada a la lista que tenía delante, hizo que se la pusieron los ojos como platos.

—¡Será …! —No quiso terminar la frase o confirmaría unos de los puntos. —Partiendo de la base que la mitad de las tonterías aquí escritas no son sancionables y que la otra mitad, se pueden confirmar con la tarjeta de entrada. Te repito: ¿Vas a sancionarme por esto? ¿Me vas a suspender de empleo y sueldo por unas acusaciones infundadas?  Porque si es así, no sé quién va a sacar el trabajo adelante. ¿Lo has hablado con Jorge?

Ana movió la cabeza negativamente.

—¡Lys tengo que seguir el protocolo! Aunque crea que es absurdo, soy yo la que tengo que dar explicaciones en la junta. A Jorge no le he querido meter en esto. Mucho me temo, que te llevarías una sorpresa y no muy agradable. ¡Créeme!

—Yo no estaría tan segura de eso, pero eso da igual. ¡Haz lo que tengas que hacer! Pero no me llames a tu despacho para hacerme perder el tiempo. Esta lista describe su incompetencia y sus malos modos, no los míos. ¿Sabes por qué? Porque cuando me defienda, parezca que la estoy atacando con una burda mentira. No tengo que defenderme por hacer bien mi trabajo. ¡Allá tú, si quieres sancionarme! Yo sé perfectamente lo que tengo que hacer. Espero, que tú también lo sepas.

Lys salió del despacho muy enfadada. Estaba dispuesta a no pasarle ni una, a partir de ese mismo instante. Ella no había iniciado la guerra, pero si la podía terminar.

 

 

Lys miró a su alrededor, sin saber que estaba haciendo. Aquello no iba a arreglar nada. Cogió el abrigo y se lo puso, estaba a punto de irse, cuando Ángel salió a buscarla.

 Elegir al psicólogo a través de internet, no había sido la mejor de sus ideas. Había decidido pedir ayuda para no dejarse llevar por la rabia. Laura se la había jugado y estaba tan furiosa que le costaba alejarla de sus pensamientos.

Tras los saludos de cortesía, Ángel comenzó a rellenar una ficha con sus datos personales.

El nerviosismo de Lys era evidente y no le pasó inadvertido. Intentó romper el hielo con preguntas rutinarias, pero Lys estaba en alerta. No era la primera vez que acudía a un psicólogo, lejos de calmarse, se revolvía en su butaca con cada pregunta.

—¿Qué es lo que te ha atraído hasta mi consulta? —Le preguntó Ángel de forma directa, al ver que ella, no era capaz de expresarlo.

—La verdad es que soy bastante normal.

—Todos lo somos. Que estés aquí, no implica lo contrario.

—¡Lo sé! Me cuesta mucho hablar de ello.

—¡Inténtalo! Ya que estás aquí…  

—Estoy algo preocupada. Hace semanas que no descanso bien, tengo pesadillas y me cuesta dormir. No sé, si es por estrés en el trabajo, por mis diferencias con mi pareja o…. —Hizo un silencio, mientras pensaba como continuar. —Me siento un poco confusa, agotada, incapaz de llegar a todo…

—¡Entiendo! ¿Puedes delegar parte del trabajo en otras personas?

—Me gustaría, pero no.

—¿Es la primera vez que acudes a un especialista?

—De niña visité a una psicóloga y a un psiquiatra. No es que me cambiaran la vida, pero imagino, que algo tuvo que ayudarme a superar lo sucedido.

—¿Qué te ocurrió?

—Perdí a mis padres, pero eso, ya está superado. No me apetece volver al pasado. Tan sólo me gustaría canalizar mi energía y encontrar aquello que me está produciendo tanta angustia Intento ver las cosas desde todos los puntos de vista, pero a veces… No sé, parece que todo está en mi contra y me revuelvo de tal forma que al final todo se complica.

—¿Has tenido problemas de autocontrol?

—¡Depende de lo que entiendas por autocontrol! Si fuese sincera terminaría en un manicomio con una camisa de fuerza. No me interpretes mal, no soy una persona agresiva, si es a lo que te refieres. Nunca he agredido ni verbal ni físicamente a nadie, pero a veces me cuesta evitar ciertas cosas….

Lys, comenzó a dar vueltas al anillo que llevaba en la mano, y no fue capaz de seguir. Se sentía completamente estúpida contándole a un desconocido sus pensamientos más íntimos.

—¿Qué es lo que te cuesta evitar?

Lys levantó la vista del anillo y lo miró a los ojos.

—Me preocupa que a la gente que tengo a mi alrededor le pasen cosas malas. Situaciones que de antemano he podido pensar o desear por una discusión o una traición. ¿Entiendes lo que quiero decir? Porque sinceramente, dicho en voz alta resulta más absurdo que en mi cerebro.

—No es absurdo. Cuando ocurre una desgracia o una pérdida, solemos auto culparnos de alguna manera. Podemos llegar a pensar que nuestra presencia podría haberlo evitado, aunque en nuestro fuero interno, seamos conscientes de que eso es imposible. Si supiéramos que hacer para evitarlo, no hubiera tenido lugar la tragedia. ¿Crees que de haber obviado ese mal pensamiento, podrías haber conseguido que las cosas fueran diferentes? Yo creo que sabes la respuesta, ¿verdad?

—No estoy segura. Yo suelo intuirlo. Son precisamente esas intuiciones, las que me traen por la calle de la amargura. Me plantean serios problemas en mi día a día, produciéndome inseguridad y miedo. Un miedo con el que vivo desde hace mucho tiempo.

—¿Cómo son esas intuiciones?

—No soy vidente, si eso es lo que quieres saber. Tan sólo, se basan en sensaciones, sensaciones que te llevan a pensar en los problemas que te puede causar algo o alguien. Poco tiempo, ese pensamiento se plasma en alguna discusión, conflicto o desgracia. Lo que me hace sentirme mal conmigo misma, por no haber sido capaz de pararlo, aun sabiendo las consecuencias que me acarrearía.

—Si lo he entendido bien, más que una intuición, es una sensación. Es como esa madre, que ve al niño dando saltos en el sofá y le advierte de que puede dar un mal paso y caerse al suelo. ¿Entiendes por dónde quiero ir?

—Sí, no es la primera vez que lo escucho, pero no es eso. Es algo más complicado de entender. Ni siquiera yo lo entiendo a veces… Quizás por eso, me atemoriza. No sé cómo pararlo. No tengo claro lo que va ocurrir y entro en pánico. Es una sensación horrible y, sólo dejo de tenerla cuando tiene lugar el suceso.

—Es la primera sesión, seguiremos hablando de ello más adelante, si ahora no te sientes cómoda. —Lys hizo un gesto afirmativo y Ángel cambió de tema. —Me has dicho que no duermes bien por las pesadillas. ¿Cómo son?

—A veces, no me puedo mover y siento que hay alguien a mi alrededor observándome, lo que me produce muchísima angustia y miedo.

—¿Todos los sueños son iguales?

—No, a otras ocasiones me persiguen y no puedo avanzar, como si mi cuerpo pesara toneladas.

—¡Vaya!

—¿Es malo?

—No, ni bueno ni malo, sólo curioso. Necesitaremos más sesiones para conseguir un diagnóstico, sobre los posibles problemas que te pueden estar afectando. ¿Cuántas horas duermes normalmente?

—Cuatro o cinco horas, a veces incluso menos. Cuando me despierto de una pesadilla, el estado de angustia es tan fuerte que no consigo volverme a dormir. Termino por levantarme enfadada y muy frustrada conmigo misma. Creo que el agotamiento me está llevando a tener alucinaciones.

—¿Alucinaciones?

—Quizás, no sea esa la palabra más adecuada. En realidad, sólo me pareció ver una luz en uno de los pasillos de la oficina, además de alguna sombra que otra. El guardia de seguridad me dijo que había sido la primera en llegar y que eso era completamente imposible. No sólo me asusté, también me dio muchísima vergüenza. Es la razón por la que te pedí una consulta. No quiero que piensen que estoy perdiendo la cabeza.

—En ocasiones, la sugestión consigue engañar al cerebro. Es algo que le puede pasar a cualquiera. Eso no te convierte en una persona con problemas mentales. Trabajaremos sobre tus miedos e inseguridad. Pueden desarrollarse en la infancia o en la madurez. El simple hecho de que hayas buscado ayuda, ya dice mucho de tu buena salud mental.

—Gracias. Tenía mucho miedo. No sabía cómo iban a ser las sesiones y, si tú me ibas a tomar en serio.

—Mi trabajo consiste en tomarme en serio a los pacientes y sobre todo, ayudarles a superar sus miedos, fobias o estados de ánimo.

—Creo que te voy a dar mucho trabajo.

Ángel sonrió y continuó con su cuestionario.

—¿Qué comenzó antes, las sensaciones o las pesadillas?

—Siempre he tenido esas sensaciones, pero, es verdad que hacía mucho tiempo que no eran tan fuertes. Aparecen y desaparecen sin avisar. No sé cómo evitarlas, pero me gustaría que me ayudaras a conseguirlo, condicionan mi vida y me condicionan a mí a la hora de tomar decisiones.

—¿Por el miedo?

—¡Sí! Me aterran los conflictos y más sus consecuencias. Lo que empieza como una simple discusión, puede terminar...

Lys se quedó callada. Pensando en todas las discusiones absurdas que su padre provocara cada vez que le faltaba dinero para sus vicios. Era su forma de justificar las palizas que daba a su madre.

—¿Quieres que hablemos sobre ellos? —Intervino Ángel, al verla tan pensativa.

—Hoy no, además, si ese reloj va bien, creo que me he pasado cinco minutos.

Ángel le dijo que no se preocupara por el tiempo, pero Lys no tenía muchas fuerzas para abordar ese capítulo de su vida.

Salió de la consulta pensativa y algo melancólica. Volver al pasado siempre abría las heridas. Se dirigió a su casa bastante desganada. Volver a la guerra fría con Mario, tampoco es que le apeteciera mucho.

«¿En qué momento, su vida se había puesto patas arriba?» Pensó, mientras paseaba por unas calles repletas de gente a pesar del frío. Quedaba casi un mes para las Navidades y parecía que todo el mundo se hubiera vuelto loco por comprar.

 

Se quitó los zapatos nada más entrar por la puerta. Sentía que sus pies estaban tan prisioneros como ella. Se cambió de ropa y se dirigió a la cocina para preparar la cena.

No sabía nada de Mario, pero no pensaba llamarlo. Mejor darle algo de espacio, con un poco de suerte, en un par de semanas ni siquiera sabrían porque se habían enfadado.

Cenó temprano y se metió pronto en la cama. Unas de las directrices de Ángel, consistía en generar una rutina diaria a la hora de irse a dormir. Las sesiones no eran precisamente baratas y más le valdría seguir sus consejos.

Estaba leyendo un libro, cuando escuchó un siseo, como si alguien la mandara callar. Agudizó el oído y tan sólo escuchó la cisterna del vecino. Aquellas casas tenían las paredes de papel.

Volvió a concentrarse en su lectura y la lamparilla osciló ligeramente. Lys, no pudo evitar sentirse algo incómoda. Se levantó de la cama para cerciorarse que la bombilla estaba bien apretada. No recordaba cuando fue la última vez que las cambiaron y podían estar a punto de fundirse.

Se estaba acomodando el cojín, cuando el siseo se hizo más intenso. Lys se giró rápidamente, pero no fue capaz de identificar de dónde provenía. Aquello no le estaba gustando nada. Cogió una de sus zapatillas, era lo único que tenía a mano y se levantó de la cama con ella en alto.

No fuera a ser que, en vez de un problema de tuberías, tuviera uno de intrusos.

Llamó en voz alta a Mario, por si hubiera llegado a casa. No había escuchado la puerta, pero necesitaba descartar opciones. Además, si era un intruso, era la mejor forma de dejarle claro que esperaba a alguien.

 La bombilla volvió a oscilar, quedándose unos segundos completamente a oscuras. Se abalanzó sobre el interruptor de la entrada y encendió la lámpara del techo. No estaba para coñas.

Se asomó al pasillo con la zapatilla en la espalda. Todo estaba a oscuras y la puerta de la calle parecía cerrada. Lejos de tranquilizarse, se inquietó aún más. Aunque no estuviera segura de la razón.

Encendió la luz del pasillo y fue registrando habitación por habitación. A simple vista, todo estaba en orden. No había nada ni nadie en la casa. Por si las moscas, en la cocina cogió un rodillo. Le pareció más contundente que su zapatilla de peluche.

Volvió a escuchar el siseo y respiró hondo. Se aferró a su rodillo de madera y se asomó con mucho cuidado al pasillo. Tenía miedo a salir de allí y que la dieran un golpe.

El siseo se escuchó más fuerte y Lys se quejó en voz baja. —¿Es que no voy a tener un día tranquilo? —Salió pegando su espalda a la pared. Por alguna estúpida razón, se sentía más segura.

Volvió a dirigir su mirada hacía la puerta de la casa. Ya fuera por el miedo o por la angustia vivida en días anteriores, aquella puerta era de todo menos segura.

Apenas había recorrido un par de pasos, cuando la puerta de la cocina se cerró de golpe. Lys salió corriendo y se metió en el salón, cerrando la puerta tras de sí. Con el aliento entrecortado se apoyó en ella. Emplearía todas sus fuerzas para evitar que alguien pudiera entrar.

Esperó en silencio a que sucediera algo, pero por más que agudizaba su oído, no escuchó nada. No apareció nadie y Lys comenzó a sentirse completamente idiota.

Agarró el pomo de la puerta con sumo cuidado, no quería hacer ruido. Según iba abriendo, la puerta iba chirriando y Lys puso los ojos en blanco.

«¿Cómo puedes ser tan torpe?» Pensó indignada.

Salió al pasillo y miró a su alrededor. Todo parecía estar bien. Quizás, la oscilación de las bombillas hubiera producido el siseo.

«Es absurdo asustarse así». Razonó, sin perder de vista todo lo que ocurría a su alrededor.

No había descansado muy bien y probablemente estuviera sufriendo algún tipo de confusión, producido por el estrés. Se estaba dejando llevar por la sugestión y eso no la iba a ayudar. En algún momento, tendría que descansar o seguiría metida en un bucle sin salida.

Cuando iba por la mitad del pasillo, las luces se apagaron. Lys buscó la pared desesperadamente. No estaba segura de haber girado y comenzaba a perder la perspectiva de donde se encontraba.

Completamente desorientada, no sabía hacía donde dirigirse. Iba con las manos extendidas en busca de una pared, una puerta, algo que pudiera identificar para darle alguna pista de donde se encontraba exactamente.

Se sintió perdida y angustiada. El corazón comenzó a latir tan rápido que parecía quererse aliar con lo que fuera que la estaba torturando.

Histérica, sin saber qué hacer, terminó acurrucándose en el primer rincón que se encontró. Estaba desbordada, no entendía que era lo que estaba pasando y comenzó a llorar.

Llamaron insistentemente a la puerta y Lys se quedó en silencio, haciendo pucheros como una niña.

—¡Lys, Lys! ¡Soy Lara, la vecina! ¿Me oyes? Nos hemos quedado sin Luz ¿Tú tienes?

—¡No! —Le contestó Lys, restregándose los mocos con las manos.

—¿Estás bien? ¿Necesitas velas o algo hasta que vuelva?

—¡No gracias! estoy algo resfriada, eso es todo. Voy a ver si encuentro el móvil o algún mechero para ver por donde ando.

Apenas terminó la conversación, volvió la luz. Lys se levantó corriendo en dirección a la cocina para buscar las velas. No quería volver a quedarse a oscuras.

Al entrar, lo primero que vio fue la ventana abierta de par en par. Siempre se le olvidaba apretarla bien.

Todo había sido fruto del aire, el siseo, el portazo….









11 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 3

 



3. CAPÍTULO

E

staba en la ducha, cuando le pareció oír que alguien la llamaba. Apagó un segundo el grifo y pudo escuchar cómo cerraban la puerta de la calle. La sorprendió que Mario hubiera vuelto tan pronto, y pensó que habrían cancelado la cena.

De repente, su aburrida noche había dado un giro inesperado y más excitante. Hacía más de una semana que no mantenían relaciones y, comenzaba a olvidarse de como se hacía. Animada por las nuevas perspectivas, cogió el gel de vainilla que tanto le gustaba y se enjabonó todo el cuerpo.

Al salir de la ducha, el vapor había empañado el espejo. Lys lo limpió con la mano. No estaba en su mejor momento, pero un poco de brillo y algo de color en las mejillas, podía darle un aspecto más fresco a su rostro.

Se pondría el conjunto de encaje negro y el camisón más escotado que tenía. Si no captaba el mensaje, se tendría que comprar algún juguete erótico, porque se le estaban acabando los recursos para seducirlo.

Abrió la puerta y asomó la cabeza, intentando localizar en qué habitación estaba. Al ver todas las luces apagadas, se quedó bastante contrariada.

Hubiera jurado, que Mario la había llamado y que había oído la puerta, pero, debía haberse confundido. Quizás, fueran más fuertes la ganas de estar con él, de lo que ella pensaba.

Volvió al baño para secarse el pelo. Seguramente había escuchado a los vecinos de arriba, no daban mucha guerra, pero los fines de semana se les oía más.

Con la libido por los suelos, lamentando haber gastado el poco gel de vainilla que le quedaba. Se secó el pelo y se colocó el pijama de franela que tenía preparado.

«Ya habrá otra ocasión para la lencería de encaje» Pensó con cierta resignación.

Cogió toda la ropa sucia que había dejado en el suelo y recogió el baño.  Al salir, se fijó en que la puerta de la casa estaba abierta.

Intentó hacer memoria, pero, por más que lo pensó, estaba segura de haberla visto cerrada cuando se asomó. Llamó a Mario en voz alta. Este no dio señales de vida, y lo amenazó con matarlo, si se le ocurría darla un susto.

Se sintió algo estúpida al no tener respuesta. Si Mario había pasado por casa, ya se habría largado dejando la puerta abierta.

«¡No tiene remedio! Cualquier día perderá la cabeza». Pensó bastante molesta. Iba a tener que hablar con él muy seriamente. Este tipo de despistes les podía costar un disgusto.

Se dirigió a la cocina para meter la ropa en la lavadora, y cogió las llaves para darle dos vueltas a la cerradura. No quería pasarse toda la noche, pendiente de que entrara alguien.

Cuando salió de la cocina, la puerta estaba entornada y su corazón le dio un vuelco.

— ¿Quién demonios anda ahí? — Dijo en voz alta y muy enfadada. No le estaba gustando aquel jueguecito.

Nadie contestó. Sin apartar su mirada del pasillo, cogió el cuchillo más grande que había en el cajón de los cubiertos.

Salió de la cocina empuñando el cuchillo. Estaba dispuesta a cualquier cosa. Se situó en el centro del pasillo. Desde allí, podía ver todas las habitaciones. Volvió a llamarlo insistentemente, advirtiéndole, que dormiría en el salón el resto de su vida, si no dejaba de tocarle las narices.

Mario no apareció, y Lys, cogió el móvil dispuesta a descubrir donde se había escondido. Marcó su número, y esperó a que el teléfono comenzara a sonar.

«¡Se va a enterar de lo que vale un peine!». Pensó mientras esperaba a que sonara el móvil.

— ¡Dime Lys! ¿Pasa algo? ¿No has recibido mi mensaje? Hoy no voy a cenar.

La voz de Mario y la música de fondo, dejó a Lys muy descolocada. No sabía ni que decirle.

— ¡Perdona! Tenía el móvil desbloqueado y le he debido dar sin querer. Todo está bien, siento haberte molestado. ¿Llegarás tarde? Es que voy a echar la llave en la puerta. Me han dicho que ha habido robos y me sentiría más segura. — Lys, estaba mintiendo como una bellaca para no parecer más estúpida de lo que ya se sentía.

— ¡Vale! No te preocupes, pero no la dejes puesta, que si no me dejas en la calle. No creo que llegue muy tarde. Estoy reventado, pero no me esperes despierta. Si me paso, me iré a casa de Félix a dormir.

— ¡Vale! Sólo una pregunta ¿Has pasado esta tarde por casa?

— ¡No te oigo bien! Aquí hay mucho ruido.

— ¿Qué si has pasado por casa esta tarde? — Dijo Lys tan alto, que casi gritaba.

— ¡No, nos hemos venido directamente de la oficina!

Lys se despidió con un hilo de voz. Mario no lo percibió, había mucho ruido y estaba más pendiente de lo que tenía a su alrededor.

Lys, podía sentir como el latido de su corazón se iba haciendo más presente, tanto que, podía sentir como golpeaba en el interior de su pecho. Por mucho que intentara darle una explicación, no la encontraba.

Debería habérselo contado a Mario. Él también vivía en aquella casa, y podría pasarle lo mismo que le estaba sucediendo a ella. Descartó la idea, en realidad, Mario no paraba mucho en la casa y cuando lo hacía, solían estar juntos. De haberle contado algo, pensaría que se lo estaba inventando para fastidiarle la noche.

Seguía situada en medio del pasillo, sin saber qué hacer. No le gustaba aquel silencio. Ni siquiera escuchaba a los vecinos. Nunca pensó, que llegaría a echar de menos al pequeño monstruito que se pasaba todo el día tirando cosas y arrastrando todo lo que se encontraba a su paso.

Giró sobre sí misma, dejando tras ella la puerta de la casa; a la derecha, su dormitorio y el salón; a la izquierda, el cuarto de invitados y la cocina; de frente, el baño.

Allí no había un alma, si había entrado alguien, ya se había marchado. Quizás, le hubiera pillado infraganti y se hubiera escondido hasta poder salir de la casa, sin que ella pudiera verlo.

Fuera quien fuese, ya no estaba allí. Tendría que llamar al seguro para cambiar la cerradura. Si habían entrado una vez, podrían hacerlo otra.

Escuchó un leve chirrido tras ella. Un escalofrió recorrió su columna vertebral, erizando todo el bello de su piel. Como si de un resorte se tratara, todos sus sentidos se pusieron en alerta.

Se giró lentamente. Temía lo que pudiera encontrarse y se aferró al cuchillo, como un náufrago a su tabla en plena tempestad.

No había nadie tras ella, y cuando iba a soltar el aire aliviada a punto estuvo de ponerse a gritar. Paralizada por la impresión, no supo cómo reaccionar. La puerta comenzó a cerrarse lentamente, hasta quedar completamente encajada en el marco, y escucharse el click del pestillo.

Lys, tardó unos segundos en poder reaccionar. Había sufrido un fuerte shock. La imagen se había quedado grabada en su mente y ella, era consciente, de que aquello sólo acababa de comenzar…

 

El sol entraba por el ventanal del dormitorio. Lys se enfadó consigo misma, por no haberse acordado de bajar la persiana la noche anterior.

«¡Cómo para bajar persianas estaba!» Reflexionó, al recordar la siniestra imagen.

 Por mucho que le molestara la luz, no pensaba levantarse. Quería dormir, olvidarse de todo. Era sábado y no quería pensar, ni hacer nada que le recordara lo ocurrido.

Se dio la vuelta en la cama, y al encontrarse frente a Mario, a punto estuvo de ponerse a gritar como una loca.

Aquel hombre, era peor que un fantasma. Entraba y salía de la cama sin avisar. Le miró sin ningún cariño, para colmo de sus males, Mario resoplaba como una ballena a punto de encallar.

Lo raro, es que hubiera dormido tanto, con aquel oso respirando en su oído.

La noche había sido muy larga, y había tardado muchísimo en dormirse. Serían cerca de las cuatro y media de la mañana, cuando consiguió tranquilizarse y quedarse dormida. Hubiera aguantado hasta que Mario llegara a casa, de haber sabido que aparecería.

Lys se dio la vuelta y metió la cabeza bajo la almohada. No podía echar toda la culpa a Mario y a sus ronquidos, ella, tampoco es que tuviera un sueño muy profundo.

Un suspiro le nació del alma. ¿A quién pretendía engañar? Ella sabía lo que pasaba en realidad, la luz del sol y los ronquidos, tan sólo eran la excusa para culpar de sus males a algo tangible.

En realidad, era otra cosa lo que la tenía preocupada, algo que se había quedado grabado en su mente. Una imagen, que jamás podría olvidar.

Por un lado, le gustaría salir corriendo de aquella casa y por otro, esconderse bajo las sábanas. Era una sensación inexplicable, entre la incredulidad y el terror, del que ve algo que no puede razonar.

Levantarse, implicaba andar por la casa y recorrer aquel pasillo que cada día odiaba más. No, no quería afrontar lo ocurrido, quería olvidarlo. Se negaba a creer que hubiera sucedido, aunque lo hubiera visto con sus propios ojos.

Por más, que la noche anterior intentó buscar el origen, no había dado con la sustancia, que produjera semejantes alucinaciones.

«Exceso de champú de vainilla» Pensó al recordar con nostalgia, la vuelta de Mario.

Mario no la visitó, en su lugar, se presentó el mal, aunque, también pudiera estar perdiendo la razón. Probablemente, algo en su cabeza no iba bien, y tendría que buscar una solución, de no hacerlo, fuera lo que fuese iba a terminar con ella….

Se concentró en su respiración. La meditación era buena para mantener el cerebro a raya. Quizás, no fuera el mejor momento. Cada vez que cerraba los ojos, lo revivía como si estuviera ante ella. Se sentía atrapada en un bucle, que no parecía tener final.

Intentó distraerse e hizo un repaso mental de las actividades pendientes. Al igual que le ocurriera la noche anterior, la única forma de escapar, era mantener su mente ocupada en otras cosas.

No lo consiguió, a pesar de estar a punto de la asfixia bajo aquella almohada, seguía escuchando los ronquidos y la estaban poniendo más nerviosa. Le sería más fácil, de dormir en el hangar de un aeropuerto.

Miró el despertador y advirtió, que eran cerca de las nueve y media. Mantuvo un breve debate consigo misma, un fuerte ronquido inclinó la balanza. Esconderse, no arreglaría sus problemas.

Sintió frío al salir de la cama y se fue directa a coger la bata. Salió de la habitación y se quedó mirando la puerta de la casa.

Sabía que era materialmente imposible, pero que no se pudiera explicar, no significaba que no hubiera ocurrido. Ella misma había limpiado las pruebas.

Sintió un repelús, al revivir cómo aquella mano siniestra y ensangrentada, iba cerrando la puerta lentamente, hasta que se desvaneció ante sus ojos. Justo en el momento, en que pudo escuchar el click del pestillo.

Nadie la iba a creer. Las manos tienen dueño y aquella….

Lo primero que hizo, fue asegurarse de que la puerta de la casa estuviera bien cerrada. Observó el pomo y bajó despacio, hasta llegar al suelo, buscaba alguna mancha. La noche anterior, se había empleado bien a fondo en restregar todos los recovecos. Como si quisiera borrar cualquier huella, cualquier resto de la sangre derramada por la amputada mano. Ya sólo le faltaba, que la acusaran de asesinato, secuestro u homicidio.

Lo había pensado mucho, y tenía la certeza de que él, había vuelto….

Estática ante aquella revelación, su mirada se volvió fría y dura. Escapó de él cuando era niña, pero ahora, iba a ser diferente, él venía a cobrarse su venganza.

 

Carmen, esperaba a su amiga con una taza de té caliente. La había llamado para decirla que se retrasaría unos minutos. Quería que le cubriera en caso de que Laura la necesitara.

— ¡Cómo si Laura, fuera a aparecer antes de las nueve de la mañana! — Le había contestado Carmen.

Aun así, hizo lo que la pidió, para que no se angustiara. Cualquier día, le iba a dar un sincope.

Lys, entró en el despacho como un torbellino, mientras su amiga la miraba incrédula.

— ¡Cinco minutos! Has llegado tarde cinco minutos ¿De verdad era necesaria tanta parafernalia?

— Al final, se me ha dado mejor de lo que esperaba. ¿Ha preguntado Laura por mí?

— Laura siempre llega tarde y lo sabes. Respira hondo, relájate y tómate el té antes de que se enfríe. Aunque viendo lo histérica que andas, hubiera sido mejor traerte una tilita.

— Por una vez, voy a tener que darte la razón. Estoy muy agobiada.

— ¿Has discutido con Mario?

— Para eso tendríamos que coincidir y apenas nos cruzamos de vez en cuando. Ya no sé cuando fue la última vez que hicimos algo juntos.

— ¿Entonces? ¿Por qué andas como pollo sin cabeza? Y no me digas que es por el trabajo.

— Es un poco de todo. Me agobia el trabajo, mi relación y alguna que otra cosa, a la que ni yo misma puedo dar explicación.

— ¿Te puedo ayudar en algo?

Lys negó con la cabeza.

Sabía que podía confiar en su amiga, pero había sucesos en la vida de una persona, que debían quedarse en la intimidad.

Le agradeció su buena disposición, e intentó quitarle hierro al asunto.

— ¡Nada es para siempre! Es una mala racha y estoy segura de que pasará en seguida.

Carmen, siempre había pensado que su amiga era un poco rara, pero, en los últimos días, estaba más rara aún. Un día veía luces y al siguiente, llegaba tarde… No le quería contar lo que le había sucedido. ¿Qué le estaba ocultando? Sólo esperaba, que no tuviera que ver con el trabajo, era lo único que le importaba. Al fin y al cabo, tenía que comer como todo el mundo.

— Seguro que sí, pero yo que tú pediría cita al médico. No duermes, apenas comes y trabajas más que nadie en esta oficina. Necesitas relajarte o que te manden algo para que lo hagas, sino vas a terminar con una camisa de fuerza.

— ¡No seas exagerada! Sé hasta donde puedo llegar. No soy tan estúpida cómo crees. Tan sólo, necesito organizarme un poco, y aclarar algunos puntos de mi vida. Eso es todo.

Cuando se quedó sola, respiró profundamente. El fin de semana, no había resultado como ella había planeado. No le gustaba discutir con nadie y menos aún con Mario. No entendía porque estaba tan raro, aunque conociéndole, algo debía traerse entre manos.

Encendió el ordenador, era lunes y ya tenía sobre su mesa, trabajo para toda la semana. En algún momento, tendría que organizar el departamento, porque ella no podía más.

Lys estaba tomándose el segundo té de la mañana, cuando entro en su despacho Laura.

— ¿Tienes los contratos que te pedí? — La dijo, mientras no quitaba ojo a su móvil.

— ¡Buenos días Laura! — Le contestó Lys con retintín.

Laura levantó los ojos del móvil, e hizo una mueca a modo de sonrisa.

— Tengo tres acabados y estoy terminando el cuarto. — Prosiguió Lys, ante su arisca compañera.

— Pensaba que ya estaría todo terminado. No sé cómo nos la vamos a apañar, necesito que le eches un vistazo a todo esto. — Laura dejó unas cuantas carpetas sobre la mesa y siguió conectada a su móvil. — Es muy urgente y lo necesito para hoy. Si no lo acabas a las cinco, tendrás que quedarte, mañana hay que entregarlos a primera hora.

— Veré lo que puedo hacer.

— Si no lo acabas, podrías llevarte el trabajo a casa.

— Lo mismo podrías hacer tú ¿No crees?

Por primera vez, desde que entrara en su despacho, Laura le prestó atención.

— ¡Vaya! Pensaba que podía contar contigo, pero veo, que últimamente no estás por la labor. No hace falta que te recuerde lo que nos estamos jugando.

— Puedes contar conmigo y de hecho, lo haces más de lo que debieras. No te va a pasar nada por hacer tu trabajo. Es más, deberías empezar a cumplir con tus obligaciones. Si nos despiden, no sé quién demonios va a contratarte. Creo que te falta algo de práctica.

— ¡Veo que hoy te has levantado con el pie derecho! Estás muy irascible.

— ¡Izquierdo! El derecho es el pie bueno. Y no, no estoy irascible, estoy cansada de llevar todo el peso del departamento. He trabajado como una mula y en vez de agradecérmelo, me vienes tocando las narices. Todo tiene un límite, y yo puedo ser una buena compañera, pero no soy gilipollas. Estás abusando de mí. Cumple con tu trabajo y verás como todos los contratos, están listos a primera hora.

— Parece que se te olvida que tengo más funciones, no sólo la técnica. Creo que te has pasado, entiendo que estés bajo presión. Todos lo estamos con la reestructuración, por eso, lo dejaré pasar. Pero no me provoques, o tendré que hablar con el jefe.

— ¿Me estás amenazando Laura? — Le contestó Lys desafiante.

Laura no contestó, se dio la vuelta y salió del despacho, con cara de pocos amigos. Intentó dar un portazo, tirando de la puerta con todas sus fuerzas.

«Diez años en la oficina, y todavía no se había dado cuenta, de que hay un tope en las puertas de cristal para evitar las roturas». Pensó Lys, mientras la veía marcharse.

Sobre las cinco de la tarde, Silvia apareció por el despacho de Lys. Laura la había mandado con la excusa de que ella tenía que salir un poquito antes.

Silvia previno a Lys, sobre una llamada que había oído de Laura al jefe.

«La muy hija de... Menos mal que lo iba a dejar pasar» Pensó Lys, tremendamente molesta.

La entrego todos los contratos que había terminado y le dijo que el resto, tendría que mandarlos al día siguiente.

Carmen la estaba esperando en el hall de la oficina y la puso al día sobre la rumorología.

Lys le quitó importancia. — No me preocupan las perretas de Laura. Tengo cosas más importantes en las que pensar.

— De cualquier forma, ten cuidado, no es buena persona y te la devolverá cuando menos te los esperes.

A Lys, no le hacía falta que la advirtieran de las malas artes de aquella arpía. La conocía mejor que nadie.

Lys llegó a su casa cargada con las bolsas de la compra. Esperaba poder encontrarse a Mario allí. Tenían que hablar. Estaba un poco cansada de jugar al gato y al ratón. Podía entender sus ganas de volver a la normalidad. Pasar tanto tiempo encerrados sin poder salir, ni a practicar ejercicio, les podía estar pasando factura, pero, llevaban semanas sin hacer nada juntos.

Dejó las bolsas en la encimera y se quitó el abrigo. Iba a colgarlo en el armarito de la entrada, cuando le pareció ver dos sombras en el suelo. Se dio rápidamente la vuelta para cerciorarse de que estaba sola.

En ese momento, alguien llamó al timbre y Lys pegó un saltó en dirección contraria. Se pegó a la pared, como si allí no pudieran verla.

Estaba aterrada. le temblaban las manos y tenía el corazón, latiendo en su garganta.

Un segundo timbrazo, la hizo reaccionar y con mucho miedo, preguntó:

— ¿Quién es?

Lienzo sobre tela. 
Autora María Hernández



8 mar 2023

DÍA DE LA MUJER

 


No seré yo, quien descubra lo que significa ser mujer. Tampoco quiero ir abanderada de nada. Tan sólo luché por ser igual que un hombre, nunca he buscado nada más y no pienso consentir que nadie me haga de menos.

Aprendí de mi tía y os aseguro que era la mejor. Me encantaba verla plantar cara a todo el que la intentaba manipular, parar o vejarla, de igual a igual.

No se puede tener un mejor aprendizaje y desde niña lo tuve claro. No voy a negar que me encontré algún que otro escollo, pero siempre me he sentido libre y he vivido de acuerdo con mis ideales, nunca he dejado que nadie me menosprecie por ser mujer y mucho menos que me trate de forma diferente.

Creo que he conseguido trasmitir a mi hija todo aquello por lo que luché y eso me llena de orgullo. Aunque, no me doy por satisfecha. Mientras haya una mujer en el mundo que no pueda acceder a la cultura, no pueda elegir a su pareja o no pueda decidir sobre su vida, quedará mucho por camino por recorrer. Sólo espero que estemos más unidas, porque es el mejor arma del que disponemos.

Feliz día a todas las mujeres del mundo.

5 mar 2023

AOJAR: ECHAR MAL DE OJO, MALOGRAR.

         Yo no soy escritora, aunque siempre he intentado serlo.

Este libro está basado en algunas vivencias paranormales que he tenido. Y aunque la historia no es la mía, prácticamente todo lo que le ocurre a la protagonista me ha sucedido a mi.

Puede tener fallos, ya que, yo hice la maquetación, pinte al oleo la portada y lo publiqué. No me atreví a mandarlo a una editorial, por miedo. He hablado mucho de mí, pero nunca dije que fuera valiente. 

Fue el más vendido, no por mucho tiempo. Ahora he pensado publicarlo aquí. La cultura tiene que ser un derecho, no un lujo y después de ver lo que algunos pedían en la red por el, he decidido hacer esto.

 Todos los fines de semana iré poniendo dos capítulos. Hoy publicaré los dos primeros, pero, todo aquel que tenga Kindle, lo puede descargar gratis. 

Si os gusta o no, expresarlo sin miedo. Dar vuestra opinión, porque eso es lo que quiero, criticar mi semántica, mi sintaxis o mi estilo literario. Es mi forma de seguir aprendiendo.

Espero que os guste y disfrutéis tanto como yo escribiéndolo.





1. CAPÍTULO


A era de noche cuando Lys se despertó. Escuchaba a Mario trasteando en la cocina. Pensó que era algo desconsiderado por su parte, no haber cerrado la puerta de la habitación.

Después de cinco años de convivencia, seguía actuando como si viviera solo. ¿Cómo podía hacer tanto ruido para un simple desayuno? Era como meter un elefante en una cacharrería.

Sintió frío en los hombros y decidió darse la vuelta en la cama. Quería hacerse un ovillo con el edredón. No pensaba levantarse hasta que no sonara el despertador.

Se sorprendió al sentir que no podía moverse. Su cabeza mandaba el mensaje, pero algo fallaba en su cuerpo. Era como si estuviera petrificada. Abrió los ojos y se quedó mirando al techo.

Volvió a intentarlo, no podía creer que se hubiera quedado paralizada. No consiguió mover ni un músculo, sus extremidades pesaban como losas de hormigón. Lys sentía aquella rigidez en todo su ser. Estaba atrapada dentro de su propio cuerpo.

«¿Qué demonios estaba pasando? ¿Por qué no podía moverse?» Se preguntó inquieta.

Sus ojos iban de un lado a otro, mientras el resto de su cuerpo parecía muerto. Al parecer, tan sólo la vista y su cerebro resistían al letargo que estaba paralizando el resto de sus sentidos.

En un primer momento, pensó en llamar a Mario. Lo descartó para intentarlo una vez más. Mario tendía a mofarse de las cosas que le pasaban, y Lys, no estaba por la labor de quedar como una idiota.

Lo intentó una y otra vez, pero no lo consiguió. Su cuerpo se mantenía tan rígido como una estatua de piedra.

La situación comenzaba a ser muy angustiosa. Lo que le estaba ocurriendo, no era normal.

Dejó a un lado su amor propio y decidió pedir ayuda a Mario. Tendría que aguantar sus gracietas, con tal, de no quedarse postrada en aquella cama de por vida.

Algo estaba fallando en su sistema nervioso, e iba a necesitar ayuda médica. Estaba segurísima de que se solucionaría con algún tipo de tratamiento o rehabilitación, ya que, no había sufrido ningún tipo de traumatismo, al menos, que ella recordara….

La angustia se convirtió en terror, cuando comprobó que no podía emitir sonido alguno. Era como si la hubieran arrancado sus cuerdas vocales. Apenas conseguía emitir algún gemido imperceptible, incluso para ella.

Los nervios de Lys comenzaron a descomponerse por segundos. El pánico no tardó en apoderarse de ella, quería gritar, salir corriendo.

«¡Cómo si fuera posible!» Se decía llena de rabia, mientras buscaba algo a su alrededor. Tan sólo le llegaban los sonidos de la cocina y no podía ver otra cosa que aquel maldito techo.

Intentó respirar, tenía que calmarse, algo podría hacer….

Una idea asaltó en su cerebro. En alguna ocasión, había oído hablar de un tipo de parálisis nerviosa que podía afectar a la movilidad de brazos o piernas.

Sí, tenía que ser algo así, lo que le estaba sucediendo. Tenía que buscar la manera de hacérselo saber a Mario.

Los últimos días habían sido muy estresantes y probablemente, esa sería la causa de su parálisis. Si era capaz de no ponerse histérica, conseguiría recuperar el control de su cuerpo.

La luz del pasillo iluminó el techo de la habitación. Podía reconocer perfectamente todas las sombras que se dibujaban en el.  Desesperada, quiso girar la cabeza, intentándolo una y otra vez hasta la extenuación.

Tan solo, podía controlar sus ojos, y los mantuvo muy abiertos esperando su momento. Quizás, si Mario veía que estaba despierta, podría darse cuenta de que algo no iba bien.

Todos sus intentos, habían sido infructuosos y su desesperación iba aumentando a medida que escuchaba el latido de su corazón. Era como el tic-tac de un antiguo reloj.

Comenzó a perder la esperanza, pensando en cómo sería su vida. ¿Y, si no conseguía recuperar el control de su cuerpo?

Ante aquella terrorífica idea, lo único que podía desear en aquellos momentos, era la muerte.

Su estómago se contrajo, como lo hiciera en aquellos días en los que todo se volvió oscuridad, y las desgracias cambiaron su vida. Pensar en la muerte, la llevó a un escenario dantesco que llevaba años intentando olvidar.

«¡Cómo si eso fuera posible!» Se dijo y la pena brotó como la mala hiedra.

El peor de los presagios parecía hacerse más real que nunca. La muerte se presentaba en busca de su siguiente víctima. Tal y como se encontraba, sólo esperaba que esta vez, viniera a por ella. No soportaría perder a nadie más, tan sólo le quedaba Mario. Era toda su familia y le quería con toda su alma.

Sintió miedo, angustia, y unas fuertes ganas de llorar. Estaba atrapada en su propia cama y no veía la forma de escapar. ¿Cómo podría llamar su atención?

Esperaba, que en algún momento él se diera cuenta. Quizás, cuando volviera del trabajo y no viera hecha la cena. No era el mejor de los escenarios, pero tampoco tenía ninguna otra opción. Tendría que pasarse todo el día mirando al techo y a la espantosa lámpara que Mario se había empeñado en comprar.

 Aquel pensamiento, la llevó a recordar que no podría ir al baño y le aterró la idea de ser encontrada entre heces y orín. Aquella visión tan desagradable le revolvió las tripas. No podía quedarse así, tenía que llamar su atención antes de que se fuera al trabajo.

Las sensaciones se iban acumulando dentro de ella, angustia, desesperación, miedo, rabia.... Su sistema nervioso estaba a punto de colapsar y ella, iba perdiendo toda esperanza.

Pensó en el despertador y rezó para que sonara. Así, Mario podría escucharlo. Era lo único que la podría salvar.

Las consecuencias de no aparecer por el trabajo, era otra de sus preocupaciones. Resultaba irónico, viendo su situación, pensar en un trabajo ingrato y mal pagado que, lejos de apasionarla, la decepcionaba cada día más.

Laura, había conseguido hacerse con el departamento, y estaba al borde del colapso por los cambios que se estaban acometiendo en la empresa. Cada día entraba en su despacho con la misma cantinela. Presionándola constantemente, para conseguir sacar más trabajo que el resto de departamentos.

Según ella, tenían que demostrar lo competitivas que eran. Era el único departamento controlado totalmente por mujeres y eso jugaba en su contra.

Laura no paraba de mencionar los posibles despidos. — Quizás nosotras estemos a salvo, pero ¿y nuestras compañeras? Pagaran ellas por nuestros errores. — Solía decirle. Sabía que tecla tocar, para que ella bailara hasta la extenuación.

En más de una ocasión, Lys, se había preguntado ¿Cómo había conseguido Laura, hacerse con las riendas del departamento? Ambas ostentaban el mismo puesto y tenían las mismas funciones, pero una mandaba y la otra obedecía como un corderito.

Ella sabía la razón, pero le costaba reconocerlo. Se pasaba la vida evitando la confrontación y eso, siempre terminaba perjudicándola.

Había pensado cambiarse de trabajo, pero la situación no estaba como para embarcarse en nuevas aventuras. Era una locura que ella no se podía permitir en aquellos momentos.

También sabía, que las cosas podrían ser diferentes, pero temía sus consecuencias….

Respiró hondo. Ningún pensamiento, la iba a sacar de la trampa humana en la que se había convertido su cuerpo. Si era estrés o agotamiento, le daba igual, tan sólo, quería que Mario la ayudara a llegar a un hospital.

De repente, se dio cuenta de que los ruidos en la cocina habían cesado. Quizás, Mario ya se hubiera ido al trabajo. Aquello le produjo una sensación muy desagradable, algo más fuerte que la angustia.

Con todas sus fuerzas, intentó revolverse en la cama, pero al cabo de unos momentos, volvió a rendirse. La oscuridad había vuelto a la habitación. Tan sólo, quedaba esperar que alguien la echara en falta. Era como para volverse loca.

El estómago volvió a contraerse. Esta vez, la sensación la dejó vacía, cómo si se le fuera la vida… A punto estuvo de suplicar por ello, pero, ¿a quién? Estaba completamente sola.

No quería sentir aquello que algunos consideraban “un sexto sentido”. Ella no veía muertos, tan solo, presentía su llegada. Más que un “Don”, era un castigo que le provocaba un sufrimiento indescriptible.

Intentó concentrarse de nuevo en su respiración. De algo tenían que servir las clases de relajación, a las que era derivaba una y otra vez por su médico de cabecera.

Respiró y respiró, pero su cuerpo siguió sin reaccionar.

Hubiera preferido la muerte a semejante quietud. Cualquier cosa sería mejor que vivir enclaustrada en una cama el resto de su vida. Pensó, como se deterioraría su cuerpo, mientras esperaba día tras día, a que alguien se ocupara de quitarle los pañales.

«¿Quién la iba a cuidar?» Reflexionó sin poder contener las lágrimas.

Mario la dejaría, no podría ocuparse de ella, nadie podría hacerlo. Estaba sola, completamente sola, y terminaría en alguna residencia, con la mirada perdida en algún techo.

Por su mente pasaron las imágenes de la película “Mar adentro”. En aquel momento, entendió perfectamente el sentimiento del protagonista. La muerte, era la salida menos dolorosa. El único camino hacia la libertad.

Intentó revolverse, mover sus brazos y zafarse de aquel edredón que se estaba convirtiendo en su mortaja. Llena de rabia y dolor, se iba desalentando por momentos, con cada intento, con cada segundo, sumergida en aquel sufrimiento.

Escuchó algo y puso toda su atención. Quizás, Mario no se había ido… Un haz de esperanza, que apenas duró unos segundos.

Era el latido de su propio corazón, haciéndose más y más intenso. El torrente sanguíneo golpeaba en su garganta, en su pecho y en todos los recovecos de su piel. Tuvo la sensación, de tener en el interior de su cuerpo una bomba que estallaría en cualquier momento.

Dejaría las paredes perdidas de sangre y vísceras. No pudo evitar sonreír mentalmente ante lo irónico que resultaba. ¿Qué le importaba a ella, la mugre que quedará tras esparcirse sus vísceras por la habitación? ¿Acaso lo iba a tener que limpiar? Por una vez que limpiara Mario, no pasaría nada. Aunque con lo señorito que era, llamaría a una empresa de limpieza.

Sintió algo cálido que rozaba la piel de su cuello, era sutil como una caricia. Lys se estremeció y volvió a ponerse en alerta.

Más que miedo, sentía impotencia. Fuera lo que fuese, haría con ella lo que le diera la gana.

Percibió de nuevo aquella sensación, seguida de una respiración acompasada, tranquila, y profunda.

Desesperada busco una explicación. No, no se había vuelto loca. Mario debía estar a su lado. Seguramente, se habría dado cuenta de lo que la pasaba y estaría preocupado.

No conseguía escucharlo. ¿Se habría quedado sorda? Rápidamente reflexionó, si estuviera sorda, no podría escuchar su respiración. Cerró los ojos unos segundos. La sordera no sería el peor de sus problemas, comenzaba a tener falta de lucidez. El miedo la estaba dejando tan aturdida, que ya no era capaz de pensar con claridad.

«¿Si Mario estaba a su lado...? — Pensó angustiada. —  También podría estar paralizado como ella»

Quién estuviera en la casa, les habría inmovilizado con alguna droga o gas para robarles. No sería el primer caso.

— ¡Ayuda! — Gritó de forma más mental que física.

«¡Malditos ladrones, malditos todos…!» Pensaba llena de rabia.

De repente, recordó algo que le heló la sangre. Mario no había dormido en casa, había salido de viaje. Recordó con estupor, su beso de despedida, mientras le decía:

— No se te olvide hacer la transferencia del alquiler. ¡Te quiero!

¡Si Mario no estaba! ¿Quién respiraba a su lado? ¿Quién la estaba torturando de una forma tan cruel? Los enmarañados pensamientos se iban sucediendo, como si de una película a cámara lenta se tratara. La incredulidad de lo ocurrido, chocaba de bruces con la puñetera realidad. No tenía escapatoria. Harían lo que quisieran, sin que ella pudiera evitarlo.

Volvió a percibir aquel siseo en sus oídos.

«¡No, por favor!» Imploró en sus pensamientos.

Su vello erizado, intentaba defenderse de algo o alguien, al que ni siquiera podía mirar. Indefensa, inmóvil y aterrorizada, se veía incapaz de poder soportarlo.

¿Hasta dónde llegarían? ¿Por qué no robaban y se largaban de una vez? Pensaba de forma angustiosa.

 Les hubiera dado todo, sin necesidad de hacerla pasar aquel calvario.

La montaña rusa de emociones en la que estaba presa, la estaba consumiendo. No sabía si reír como una loca o llorar desesperadamente. Tan sólo, quería recuperar el control de su cuerpo, y que la pesadilla terminara de una vez por todas.

La habitación comenzaba a iluminarse con las primeras luces del alba. Su despertador, seguía sin sonar

Aquel macabro juego seguiría, y ella, poco o nada podía hacer. Quizás debía rendirse, abandonarse a su suerte y suplicar porque todo fuera lo más rápido posible. Sin embargo, no podía cerrar los ojos, a pesar de sentir que hubiera sido lo más sensato: hacerse la dormida, simular estar inconsciente.

«¡Maldita sea!» Pensó, mientras sentía como una lagrima rodaba por su cara. Se sentía tan estúpida, como impotente. ¿Por qué no la mataban de una vez por todas?

Cerró los ojos vencida por el agotamiento. No podía escapar, y la cabeza le iba a estallar. Estaba sola, y no la quedaban más fuerzas para luchar.

¡Quizás, era su vida la que se apagaba…!





2. CAPÍTULO


Se despertó empapada en sudor. Podía sentir como su corazón palpitaba con fuerza y la angustia le producía una sensación de asfixia insoportable. Le faltaba el aire y apenas podía respirar.

Tardó unos segundos en recuperarse. Miró a su alrededor, como si necesitara confirmar el lugar donde se encontraba. Sacó las manos del edredón, necesitaba comprobar que la pesadilla había terminado.

Respiró aliviada, al ver, que todos los músculos de su cuerpo respondían. Por fin, podría levantarse de aquella cama a la que se había sentido atada.

«¿Hasta cuándo iba a padecer aquellas pesadillas? ¿Cuándo iba a poder descansar?» Se preguntó resignada. Estaba agotada, no podía seguir reviviendo noche tras noche aquella sensación de terror. El insomnio iba aumentado a la misma velocidad que el miedo crecía. Lys comenzaba a desesperarse y ya no sabía qué hacer.

«¿En qué punto había comenzado todo de nuevo?» Se preguntó, mientras intentaba ir más allá de la primera pesadilla. Algo, tenía que haber despertado a los fantasmas que tanto daño le hicieron en el pasado. Si conseguía encontrar el detonante, quizás, pudiera volver a ser feliz.

 Respiró profundamente para serenarse. La sensación de sentirse atrapada dentro de su propio cuerpo, le producía impotencia y miedo, un tormento del que nadie podía salvarla.

Se levantó de la cama, y se puso algo de música para animarse. No pensaba darle más vueltas al asunto o terminaría fastidiándola el día. No es que tuviera un gran día por delante. En realidad, todos los días se parecían. Ella había elegido esa opción, hasta que comenzaron las pesadillas y empezó a replanteárselo todo.

De vez en cuando, movía sus brazos, necesitaba comprobar que funcionaban bien. Si Mario la hubiera visto haciendo aspavientos por la casa, habría pensado que se había vuelto loca. Lo peor de todo, es que no estaría muy alejado de la realidad. Aquellos sueños, llevaban atormentándola el tiempo suficiente, como para terminar con una camisa de fuerza.

Mientras se miraba en el espejo del baño para arreglarse, recordó la sensación de alguien respirando en su cuello. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo, como si de una descarga eléctrica se tratara. Era una sensación indescriptible, algo, que ponía su vello de punta y le hacía temblar.

Antes de salir, volvió a mirarse en el espejo de la entrada. Se notaba que había perdido algo de peso y el pantalón le bailaba un poco. Se colocó el abrigo y la bufanda para protegerse el cuello.

Se acercó más al espejo. Había intentado camuflar sus ojeras, pero no estaba segura de haber conseguido el efecto deseado. Podía cambiar el tono grisáceo de su piel, pero no la inflamación. Sus oscuros ojos, se veían más tristes que de costumbre.

«Lástima, que la mascarilla no cubra toda la cara» Pensó y se colocó un poco el pelo. Apenas tenía veintinueve años, y ya iba a tener que teñirse. Se había obsesionado con un par de canas que había encontrado en su larga melena negra.

 Salió a la calle y se dirigió al metro. Con un poco de suerte, se encontraría con su amiga Carmen. Ella siempre le alegraba la mañana, aunque la volviera loca con sus cotilleos.

Lo bueno de tener la rutina marcada, era que no le dejaba mucho tiempo para pensar: trabajo, casa, compra y algo de deporte. Aquel ritmo de vida hacía que los días pasaran tan rápido, que a veces tenía la sensación de estar perdiéndose algo.

Aun así, sus días eran mucho mejor que sus noches. Se acostaba tarde y se levantaba temprano. Siempre quedaba algún trabajo por hacer a última hora.

El insomnio era el menor de sus males. A Lys, lo que más le aterraba, era la extraña sensación de su estómago. La llevaba acompañando toda la vida, y al igual que las pesadillas, en los últimos meses se había intensificado.

No se trataba de una ulcera o un problema de salud. Era algo más tenebroso y oscuro. Según la forma en la que le afectaba, significaba una u otra cosa, pero desde luego, nunca resultaba ser nada bueno.

Había intentado buscar respuestas, pero la única conclusión que había conseguido sacar de tanta terapia: es que era la forma, en la que su cuerpo metabolizaba sus miedos e inseguridades. No sería ella, quien negara el miedo que sentía, aunque, nunca se hubiera considerado una mujer insegura. Más bien todo lo contrario. Era la certeza de lo que vendría después, lo que le aterraba.

Aquella sensación, hacía que a Lys se le encogiera el alma. Le llevaba a vivir momentos de auténtica desesperación, que no podía compartir con nadie. Prefería pasar inadvertida y no convertirse en el pájaro de mal agüero que anuncia las desgracias. De todas formas, los problemas se sucedían, tanto si ella quería, como si no.

Para Lys, más que un sexto sentido, era una maldición de la que no había escapatoria, por mucho que ella lo intentara.

Lys subió al vagón. Era jueves y Mario volvería de su viaje. Tenía ganas de verlo y pensó en planear algo para el fin de semana, hacía mucho que no salían juntos.

 

Lys se despertó por los ruidos que procedían de la cocina. Por un momento, a punto estuvo de ponerse a gritar pensando que estaría sufriendo otra de sus pesadillas.

Al ver que podía mover sus manos, se tranquilizó. Recordó la vuelta de Mario la noche anterior, y se tapó la cabeza con la almohada. Era viernes, por primera vez en toda la semana, había podido dormir toda la noche de un tirón.

 «¿Por qué demonios no cerraba la puerta del dormitorio?» Se preguntó enfadada.

Todavía no había sonado su despertador y seguía teniendo sueño. Si no fuera por la complicada situación en la oficina, llamaría para teletrabajar desde casa, así podría levantarse más tarde y no tendría que aguantar a Laura. Lys empezaba a tener la sensación, de que aquella bruja disfrutaba torturándola.

Dio vueltas en la cama y se puso la almohada en la cabeza, pero no consiguió volverse a dormir. Diez minutos más tarde, se levantó dando bufidos como si fuera un gato.

Salió de la habitación e inspiró el olor a café que inundaba toda la casa. Sintió una pequeña arcada, odiaba aquel brebaje con todas sus fuerzas, su aroma le revolvía las tripas.

Mario decía que era un “bicho raro”. Según él, el café le gustaba a todo el mundo. Lys no estaba de acuerdo, pero se conocía el discurso de memoria y no tenía la menor intención de llevarle la contraria. Por ella, como si se lo bebiera a litros. Mientras no la besara después….

Se dirigió a la cocina y le dio los buenos días. Charlaron unos minutos sobre cómo había ido la semana. La situación no estaba resultando fácil para las empresas y todo, se terminaba centrando en torno al trabajo.

Mario se terminó su taza, afirmando que sin café, no era capaz de espabilarse. Lys no estaba de acuerdo con aquella afirmación. Mario estaba espabilado las veinticuatro horas del día, con o sin café. Se había largado sin recoger nada y le iba a tocar hacerlo a ella.

Hizo una lista mental para ese viernes: Trabajo, compra, lavadora, terminar el cursillo de riesgos laborales y llamar a su suegra. ¡Su santa suegra…!

Dejó de atormentarse y se dispuso a tomarse un té, mientras recogía la cocina.

Si Mario le echara un cable de vez en cuando, no estaría tan agobiada. Era un encanto, pero siempre tenía la excusa perfecta para escabullirse. Al final, todas las tareas del hogar recaían sobre ella. Lys, tendría que haber hablado con él, pero evitaba tener conversaciones incómodas. Mario, siempre aludía a sus viajes para no hacer nada, y se olvidaba deliberadamente del resto del año.

 

Llegó tan pronto a la oficina, que se encontró con todo el alumbrado apagado, incluso, las luces de emergencia.

Tendría que hablar con el encargado de mantenimiento. Si se hubieran presentado los de prevención de riesgos laborales, les habrían sancionado sin contemplaciones.

Encendió la linterna de su móvil y se dirigió al cuadro de luces para subir el diferencial.

No se encontraba especialmente cómoda en aquella situación. La recordaba, esas pesadillas en las que una termina perseguida para ser desmembrada por algún tipo siniestro, y traumatizado por su pasado.

Sintió un escalofrío que le resultó muy desagradable. Intentó no sugestionarse, y borró de su mente todas las escenas de terror que le venían a la cabeza.

«¿Cómo podía recordar tantos detalles, si se pasaba la mitad de la película con los ojos cerrados?» Razonó Lys, molesta consigo misma.

Tan sólo, tenía que subir el interruptor general para dejar de tener miedo. Aminoró el paso cuando escuchó un ruido a su espalda. Rápidamente se volvió y apuntó con la linterna en todas las direcciones. Estaba al lado del hall y allí no había ni un alma. Lys comenzó a pensar que no había sido buena idea.

Debía reconocer, que su imaginación no tenía límites, y el hecho de tener tantas pesadillas, tampoco ayudaba a mantener la calma.

Con mucho sigilo para poder escuchar cualquier sonido, dio un par de pasos y se detuvo. Aquello no le estaba gustando nada, escuchaba algo, pero, no podía identificarlo. Podía venir de las plantas de arriba o de las de abajo, no estaba segura, y eso la estaba poniendo muy nerviosa.

La linterna se apagó. Lys se puso tan histérica que ni siquiera era capaz de volverla a encender. Apretó con tanta fuerza el botón del móvil que lo terminó apagando.

Instintivamente, pegó su espalda a la pared. Tenía la sensación de haber sido engullida por un agujero negro. No entraba ni un haz de luz por las puertas de cristal de los despachos.

El móvil se reinició, pero con los nervios, se le quedó la mente en blanco. No recordaba su pin, y no estaba como para hacer memoria. Se dio un pequeño golpe en la cabeza, como si necesitara resetear su cerebro.

El nerviosismo fue en aumento, después de meter un pin erróneo. Tan sólo le quedaban dos intentos antes de bloquearlo. Escuchó unos pasos y preguntó en voz baja: — ¿Hay alguien ahí? — Nadie contestó.

A Lys aquello no le gustó nada. Estaba segura de lo que había oído y se estaba poniendo mala. Le temblaban tanto las manos, que a punto estuvo de meter otro número en el dichoso móvil. Consiguió reiniciarlo, sin dejar de mirar todo lo que pasaba a su alrededor. Soltó el aire, cuando consiguió encender la maldita linterna.

El ruido de una bisagra, le puso el bello de punta y aligeró el paso. Aquel pasillo, era más largo que el de la película del resplandor y pareciera que no se acabara nunca.

Rebuscó en el bolso, un espray de pimienta que le consiguió Mario en uno de sus viajes. Si encontraba a alguien en su camino, lo pensaba fulminar. No estaba como para más tonterías.

Tanto dar vueltas sobre sí misma buscando el origen de los ruidos, la había desorientado. Ya no sabía, si los cuadros eléctricos estaban a la mitad o al final del pasillo.

«¡Mil veces he pasado por delante! — Pensó rabiosa. — Y ahora que los busco, no soy capaz de encontrarlos. ¡Maldita sea!»

Levantó la cabeza, como si necesitara ayuda divina, al bajarla, se encontró con una luz que salía de la salita de café.

— ¡Venga ya! No me lo puedo creer. Estoy haciendo el tonto.

Se acercó al despacho más cercano para comprobar que había luz. No pensaba contar aquella historia a nadie. Había hecho el ridículo, montándose una escena de cine de terror absurda.

Clicleo un par de veces para asegurarse. Todo siguió a oscuras y ella, estuvo a punto de tirarse al suelo y hacerse un ovillo hasta que alguien la encontrara. Aquello no era normal.

Su corazón iba tan rápido como sus estúpidas ideas. Su primer impulso fue salir corriendo de allí, pero lejos de huir, se quedó embobada. Intentaba buscar una explicación al destello luminoso.

Cual polilla sin cerebro, se acercó unos pasos a la salita. Si era un compañero, se iba a enterar, por asustarla.

Un nuevo ruido a su espalda, la hizo volverse. Aquello fue la gota que colmó el vaso y decidió salir de allí lo antes posible. Con su cuerpo muy pegado a la pared, retrocedió sobre sus pasos, sin quitarle ojo a la luz de la salita.

Intentaba respirar controladamente para que no la escucharan.  Una puerta se cerró y ella gritó asustada. No podía más, era peor que en sus pesadillas. Alguien se la estaba jugando, y cómo se lo echara a la cara, se le iban a quitar las ganas de gastar bromitas de ese tipo.

Una sombra, cruzó el haz de luz que salía de la salita y ella, salió corriendo en busca del guardia de seguridad sin mirar atrás.

Tenía el corazón a mil por hora, y escuchaba ruidos que procedían de todas partes. Salió por la puerta central, y bajó las escaleras corriendo en dirección a la entrada principal del edificio. Cruzó el recibidor y se metió en el pasillo de la derecha, donde se encontraba la sala de monitores.

Llamó a la puerta de forma atropellada, mientras no dejaba de mirar atrás. La sala estaba vacía y Lys, se puso en lo peor.  Esperaba que no le hubiera pasado nada. Por un instante, dudó entre llamar a la policía o abandonar el edificio hasta la hora de entrada.

Marcó en su móvil. Si les hubiera pasado algo a los guardias de seguridad, no se lo perdonaría nunca. En esos momentos, Tasio apareció, y a punto estuvo de abrazarlo.

Le conocía desde hacía años, y le contó angustiada, lo que había visto. Tasio no fue capaz de encontrarle sentido, pero al verla tan nerviosa, la invitó a acompañarle en su ronda para que se quedara tranquila.

Lys declinó la invitación, ya se sentía suficientemente estúpida después de contar aquella historia. No necesitaba comprobar nada. Prefería vivir en la ignorancia, y pensar que todo había sido fruto de su imaginación. De poco o nada le iba a servir certificar haber vivido un episodio paranormal. Bastante atemorizada vivía ya con aquellos sueños.

Le preguntó, si podría haber sido su compañero. Tasio le aseguró que su compañero estaba en la sexta planta haciendo su ronda.

Le animó a revisar las imágenes de las cámaras. Aquel hombre parecía tan seguro de que no había nadie que, Lys se dio cuenta de lo absurda que estaba resultando, y declinó hacerlo.

Tasio intentó quitarle hierro al asunto. Le aseguró que podría ser alguna lámpara de mesa. Los enchufes iban conectados a otro diferencial, y a veces, algún despistado se los dejaba encendidos.

Lys, sabía lo que había visto, pero no quiso contrariarle, se limitó a afirmar con la cabeza, en un desesperado intento de terminar con aquella historia. Comenzaba a sentirse completamente estúpida y ya no sabía que pensar.

Lys caminó a su lado sin decir nada. Tasio abrió el cuadro de luces y pudo observar como subía todos los diferenciales.

El hombre se ofreció a quedarse en el pasillo mientras ella trabajaba en su despacho. Lys declinó el ofrecimiento. En menos de quince minutos, la oficina se llenaría de gente yendo y viniendo de un lado para otro, en cuyo caso; lo único que la daría miedo, sería ver cruzar a Laura por la puerta de su despacho.

Tasio se despidió y le aseguró, que se pasaría de vez en cuando por allí. Pediría a su compañero, que controlara las cámaras.

Lys se lo agradeció y se puso a trabajar. Eso no significaba que no le fuera a estar dando vueltas toda la mañana. No estaba loca, sabía perfectamente lo que había visto y eso era lo peor de todo, de contarlo, nadie la creería.

La oficina no tardó en convertirse en un hervidero. Lys se dispuso a cerrar la puerta de su despacho- Tenía una montaña de documentos y necesitaba concentrarse en lo que estaba haciendo. Laura llegaría tarde como de costumbre, pero en cuanto lo hiciera, la tendría respirando en su cuello y pidiendo los expedientes revisados, y los contratos firmados.

Carmen y Silvia, se pararon a saludarla.

— ¡Joder nena! Qué mala cara tienes. ¿Estás bien? — Comentó Carmen

— ¡Gracias Reina! Yo también me alegro de verte.

— No te lo tomes a mal, pero he visto difuntos con mejor aspecto que el tuyo. Comentó Silvia, que no era muy amiga de andarse por las ramas.

— ¿En serio? ¿Tan mal estoy? Me he dado corrector de ojeras ¿No se nota? — Sus compañeras se encogieron de hombros y ella continuó. — He dormido mal esta semana. Sigo teniendo pesadillas y necesitaría descansar un poco más.

— ¡Te agobias demasiado! — Le dijo Carmen. — Si no le dieras tantas vueltas a las cosas, te iría mucho mejor.

— Es que Laura me tiene loca, hoy he venido media hora antes para sacar algo de trabajo. No te imaginas que susto me he llevado. Me ha parecido ver unas sombras en la salita de café. El guardia de seguridad, me miraba como si estuviera trastornada.

— ¡Es que estás para que te encierren! ¿A quién se le ocurre llegar antes a la oficina? Cuanto más trabajes, más trabajo te va a encasquetar. Con lo lista que pareces….

— Llevas razón. Laura me está apretando y por mucho que lo intento, hay días que no consigo terminar. Ayer salí media hora más tarde, por eso he venido antes, para no tenerla que aguantar toda la mañana.

— ¡Esa Cabrona disfruta torturando! ¡Espabila o vas a terminar mal! Ocupáis el mismo puesto, no dejes que siempre se salga con la suya. ¿Te pagan las horas extras? ¡No! ¿verdad? Pues deja de hacer el tonto. No te deslomes, que ella haga algo, o contratar más personal.

— ¡Cómo para contratar personal estamos! — Dijo Lys amargamente. — Laura me ha comentado que están barajando reducir la plantilla. Por eso, me empeño en sacar todos los proyectos y contratos posibles. No me gustaría que despidieran a nadie. Es una mala racha y no creo que dure mucho.

— A eso se le llama chantaje emocional, y creo que lo intenta con todo el mundo. Yo no pienso complicarme la vida, por mucho que te esfuerces, terminarán haciendo lo que les dé la gana. Prefiero hacerme respetar, de lo contrario no dejarán de apretarnos. — Respondió Silvia

— Si, ya sabemos todos lo respetable que eres. — Comentó Carmen, con cierta ironía.

— ¿Insinúas algo? — Silvia sabía por dónde iba y no le gustaba nada que se lo recordaran.

— ¡Qué susceptible, chica! Sólo intentaba decir que, tú también te has llevado el trabajo a casa. Si un jefe nos pide un favor… ¿No crees?

Silvia la miró de soslayo. No conseguía vislumbrar, si Carmen hablaba sinceramente o con segundas. Hacía mucho tiempo que tonteaba con el jefe, y sospechaba que no era la única. En cuanto consiguiera saber quién era la zorra que se andaba metiendo por medio, le pondría las cosas claras. Ella no iba a ser el postre de nadie.

— ¡Hay Carmen! Siempre tan locuaz. — Le dijo mirándola de refilón, para volverse hacía Lys. —  Si ves que no puedes conciliar el sueño, siempre puedes tomar alguna pastilla que te ayude. Con tantos adelantos médicos, no encuentro el empeño en sufrir. Te ahorrarías este tipo de episodios tan “extravagantes”. En fin. ¡Os dejo! Yo también tengo mucho trabajo.

La vieron alejarse por el pasillo contoneándose.

— No la soporto. Cada día me cae peor, se puede ser más bruja….

— No la tomes en serio, le gusta provocarte para que saltes, pero en el fondo, no es mala y lo sabes. Además, tú tampoco te quedas callada. Te has pasado y lo sabes.

— Acaba de insinuar que no trabajamos.

— ¡Perdona! ¡Será, que tú no trabajas! A mí me ha dicho que tengo muy buena reputación.

— ¡Encima ponte de su parte! ¿Es qué no te das cuenta? Se cree, que por cepillarse al jefe, se va a librar de que la despidan.

— ¿Con qué jefe está liada?

— No estoy segura, con lo promiscua que es…

— ¡Hay que ver cómo eres! Que haya salido con un compañero, no la convierte en promiscua.

— Eso es porque no la conoces bien.

— ¿Qué sabes tú, que yo no sé?

— Hace unos días estaba en el baño y entró ella, me quedé en silencio y la escuché hablar con alguien. Debieron de darle calabazas, porque la oí llorar.

 — ¡Pobrecilla!

 — Algún día, te darás cuenta de la mala leche que tiene “la pobrecilla”. Luego no digas que no te advertí.

— ¡Si mamá! — Le respondió con ironía. — ¿Nos vemos a la hora de comer?

Aquel día, nada más llegar a casa se quitó los zapatos y se fue derechita a la ducha. Mario le había mandado un mensaje avisando de que cenaría fuera. A veces, tenía la sensación de que la rehuía, pero estaba tan cansada que, casi se lo agradecía.

JUICIO LEVE DE FALTAS

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