4. CAPÍTULO
R |
espiró aliviada, al escuchar la voz del
joven que informaba:
—Un paquete para Mario Arranz.
Lys entornó los ojos, intentando concentrarse en aparentar
cierta serenidad. Se despegó de la pared y abrió la puerta para recoger el
dichoso paquete.
Mario llegó sobre las diez y con él la guerra fría. Podía
pasarse semanas sin hablarla. Como si nada le importara. Siempre era ella, la
que tenía que dar el paso y estaba un poco cansada de tanto reproche.
Lys andaba recogiendo la cocina, cuando apreció una sensación
extraña en su estómago.
«¡Ya estamos todos!» Pensó con cierta resignación.
Aquella angustia
contenida, solía detectar los problemas y en cuanto Mario entró por la puerta, se
había puesto en marcha. Decidió mantenerse alejada y dejar para otro momento la
conversación que tenían pendiente. De todas formas, Mario terminaría culpándola
de todo lo que pasaba entre ellos.
No es que le tuviera miedo, pero Mario, no era de los que
razonaban. Él tenía su particular visión de cómo eran las cosas, por mucho que
Lys intentara hacerle entrar en razón no lo conseguiría.
A veces, las más, le daban ganas de acabar con aquella
relación. Le amaba con locura, pero ella también necesitaba sentirse
correspondida.
Estaba tan encendida, que decidió darse una ducha. Acababa
de meterse en la bañera, cuando su estómago volvió a contraerse de forma
angustiosa. Parecía estar boicoteándose a sí misma. Se pasaba la vida
atemorizada por sus propios miedos y eso no era bueno.
Una amiga de universidad, le dijo que podría ser una especie
de “Don”, como si hubiera desarrollado un sexto sentido. Lys nunca lo creyó, ni
veía muertos ni podía predecir el futuro. De haberlo hecho, sería rica y no
tendría la vida tan jodida.
Había pensado pedir ayuda, pero ¿a quién? Los psicólogos que
le habían tratado de niña no la habían creído. A veces, incluso a ella le
costaba entenderlo.
No, no debía seguir
así, quedarse de brazos cruzados no arreglaría nada. Tenía que hacer algo,
antes de que terminara como su madre, convertida en un ser inerte, vacía y sin
voluntad.
En la oficina, tampoco encontraba su lugar. Estaba cansada
de su compañera Laura. En algún momento, tendría que dejar de hacer el tonto y
plantarle cara.
Lo primero que encontró al día siguiente, al entrar en su
despacho, fue una nota de la jefa de recursos humanos. No se lo podía creer. La
muy bruja había pedido que la sancionaran.
Lys estaba que echaba chispas. No pensaba dejarlo pasar.
Laura había tocado la tecla equivocada y ella sabía cómo devolverle la pelota.
Subió al despacho de la jefa de Recursos. Llamó a la puerta
y entró al escuchar ¡Adelante!
Ana llevaba en la empresa el tiempo suficiente, como para
conocerlas a las dos. No podía creer que se hubiera tomado en serio la
solicitud de Laura.
Al ver entrar a Lys con el folio en la mano, se recostó en
su butaca, dispuesta a escuchar su versión. No había entendido la solicitud de
Laura, pero dada la situación en la empresa, y la relación que está mantenía
con el jefe, no se había atrevido a contrariarla.
—¿Qué significa esto? ¿Me estás amenazando con una sanción?
—Sólo si tu versión, es la misma que me ha dado Laura.
—¡No me fastidies Ana! ¿Versión de qué? ¿De reventarme a
trabajar? Porque no tengo otra. El departamento está a tope y no puedo perder
el tiempo en estas gilipolleces. ¡Dime! ¿De qué me tengo que defender? Así
terminaremos antes.
Ana extendió un folio, para que Lys le pudiera echar un
vistazo. Una simple pasada a la lista que tenía delante, hizo que se la
pusieron los ojos como platos.
—¡Será …! —No quiso terminar la frase o confirmaría unos de
los puntos. —Partiendo de la base que la mitad de las tonterías aquí escritas
no son sancionables y que la otra mitad, se pueden confirmar con la tarjeta de
entrada. Te repito: ¿Vas a sancionarme por esto? ¿Me vas a suspender de empleo
y sueldo por unas acusaciones infundadas?
Porque si es así, no sé quién va a sacar el trabajo adelante. ¿Lo has
hablado con Jorge?
Ana movió la cabeza negativamente.
—¡Lys tengo que seguir el protocolo! Aunque crea que es
absurdo, soy yo la que tengo que dar explicaciones en la junta. A Jorge no le
he querido meter en esto. Mucho me temo, que te llevarías una sorpresa y no muy
agradable. ¡Créeme!
—Yo no estaría tan segura de eso, pero eso da igual. ¡Haz lo
que tengas que hacer! Pero no me llames a tu despacho para hacerme perder el
tiempo. Esta lista describe su incompetencia y sus malos modos, no los míos.
¿Sabes por qué? Porque cuando me defienda, parezca que la estoy atacando con
una burda mentira. No tengo que defenderme por hacer bien mi trabajo. ¡Allá tú,
si quieres sancionarme! Yo sé perfectamente lo que tengo que hacer. Espero, que
tú también lo sepas.
Lys salió del despacho muy enfadada. Estaba dispuesta a no
pasarle ni una, a partir de ese mismo instante. Ella no había iniciado la
guerra, pero si la podía terminar.
Lys miró a su alrededor, sin saber que estaba haciendo.
Aquello no iba a arreglar nada. Cogió el abrigo y se lo puso, estaba a punto de
irse, cuando Ángel salió a buscarla.
Elegir al psicólogo a
través de internet, no había sido la mejor de sus ideas. Había decidido pedir
ayuda para no dejarse llevar por la rabia. Laura se la había jugado y estaba
tan furiosa que le costaba alejarla de sus pensamientos.
Tras los saludos de cortesía, Ángel comenzó a rellenar una
ficha con sus datos personales.
El nerviosismo de Lys era evidente y no le pasó inadvertido.
Intentó romper el hielo con preguntas rutinarias, pero Lys estaba en alerta. No
era la primera vez que acudía a un psicólogo, lejos de calmarse, se revolvía en
su butaca con cada pregunta.
—¿Qué es lo que te ha atraído hasta mi consulta? —Le preguntó
Ángel de forma directa, al ver que ella, no era capaz de expresarlo.
—La verdad es que soy bastante normal.
—Todos lo somos. Que estés aquí, no implica lo contrario.
—¡Lo sé! Me cuesta mucho hablar de ello.
—¡Inténtalo! Ya que estás aquí…
—Estoy algo preocupada. Hace semanas que no descanso bien,
tengo pesadillas y me cuesta dormir. No sé, si es por estrés en el trabajo, por
mis diferencias con mi pareja o…. —Hizo un silencio, mientras pensaba como
continuar. —Me siento un poco confusa, agotada, incapaz de llegar a todo…
—¡Entiendo! ¿Puedes delegar parte del trabajo en otras
personas?
—Me gustaría, pero no.
—¿Es la primera vez que acudes a un especialista?
—De niña visité a una psicóloga y a un psiquiatra. No es que
me cambiaran la vida, pero imagino, que algo tuvo que ayudarme a superar lo
sucedido.
—¿Qué te ocurrió?
—Perdí a mis padres, pero eso, ya está superado. No me
apetece volver al pasado. Tan sólo me gustaría canalizar mi energía y encontrar
aquello que me está produciendo tanta angustia Intento ver las cosas desde
todos los puntos de vista, pero a veces… No sé, parece que todo está en mi
contra y me revuelvo de tal forma que al final todo se complica.
—¿Has tenido problemas de autocontrol?
—¡Depende de lo que entiendas por autocontrol! Si fuese
sincera terminaría en un manicomio con una camisa de fuerza. No me interpretes
mal, no soy una persona agresiva, si es a lo que te refieres. Nunca he agredido
ni verbal ni físicamente a nadie, pero a veces me cuesta evitar ciertas cosas….
Lys, comenzó a dar vueltas al anillo que llevaba en la mano,
y no fue capaz de seguir. Se sentía completamente estúpida contándole a un
desconocido sus pensamientos más íntimos.
—¿Qué es lo que te cuesta evitar?
Lys levantó la vista del anillo y lo miró a los ojos.
—Me preocupa que a la gente que tengo a mi alrededor le
pasen cosas malas. Situaciones que de antemano he podido pensar o desear por
una discusión o una traición. ¿Entiendes lo que quiero decir? Porque sinceramente,
dicho en voz alta resulta más absurdo que en mi cerebro.
—No es absurdo. Cuando ocurre una desgracia o una pérdida,
solemos auto culparnos de alguna manera. Podemos llegar a pensar que nuestra
presencia podría haberlo evitado, aunque en nuestro fuero interno, seamos
conscientes de que eso es imposible. Si supiéramos que hacer para evitarlo, no
hubiera tenido lugar la tragedia. ¿Crees que de haber obviado ese mal
pensamiento, podrías haber conseguido que las cosas fueran diferentes? Yo creo
que sabes la respuesta, ¿verdad?
—No estoy segura. Yo suelo intuirlo. Son precisamente esas
intuiciones, las que me traen por la calle de la amargura. Me plantean serios
problemas en mi día a día, produciéndome inseguridad y miedo. Un miedo con el
que vivo desde hace mucho tiempo.
—¿Cómo son esas intuiciones?
—No soy vidente, si eso es lo que quieres saber. Tan sólo,
se basan en sensaciones, sensaciones que te llevan a pensar en los problemas
que te puede causar algo o alguien. Poco tiempo, ese pensamiento se plasma en
alguna discusión, conflicto o desgracia. Lo que me hace sentirme mal conmigo
misma, por no haber sido capaz de pararlo, aun sabiendo las consecuencias que
me acarrearía.
—Si lo he entendido bien, más que una intuición, es una
sensación. Es como esa madre, que ve al niño dando saltos en el sofá y le
advierte de que puede dar un mal paso y caerse al suelo. ¿Entiendes por dónde
quiero ir?
—Sí, no es la primera vez que lo escucho, pero no es eso. Es
algo más complicado de entender. Ni siquiera yo lo entiendo a veces… Quizás por
eso, me atemoriza. No sé cómo pararlo. No tengo claro lo que va ocurrir y entro
en pánico. Es una sensación horrible y, sólo dejo de tenerla cuando tiene lugar
el suceso.
—Es la primera sesión, seguiremos hablando de ello más
adelante, si ahora no te sientes cómoda. —Lys hizo un gesto afirmativo y Ángel
cambió de tema. —Me has dicho que no duermes bien por las pesadillas. ¿Cómo son?
—A veces, no me puedo mover y siento que hay alguien a mi
alrededor observándome, lo que me produce muchísima angustia y miedo.
—¿Todos los sueños son iguales?
—No, a otras ocasiones me persiguen y no puedo avanzar, como
si mi cuerpo pesara toneladas.
—¡Vaya!
—¿Es malo?
—No, ni bueno ni malo, sólo curioso. Necesitaremos más
sesiones para conseguir un diagnóstico, sobre los posibles problemas que te pueden
estar afectando. ¿Cuántas horas duermes normalmente?
—Cuatro o cinco horas, a veces incluso menos. Cuando me
despierto de una pesadilla, el estado de angustia es tan fuerte que no consigo volverme
a dormir. Termino por levantarme enfadada y muy frustrada conmigo misma. Creo
que el agotamiento me está llevando a tener alucinaciones.
—¿Alucinaciones?
—Quizás, no sea esa la palabra más adecuada. En realidad,
sólo me pareció ver una luz en uno de los pasillos de la oficina, además de
alguna sombra que otra. El guardia de seguridad me dijo que había sido la
primera en llegar y que eso era completamente imposible. No sólo me asusté,
también me dio muchísima vergüenza. Es la razón por la que te pedí una
consulta. No quiero que piensen que estoy perdiendo la cabeza.
—En ocasiones, la sugestión consigue engañar al cerebro. Es
algo que le puede pasar a cualquiera. Eso no te convierte en una persona con
problemas mentales. Trabajaremos sobre tus miedos e inseguridad. Pueden
desarrollarse en la infancia o en la madurez. El simple hecho de que hayas
buscado ayuda, ya dice mucho de tu buena salud mental.
—Gracias. Tenía mucho miedo. No sabía cómo iban a ser las
sesiones y, si tú me ibas a tomar en serio.
—Mi trabajo consiste en tomarme en serio a los pacientes y
sobre todo, ayudarles a superar sus miedos, fobias o estados de ánimo.
—Creo que te voy a dar mucho trabajo.
Ángel sonrió y continuó con su cuestionario.
—¿Qué comenzó antes, las sensaciones o las pesadillas?
—Siempre he tenido esas sensaciones, pero, es verdad que
hacía mucho tiempo que no eran tan fuertes. Aparecen y desaparecen sin avisar.
No sé cómo evitarlas, pero me gustaría que me ayudaras a conseguirlo, condicionan
mi vida y me condicionan a mí a la hora de tomar decisiones.
—¿Por el miedo?
—¡Sí! Me aterran los conflictos y más sus consecuencias. Lo
que empieza como una simple discusión, puede terminar...
Lys se quedó callada. Pensando en todas las discusiones absurdas
que su padre provocara cada vez que le faltaba dinero para sus vicios. Era su
forma de justificar las palizas que daba a su madre.
—¿Quieres que hablemos sobre ellos? —Intervino Ángel, al
verla tan pensativa.
—Hoy no, además, si ese reloj va bien, creo que me he pasado
cinco minutos.
Ángel le dijo que no se preocupara por el tiempo, pero Lys
no tenía muchas fuerzas para abordar ese capítulo de su vida.
Salió de la consulta pensativa y algo melancólica. Volver al
pasado siempre abría las heridas. Se dirigió a su casa bastante desganada. Volver
a la guerra fría con Mario, tampoco es que le apeteciera mucho.
«¿En qué momento, su vida se había puesto patas arriba?» Pensó,
mientras paseaba por unas calles repletas de gente a pesar del frío. Quedaba casi
un mes para las Navidades y parecía que todo el mundo se hubiera vuelto loco
por comprar.
Se quitó los zapatos nada más entrar por la puerta. Sentía
que sus pies estaban tan prisioneros como ella. Se cambió de ropa y se dirigió
a la cocina para preparar la cena.
No sabía nada de Mario, pero no pensaba llamarlo. Mejor
darle algo de espacio, con un poco de suerte, en un par de semanas ni siquiera
sabrían porque se habían enfadado.
Cenó temprano y se metió pronto en la cama. Unas de las
directrices de Ángel, consistía en generar una rutina diaria a la hora de irse
a dormir. Las sesiones no eran precisamente baratas y más le valdría seguir sus
consejos.
Estaba leyendo un libro, cuando escuchó un siseo, como si
alguien la mandara callar. Agudizó el oído y tan sólo escuchó la cisterna del
vecino. Aquellas casas tenían las paredes de papel.
Volvió a concentrarse en su lectura y la lamparilla osciló
ligeramente. Lys, no pudo evitar sentirse algo incómoda. Se levantó de la cama
para cerciorarse que la bombilla estaba bien apretada. No recordaba cuando fue
la última vez que las cambiaron y podían estar a punto de fundirse.
Se estaba acomodando el cojín, cuando el siseo se hizo más intenso.
Lys se giró rápidamente, pero no fue capaz de identificar de dónde provenía.
Aquello no le estaba gustando nada. Cogió una de sus zapatillas, era lo único
que tenía a mano y se levantó de la cama con ella en alto.
No fuera a ser que, en vez de un problema de tuberías,
tuviera uno de intrusos.
Llamó en voz alta a Mario, por si hubiera llegado a casa. No
había escuchado la puerta, pero necesitaba descartar opciones. Además, si era
un intruso, era la mejor forma de dejarle claro que esperaba a alguien.
La bombilla volvió a
oscilar, quedándose unos segundos completamente a oscuras. Se abalanzó sobre el
interruptor de la entrada y encendió la lámpara del techo. No estaba para
coñas.
Se asomó al pasillo con la zapatilla en la espalda. Todo
estaba a oscuras y la puerta de la calle parecía cerrada. Lejos de tranquilizarse,
se inquietó aún más. Aunque no estuviera segura de la razón.
Encendió la luz del pasillo y fue registrando habitación por
habitación. A simple vista, todo estaba en orden. No había nada ni nadie en la
casa. Por si las moscas, en la cocina cogió un rodillo. Le pareció más
contundente que su zapatilla de peluche.
Volvió a escuchar el siseo y respiró hondo. Se aferró a su
rodillo de madera y se asomó con mucho cuidado al pasillo. Tenía miedo a salir
de allí y que la dieran un golpe.
El siseo se escuchó más fuerte y Lys se quejó en voz baja. —¿Es
que no voy a tener un día tranquilo? —Salió pegando su espalda a la pared. Por
alguna estúpida razón, se sentía más segura.
Volvió a dirigir su mirada hacía la puerta de la casa. Ya
fuera por el miedo o por la angustia vivida en días anteriores, aquella puerta
era de todo menos segura.
Apenas había recorrido un par de pasos, cuando la puerta de
la cocina se cerró de golpe. Lys salió corriendo y se metió en el salón,
cerrando la puerta tras de sí. Con el aliento entrecortado se apoyó en ella.
Emplearía todas sus fuerzas para evitar que alguien pudiera entrar.
Esperó en silencio a que sucediera algo, pero por más que
agudizaba su oído, no escuchó nada. No apareció nadie y Lys comenzó a sentirse completamente
idiota.
Agarró el pomo de la puerta con sumo cuidado, no quería
hacer ruido. Según iba abriendo, la puerta iba chirriando y Lys puso los ojos
en blanco.
«¿Cómo puedes ser tan torpe?» Pensó indignada.
Salió al pasillo y miró a su alrededor. Todo parecía estar
bien. Quizás, la oscilación de las bombillas hubiera producido el siseo.
«Es absurdo asustarse así». Razonó, sin perder de vista todo
lo que ocurría a su alrededor.
No había descansado muy bien y probablemente estuviera sufriendo
algún tipo de confusión, producido por el estrés. Se estaba dejando llevar por
la sugestión y eso no la iba a ayudar. En algún momento, tendría que descansar
o seguiría metida en un bucle sin salida.
Cuando iba por la mitad del pasillo, las luces se apagaron.
Lys buscó la pared desesperadamente. No estaba segura de haber girado y
comenzaba a perder la perspectiva de donde se encontraba.
Completamente desorientada, no sabía hacía donde dirigirse.
Iba con las manos extendidas en busca de una pared, una puerta, algo que
pudiera identificar para darle alguna pista de donde se encontraba exactamente.
Se sintió perdida y angustiada. El corazón comenzó a latir
tan rápido que parecía quererse aliar con lo que fuera que la estaba
torturando.
Histérica, sin saber qué hacer, terminó acurrucándose en el
primer rincón que se encontró. Estaba desbordada, no entendía que era lo que
estaba pasando y comenzó a llorar.
Llamaron insistentemente a la puerta y Lys se quedó en
silencio, haciendo pucheros como una niña.
—¡Lys, Lys! ¡Soy Lara, la vecina! ¿Me oyes? Nos hemos
quedado sin Luz ¿Tú tienes?
—¡No! —Le contestó Lys, restregándose los mocos con las
manos.
—¿Estás bien? ¿Necesitas velas o algo hasta que vuelva?
—¡No gracias! estoy algo resfriada, eso es todo. Voy a ver
si encuentro el móvil o algún mechero para ver por donde ando.
Apenas terminó la conversación, volvió la luz. Lys se levantó
corriendo en dirección a la cocina para buscar las velas. No quería volver a
quedarse a oscuras.
Al entrar, lo primero que vio fue la ventana abierta de par
en par. Siempre se le olvidaba apretarla bien.
Todo había sido fruto del aire, el siseo, el portazo….
muy bueno el capitulo 4
ResponderEliminarsaludos!!!