12 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 4

 

4. CAPÍTULO

R

espiró aliviada, al escuchar la voz del joven que informaba:

—Un paquete para Mario Arranz.

Lys entornó los ojos, intentando concentrarse en aparentar cierta serenidad. Se despegó de la pared y abrió la puerta para recoger el dichoso paquete.

 

Mario llegó sobre las diez y con él la guerra fría. Podía pasarse semanas sin hablarla. Como si nada le importara. Siempre era ella, la que tenía que dar el paso y estaba un poco cansada de tanto reproche.

Lys andaba recogiendo la cocina, cuando apreció una sensación extraña en su estómago.

«¡Ya estamos todos!» Pensó con cierta resignación.

 Aquella angustia contenida, solía detectar los problemas y en cuanto Mario entró por la puerta, se había puesto en marcha. Decidió mantenerse alejada y dejar para otro momento la conversación que tenían pendiente. De todas formas, Mario terminaría culpándola de todo lo que pasaba entre ellos.   

No es que le tuviera miedo, pero Mario, no era de los que razonaban. Él tenía su particular visión de cómo eran las cosas, por mucho que Lys intentara hacerle entrar en razón no lo conseguiría.

A veces, las más, le daban ganas de acabar con aquella relación. Le amaba con locura, pero ella también necesitaba sentirse correspondida.

Estaba tan encendida, que decidió darse una ducha. Acababa de meterse en la bañera, cuando su estómago volvió a contraerse de forma angustiosa. Parecía estar boicoteándose a sí misma. Se pasaba la vida atemorizada por sus propios miedos y eso no era bueno.

Una amiga de universidad, le dijo que podría ser una especie de “Don”, como si hubiera desarrollado un sexto sentido. Lys nunca lo creyó, ni veía muertos ni podía predecir el futuro. De haberlo hecho, sería rica y no tendría la vida tan jodida.

Había pensado pedir ayuda, pero ¿a quién? Los psicólogos que le habían tratado de niña no la habían creído. A veces, incluso a ella le costaba entenderlo.

 No, no debía seguir así, quedarse de brazos cruzados no arreglaría nada. Tenía que hacer algo, antes de que terminara como su madre, convertida en un ser inerte, vacía y sin voluntad.

 

En la oficina, tampoco encontraba su lugar. Estaba cansada de su compañera Laura. En algún momento, tendría que dejar de hacer el tonto y plantarle cara.

Lo primero que encontró al día siguiente, al entrar en su despacho, fue una nota de la jefa de recursos humanos. No se lo podía creer. La muy bruja había pedido que la sancionaran.

Lys estaba que echaba chispas. No pensaba dejarlo pasar. Laura había tocado la tecla equivocada y ella sabía cómo devolverle la pelota.

Subió al despacho de la jefa de Recursos. Llamó a la puerta y entró al escuchar ¡Adelante!

Ana llevaba en la empresa el tiempo suficiente, como para conocerlas a las dos. No podía creer que se hubiera tomado en serio la solicitud de Laura.

Al ver entrar a Lys con el folio en la mano, se recostó en su butaca, dispuesta a escuchar su versión. No había entendido la solicitud de Laura, pero dada la situación en la empresa, y la relación que está mantenía con el jefe, no se había atrevido a contrariarla.

—¿Qué significa esto? ¿Me estás amenazando con una sanción?

—Sólo si tu versión, es la misma que me ha dado Laura.

—¡No me fastidies Ana! ¿Versión de qué? ¿De reventarme a trabajar? Porque no tengo otra. El departamento está a tope y no puedo perder el tiempo en estas gilipolleces. ¡Dime! ¿De qué me tengo que defender? Así terminaremos antes.

Ana extendió un folio, para que Lys le pudiera echar un vistazo. Una simple pasada a la lista que tenía delante, hizo que se la pusieron los ojos como platos.

—¡Será …! —No quiso terminar la frase o confirmaría unos de los puntos. —Partiendo de la base que la mitad de las tonterías aquí escritas no son sancionables y que la otra mitad, se pueden confirmar con la tarjeta de entrada. Te repito: ¿Vas a sancionarme por esto? ¿Me vas a suspender de empleo y sueldo por unas acusaciones infundadas?  Porque si es así, no sé quién va a sacar el trabajo adelante. ¿Lo has hablado con Jorge?

Ana movió la cabeza negativamente.

—¡Lys tengo que seguir el protocolo! Aunque crea que es absurdo, soy yo la que tengo que dar explicaciones en la junta. A Jorge no le he querido meter en esto. Mucho me temo, que te llevarías una sorpresa y no muy agradable. ¡Créeme!

—Yo no estaría tan segura de eso, pero eso da igual. ¡Haz lo que tengas que hacer! Pero no me llames a tu despacho para hacerme perder el tiempo. Esta lista describe su incompetencia y sus malos modos, no los míos. ¿Sabes por qué? Porque cuando me defienda, parezca que la estoy atacando con una burda mentira. No tengo que defenderme por hacer bien mi trabajo. ¡Allá tú, si quieres sancionarme! Yo sé perfectamente lo que tengo que hacer. Espero, que tú también lo sepas.

Lys salió del despacho muy enfadada. Estaba dispuesta a no pasarle ni una, a partir de ese mismo instante. Ella no había iniciado la guerra, pero si la podía terminar.

 

 

Lys miró a su alrededor, sin saber que estaba haciendo. Aquello no iba a arreglar nada. Cogió el abrigo y se lo puso, estaba a punto de irse, cuando Ángel salió a buscarla.

 Elegir al psicólogo a través de internet, no había sido la mejor de sus ideas. Había decidido pedir ayuda para no dejarse llevar por la rabia. Laura se la había jugado y estaba tan furiosa que le costaba alejarla de sus pensamientos.

Tras los saludos de cortesía, Ángel comenzó a rellenar una ficha con sus datos personales.

El nerviosismo de Lys era evidente y no le pasó inadvertido. Intentó romper el hielo con preguntas rutinarias, pero Lys estaba en alerta. No era la primera vez que acudía a un psicólogo, lejos de calmarse, se revolvía en su butaca con cada pregunta.

—¿Qué es lo que te ha atraído hasta mi consulta? —Le preguntó Ángel de forma directa, al ver que ella, no era capaz de expresarlo.

—La verdad es que soy bastante normal.

—Todos lo somos. Que estés aquí, no implica lo contrario.

—¡Lo sé! Me cuesta mucho hablar de ello.

—¡Inténtalo! Ya que estás aquí…  

—Estoy algo preocupada. Hace semanas que no descanso bien, tengo pesadillas y me cuesta dormir. No sé, si es por estrés en el trabajo, por mis diferencias con mi pareja o…. —Hizo un silencio, mientras pensaba como continuar. —Me siento un poco confusa, agotada, incapaz de llegar a todo…

—¡Entiendo! ¿Puedes delegar parte del trabajo en otras personas?

—Me gustaría, pero no.

—¿Es la primera vez que acudes a un especialista?

—De niña visité a una psicóloga y a un psiquiatra. No es que me cambiaran la vida, pero imagino, que algo tuvo que ayudarme a superar lo sucedido.

—¿Qué te ocurrió?

—Perdí a mis padres, pero eso, ya está superado. No me apetece volver al pasado. Tan sólo me gustaría canalizar mi energía y encontrar aquello que me está produciendo tanta angustia Intento ver las cosas desde todos los puntos de vista, pero a veces… No sé, parece que todo está en mi contra y me revuelvo de tal forma que al final todo se complica.

—¿Has tenido problemas de autocontrol?

—¡Depende de lo que entiendas por autocontrol! Si fuese sincera terminaría en un manicomio con una camisa de fuerza. No me interpretes mal, no soy una persona agresiva, si es a lo que te refieres. Nunca he agredido ni verbal ni físicamente a nadie, pero a veces me cuesta evitar ciertas cosas….

Lys, comenzó a dar vueltas al anillo que llevaba en la mano, y no fue capaz de seguir. Se sentía completamente estúpida contándole a un desconocido sus pensamientos más íntimos.

—¿Qué es lo que te cuesta evitar?

Lys levantó la vista del anillo y lo miró a los ojos.

—Me preocupa que a la gente que tengo a mi alrededor le pasen cosas malas. Situaciones que de antemano he podido pensar o desear por una discusión o una traición. ¿Entiendes lo que quiero decir? Porque sinceramente, dicho en voz alta resulta más absurdo que en mi cerebro.

—No es absurdo. Cuando ocurre una desgracia o una pérdida, solemos auto culparnos de alguna manera. Podemos llegar a pensar que nuestra presencia podría haberlo evitado, aunque en nuestro fuero interno, seamos conscientes de que eso es imposible. Si supiéramos que hacer para evitarlo, no hubiera tenido lugar la tragedia. ¿Crees que de haber obviado ese mal pensamiento, podrías haber conseguido que las cosas fueran diferentes? Yo creo que sabes la respuesta, ¿verdad?

—No estoy segura. Yo suelo intuirlo. Son precisamente esas intuiciones, las que me traen por la calle de la amargura. Me plantean serios problemas en mi día a día, produciéndome inseguridad y miedo. Un miedo con el que vivo desde hace mucho tiempo.

—¿Cómo son esas intuiciones?

—No soy vidente, si eso es lo que quieres saber. Tan sólo, se basan en sensaciones, sensaciones que te llevan a pensar en los problemas que te puede causar algo o alguien. Poco tiempo, ese pensamiento se plasma en alguna discusión, conflicto o desgracia. Lo que me hace sentirme mal conmigo misma, por no haber sido capaz de pararlo, aun sabiendo las consecuencias que me acarrearía.

—Si lo he entendido bien, más que una intuición, es una sensación. Es como esa madre, que ve al niño dando saltos en el sofá y le advierte de que puede dar un mal paso y caerse al suelo. ¿Entiendes por dónde quiero ir?

—Sí, no es la primera vez que lo escucho, pero no es eso. Es algo más complicado de entender. Ni siquiera yo lo entiendo a veces… Quizás por eso, me atemoriza. No sé cómo pararlo. No tengo claro lo que va ocurrir y entro en pánico. Es una sensación horrible y, sólo dejo de tenerla cuando tiene lugar el suceso.

—Es la primera sesión, seguiremos hablando de ello más adelante, si ahora no te sientes cómoda. —Lys hizo un gesto afirmativo y Ángel cambió de tema. —Me has dicho que no duermes bien por las pesadillas. ¿Cómo son?

—A veces, no me puedo mover y siento que hay alguien a mi alrededor observándome, lo que me produce muchísima angustia y miedo.

—¿Todos los sueños son iguales?

—No, a otras ocasiones me persiguen y no puedo avanzar, como si mi cuerpo pesara toneladas.

—¡Vaya!

—¿Es malo?

—No, ni bueno ni malo, sólo curioso. Necesitaremos más sesiones para conseguir un diagnóstico, sobre los posibles problemas que te pueden estar afectando. ¿Cuántas horas duermes normalmente?

—Cuatro o cinco horas, a veces incluso menos. Cuando me despierto de una pesadilla, el estado de angustia es tan fuerte que no consigo volverme a dormir. Termino por levantarme enfadada y muy frustrada conmigo misma. Creo que el agotamiento me está llevando a tener alucinaciones.

—¿Alucinaciones?

—Quizás, no sea esa la palabra más adecuada. En realidad, sólo me pareció ver una luz en uno de los pasillos de la oficina, además de alguna sombra que otra. El guardia de seguridad me dijo que había sido la primera en llegar y que eso era completamente imposible. No sólo me asusté, también me dio muchísima vergüenza. Es la razón por la que te pedí una consulta. No quiero que piensen que estoy perdiendo la cabeza.

—En ocasiones, la sugestión consigue engañar al cerebro. Es algo que le puede pasar a cualquiera. Eso no te convierte en una persona con problemas mentales. Trabajaremos sobre tus miedos e inseguridad. Pueden desarrollarse en la infancia o en la madurez. El simple hecho de que hayas buscado ayuda, ya dice mucho de tu buena salud mental.

—Gracias. Tenía mucho miedo. No sabía cómo iban a ser las sesiones y, si tú me ibas a tomar en serio.

—Mi trabajo consiste en tomarme en serio a los pacientes y sobre todo, ayudarles a superar sus miedos, fobias o estados de ánimo.

—Creo que te voy a dar mucho trabajo.

Ángel sonrió y continuó con su cuestionario.

—¿Qué comenzó antes, las sensaciones o las pesadillas?

—Siempre he tenido esas sensaciones, pero, es verdad que hacía mucho tiempo que no eran tan fuertes. Aparecen y desaparecen sin avisar. No sé cómo evitarlas, pero me gustaría que me ayudaras a conseguirlo, condicionan mi vida y me condicionan a mí a la hora de tomar decisiones.

—¿Por el miedo?

—¡Sí! Me aterran los conflictos y más sus consecuencias. Lo que empieza como una simple discusión, puede terminar...

Lys se quedó callada. Pensando en todas las discusiones absurdas que su padre provocara cada vez que le faltaba dinero para sus vicios. Era su forma de justificar las palizas que daba a su madre.

—¿Quieres que hablemos sobre ellos? —Intervino Ángel, al verla tan pensativa.

—Hoy no, además, si ese reloj va bien, creo que me he pasado cinco minutos.

Ángel le dijo que no se preocupara por el tiempo, pero Lys no tenía muchas fuerzas para abordar ese capítulo de su vida.

Salió de la consulta pensativa y algo melancólica. Volver al pasado siempre abría las heridas. Se dirigió a su casa bastante desganada. Volver a la guerra fría con Mario, tampoco es que le apeteciera mucho.

«¿En qué momento, su vida se había puesto patas arriba?» Pensó, mientras paseaba por unas calles repletas de gente a pesar del frío. Quedaba casi un mes para las Navidades y parecía que todo el mundo se hubiera vuelto loco por comprar.

 

Se quitó los zapatos nada más entrar por la puerta. Sentía que sus pies estaban tan prisioneros como ella. Se cambió de ropa y se dirigió a la cocina para preparar la cena.

No sabía nada de Mario, pero no pensaba llamarlo. Mejor darle algo de espacio, con un poco de suerte, en un par de semanas ni siquiera sabrían porque se habían enfadado.

Cenó temprano y se metió pronto en la cama. Unas de las directrices de Ángel, consistía en generar una rutina diaria a la hora de irse a dormir. Las sesiones no eran precisamente baratas y más le valdría seguir sus consejos.

Estaba leyendo un libro, cuando escuchó un siseo, como si alguien la mandara callar. Agudizó el oído y tan sólo escuchó la cisterna del vecino. Aquellas casas tenían las paredes de papel.

Volvió a concentrarse en su lectura y la lamparilla osciló ligeramente. Lys, no pudo evitar sentirse algo incómoda. Se levantó de la cama para cerciorarse que la bombilla estaba bien apretada. No recordaba cuando fue la última vez que las cambiaron y podían estar a punto de fundirse.

Se estaba acomodando el cojín, cuando el siseo se hizo más intenso. Lys se giró rápidamente, pero no fue capaz de identificar de dónde provenía. Aquello no le estaba gustando nada. Cogió una de sus zapatillas, era lo único que tenía a mano y se levantó de la cama con ella en alto.

No fuera a ser que, en vez de un problema de tuberías, tuviera uno de intrusos.

Llamó en voz alta a Mario, por si hubiera llegado a casa. No había escuchado la puerta, pero necesitaba descartar opciones. Además, si era un intruso, era la mejor forma de dejarle claro que esperaba a alguien.

 La bombilla volvió a oscilar, quedándose unos segundos completamente a oscuras. Se abalanzó sobre el interruptor de la entrada y encendió la lámpara del techo. No estaba para coñas.

Se asomó al pasillo con la zapatilla en la espalda. Todo estaba a oscuras y la puerta de la calle parecía cerrada. Lejos de tranquilizarse, se inquietó aún más. Aunque no estuviera segura de la razón.

Encendió la luz del pasillo y fue registrando habitación por habitación. A simple vista, todo estaba en orden. No había nada ni nadie en la casa. Por si las moscas, en la cocina cogió un rodillo. Le pareció más contundente que su zapatilla de peluche.

Volvió a escuchar el siseo y respiró hondo. Se aferró a su rodillo de madera y se asomó con mucho cuidado al pasillo. Tenía miedo a salir de allí y que la dieran un golpe.

El siseo se escuchó más fuerte y Lys se quejó en voz baja. —¿Es que no voy a tener un día tranquilo? —Salió pegando su espalda a la pared. Por alguna estúpida razón, se sentía más segura.

Volvió a dirigir su mirada hacía la puerta de la casa. Ya fuera por el miedo o por la angustia vivida en días anteriores, aquella puerta era de todo menos segura.

Apenas había recorrido un par de pasos, cuando la puerta de la cocina se cerró de golpe. Lys salió corriendo y se metió en el salón, cerrando la puerta tras de sí. Con el aliento entrecortado se apoyó en ella. Emplearía todas sus fuerzas para evitar que alguien pudiera entrar.

Esperó en silencio a que sucediera algo, pero por más que agudizaba su oído, no escuchó nada. No apareció nadie y Lys comenzó a sentirse completamente idiota.

Agarró el pomo de la puerta con sumo cuidado, no quería hacer ruido. Según iba abriendo, la puerta iba chirriando y Lys puso los ojos en blanco.

«¿Cómo puedes ser tan torpe?» Pensó indignada.

Salió al pasillo y miró a su alrededor. Todo parecía estar bien. Quizás, la oscilación de las bombillas hubiera producido el siseo.

«Es absurdo asustarse así». Razonó, sin perder de vista todo lo que ocurría a su alrededor.

No había descansado muy bien y probablemente estuviera sufriendo algún tipo de confusión, producido por el estrés. Se estaba dejando llevar por la sugestión y eso no la iba a ayudar. En algún momento, tendría que descansar o seguiría metida en un bucle sin salida.

Cuando iba por la mitad del pasillo, las luces se apagaron. Lys buscó la pared desesperadamente. No estaba segura de haber girado y comenzaba a perder la perspectiva de donde se encontraba.

Completamente desorientada, no sabía hacía donde dirigirse. Iba con las manos extendidas en busca de una pared, una puerta, algo que pudiera identificar para darle alguna pista de donde se encontraba exactamente.

Se sintió perdida y angustiada. El corazón comenzó a latir tan rápido que parecía quererse aliar con lo que fuera que la estaba torturando.

Histérica, sin saber qué hacer, terminó acurrucándose en el primer rincón que se encontró. Estaba desbordada, no entendía que era lo que estaba pasando y comenzó a llorar.

Llamaron insistentemente a la puerta y Lys se quedó en silencio, haciendo pucheros como una niña.

—¡Lys, Lys! ¡Soy Lara, la vecina! ¿Me oyes? Nos hemos quedado sin Luz ¿Tú tienes?

—¡No! —Le contestó Lys, restregándose los mocos con las manos.

—¿Estás bien? ¿Necesitas velas o algo hasta que vuelva?

—¡No gracias! estoy algo resfriada, eso es todo. Voy a ver si encuentro el móvil o algún mechero para ver por donde ando.

Apenas terminó la conversación, volvió la luz. Lys se levantó corriendo en dirección a la cocina para buscar las velas. No quería volver a quedarse a oscuras.

Al entrar, lo primero que vio fue la ventana abierta de par en par. Siempre se le olvidaba apretarla bien.

Todo había sido fruto del aire, el siseo, el portazo….









1 comentario:

JUICIO LEVE DE FALTAS

  VECTOR PORTAL Como ya os conté, Manuela tuvo un brote y, en plan chungo, me dejo claro que no era su vecina favorita y que, en cuanto me d...