20 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 6


6. CAPÍTULO

C

ada lunes ocurría lo mismo. Pareciera que no descansaran, ni en fin de semana.

Nada más llegar, le comentaron que alguien había tenido acceso a la lista negra de los despidos. Por supuesto, nadie podía afirmar quien había sido el iluminado. Tan solo, juraban y perjuraban que la fuente era de lo más fiable, ya que lo había filtrado alguien de arriba.

Lys no estaba muy segura de sí se referían al jefe o al santísimo. En realidad, le importaba un bledo de donde procediera, porque estaba segura de que sería una burda mentira.

Eso sí, en los corrillos ya se hacían apuestas. Los más osados, daban por hecho “quién o quiénes” terminarían siendo los elegidos para abandonar la empresa. Abriendo una guerra sin cuartel entre los departamentos que estaban dispuestos a demostrar su valor dentro de la empresa.

La reestructuración, estaba en marcha y los despidos serían inminentes. Anunciaban como si estuviera llegando el apocalipsis.

Carmen no era ajena a tanto trajín. Iba y venía con noticias de un lado para otro. Si la noticia se había filtrado para hacerlos trabajar, habían pinchado en hueso. El cotilleo era más fuerte que el miedo a perder el puesto de trabajo.

Lys, en cambio, lo tenía claro. Llegado el momento, daba igual lo que pudieran hacer o decir. Una vez tomada la decisión, todos estarían igual de fastidiados: los que se iban, porque se quedaban sin trabajo; los que se quedaban, porque trabajarían el doble por el mismo sueldo. Lo mejor que podía hacer, era ir buscando otro trabajo, resultaría más fácil estando en activo.

—¿No estás preocupada? —Le dijo Carmen a Lys, al escuchar a Silvia que su nombre estaba en la lista.

—Si te soy sincera, no. Algo me dice que esa lista es pura ficción y estoy un poco harta de ese tipo de tejemanejes. Si me despiden, buscaré otro trabajo y listo. Me niego a seguir viviendo con miedo. Tengo problemas más importantes en los que pensar. ¡Créeme!

—¿Sigues con insomnio?

—No soy un lirón, pero algo duermo.

—¿Entonces?

Lys tuvo dudas, sobre si contarlo o no. No la gustaba hablar de su vida personal.

—Últimamente, noto a Mario muy distante.  Sé que he estado muy agobiada con el trabajo y, creo que le he descuidado tanto que… —Lys, no pudo terminar la frase.

—¿Te ha puesto los cuernos?

—¡No seas bruta! ¡Claro que no! Que yo sepa, pero no pasamos mucho tiempo juntos. Cada vez que hago planes, a él le surge algo, cuando no es el fútbol, es el trabajo o los amigos.

—¡Te ha puesto los cuernos! —Dijo afirmando con la cabeza

—¡Qué no!

—¿Has hablado con él?

—¿Cuándo? Si nunca está en casa. Ya ni siquiera practicamos sexo. ¿Qué será cuando llevemos diez años?

—¿Que te habrás echado un amante? Porque digo yo, que algún día abrirás los ojos y te darás cuenta de que te ha puesto los cuernos. —Lys se echó a reír ante la ocurrencia.

—¡Que no me ha puesto los cuernos, cansina!

—Soy práctica. Cuando un tío no te busca en la cama, es que las cosas están peor de lo que una se imagina.

 

Lys no iba a ceder. Mario se había pasado y no pensaba dejarle que siguiera jugando con ella y con sus sentimientos. Hizo planes con Carmen y una amiga de facultad, con la que mantenía contacto. No iba a quedarse en casa esperando a que él se diera cuenta de lo mal que lo estaba haciendo. Le daría dosis extra de su propia medicina.

 

El intrépido ritmo de trabajo, hacía que el tiempo volara. Estaba organizando su agenda, cuando se dio cuenta de que aquel miércoles tenía sesión con Ángel. Miró la hora en el móvil y soltó un exabrupto. Cogió el abrigo y salió pitando. Tan solo tenía quince minutos para llegar.

Llegó corriendo a la consulta y según entraba por la puerta, el anterior paciente salía.

«¡Por los pelos! Pensó, mientras se quitaba el abrigo y se disponía a entrar.

Ángel solía comenzar con las típicas preguntas de cortesía. Ayudaba a romper el hierro y Lys se lo agradecía. Ella nunca sabía por dónde empezar, era como ir al ginecólogo, no sabía si primero tenía que contarle los síntomas o directamente quitarse las bragas para la exploración.

Hablaron de trabajo y Lys le puso al día sobre los problemas de la empresa. Algo poco novedoso, si se tenía en cuenta la situación del mundo en aquellos momentos. La nueva ola de Covid, estaba dando al traste con la expectativa de volver a la normalidad y muchos empresarios comenzaban a rendirse.

—¿Te angustia la situación? Hay gente a la que la incertidumbre, le puede causar cuadros severos de estrés.

—Me importa, pero no me preocupa.

—Es una respuesta un poco ambigua ¿No crees?

—¡Entiendo! No me preocupa quedarme sin trabajo, aunque, como todo el mundo, tengo facturas que pagar. Esta, sin ir más lejos. Confío en mi capacidad de trabajo, además, tengo contacto con muchas empresas y en alguna ocasión, me han ofrecido algún que otro puesto. Ahora sería cuestión de tocar todas las puertas y esperar a ver si suena la flauta. Lo peor de mi trabajo, no es la inseguridad, es una compañera que se ha empeñado en fastidiarme.

—¿Es tu jefa?

—No, tenemos el mismo puesto, pero ella cree que va a heredar la empresa y quiere que yo la cubra sus carencias. Cosa que he hecho, pero ya no puedo más y ella no lo acepta.

—En resumen, te hace la vida imposible.

—¡Exacto!

—¿Por eso quieres dejarlo?

—En parte sí. No quiero terminar metida en una guerra de egos, no es mi estilo. Sé lo que soy capaz de hacer y ella no me va a convertir en un monstruo, por mucho que se lo proponga.

—¿Por qué te iba a convertir en un monstruo? ¿Tienes mal carácter? Quiero decir ¿Te cuesta controlarte? Porque, por lo poco que he visto, creo que tú problema es el inverso. Pareces estar siempre midiendo tus palabras.

—¡Exacto! Puedo controlar mis palabras y mis actos, pero, hay otras cosas que no puedo controlar.

—¡Me mata la curiosidad! ¿Qué es lo que no puedes controlar?

—No la puedo controlar a ella.

—¿Quién es ella?

—Alguien que siempre pensé que me protegía

—¿Protegerte? No termino de entenderte.

—De alguna manera, ella forma parte de mí, aunque parezca imposible. Dicen que es normal en las gemelas.

—¿Tienes una hermana gemela?

Lys negó con la cabeza y cogió aire. Sabía lo que vendría acto seguido.

—Ella murió, cuando tenía seis años. Un desafortunado accidente. A partir de ese momento, sentí que me faltaba algo y cuando todo iba mal… 

Lys se quedó con la mirada perdida en algún punto. Ángel esperó paciente a que encontrara la forma de seguir, pero Lys, parecía no reaccionar.

—¡Lys! ¿Qué pasaba cuándo las cosas iban mal? —Preguntó Ángel lleno de curiosidad, ante el cariz que estaba tomando el asunto.

—¿Crees en esa conexión entre gemelos? ¿Que uno pueda sentir el sufrimiento del otro y viceversa?

—Creo que no está demostrado, pero parece que el vínculo que puede haber entre ellos es muy fuerte. Aunque no sé, cómo puede estar afectándote su pérdida.

—Su pérdida me dejó vacía y me convertí en una auténtica superviviente. No era difícil sufrir accidentes en mi casa.

—¿Lo dices por la pérdida de tus padres?

—¡Claro! Dos desdichados accidentes. En el mismo sitio, pero en meses diferentes. Soy la única superviviente. A veces me he preguntado: ¿por qué? Sé la respuesta, pero….

 —¿Piensas que es culpa tuya?

—En parte. Yo sufrí tanto que llegué a desearlo….

—Perder a alguien, cuando te has enfadado con él, suele generar ese sentimiento de culpa. Ocurre más de lo que te imaginas.

—No es la primera vez que me lo dicen, pero, cuando te ocurre algo tan traumático… ¿Cómo estar segura? ¿Y sí volviera a suceder? Yo no quiero hacer daño a nadie, por muy mal que me caiga.

—Y el hecho de que estés aquí, así lo demuestra.

—Gracias, pero eso no me consuela. A veces, tengo la sensación de que me persigue… —Lys se dio cuenta de que no debía seguir. No era el momento.

—¿Quién te persigue?

«¡Su alma!» Pensó, pero no lo dijo en voz alta.

—Lo que usted ha denominado “sensación de culpa”. —Mintió para evitar seguir hablando del tema.

—¿Qué les paso a tus padres?

—Murieron. —Dijo de forma tajante Lys.

—¡Entiendo! No vas a hablar del tema. ¿Puedes contarme, algún episodio que me ayude a entender lo que dices?

—Claro que sí. No estoy tan loca como parece, pero es que no son cosas importantes. ¡Son chorradas!

—Y, sin embargo, están muy presentes en tú vida ¿No? La mayoría de los traumas que tenemos de adultos, se han generado en nuestra infancia. Las fobias y manías, tienen el mejor caldo de cultivo en ese periodo de tiempo.

Lys respiró con resignación. Pensó en lo infantil que le resultaría a Ángel su relato. Aun así, retrocedió en el tiempo, hurgando en sus recuerdos. Se encontró en el salón de unos amigos de su padre. Sentada en un sofá de eskay marrón con el respaldo en capitoné sujeto por botones del mismo color. Tenía ante sí, una mesita de café, convertida por un día, en mesa de comer para los más pequeños de la casa.

Su amigo Raúl, quería jugar y Lys, no le hacía caso. Estaba hambrienta y esperaba su plato de sopa impaciente.

Los padres charlaban en la mesa del comedor. Su madre iba sirviendo los platos. La sopa humeaba y les dijo que soplaran para no quemarse.

Raúl seguía jugando. De vez en cuando, le pellizcaba por debajo del brazo. Lys protestaba muy enfadada, pero él no la dejaba en paz. Quería regañarlo, pegarlo, quitárselo de encima; pero no podía o la castigarían.

 La dio una patada y Lys se revolvió. Estaba tan rabiosa que, al mirar su plato, deseo con todas sus fuerzas que explotará.

El plato estalló en mil pedazos y Raúl comenzó a llorar. La sopa lo había quemado. Lys miró a su padre, temía su reacción. Nadie la regañó, todos estaban centrador en atender a Raúl.

Lys miró a Ángel. Esperaba alguna reacción. Él se limitó a hacer un gesto con su mano para que continuara.

—Esa fue, la primera vez que la vi. Obviamente, ahora sé que no fui la causante. La sopa estaba ardiendo y el cambio de temperatura, hizo que el plato se desintegrara. Pura física, que me hizo ganar el apodo de “Bruja”.

—¿Eso te molestaba? —Lys negó con la cabeza. —¿Hubo algo más?

—Estábamos en clase de matemáticas y yo me balanceaba en mi silla mientras escuchaba al profesor. Este se dio la vuelta y al verme balancear, montó en cólera regañándome a gritos.

—¡No eres consciente del daño que te puedes hacer! —Me decía fuera de sí. —¿Y si te caes hacia atrás? —Seguía gritando. —¡Podrías desnucarte y entonces yo sería el responsable! ¿Te das cuenta?

El profesor se iba poniendo rojo a medida que se acercaba y me asusté. En un momento dado, se volvió a su butaca y comenzó a balancearse bruscamente. No paraba de hacer aspavientos, en un absurdo intento de ridiculizarme.

Estaba avergonzada, todos los compañeros me miraban.

—¡Ojalá se caiga! —Dije en voz bajita, llorando a moco tendido.

El profesor cogió impulso y las patas traseras de la silla se resbalaron hacía adelante, mientras él era incapaz de mantener el equilibrio. Durante unas milésimas de segundo, aleteo con sus manos intentando no caerse hacia atrás. Al final, la ley de la gravedad fue más fuerte que su impulso y terminó chocando contra la pared. Comenzó a sangrar por la brecha que se hizo en la cabeza y tuvieron que llevarle al hospital.

Al castigo de escribir quinientas veces “No me balancearé nunca en la silla”, se le sumó la acusación de mis compañeros de ser una bruja.

Lys se quedó en silencio, esperaba algún comentario jocoso. Ángel no dijo nada y ella siguió.

—Aquella fue la segunda vez que la vi. Nadie quería jugar conmigo y yo corría sola por el patio, como si ella estuviera persiguiéndome.

—¿Una amiga imaginaria?

—Puede.

—Entiendo. ¿Por eso, ahora te controlas tanto? —Lys volvió al afirmar con la cabeza. —¿No te ha vuelto a pasar?

—Bueno, hubo otras experiencias. Con diez años me acusaron de pinchar un balón con la mente. Las chicas queríamos jugar al escondite y los chicos al fútbol. Lo dije de broma, pero ocurrió. Hubiera pasado de cualquier manera, jugaban entre escombros. Lo raro es que el balón no se hubiera reventado antes.

—¿También la viste entonces?

—No recuerdo. Sé que no reventé el plato ni tiré al profesor de la silla ni hice nada de lo que me han querido culpar, pero… —Se paró y cogió aire. —Ella siempre aparecía…

—¿Forma parte de tus pesadillas? —Lys negó de nuevo.

—¿Qué sueñas exactamente?

—Casi siempre estoy en la cama o en mi casa. Veo todo lo que hay a mi alrededor, escucho los ruidos propios de la casa a esas horas. Como si hubiera alguien trasteando por ella. Intento moverme, pero mi cuerpo no responde, está completamente paralizado. Después, siento que hay alguien a mi lado. Puedo escuchar su respiración, incluso, siento el aire cálido de su aliento. A veces creo que es Mario, mi pareja, pero cuando tomo consciencia de la realidad, él no está en casa... —Contuvo el aliento unos segundos, cómo si lo estuviera reviviendo. —Entro en pánico. Intento moverme, hablar, preguntarle quien es, qué es lo que quiere de mí, pero, no consigo emitir ningún sonido. Al final, termino por romperme. La desesperación se apodera de mí y quiero morir. No sé cuánto tiempo estoy así. Imagino que hasta que me duermo dentro del sueño o algún ruido me despierta. Tardo un buen rato en tomar consciencia de la situación. No consigo distinguir, si forma parte del sueño o es real y eso me aterra.

—Puede que te ayude saber, que este tipo de pesadillas pueden darse en alguna de las fases del cambio del sueño. Tu mente puede despertarse, mientras tu cuerpo este en fase “Mor”. De ahí, que tomes consciencia de donde te encuentras, pero no puedas interactuar. En realidad, tu cuerpo sigue dormido, por decirlo de alguna manera.  Otra posible explicación, menos científica, puede indicar miedo. El miedo a no poder reaccionar; de ahí que sientas esa parálisis que tanta angustia te produce.

—¿Y qué puedo hacer?

—Vas a tener que trabajar esa obsesión por el control. Lo estás llevando al límite y puedes llegar a convertirte en una prisionera de ti misma. No se trata de volverse loco, haciendo o diciendo todo lo que se le pase por la cabeza; eso suele tener consecuencias y te haría sentir peor. Una primera pauta, sería poder expresar tus opiniones tal y como a ti te gustaría que te las manifestaran. ¿Me entiendes?

Lys asintió con la cabeza.

Salió de la consulta con un sabor agridulce. Las pautas eran buenas, pero ella no había sido del todo sincera. Aquellas historias infantiles, tapaban los episodios más escabrosos de su vida…

                              


4 comentarios:

  1. He venido antes pero no he terminado de leer, que facilidad tienes para escribir, ahora he vuelto a terminar el capitulo, gracias y un abrazo

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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