7. CAPÍTULO
E |
staba recogiendo sus cosas del
escritorio, le faltaban diez minutos para salir. Era viernes y la semana había
sido algo intensa en la oficina. El ambiente era cada vez más desagradable y
Lys tan solo quería olvidarse de todo aquel fin de semana.
Tenía planes para arreglar las cosas con Mario. La situación
había mejorado algo, pero seguía existiendo una calma tensa entre ellos. Por
esa razón, Lys había planificado una velada romántica. Prepararle su cena favorita
y sentarse tranquilamente con una copa de vino a resolver sus diferencias.
No tenía ningún sentido enzarzarse en una lucha de egos. Se
querían y estaban perdiendo un tiempo precioso que jamás volvería.
Sin embargo, no resultó como lo había previsto. Lejos de
aunar posturas, terminaron discutiendo. Mario no la entendía o no la quería
entender. Seguía insistiendo en que era
culpa suya.
«¿Por qué demonios era tan importante adjudicar la culpa a
uno u otro? ¿Qué ganaba el vencedor? Al fin y al cabo, el daño ya estaba hecho».
Pensaba Lys, completamente defraudada por aquella actitud.
No conseguía entender lo que ella sentía. Daba igual que le
hablara de amor, convivencia o comprensión. Mario sacaba de contesto cada una
de sus palabras para retorcerlas y tergiversarlas.
—¡No te das cuenta! Me paso la vida viajando de un lado para
otro. Comiendo en restaurantes del tres al cuarto y cuando llego a mi casa,
quiero descansar. Si me pasara todo el día sentado en una silla como tú, quizás
tuviera las mismas ganas de estar de fiesta todo el día. ¡No puedo seguir así,
no soy feliz!
Lys no sabía qué responder. Ella trabajaba más y nunca se
había quejado. Lamentó haber mencionado, lo frustrante que era para ella, ver
como siempre estaba disponible para sus amigos y compañeros. Nunca le había
oído quejarse de ir al fútbol todas las semanas, liga, champions, selección…
Todo le resultaba de lo más apetecible y no se saltaba ni una fiesta. Si
ganaban, lo tenían que celebrar, si perdía, tenían que olvidarse bebiendo y
lamentando el arbitraje.
Él perdió los nervios y comenzó a decirle cosas
tremendamente hirientes. Sabía cómo hacerla daño.
Al final se hizo el silencio. Lejos de arreglarlo, lo habían
empeorado.
Lys se fue a la habitación. Tenía que salir a dar un paseo.
Necesitaba tomar el aire o terminaría explotando. Se pondría a gritarle todo lo
que llevaba acumulado en los dos últimos años y él la trataría como si fuera
una loca.
Si él quería quedarse en casa, estaba en su derecho, pero
ella no tenía por qué enterrarse en vida.
Al verla vestirse, Mario decidió acompañarla. Los celos eran
más fuertes que su orgullo. Lys a punto estuvo de pedirle que la dejara en paz.
Pero no dijo nada. Quizás, fuera de esa maldita casa, consiguieran olvidarse de
aquella tensa discusión.
La cena fue un auténtico fracaso. Los restaurantes estaban llenos
y terminaron tapeando en la barra del primer bar donde encontraron sitio.
Lys intentaba mostrarse amable y divertida, pero Mario no se
lo puso nada fácil. Seguía mohíno y no dejaba de quejarse por todo: las
croquetas de jamón, sosas; la tortilla de patata, salada; los calamares, duros
y el vino, el vino tan peleón como él.
Lys pidió su segunda copa. Prefería emborracharse a escucharlo.
Había salido a pasárselo bien y pensaba hacerlo de una u otra forma.
—¡Hay que ver lo que tarda el camarero! ¡Esto es una mierda!
Así no se organizan las …
Lys no le dejó terminar la frase. Lo había intentado todo:
charlar, recordar anécdotas divertidas, hacer algún plan para el verano; incluso,
había llegado a preguntarle por cómo iba su equipo de fútbol en la liga. Pero
ni eso, había conseguido que se relajara.
Intentó respirar hondo y no pensar en nada. Necesitaba
evadirse de aquel momento tan frustrante. Lejos de parar ante su silencio, volvió
a la carga. Comentó, que, si tuviera las mismas ganas de sexo que de salir, su
relación sería otra.
Lys reventó.
—¡Vete! —Le dijo, señalando la puerta. —Tan solo quería
estar un rato contigo. Si tanto te disgusta, no haber venido. Si no lo hacemos,
es porque nunca estas en casa y cuando estás, has bebido tanto que no te tienes
en pie. Pienso disfrutar por mucho que te empeñes en fastidiarme. Eres un
egoísta y, conociéndote, vas a seguir incordiándome hasta que me rinda.
¿Verdad? Pues no lo voy a hacer. Me voy a quedar y después me voy a ir a tomar
una copa contigo o sin ti.
Se giró hacía la barra y llamó al camarero para pedirle la otra
copa de vino. Estaba dispuesta a cumplir su palabra, aunque se pasara toda la
noche sentada en un banco frente a su casa.
Mario no se fue, pero se mostró serio durante toda la noche.
Quería que Lys se sintiera mal y lo consiguió. Se pasaron todo el camino de
vuelta sin dirigirse la palabra. Al llegar, se acostaron dándose la espalda el
uno al otro.
Lys se sintió terriblemente defraudada. Se había portado de
forma despreciable y comenzaba a estar cansada de intentarlo.
No durmió mucho aquella noche. Tuvo varias pesadillas y a
las ocho de la mañana se levantó.
Desayunó en la barra de la cocina y reflexionó sobre lo
ocurrido la noche anterior. Cogió su taza de té caliente y miró por la ventana.
A pesar de ser una mañana bastante fría, el sol lucía e invitaba a salir a la
calle. Decidió arreglarse e irse de compras. Hacía mucho tiempo que no se
compraba nada. El teletrabajo, había cambiado sus trajes por el chándal o el
pijama.
Planeó todo el fin de semana. Cogió el móvil y mandó unos
mensajes a sus amigas por si se animaba. Podrían tomar el vermut y comer de tapas.
Sabía que Mario tenía entradas para el fútbol. El Madrid
jugaba a las siete de la tarde y llegaría a las tantas. Eso, si llegaba.
Pasaban las nueve de la noche cuando llegó a casa. Llevaba
un par de bolsas con ropa. Había sido un día agotador, pero había merecido la
pena. No había pensado en nada y se había reído muchísimo con su amiga de la
facultad.
Al día siguiente, quedó con Carmen. Esa mujer tenía toda la
vida social que a ella le faltaba. Los domingos solía quedar para tomar el
vermut. La cosa se fue alargando y terminaron en casa de Ángela cenando.
Fue el mejor fin de semana de los dos últimos años. Se
sintió tan bien, que se propuso hacerlo más a menudo. Siempre estaba pendiente
de los planes de Mario, como si ella no tuviera derecho a tener los suyos
propios. Lo que más la molestaba, es que había tenido que ser precisamente él,
quien la abriera los ojos sobre su dependencia.
Llegó a casa y se preparó el pijama para darse una ducha. Dejó
toda la ropa en el cesto de la colada. La bombilla fluctuó ligeramente y Lys
fue en busca de su móvil por si se apagaba. Ya había tenido algún susto y no
quería repetir la última experiencia. Se puso música en el móvil y se metió en
la ducha.
Estaba enjabonándose el cabello, cuando la bombilla volvió a
fluctuar y Lys sintió un escalofrió que la hizo estremecerse. Tuvo la sensación
de que algo helado había tocado su piel. Abrió el grifo de agua caliente y dejó
que el agua corriera sobre su cuerpo un buen rato. En la calle estaban a menos
dos grados. Era normal que se quedara helada mientras se jabonaba.
Estaba concienciada con el medio ambiente, pero tampoco era
necesario coger una pulmonía.
Cogió la crema suavizante. No quería parecer una leona al
día siguiente. Tuvo que emplearse a conciencia para desenredar un mechón de su
cabello. Algo muy frio volvió a rozar su hombro izquierdo. Lys levantó la
cabeza y se recogió el pelo en una especie de coleta.
La canción terminó y comenzó a sonar un adagio terriblemente
triste. No le gustó, pero no era plan de salir llena de jabón a cambiarlo.
La cortina se movió y
Lys se puso en alerta. Pensó que podía haber entrado Mario en el baño. Por un
momento, le vino a la mente la imagen de psicosis.
Retiró la cortina de la ducha de un tirón. La puerta estaba
cerrada. Comprobó que todo estaba tal y como ella lo había dejado. Respiró
hondo y siguió cepillándose el cabello. Se estaba sugestionando de nuevo. Allí
no había nadie.
Volvió a bajar la cabeza, para seguir desenredando el pelo.
Apenas había comenzado, cuando sintió como una mano recorría su espalda de
abajo arriba por el medio de su columna vertebral.
La impresión, le hizo gritar despavorida y pegarse a la
pared de la ducha. Miró aterrada a su alrededor, respirando entrecortadamente. No
iba a ser capaz de soportar aquello ni un minuto más.
¿Qué estaba pasando? ¿Quién intentaba atormentarla de
aquella manera? Tenía las preguntas, pero le aterraba hacer frente a las
respuestas.
Se quedó quieta, esperando que ocurriera algo más. No sabía
qué hacer. Estaba llena de jabón y con el pelo chorreando suavizante. Intentó
tranquilizarse un poco, cuanto antes terminara de ducharse, antes podría salir
de allí. Abrió de nuevo el grifo de agua caliente, se estaba quedando helada de
frío y no paraba de tiritar.
A pesar del agua caliente, su cuerpo no reaccionaba. Se
apartó un mechón de pelo de la cara y el suavizante entró en sus ojos. Levantó
la cara en dirección a la alcachofa de la ducha, para que el agua pudiera
limpiarlo. Le escocía mucho y apenas podía abrirlos.
Desesperada por no poder ver lo que sucedía a su alrededor,
notó como algo rozaba su cuello. Retiro su melena y la sujeto intentando hacer
un moño. Con la otra mano, tocó la parte del cuello donde había tenido la desagradable
sensación, no fuera a ser que la quedara algún pelillo suelto.
El frio le llegó por su lado derecho. Noto un cosquilleo en su
abdomen que fue subiendo hacia a su cuello rápidamente. Algo que no podía ver,
se enroscaba en él y comenzó a sentir la presión. Lys se quedó petrificada.
Tenía todo su pelo paralizado y, aun así, podía sentir como la presión iba
aumentando por momentos. Se echó mano al cuello, en un desesperado intento de
quitarse de encima aquella presión que la ahogaba.
No encontró nada, pero aquella presión se fue intensificando
hasta el punto de no dejarla respirar. Quería huir, pero la fuerza que la
sujetaba era más fuerte y la arrinconó contra la pared de la ducha.
El pelo le cubrió la cara, mientras el agua caía sobre ella.
La presión en su garganta resultaba insoportable y notaba como la asfixia iba
mermando sus fuerzas. Inútilmente, se golpeó con fuerza, en un desesperado
intento de liberarse de aquello que la estaba estrangulando. No consiguió nada
y se preparó para el final.
Su cuerpo se contraía una y otra vez, ante la falta de aire.
Absurdamente intentó escapar hacía un lado, lejos de conseguirlo, termino bajo
el chorro de agua que penetró a través de sus fosas nasales. Con cada bocanada,
notaba como sus pulmones se encharcaban de agua. Aterrada intentaba buscar algo
a lo que aferrarse para escapar.
Su cuerpo comenzó a convulsionar. Por un instante, sintió
que la fuerza aflojaba y comenzó a toser atropelladamente al intentar respirar.
Las piernas le temblaban y su cuerpo se agitaba incontroladamente bajo aquellos
espasmos.
El final se acercaba para ella, si no le asfixiaba la fuerza,
se ahogaría bajo el agua de la ducha. Sintió como el suelo desaparecía bajo sus
pies. En un estado de semi-inconsciencia, quedó sujeta en el aire por el
cuello. No pudo luchar, no la quedaban fuerzas.
Pensó en aquella extraña sensación de vacío que tuviera días
atrás. Cuando su estómago le avisó de que algo terrible estaba por suceder.
Nunca imaginó, que fuera a morir de aquella manera…
En un último intento de supervivencia, hizo un movimiento
brusco. Arremetiendo con su cabeza hacia delante, cómo si intentara partirle la
crisma al maldito “ente” que la estaba estrangulando. Su cabeza no encontró nada
en su camino, pero sintió que la fuerza aflojaba y aprovechó el momento para liberarse.
Sintió como sus pulmones volvían a llenarse de aire. Tosió
fuertemente, mientras se tocaba la garganta. Estaba asustada y miró a su
alrededor, en busca del causante de su asfixia. No podía creer lo que la estaba
pasando.
No encontró nada y derrotada por la situación, se dejó caer hasta
el interior de la bañera. Hubiera salido corriendo, pero sus piernas a penas la
mantenían en pie y tuvo miedo de resbalar. Hundida en el fondo de la bañera, se
abrazó a sí misma y se quedó en silencio, mientras el agua corría sobre su
cuerpo.
Seguía sintiendo la sensación de aquellos dedos apretando
con fuerza su cuello e intentó masajearlo, como si con ello pudiera borrar lo
sucedido.
Poco a poco se fue recomponiendo. Cerró el grifo e intentó
ponerse en pie. Salió despacio de la bañera, su cuerpo seguía sufriendo
convulsiones repentinas y tenía miedo de caer. Nunca podría olvidar lo que
acababa de suceder. Aquella casa estaba maldita o quizás, la maldita era ella. Todo
resultaba tan espeluznante, que Lys tan solo quería gritar y gritar para que
alguien la salvara de las garras de su destino.
Se colocó el batín y limpió el espejo. La volvió a ver junto
a la bañera. La miraba curiosa, con aquellos grandes ojos y una especie de
sonrisa que no terminaba de definir. No hizo nada, pero Lys se asustó. Salió
del baño como alma perseguida por el diablo y se chocó con Mario que acababa de
llegar.
Ante el inesperado encuentro, Lys comenzó a gritar
desesperadamente. Tardó unos segundos en darse cuenta de quién era.
Mario se quedó pálido. No es que las cosas estuvieran muy
bien, pero tampoco era como para ponerse a gritar.
Cuando ambos consiguieron calmarse. Lys le explicó que no lo
esperaban que se había llevado un susto de muerte.
Avergonzada por lo que acababa de suceder, se dirigió a su
dormitorio. Allí pudo comprobar frente al espejo las marcas de su cuello. Todo
lo que había ocurrido, por mucho que le costara creerlo, había sido real. Tan real
como los surcos enrojecidos de su piel.
Cuando el despertador comenzó a sonar, a Lys la dieron ganas
de lanzarlo contra Mario. Entre el susto del baño y sus ronquidos, apenas había
podido dormir unas horas. Al darse la vuelta en la cama, se dio cuenta de que
ya se había ido.
De pronto, recordó que había salido de viaje y quiso morirse.
Tendría que pasar tres o cuatro noches sola en aquella casa.
Llegó quince minutos antes a la oficina. Se fue al baño a
lavarse la cara y maquillarse un poco. Su baño se había convertido en el pasaje
del terror e intentaba entrar lo menos posible. Pasó por la salita a tomarse un
té y buscó en los armarios algún bollo o galleta para acompañar. Apenas había
podido desayunar.
La oficina estaba desierta y Lys lo agradecía.
«Un poco de paz para variar». Pensó, mientras le daba un
buen sorbo a su bebida.
Había preparado unos curriculums para mandar y aprovechó que
no había nadie para hacerlo. No le apetecía dar explicaciones.
Según se acercaban las ocho, comenzaron a llegar sus compañeros.
Lys se apresuró a guardar su pendrive. Cogió el montón de papeles que tenía
sobre su escritorio y comenzó a trabajar sobre ellos.
Serían las diez, cuando Laura hizo su entrada estelar en la
oficina. Entrando a semejantes horas, no le extrañaba a Lys que su departamento
estuviera en boca de toda la empresa.
Lys escuchó pacientemente la misma retahíla de la semana
anterior. A ese paso, se lo terminaría memorizando.
¿Cómo alguien que no daba un palo al agua? Se veía
capacitada para darle clases sobre cómo organizar el tiempo. Aquella mujer,
tenía la cara más dura que el hormigón. Podría sacar de sus casillas al
mismísimo buda, pero Lys no estaba allí. Había desconectado nada más verla
entrar por la puerta. La veía gesticular y hacer ademanes en dirección a las
carpetas, pero no le prestaba atención. Estaba concentrada en respirar para
mantener el control.
Salió del despacho y Lys volvió a conectar con la realidad, al
ver entrar a Carmen en su despacho. Era lunes y por lo visto tocaba chino.
Carmen la preguntó si se encontraba bien. Lys le comentó que
estaba un poco cansada.
—¡Eso es la falta de costumbre! Necesitas entrenamiento. ¿Te
apetece salir hoy?
—¿En lunes?
—Es el mejor día de la semana. —Y la guiñó un ojo.
A Lys le pareció buena idea. Cualquier cosa, era mejor que
volver sola a “la casa de los espíritus”.
Carmen sospechó que los problemas con Mario iban más allá de
unos simples desacuerdos. A pesar de llevar cuello alto, pudo observar bajo las
orejas, unas marcas a ambos lados del cuello de su amiga. Ella lo tenía claro,
pero no sabía cómo enfocarlo para que Lys no se sintiera incomoda.
—¡Tienes que dejar a Mario!
—¿Por qué iba a dejarlo?
—Porque es un sieso al que solo le importa el fútbol y sus
amigos. No iba a decirte nada, pero creo que se está pasando y tú deberías
hacer algo, antes de que sea demasiado tarde.
—¿De qué hablas?
—Puedes negarlo, pero deberías maquillar mejor esos
moratones. El jersey no llega tan arriba.
—¿Piensas que me maltrata?
Carmen guardó silencio, no quería herirla, pero tampoco
estaba dispuesta a mentir.
—Me resbalé en la ducha y me agarré a la cortina, esta se
rompió y soy tan pato que termine enrollada en ella. ¡Casi me ahogo! Lo pasé
fatal.
—¡Vaya! La típica caída en la ducha. ¡Qué original!
Ningun blog escribe largo es un blog no un libro
ResponderEliminarQuerido Juanjo, es que estoy publicando mi novela.
ResponderEliminarDe cualquier forma, gracias por comentar.
Un saludo
Voy a tener que empezar por el principio
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