Yo no soy escritora, aunque siempre he intentado serlo.
Este libro está basado en algunas vivencias paranormales que he tenido. Y aunque la historia no es la mía, prácticamente todo lo que le ocurre a la protagonista me ha sucedido a mi.
Puede tener fallos, ya que, yo hice la maquetación, pinte al oleo la portada y lo publiqué. No me atreví a mandarlo a una editorial, por miedo. He hablado mucho de mí, pero nunca dije que fuera valiente.
Fue el más vendido, no por mucho tiempo. Ahora he pensado publicarlo aquí. La cultura tiene que ser un derecho, no un lujo y después de ver lo que algunos pedían en la red por el, he decidido hacer esto.
Todos los fines de semana iré poniendo dos capítulos. Hoy publicaré los dos primeros, pero, todo aquel que tenga Kindle, lo puede descargar gratis.
Si os gusta o no, expresarlo sin miedo. Dar vuestra opinión, porque eso es lo que quiero, criticar mi semántica, mi sintaxis o mi estilo literario. Es mi forma de seguir aprendiendo.
Espero que os guste y disfrutéis tanto
como yo escribiéndolo.
1. CAPÍTULO
A era de noche cuando Lys se despertó. Escuchaba a Mario trasteando en la cocina. Pensó que era algo desconsiderado por su parte, no haber cerrado la puerta de la habitación.
Después de cinco
años de convivencia, seguía actuando como si viviera solo. ¿Cómo podía hacer
tanto ruido para un simple desayuno? Era como meter un elefante en una
cacharrería.
Sintió frío en los
hombros y decidió darse la vuelta en la cama. Quería hacerse un ovillo con el
edredón. No pensaba levantarse hasta que no sonara el despertador.
Se sorprendió al
sentir que no podía moverse. Su cabeza mandaba el mensaje, pero algo fallaba en
su cuerpo. Era como si estuviera petrificada. Abrió los ojos y se quedó mirando
al techo.
Volvió a intentarlo,
no podía creer que se hubiera quedado paralizada. No consiguió mover ni un músculo,
sus extremidades pesaban como losas de hormigón. Lys sentía aquella rigidez en
todo su ser. Estaba atrapada dentro de su propio cuerpo.
«¿Qué demonios
estaba pasando? ¿Por qué no podía moverse?» Se preguntó inquieta.
Sus ojos iban de un
lado a otro, mientras el resto de su cuerpo parecía muerto. Al parecer, tan
sólo la vista y su cerebro resistían al letargo que estaba paralizando el resto
de sus sentidos.
En un primer
momento, pensó en llamar a Mario. Lo descartó para intentarlo una vez más. Mario
tendía a mofarse de las cosas que le pasaban, y Lys, no estaba por la labor de
quedar como una idiota.
Lo intentó una y
otra vez, pero no lo consiguió. Su cuerpo se mantenía tan rígido como una
estatua de piedra.
La situación comenzaba
a ser muy angustiosa. Lo que le estaba ocurriendo, no era normal.
Dejó a un lado su
amor propio y decidió pedir ayuda a Mario. Tendría que aguantar sus gracietas,
con tal, de no quedarse postrada en aquella cama de por vida.
Algo estaba fallando
en su sistema nervioso, e iba a necesitar ayuda médica. Estaba segurísima de
que se solucionaría con algún tipo de tratamiento o rehabilitación, ya que, no
había sufrido ningún tipo de traumatismo, al menos, que ella recordara….
La angustia se
convirtió en terror, cuando comprobó que no podía emitir sonido alguno. Era como
si la hubieran arrancado sus cuerdas vocales. Apenas conseguía emitir algún
gemido imperceptible, incluso para ella.
Los nervios de Lys
comenzaron a descomponerse por segundos. El pánico no tardó en apoderarse de
ella, quería gritar, salir corriendo.
«¡Cómo si fuera
posible!» Se decía llena de rabia, mientras buscaba algo a su alrededor. Tan
sólo le llegaban los sonidos de la cocina y no podía ver otra cosa que aquel
maldito techo.
Intentó respirar, tenía
que calmarse, algo podría hacer….
Una idea asaltó en
su cerebro. En alguna ocasión, había oído hablar de un tipo de parálisis
nerviosa que podía afectar a la movilidad de brazos o piernas.
Sí, tenía que ser
algo así, lo que le estaba sucediendo. Tenía que buscar la manera de hacérselo
saber a Mario.
Los últimos días
habían sido muy estresantes y probablemente, esa sería la causa de su
parálisis. Si era capaz de no ponerse histérica, conseguiría recuperar el
control de su cuerpo.
La luz del pasillo
iluminó el techo de la habitación. Podía reconocer perfectamente todas las
sombras que se dibujaban en el. Desesperada,
quiso girar la cabeza, intentándolo una y otra vez hasta la extenuación.
Tan solo, podía
controlar sus ojos, y los mantuvo muy abiertos esperando su momento. Quizás, si
Mario veía que estaba despierta, podría darse cuenta de que algo no iba bien.
Todos sus intentos,
habían sido infructuosos y su desesperación iba aumentando a medida que
escuchaba el latido de su corazón. Era como el tic-tac de un antiguo reloj.
Comenzó a perder la
esperanza, pensando en cómo sería su vida. ¿Y, si no conseguía recuperar el
control de su cuerpo?
Ante aquella
terrorífica idea, lo único que podía desear en aquellos momentos, era la
muerte.
Su estómago se
contrajo, como lo hiciera en aquellos días en los que todo se volvió oscuridad,
y las desgracias cambiaron su vida. Pensar en la muerte, la llevó a un
escenario dantesco que llevaba años intentando olvidar.
«¡Cómo si eso fuera
posible!» Se dijo y la pena brotó como la mala hiedra.
El peor de los
presagios parecía hacerse más real que nunca. La muerte se presentaba en busca
de su siguiente víctima. Tal y como se encontraba, sólo esperaba que esta vez,
viniera a por ella. No soportaría perder a nadie más, tan sólo le quedaba Mario.
Era toda su familia y le quería con toda su alma.
Sintió miedo,
angustia, y unas fuertes ganas de llorar. Estaba atrapada en su propia cama y
no veía la forma de escapar. ¿Cómo podría llamar su atención?
Esperaba, que en
algún momento él se diera cuenta. Quizás, cuando volviera del trabajo y no
viera hecha la cena. No era el mejor de los escenarios, pero tampoco tenía ninguna
otra opción. Tendría que pasarse todo el día mirando al techo y a la espantosa
lámpara que Mario se había empeñado en comprar.
Aquel pensamiento, la llevó a recordar que no
podría ir al baño y le aterró la idea de ser encontrada entre heces y orín. Aquella
visión tan desagradable le revolvió las tripas. No podía quedarse así, tenía que
llamar su atención antes de que se fuera al trabajo.
Las sensaciones se
iban acumulando dentro de ella, angustia, desesperación, miedo, rabia.... Su
sistema nervioso estaba a punto de colapsar y ella, iba perdiendo toda
esperanza.
Pensó en el
despertador y rezó para que sonara. Así, Mario podría escucharlo. Era lo único
que la podría salvar.
Las consecuencias de
no aparecer por el trabajo, era otra de sus preocupaciones. Resultaba irónico,
viendo su situación, pensar en un trabajo ingrato y mal pagado que, lejos de
apasionarla, la decepcionaba cada día más.
Laura, había
conseguido hacerse con el departamento, y estaba al borde del colapso por los
cambios que se estaban acometiendo en la empresa. Cada día entraba en su despacho
con la misma cantinela. Presionándola constantemente, para conseguir sacar más
trabajo que el resto de departamentos.
Según ella, tenían
que demostrar lo competitivas que eran. Era el único departamento controlado
totalmente por mujeres y eso jugaba en su contra.
Laura no paraba de
mencionar los posibles despidos. — Quizás nosotras estemos a salvo, pero ¿y nuestras
compañeras? Pagaran ellas por nuestros errores. — Solía decirle. Sabía que
tecla tocar, para que ella bailara hasta la extenuación.
En más de una
ocasión, Lys, se había preguntado ¿Cómo había conseguido Laura, hacerse con las
riendas del departamento? Ambas ostentaban el mismo puesto y tenían las mismas
funciones, pero una mandaba y la otra obedecía como un corderito.
Ella sabía la razón,
pero le costaba reconocerlo. Se pasaba la vida evitando la confrontación y eso,
siempre terminaba perjudicándola.
Había pensado cambiarse
de trabajo, pero la situación no estaba como para embarcarse en nuevas aventuras.
Era una locura que ella no se podía permitir en aquellos momentos.
También sabía, que las
cosas podrían ser diferentes, pero temía sus consecuencias….
Respiró hondo.
Ningún pensamiento, la iba a sacar de la trampa humana en la que se había
convertido su cuerpo. Si era estrés o agotamiento, le daba igual, tan sólo,
quería que Mario la ayudara a llegar a un hospital.
De repente, se dio
cuenta de que los ruidos en la cocina habían cesado. Quizás, Mario ya se hubiera
ido al trabajo. Aquello le produjo una sensación muy desagradable, algo más
fuerte que la angustia.
Con todas sus fuerzas,
intentó revolverse en la cama, pero al cabo de unos momentos, volvió a rendirse.
La oscuridad había vuelto a la habitación. Tan sólo, quedaba esperar que
alguien la echara en falta. Era como para volverse loca.
El estómago volvió a
contraerse. Esta vez, la sensación la dejó vacía, cómo si se le fuera la vida…
A punto estuvo de suplicar por ello, pero, ¿a quién? Estaba completamente sola.
No quería sentir
aquello que algunos consideraban “un sexto sentido”. Ella no veía muertos, tan
solo, presentía su llegada. Más que un “Don”, era un castigo que le provocaba
un sufrimiento indescriptible.
Intentó concentrarse
de nuevo en su respiración. De algo tenían que servir las clases de relajación,
a las que era derivaba una y otra vez por su médico de cabecera.
Respiró y respiró, pero
su cuerpo siguió sin reaccionar.
Hubiera preferido la
muerte a semejante quietud. Cualquier cosa sería mejor que vivir enclaustrada
en una cama el resto de su vida. Pensó, como se deterioraría su cuerpo,
mientras esperaba día tras día, a que alguien se ocupara de quitarle los
pañales.
«¿Quién la iba a
cuidar?» Reflexionó sin poder contener las lágrimas.
Mario la dejaría, no
podría ocuparse de ella, nadie podría hacerlo. Estaba sola, completamente sola,
y terminaría en alguna residencia, con la mirada perdida en algún techo.
Por su mente pasaron
las imágenes de la película “Mar adentro”. En aquel momento, entendió
perfectamente el sentimiento del protagonista. La muerte, era la salida menos
dolorosa. El único camino hacia la libertad.
Intentó revolverse,
mover sus brazos y zafarse de aquel edredón que se estaba convirtiendo en su
mortaja. Llena de rabia y dolor, se iba desalentando por momentos, con cada
intento, con cada segundo, sumergida en aquel sufrimiento.
Escuchó algo y puso
toda su atención. Quizás, Mario no se había ido… Un haz de esperanza, que
apenas duró unos segundos.
Era el latido de su propio
corazón, haciéndose más y más intenso. El torrente sanguíneo golpeaba en su garganta,
en su pecho y en todos los recovecos de su piel. Tuvo la sensación, de tener en
el interior de su cuerpo una bomba que estallaría en cualquier momento.
Dejaría las paredes
perdidas de sangre y vísceras. No pudo evitar sonreír mentalmente ante lo
irónico que resultaba. ¿Qué le importaba a ella, la mugre que quedará tras esparcirse
sus vísceras por la habitación? ¿Acaso lo iba a tener que limpiar? Por una vez
que limpiara Mario, no pasaría nada. Aunque con lo señorito que era, llamaría a
una empresa de limpieza.
Sintió algo cálido
que rozaba la piel de su cuello, era sutil como una caricia. Lys se estremeció
y volvió a ponerse en alerta.
Más que miedo,
sentía impotencia. Fuera lo que fuese, haría con ella lo que le diera la gana.
Percibió de nuevo
aquella sensación, seguida de una respiración acompasada, tranquila, y
profunda.
Desesperada busco
una explicación. No, no se había vuelto loca. Mario debía estar a su lado.
Seguramente, se habría dado cuenta de lo que la pasaba y estaría preocupado.
No conseguía
escucharlo. ¿Se habría quedado sorda? Rápidamente reflexionó, si estuviera
sorda, no podría escuchar su respiración. Cerró los ojos unos segundos. La
sordera no sería el peor de sus problemas, comenzaba a tener falta de lucidez.
El miedo la estaba dejando tan aturdida, que ya no era capaz de pensar con
claridad.
«¿Si Mario estaba a
su lado...? — Pensó angustiada. — También
podría estar paralizado como ella»
Quién estuviera en la
casa, les habría inmovilizado con alguna droga o gas para robarles. No sería el
primer caso.
— ¡Ayuda! — Gritó de forma más mental que física.
«¡Malditos ladrones,
malditos todos…!» Pensaba llena de rabia.
De repente, recordó
algo que le heló la sangre. Mario no había dormido en casa, había salido de
viaje. Recordó con estupor, su beso de despedida, mientras le decía:
— No se te olvide hacer
la transferencia del alquiler. ¡Te quiero!
¡Si Mario no estaba!
¿Quién respiraba a su lado? ¿Quién la estaba torturando de una forma tan cruel?
Los enmarañados pensamientos se iban sucediendo, como si de una película a cámara
lenta se tratara. La incredulidad de lo ocurrido, chocaba de bruces con la
puñetera realidad. No tenía escapatoria. Harían lo que quisieran, sin que ella
pudiera evitarlo.
Volvió a percibir
aquel siseo en sus oídos.
«¡No, por favor!» Imploró
en sus pensamientos.
Su vello erizado, intentaba defenderse de algo o alguien, al
que ni siquiera podía mirar. Indefensa, inmóvil y aterrorizada, se veía incapaz
de poder soportarlo.
¿Hasta dónde llegarían? ¿Por qué no robaban y se largaban de
una vez? Pensaba de forma angustiosa.
Les hubiera dado
todo, sin necesidad de hacerla pasar aquel calvario.
La montaña rusa de emociones en la que estaba presa, la
estaba consumiendo. No sabía si reír como una loca o llorar desesperadamente.
Tan sólo, quería recuperar el control de su cuerpo, y que la pesadilla
terminara de una vez por todas.
La habitación comenzaba a iluminarse con las primeras luces
del alba. Su despertador, seguía sin sonar
Aquel macabro juego
seguiría, y ella, poco o nada podía hacer. Quizás debía rendirse, abandonarse a
su suerte y suplicar porque todo fuera lo más rápido posible. Sin embargo,
no podía cerrar los ojos, a pesar de sentir que hubiera sido lo más sensato:
hacerse la dormida, simular estar inconsciente.
«¡Maldita sea!» Pensó, mientras sentía como una lagrima
rodaba por su cara. Se sentía tan estúpida, como impotente. ¿Por qué no la
mataban de una vez por todas?
Cerró los ojos vencida por el agotamiento. No podía escapar,
y la cabeza le iba a estallar. Estaba sola, y no la quedaban más fuerzas para
luchar.
¡Quizás, era su vida la que se apagaba…!
2. CAPÍTULO
Tardó unos segundos en recuperarse. Miró a su alrededor,
como si necesitara confirmar el lugar donde se encontraba. Sacó las manos del
edredón, necesitaba comprobar que la pesadilla había terminado.
Respiró aliviada, al ver, que todos los músculos de su
cuerpo respondían. Por fin, podría levantarse de aquella cama a la que se había
sentido atada.
«¿Hasta cuándo iba a padecer aquellas pesadillas? ¿Cuándo
iba a poder descansar?» Se preguntó resignada. Estaba agotada, no podía seguir
reviviendo noche tras noche aquella sensación de terror. El insomnio iba
aumentado a la misma velocidad que el miedo crecía. Lys comenzaba a
desesperarse y ya no sabía qué hacer.
«¿En qué punto había comenzado todo de nuevo?» Se preguntó,
mientras intentaba ir más allá de la primera pesadilla. Algo, tenía que haber
despertado a los fantasmas que tanto daño le hicieron en el pasado. Si
conseguía encontrar el detonante, quizás, pudiera volver a ser feliz.
Respiró profundamente
para serenarse. La sensación de sentirse atrapada dentro de su propio cuerpo,
le producía impotencia y miedo, un tormento del que nadie podía salvarla.
Se levantó de la
cama, y se puso algo de música para animarse. No pensaba darle más vueltas al
asunto o terminaría fastidiándola el día. No es que tuviera un gran día por
delante. En realidad, todos los días se parecían. Ella había elegido esa
opción, hasta que comenzaron las pesadillas y empezó a replanteárselo todo.
De vez en cuando,
movía sus brazos, necesitaba comprobar que funcionaban bien. Si Mario la
hubiera visto haciendo aspavientos por la casa, habría pensado que se había
vuelto loca. Lo peor de todo, es que no estaría muy alejado de la realidad.
Aquellos sueños, llevaban atormentándola el tiempo suficiente, como para terminar
con una camisa de fuerza.
Mientras se miraba
en el espejo del baño para arreglarse, recordó la sensación de alguien respirando
en su cuello. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo, como si de una descarga
eléctrica se tratara. Era una sensación indescriptible, algo, que ponía su vello
de punta y le hacía temblar.
Antes de salir, volvió
a mirarse en el espejo de la entrada. Se notaba que había perdido algo de peso y
el pantalón le bailaba un poco. Se colocó el abrigo y la bufanda para protegerse
el cuello.
Se acercó más al
espejo. Había intentado camuflar sus ojeras, pero no estaba segura de haber
conseguido el efecto deseado. Podía cambiar el tono grisáceo de su piel, pero
no la inflamación. Sus oscuros ojos, se veían más tristes que de costumbre.
«Lástima, que la
mascarilla no cubra toda la cara» Pensó y se colocó un poco el pelo. Apenas
tenía veintinueve años, y ya iba a tener que teñirse. Se había obsesionado con
un par de canas que había encontrado en su larga melena negra.
Salió a la calle y se dirigió al metro. Con un
poco de suerte, se encontraría con su amiga Carmen. Ella siempre le alegraba la
mañana, aunque la volviera loca con sus cotilleos.
Lo bueno de tener la
rutina marcada, era que no le dejaba mucho tiempo para pensar: trabajo, casa,
compra y algo de deporte. Aquel ritmo de vida hacía que los días pasaran tan
rápido, que a veces tenía la sensación de estar perdiéndose algo.
Aun así, sus días
eran mucho mejor que sus noches. Se acostaba tarde y se levantaba temprano. Siempre
quedaba algún trabajo por hacer a última hora.
El insomnio era el
menor de sus males. A Lys, lo que más le aterraba, era la extraña sensación de
su estómago. La llevaba acompañando toda la vida, y al igual que las
pesadillas, en los últimos meses se había intensificado.
No se trataba de una
ulcera o un problema de salud. Era algo más tenebroso y oscuro. Según la forma
en la que le afectaba, significaba una u otra cosa, pero desde luego, nunca resultaba
ser nada bueno.
Había intentado
buscar respuestas, pero la única conclusión que había conseguido sacar de tanta
terapia: es que era la forma, en la que su cuerpo metabolizaba sus miedos e
inseguridades. No sería ella, quien negara el miedo que sentía, aunque, nunca
se hubiera considerado una mujer insegura. Más bien todo lo contrario. Era la
certeza de lo que vendría después, lo que le aterraba.
Aquella sensación,
hacía que a Lys se le encogiera el alma. Le llevaba a vivir momentos de
auténtica desesperación, que no podía compartir con nadie. Prefería pasar
inadvertida y no convertirse en el pájaro de mal agüero que anuncia las
desgracias. De todas formas, los problemas se sucedían, tanto si ella quería,
como si no.
Para Lys, más que un
sexto sentido, era una maldición de la que no había escapatoria, por mucho que
ella lo intentara.
Lys subió al vagón.
Era jueves y Mario volvería de su viaje. Tenía ganas de verlo y pensó en
planear algo para el fin de semana, hacía mucho que no salían juntos.
Lys se despertó por
los ruidos que procedían de la cocina. Por un momento, a punto estuvo de
ponerse a gritar pensando que estaría sufriendo otra de sus pesadillas.
Al ver que podía
mover sus manos, se tranquilizó. Recordó la vuelta de Mario la noche anterior,
y se tapó la cabeza con la almohada. Era viernes, por primera vez en toda la
semana, había podido dormir toda la noche de un tirón.
«¿Por qué demonios no cerraba la puerta del
dormitorio?» Se preguntó enfadada.
Todavía no había
sonado su despertador y seguía teniendo sueño. Si no fuera por la complicada
situación en la oficina, llamaría para teletrabajar desde casa, así podría
levantarse más tarde y no tendría que aguantar a Laura. Lys empezaba a tener la
sensación, de que aquella bruja disfrutaba torturándola.
Dio vueltas en la
cama y se puso la almohada en la cabeza, pero no consiguió volverse a dormir. Diez
minutos más tarde, se levantó dando bufidos como si fuera un gato.
Salió de la
habitación e inspiró el olor a café que inundaba toda la casa. Sintió una pequeña
arcada, odiaba aquel brebaje con todas sus fuerzas, su aroma le revolvía las
tripas.
Mario decía que era
un “bicho raro”. Según él, el café le gustaba a todo el mundo. Lys no estaba de
acuerdo, pero se conocía el discurso de memoria y no tenía la menor intención
de llevarle la contraria. Por ella, como si se lo bebiera a litros. Mientras no
la besara después….
Se dirigió a la
cocina y le dio los buenos días. Charlaron unos minutos sobre cómo había ido la
semana. La situación no estaba resultando fácil para las empresas y todo, se
terminaba centrando en torno al trabajo.
Mario se terminó su
taza, afirmando que sin café, no era capaz de espabilarse. Lys no estaba de
acuerdo con aquella afirmación. Mario estaba espabilado las veinticuatro horas
del día, con o sin café. Se había largado sin recoger nada y le iba a tocar
hacerlo a ella.
Hizo una lista mental
para ese viernes: Trabajo, compra, lavadora, terminar el cursillo de riesgos
laborales y llamar a su suegra. ¡Su santa suegra…!
Dejó de atormentarse
y se dispuso a tomarse un té, mientras recogía la cocina.
Si Mario le echara
un cable de vez en cuando, no estaría tan agobiada. Era un encanto, pero
siempre tenía la excusa perfecta para escabullirse. Al final, todas las tareas
del hogar recaían sobre ella. Lys, tendría que haber hablado con él, pero
evitaba tener conversaciones incómodas. Mario, siempre aludía a sus viajes para
no hacer nada, y se olvidaba deliberadamente del resto del año.
Llegó tan pronto a
la oficina, que se encontró con todo el alumbrado apagado, incluso, las luces
de emergencia.
Tendría que hablar
con el encargado de mantenimiento. Si se hubieran presentado los de prevención
de riesgos laborales, les habrían sancionado sin contemplaciones.
Encendió la linterna
de su móvil y se dirigió al cuadro de luces para subir el diferencial.
No se encontraba
especialmente cómoda en aquella situación. La recordaba, esas pesadillas en las
que una termina perseguida para ser desmembrada por algún tipo siniestro, y
traumatizado por su pasado.
Sintió un escalofrío
que le resultó muy desagradable. Intentó no sugestionarse, y borró de su mente
todas las escenas de terror que le venían a la cabeza.
«¿Cómo podía
recordar tantos detalles, si se pasaba la mitad de la película con los ojos
cerrados?» Razonó Lys, molesta consigo misma.
Tan sólo, tenía que
subir el interruptor general para dejar de tener miedo. Aminoró el paso cuando escuchó
un ruido a su espalda. Rápidamente se volvió y apuntó con la linterna en todas
las direcciones. Estaba al lado del hall y allí no había ni un alma. Lys
comenzó a pensar que no había sido buena idea.
Debía reconocer, que
su imaginación no tenía límites, y el hecho de tener tantas pesadillas, tampoco
ayudaba a mantener la calma.
Con mucho sigilo para
poder escuchar cualquier sonido, dio un par de pasos y se detuvo. Aquello no le
estaba gustando nada, escuchaba algo, pero, no podía identificarlo. Podía venir
de las plantas de arriba o de las de abajo, no estaba segura, y eso la estaba
poniendo muy nerviosa.
La linterna se apagó.
Lys se puso tan histérica que ni siquiera era capaz de volverla a encender.
Apretó con tanta fuerza el botón del móvil que lo terminó apagando.
Instintivamente, pegó
su espalda a la pared. Tenía la sensación de haber sido engullida por un
agujero negro. No entraba ni un haz de luz por las puertas de cristal de los
despachos.
El móvil se reinició,
pero con los nervios, se le quedó la mente en blanco. No recordaba su pin, y no
estaba como para hacer memoria. Se dio un pequeño golpe en la cabeza, como si necesitara
resetear su cerebro.
El nerviosismo fue
en aumento, después de meter un pin erróneo. Tan sólo le quedaban dos intentos
antes de bloquearlo. Escuchó unos pasos y preguntó en voz baja: — ¿Hay alguien
ahí? — Nadie contestó.
A Lys aquello no le
gustó nada. Estaba segura de lo que había oído y se estaba poniendo mala. Le
temblaban tanto las manos, que a punto estuvo de meter otro número en el
dichoso móvil. Consiguió reiniciarlo, sin dejar de mirar todo lo que pasaba a su
alrededor. Soltó el aire, cuando consiguió encender la maldita linterna.
El ruido de una
bisagra, le puso el bello de punta y aligeró el paso. Aquel pasillo, era más
largo que el de la película del resplandor y pareciera que no se acabara nunca.
Rebuscó en el bolso,
un espray de pimienta que le consiguió Mario en uno de sus viajes. Si
encontraba a alguien en su camino, lo pensaba fulminar. No estaba como para más
tonterías.
Tanto dar vueltas
sobre sí misma buscando el origen de los ruidos, la había desorientado. Ya no
sabía, si los cuadros eléctricos estaban a la mitad o al final del pasillo.
«¡Mil veces he
pasado por delante! — Pensó rabiosa. — Y ahora que los busco, no soy capaz de
encontrarlos. ¡Maldita sea!»
Levantó la cabeza, como
si necesitara ayuda divina, al bajarla, se encontró con una luz que salía de la
salita de café.
— ¡Venga ya! No me
lo puedo creer. Estoy haciendo el tonto.
Se acercó al despacho
más cercano para comprobar que había luz. No pensaba contar aquella historia a
nadie. Había hecho el ridículo, montándose una escena de cine de terror
absurda.
Clicleo un par de
veces para asegurarse. Todo siguió a oscuras y ella, estuvo a punto de tirarse
al suelo y hacerse un ovillo hasta que alguien la encontrara. Aquello no era
normal.
Su corazón iba tan rápido
como sus estúpidas ideas. Su primer impulso fue salir corriendo de allí, pero lejos
de huir, se quedó embobada. Intentaba buscar una explicación al destello
luminoso.
Cual polilla sin
cerebro, se acercó unos pasos a la salita. Si era un compañero, se iba a
enterar, por asustarla.
Un nuevo ruido a su
espalda, la hizo volverse. Aquello fue la gota que colmó el vaso y decidió
salir de allí lo antes posible. Con su cuerpo muy pegado a la pared, retrocedió
sobre sus pasos, sin quitarle ojo a la luz de la salita.
Intentaba respirar
controladamente para que no la escucharan. Una puerta se cerró y ella gritó asustada. No
podía más, era peor que en sus pesadillas. Alguien se la estaba jugando, y cómo
se lo echara a la cara, se le iban a quitar las ganas de gastar bromitas de ese
tipo.
Una sombra, cruzó el
haz de luz que salía de la salita y ella, salió corriendo en busca del guardia
de seguridad sin mirar atrás.
Tenía el corazón a
mil por hora, y escuchaba ruidos que procedían de todas partes. Salió por la
puerta central, y bajó las escaleras corriendo en dirección a la entrada
principal del edificio. Cruzó el recibidor y se metió en el pasillo de la
derecha, donde se encontraba la sala de monitores.
Llamó a la puerta de
forma atropellada, mientras no dejaba de mirar atrás. La sala estaba vacía y
Lys, se puso en lo peor. Esperaba que no
le hubiera pasado nada. Por un instante, dudó entre llamar a la policía o
abandonar el edificio hasta la hora de entrada.
Marcó en su móvil. Si
les hubiera pasado algo a los guardias de seguridad, no se lo perdonaría nunca.
En esos momentos, Tasio apareció, y a punto estuvo de abrazarlo.
Le conocía desde
hacía años, y le contó angustiada, lo que había visto. Tasio no fue capaz de
encontrarle sentido, pero al verla tan nerviosa, la invitó a acompañarle en su
ronda para que se quedara tranquila.
Lys declinó la
invitación, ya se sentía suficientemente estúpida después de contar aquella
historia. No necesitaba comprobar nada. Prefería vivir en la ignorancia, y
pensar que todo había sido fruto de su imaginación. De poco o nada le iba a
servir certificar haber vivido un episodio paranormal. Bastante atemorizada vivía
ya con aquellos sueños.
Le preguntó, si
podría haber sido su compañero. Tasio le aseguró que su compañero estaba en la
sexta planta haciendo su ronda.
Le animó a revisar
las imágenes de las cámaras. Aquel hombre parecía tan seguro de que no había
nadie que, Lys se dio cuenta de lo absurda que estaba resultando, y declinó
hacerlo.
Tasio intentó quitarle
hierro al asunto. Le aseguró que podría ser alguna lámpara de mesa. Los
enchufes iban conectados a otro diferencial, y a veces, algún despistado se los
dejaba encendidos.
Lys, sabía lo que
había visto, pero no quiso contrariarle, se limitó a afirmar con la cabeza, en
un desesperado intento de terminar con aquella historia. Comenzaba a sentirse
completamente estúpida y ya no sabía que pensar.
Lys caminó a su lado
sin decir nada. Tasio abrió el cuadro de luces y pudo observar como subía todos
los diferenciales.
El hombre se ofreció
a quedarse en el pasillo mientras ella trabajaba en su despacho. Lys declinó el
ofrecimiento. En menos de quince minutos, la oficina se llenaría de gente yendo
y viniendo de un lado para otro, en cuyo caso; lo único que la daría miedo,
sería ver cruzar a Laura por la puerta de su despacho.
Tasio se despidió y
le aseguró, que se pasaría de vez en cuando por allí. Pediría a su compañero,
que controlara las cámaras.
Lys se lo agradeció
y se puso a trabajar. Eso no significaba que no le fuera a estar dando vueltas
toda la mañana. No estaba loca, sabía perfectamente lo que había visto y eso
era lo peor de todo, de contarlo, nadie la creería.
La oficina no tardó
en convertirse en un hervidero. Lys se dispuso a cerrar la puerta de su
despacho- Tenía una montaña de documentos y necesitaba concentrarse en lo que
estaba haciendo. Laura llegaría tarde como de costumbre, pero en cuanto lo
hiciera, la tendría respirando en su cuello y pidiendo los expedientes
revisados, y los contratos firmados.
Carmen y Silvia, se
pararon a saludarla.
— ¡Joder nena! Qué
mala cara tienes. ¿Estás bien? — Comentó Carmen
— ¡Gracias Reina! Yo
también me alegro de verte.
— No te lo tomes a
mal, pero he visto difuntos con mejor aspecto que el tuyo. Comentó Silvia, que
no era muy amiga de andarse por las ramas.
— ¿En serio? ¿Tan mal estoy? Me he dado corrector de ojeras ¿No se nota?
— Sus compañeras se encogieron de hombros y ella continuó. — He dormido mal
esta semana. Sigo teniendo pesadillas y necesitaría descansar un poco más.
— ¡Te agobias demasiado! — Le dijo Carmen. — Si no le dieras tantas
vueltas a las cosas, te iría mucho mejor.
— Es que Laura me tiene loca, hoy he venido media hora antes para sacar
algo de trabajo. No te imaginas que susto me he llevado. Me ha parecido ver
unas sombras en la salita de café. El guardia de seguridad, me miraba como si
estuviera trastornada.
— ¡Es que estás para
que te encierren! ¿A quién se le ocurre llegar antes a la oficina? Cuanto más
trabajes, más trabajo te va a encasquetar. Con lo lista que pareces….
— Llevas razón. Laura
me está apretando y por mucho que lo intento, hay días que no consigo terminar.
Ayer salí media hora más tarde, por eso he venido antes, para no tenerla que
aguantar toda la mañana.
— ¡Esa Cabrona
disfruta torturando! ¡Espabila o vas a terminar mal! Ocupáis el mismo puesto,
no dejes que siempre se salga con la suya. ¿Te pagan las horas extras? ¡No!
¿verdad? Pues deja de hacer el tonto. No te deslomes, que ella haga algo, o contratar
más personal.
— ¡Cómo para
contratar personal estamos! — Dijo Lys amargamente. — Laura me ha comentado que
están barajando reducir la plantilla. Por eso, me empeño en sacar todos los
proyectos y contratos posibles. No me gustaría que despidieran a nadie. Es una
mala racha y no creo que dure mucho.
— A eso se le llama
chantaje emocional, y creo que lo intenta con todo el mundo. Yo no pienso
complicarme la vida, por mucho que te esfuerces, terminarán haciendo lo que les
dé la gana. Prefiero hacerme respetar, de lo contrario no dejarán de
apretarnos. — Respondió Silvia
— Si, ya sabemos
todos lo respetable que eres. — Comentó Carmen, con cierta ironía.
— ¿Insinúas algo? —
Silvia sabía por dónde iba y no le gustaba nada que se lo recordaran.
— ¡Qué susceptible,
chica! Sólo intentaba decir que, tú también te has llevado el trabajo a casa.
Si un jefe nos pide un favor… ¿No crees?
Silvia la miró de
soslayo. No conseguía vislumbrar, si Carmen hablaba sinceramente o con
segundas. Hacía mucho tiempo que tonteaba con el jefe, y sospechaba que no era
la única. En cuanto consiguiera saber quién era la zorra que se andaba metiendo
por medio, le pondría las cosas claras. Ella no iba a ser el postre de nadie.
— ¡Hay Carmen! Siempre
tan locuaz. — Le dijo mirándola de refilón, para volverse hacía Lys. — Si ves que no puedes conciliar el sueño, siempre
puedes tomar alguna pastilla que te ayude. Con tantos adelantos médicos, no
encuentro el empeño en sufrir. Te ahorrarías este tipo de episodios tan
“extravagantes”. En fin. ¡Os dejo! Yo también tengo mucho trabajo.
La vieron alejarse
por el pasillo contoneándose.
— No la soporto.
Cada día me cae peor, se puede ser más bruja….
— No la tomes en
serio, le gusta provocarte para que saltes, pero en el fondo, no es mala y lo
sabes. Además, tú tampoco te quedas callada. Te has pasado y lo sabes.
— Acaba de insinuar
que no trabajamos.
— ¡Perdona! ¡Será, que
tú no trabajas! A mí me ha dicho que tengo muy buena reputación.
— ¡Encima ponte de
su parte! ¿Es qué no te das cuenta? Se cree, que por cepillarse al jefe, se va
a librar de que la despidan.
— ¿Con qué jefe está
liada?
— No estoy segura,
con lo promiscua que es…
— ¡Hay que ver cómo
eres! Que haya salido con un compañero, no la convierte en promiscua.
— Eso es porque no
la conoces bien.
— ¿Qué sabes tú, que
yo no sé?
— Hace unos días
estaba en el baño y entró ella, me quedé en silencio y la escuché hablar con
alguien. Debieron de darle calabazas, porque la oí llorar.
— ¡Pobrecilla!
— Algún día, te darás cuenta de la mala leche
que tiene “la pobrecilla”. Luego no digas que no te advertí.
— ¡Si mamá! — Le
respondió con ironía. — ¿Nos vemos a la hora de comer?
Aquel día, nada más
llegar a casa se quitó los zapatos y se fue derechita a la ducha. Mario le
había mandado un mensaje avisando de que cenaría fuera. A veces, tenía la
sensación de que la rehuía, pero estaba tan cansada que, casi se lo agradecía.
Me gusta como escribes pero es demasiado largo para un blog. En los blogs en general las entradas son cortas fáciles de leer
ResponderEliminarEres buena escritora
Llevas razón, los capítulos son largos, por eso mi idea es ponerlos los fines de semana, uno el sábado y otro el domingo.
ResponderEliminarEs simplemente, por si hay alguien al que le apetezca leer el libro, sin tener que hacer un desembolso económico. No tiene mucho más y si de paso, alguien lo quiere criticar para ayudarme a mejor, estupendo y si no, no pasa nada.
Un besote.
uffff que intenso, lei el primer capítulo, al inicio pensé "que se subió el muerto" a la protagonista, pero pasadas las líneas, podría ser que fue drogada, prometo volver para leer el episodio 2.
ResponderEliminarhasta el momento me tiene muy enganchado la historia
saludos
Gracias por tus palabras. Espero no decepcionarte con los próximos.
EliminarUn saludo.