18 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 5


 

5. CAPÍTULO

L

a situación en la oficina, se estaba complicando por momentos.

¡Cómo si ella no tuviera suficiente! Pensaba Lys, cada vez que alguien le contaba algún cotilleo absurdo.

Un chico de contabilidad le reprochó el retraso que llevaban algunos contratos. A punto estuvo de lanzarle la grapadora a la cabeza. Total, el muy imbécil no usaba su sesera para nada.

A medida en que se iban intensificando los rumores sobre los recortes de personal, el ambiente era más insoportable. La amenaza de los despidos era como una espada de Damocles que iba despertando en algunos su lado más oscuro.

—No me extrañaría, encabezar esa lista de la que tanto se está hablando. —Le había comentado Lys a su compañera mientras comían.

—¿Por qué dices eso? ¡No seas pájaro de mal agüero! Laura no da un palo al agua. Si te vas, ¿quién va a hacerle el trabajo a esa bruja?

—¡Tú no la conoces! Es como un perro de presa, cuando consigue enganchar a su víctima no la suelta. Buscará la forma de conseguir sus propósitos, cueste lo que cueste. Laura es una mujer caprichosa y apática. Todo le importa un comino: la gente, el trabajo, la empresa... Cree que el mundo no puede seguir girando sin ella.

—¿Lo dices por la discusión del viernes? Hoy ya se le habrá pasado, no tienes que darle más vueltas.

—Sí. Pues me puso una queja formal en recursos humanos. ¿No te lo había contado Silvia?

—Algo dijo, pero no la tomé en serio, pensé que era una de sus maldades.

—Tan solo, le dije que hiciera su trabajo y me dejara en paz.

—¡Esa es mi chica! ¿Y ahora qué vas a hacer?

—De momento, nada. Ya aclaré lo que tenía que aclarar con recursos humanos.

—¡Por si no lo sabías, Ana y Laura son intimas! Yo, en tú lugar, hablaría con el jefe. Cuéntale como está la situación antes de que ella se adelante.

—Lo mismo ya lo sabe.

—¿Y no vas a pelear? Aunque sea un poquito. ¡Por incordiar más que nada! No se lo pongas tan fácil a esa víbora, no se lo merece.

Lys sonrió ante el comentario de su compañera. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Lo tendría que haber hecho desde el primer día, pero durante mucho tiempo había evitado la confrontación.

—A veces, hay que dejar que las cosas sigan su curso. Por muy raro que te parezca, tengo la sensación de que, en algún momento, se darán cuenta de cómo es.

Carmen se echó las manos a la cabeza. No podía creer que Lys fuera tan ingenua. Su pobre amiga no era rival para ella. En realidad, Lys no era rival para nadie.

—¿De verdad piensas eso? —Le dijo Carmen resignada.

—¡Claro que lo pienso! Tengo que esperar el momento oportuno. No quiero que vayas con el chisme a nadie. ¡Por una sola vez! Ten paciencia, verás cómo todo se resuelve.

—¡Tú sabrás! Es tu puesto de trabajo el que está en juego. Por muy incompetente que sea, no te olvides de que es capaz de hacer determinados apaños mejor que nadie. Y si no, pregunta.

—¡Qué bruta eres! No puedes hablar así, como te oigan, la que va a encabezar esa lista, vas a ser tú. Ahora tengo cosas más importantes en las que pensar. No voy a enzarzarme en una guerra absurda que no me llevará a ningún sitio. A diferencia de ella, nosotras tenemos escrúpulos. No somos capaces de jugar con el pan de nadie.

Carmen se fue del despacho de su amiga preocupada. Antes de llegar Lys, Laura se había cargado a tres compañeros en dos meses. Era “vox pópuli”, que el jefe la toleraba todo, aun sabiendo que era un lastre para su empresa.

 

Lys trabajaba en su despacho, cuando se repitió la extraña sensación que la traía por la calle de la amargura. Era como un nudo que estrujaba su estómago, le produciendo una fuerte sensación de asfixia que terminaba convirtiéndose en un inmenso vacío.

Sus manos comenzaron a temblar y tuvo que soltar los papeles antes de que se la cayeran al suelo. El temblor se extendió por todo su cuerpo y ella se abrazó fuertemente para intentar pararlo.

«¿Qué será esta vez…?» Pensó desesperada.

Se levantó de su silla y se fue corriendo al baño. Necesitaba echarse agua fría por la nuca. No sabía muy bien por qué. Quizás, tan solo necesitaba huir: huir de sus miedos, huir de la gente, huir de sí misma…

¿Qué ocurriría está vez? No le faltaban frentes abiertos, por un lado: estaba Mario con síndrome de Peter Pan; Laura con sus deseos de expansión y ella, ella estaba aterrada por unas pesadillas que, en los últimos días, se habían trasladado a la realidad.

No necesitaba dormir, para pasar un mal rato. Su vida se había convertido en su peor pesadilla. Todo lo que intentaba construir, parecía desmoronarse sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Una vez más, parecía tenerse que resignar a perderlo todo: pareja, trabajo…

Movió la cabeza de un lado al otro. No quería ni pensarlo. Daba igual lo que fuera a ocurrir. Lo único que ansiaba, era que desapareciera. Ella no era adivina y no quería jugar a serlo. Tan solo quería descansar.

Respiró hondo y cerró los ojos durante unos segundos. Escuchó que alguien estaba hablando y esperó a que se fuera para salir del cubículo del wáter. No quería que nadie la viera en aquel estado.

Una hora antes de salir, ya había revisado todos sus contratos e informes. Como de costumbre, Laura le había entregado los suyos con la excusa de tener unas reuniones ficticias. La debía de haber tomado por idiota y dado que los estaba haciendo, no le faltaba razón.

Estaba revisando uno, cuando Laura entró en su despacho. A Lys, aquella actitud altiva y déspota no dejaba de alucinarla.

¡Encima de que le hacía su trabajo! Era como para ponerse a gritarle un par de cosas. No dijo nada, su cuerpo estaba allí, pero su cabeza, su cabeza estaba imaginando cosas muy desagradables para aquella mujer.

Un chasquido de sus dedos, la hizo volver a la realidad. Observó que llevaba puesto el abrigo. Estuvo por preguntarle: si había solicitado una reducción de jornada. Pero no estaba el horno para bollos y se abstuvo de volver a provocarla. De todas formas, Laura iba a lo suyo.

—¿Has terminado los contratos? —Le dijo mientras comenzaba a colocarse uno de sus guantes de cuero negro.

—Los míos sí, quedan los tuyos.

—Pues a ver cómo te las apañas, porque mañana los tengo que entregar y como últimamente no se puede contar contigo….

Lys respiró hondo y se mordió la lengua. Tenía muy presente el maldito dolor de estómago y no quería problemas.

—Los dejaré en tú mesa, como siempre.

—¡Ves, que fácil resulta ser competente! —Aquella frase la removió algo por dentro y no pudo evitar contestar como se merecía.

—He dicho que los dejaré, no que los vaya a corregir. Todas las cifras están mal y están mal redactados. Más que corregirlos, te aconsejaría que los hicieras de nuevo y ese, querida compañera, es tu trabajo.

—¡En eso te equivocas! —Ni siquiera la miraba a la cara. —Todo lo que salga mal, es cosa del departamento y ambas somos sus titulares.

Lys la miró y sintió la ola de calor que ascendía desde su pecho a su cabeza. Le quemaba la sien y a punto estuvo de decirle todo lo que pensaba. La costó contenerse, apretó tanto los dientes que se hizo daño en las encías.

Laura no era consciente de lo mucho que la estaba encendiendo. Tenía que calmarse antes de que perdiera las formas o algo peor. Todo el mundo tenía carácter y el suyo era más fuerte que ella misma. Tenía que controlarlo con todas sus fuerzas antes de que se tuviera que arrepentir.

La vio salir de su despacho, como si fuera una actriz de Hollywood el día del estreno. Saludando cual reina a todo con el que se cruzaba. La importaba un bledo que la vieran irse antes de tiempo.

Lys cogió el teléfono. Después de lo ocurrido aquella tarde, era consciente de que necesitaba ayuda. Por muchas dudas que tuviera, tendría que seguir con sus visitas al psicólogo.

El resto de la semana pasó sin pena ni gloría. Laura parecía haber cedido después de que Lys se plantara. Dejarla aquellos expedientes y contratos sin revisar, era lo mejor que podía haber hecho. No pensaba discutir con ella, pero tampoco iba a seguir actuando como si fuera su secretaria.

Lys canturreaba dentro de la ducha.

¡Por fin! Había llegado el viernes y había quedado con Mario. Tenían muchas cosas de que hablar y para evitar la discusión, lo harían en terreno neutral.

Lo tenía todo planeado, como se peinaría, que se iba a poner. Parecía una adolescente en su primera salida.

Tenía tantas expectativas, que llegó a olvidarse de lo ocurrido en las últimas semanas.

Tenía veintinueve años y vivía como una abuelita. Aunque, si lo pensaba bien, los abuelitos tenían más vida social que ella. Solo había que ver a su suegra. No había parado en casa ni en el confinamiento.

Quería retomar su vida, la pandemia la había parado en seco y necesitaba volver a la normalidad, aunque fuera con mascarilla. Iba a descartar las cenas en pijama y los maratones de fin de semana frente a la televisión. Su relación, necesitaba algún estímulo y ella también. Se moría de ganas de salir, ya no recordaba la última vez que cenaran con amigos, que fueran al teatro o salieran a bailar. Quería volver a divertirse y estaba dispuesta a hacerlo con o sin Mario, eso iba a depender de él.

Salió cantando y miró el reloj. Mario se estaba retrasando, habían quedado en salir a las nueve y media.

Marcó su teléfono y esperó escuchar el tono. No se lo cogió y decidió mandarle un mensaje.

Se maquilló y secó el pelo, pero ni rastro de Mario. Cerca de las nueve y media, recibió un mensaje de voz.

«Seguro que se retrasa como siempre». Pensó, antes de escucharlo.

¡Cari, se me había olvidado por completo! Estoy cenando con unos amigos. Después saldremos a tomar unas cervezas. Mañana si quieres, hablamos en la comida. ¿Te parece bien que invite a mi madre?

Lys le contestó.

Mañana tengo cosas que hacer, ya quedaré con tú madre en otra ocasión.

—¡Será cabronazo! —Dijo enfadada.

No solo la había plantado, además, pretendía que arreglaran los suyo delante de su madre. Aquello la desestabilizó por completo. Sabía que las cosas entre los dos no estaban bien, pero aquello pasaba de castaño a oscuro.

Se dirigió al baño para desmaquillarse. Su cabeza era un polvorín y en aquellos momentos, tan solo quería salir corriendo de aquella casa y abandonarle.

Era un cara dura y ya estaba cansada, cansada de sus excusas y de su forma de hacerse la víctima cada vez que intentaba hacerle entrar en razón. Raro era el día que no terminaban en medio de una discusión en la que él no paraba de hacerla reproches. Le hablaba de cómo se pasaba la vida trabajando como un desgraciado, por un futuro común. Cómo si ella no estuviera haciendo lo mismo. Lo peor de todo, era cuando hablaba de cómo había perdido el tiempo, cuando estuvieron encerrados en la pandemia. Cómo si estar con ella hubiera sido un castigo. El resto era un clásico, tenía derecho a ir al campo de fútbol y salir a tomar una cerveza con sus amigotes. Según él, no podía estar todo el día bajo sus faldas.

—¿Una cerveza? —Dijo Lys, con cierta nostalgia, tras recordar el estado en que solía llegar.

Sin entender cómo, Lys pasaba de víctima a verdugo en menos de cinco minutos. Querer pasar algo de tiempo con su pareja, la convertiría en la bruja malvada del cuento y ella, ya conocía el final. Un par de semanas de enfado, hasta que cediera y le pidiera perdón.

«¡Manda huevos!» Pensó Lys, mientras movía la cabeza negativamente. Aquello no podía continuar así y ella mejor que nadie lo sabía.

 No quiso darle más vueltas. Dejó el móvil en la encimera del baño y se puso música. Que no saliera a una disco, no significaba que no pudiera bailar.

Sacó la leche limpiadora del mueble y cerró la puerta con un golpe de cadera. Se movía al ritmo de la música a la par que pasaba la esponjilla húmeda por su rostro.

En otro tiempo, se habría dejado el maquillaje y le habría esperado despierta para hacer el amor de madrugada, pero una vez ni siquiera apareció y le salieron un montón de granos en la cara. A la mañana siguiente, le tocó cambiar las sábanas manchadas por el maquillaje.

Se hizo un sándwich mixto y se sirvió una generosa copa de vino. Dejando la botella en la mesa del salón, por si le apetecía otra. Era su noche de diversión, con o sin Mario.

Se puso una película antigua y se acurrucó en el sofá con su mantita de pelo.

Se despertó sobresaltada. La música estaba a todo volumen y Lys miró en todas las direcciones buscando la fiesta. Tardó unos segundos en ser consciente de que no había nadie en la casa.

La antigua cadena de música, se había vuelto a encender sola. Lo que pasaba en aquella casa no era normal. Se levantó corriendo del sofá para desenchufarla, antes de que los vecinos aporrearan la puerta o llamaran a la policía.

Debía tener algún tipo de temporizador que la conectaba y de vez en cuando, se encendía a todo volumen. Siempre le pasaba a ella y cualquier día le iba a dar un síncope.

Mario solía reírse de ella, hasta que una noche, los levantó de la cama a las tres de la mañana. Se pasó una semana leyendo las instrucciones para programarla, pero se negó a deshacerse de ella.

Miró el reloj del móvil. Eran cerca de las tres y media de la noche. Apagó la televisión y se fue a la cama.

Mario no había llegado. Seguiría de fiesta con sus amigos. Eso significaba que se pasaría todo el sábado entre la cama y el sofá.

Al meterse en la cama, notó que las sábanas estaban heladas y se colocó su pijama de felpa y los calcetines de lana. Visto lo visto, el sexo quedaba descartado. Mario llegaría tan borracho que el simple hecho de llegar a la cama ya le supondría un reto.

Se estaba quedando traspuesta, cuando comenzó a oír una especie de zumbido. En principio no le dio importancia. Seguramente, la ventana de la cocina se habría vuelto a desencajar. Volvió a acurrucarse entre las sábanas.

El ruido siguió intensificándose hasta el punto de convertirse en un zumbido muy molesto. Lys no pudo evitar concentrarse en él. La intensidad iba de menos a más y volvía a comenzar de nuevo, una y otra vez.

Intentó hacer memoria para recordar si había apagado el televisor. Estaba casi segura de haberlo hecho, pero terminó levantándose para cerciorarse.

Primero pasó por la cocina a comprobar la dichosa ventana. En algún momento, tendría que llamar al casero para que la arreglara.

Parecía estar bien cerrada, aun así, se aseguró. Repasó los electrodomésticos que no eran precisamente nuevos. La nevera emitía un sinfín de sonidos, pero nada que ver con el zumbido.

Todo parecía estar bien y se encaminó al despacho. Por si hubiera dejado encendido el ordenador. Dio una vuelta por toda la habitación, sin encontrar nada.

Terminó entrando en el salón y el sonido se intensificó. Si no fuera una locura, hubiera jurado que de alguna manera la estaba llamando.

A pesar de no querer darle importancia, el vello de su cuerpo se erizó. El ruido procedía de los altavoces de la cadena, la misma cadena que acababa de desenchufar. Zumbaban y zumbaban como si dentro hubiera un enjambre de abejas.

Con más miedo que vergüenza, se acercó por detrás de la mesa. Tampoco era cuestión de hacerse la valiente.

Lo primero que se la vino a la cabeza fue: si la cadena no tiene corriente, ¿por qué demonios están encendidos estos altavoces?

Se pellizcó el brazo. No se le ocurrió otra forma de comprobar que no fuera una de sus pesadillas.

—¡¡Ay!! —Exclamó, sintiéndose completamente estúpida.

Aquellos altavoces, parecían tener vida propia y eso, le daba mucho miedo. Quería que pararan de una vez por todas, no lo soportaba.

«¿Cómo iba a cortar una energía que no recibían? —Razonó incrédula. —¿Por qué se producían aquellos fenómenos? Era por ella, por la casa o ¿por qué?».

Lys estaba al borde de la desesperación. Si no podía pararlo, por lo menos que la sirviera para algo. Salió corriendo hacia la habitación. Volvió con el móvil en la mano dispuesta a grabarlo. Tenía que conseguir pruebas de que no se estaba volviendo loca.

Nada más entrar en el salón, el zumbido cesó y el pequeño pilotito se apagó.

 

2 comentarios:

  1. Eres un libro sin editar
    Me gustan tus entradas
    Lo mejor del mundo para vos escritora

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  2. Mil gracias por tus palabras, es mejor regalo que le pueden hacer a alguien que tan sólo aspira a serlo algún día.
    Un abrazo de los de apretar, cuando el alma habla por nosotras.

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