5. CAPÍTULO
L |
a situación en la oficina, se estaba
complicando por momentos.
¡Cómo si ella no tuviera suficiente! Pensaba Lys, cada vez
que alguien le contaba algún cotilleo absurdo.
Un chico de contabilidad le reprochó el retraso que llevaban
algunos contratos. A punto estuvo de lanzarle la grapadora a la cabeza. Total,
el muy imbécil no usaba su sesera para nada.
A medida en que se iban intensificando los rumores sobre los
recortes de personal, el ambiente era más insoportable. La amenaza de los
despidos era como una espada de Damocles que iba despertando en algunos su lado
más oscuro.
—No me extrañaría, encabezar esa lista de la que tanto se
está hablando. —Le había comentado Lys a su compañera mientras comían.
—¿Por qué dices eso? ¡No seas pájaro de mal agüero! Laura no
da un palo al agua. Si te vas, ¿quién va a hacerle el trabajo a esa bruja?
—¡Tú no la conoces! Es como un perro de presa, cuando consigue
enganchar a su víctima no la suelta. Buscará la forma de conseguir sus
propósitos, cueste lo que cueste. Laura es una mujer caprichosa y apática. Todo
le importa un comino: la gente, el trabajo, la empresa... Cree que el mundo no
puede seguir girando sin ella.
—¿Lo dices por la discusión del viernes? Hoy ya se le habrá
pasado, no tienes que darle más vueltas.
—Sí. Pues me puso una queja formal en recursos humanos. ¿No
te lo había contado Silvia?
—Algo dijo, pero no la tomé en serio, pensé que era una de
sus maldades.
—Tan solo, le dije que hiciera su trabajo y me dejara en
paz.
—¡Esa es mi chica! ¿Y ahora qué vas a hacer?
—De momento, nada. Ya aclaré lo que tenía que aclarar con
recursos humanos.
—¡Por si no lo sabías, Ana y Laura son intimas! Yo, en tú
lugar, hablaría con el jefe. Cuéntale como está la situación antes de que ella
se adelante.
—Lo mismo ya lo sabe.
—¿Y no vas a pelear? Aunque sea un poquito. ¡Por incordiar
más que nada! No se lo pongas tan fácil a esa víbora, no se lo merece.
Lys sonrió ante el comentario de su compañera. Sabía
perfectamente lo que tenía que hacer. Lo tendría que haber hecho desde el
primer día, pero durante mucho tiempo había evitado la confrontación.
—A veces, hay que dejar que las cosas sigan su curso. Por
muy raro que te parezca, tengo la sensación de que, en algún momento, se darán
cuenta de cómo es.
Carmen se echó las manos a la cabeza. No podía creer que Lys
fuera tan ingenua. Su pobre amiga no era rival para ella. En realidad, Lys no
era rival para nadie.
—¿De verdad piensas eso? —Le dijo Carmen resignada.
—¡Claro que lo pienso! Tengo que esperar el momento
oportuno. No quiero que vayas con el chisme a nadie. ¡Por una sola vez! Ten
paciencia, verás cómo todo se resuelve.
—¡Tú sabrás! Es tu puesto de trabajo el que está en juego. Por
muy incompetente que sea, no te olvides de que es capaz de hacer determinados
apaños mejor que nadie. Y si no, pregunta.
—¡Qué bruta eres! No puedes hablar así, como te oigan, la
que va a encabezar esa lista, vas a ser tú. Ahora tengo cosas más importantes
en las que pensar. No voy a enzarzarme en una guerra absurda que no me llevará
a ningún sitio. A diferencia de ella, nosotras tenemos escrúpulos. No somos
capaces de jugar con el pan de nadie.
Carmen se fue del despacho de su amiga preocupada. Antes de
llegar Lys, Laura se había cargado a tres compañeros en dos meses. Era “vox
pópuli”, que el jefe la toleraba todo, aun sabiendo que era un lastre para su
empresa.
Lys trabajaba en su despacho, cuando se repitió la extraña
sensación que la traía por la calle de la amargura. Era como un nudo que
estrujaba su estómago, le produciendo una fuerte sensación de asfixia que
terminaba convirtiéndose en un inmenso vacío.
Sus manos comenzaron a temblar y tuvo que soltar los papeles
antes de que se la cayeran al suelo. El temblor se extendió por todo su cuerpo
y ella se abrazó fuertemente para intentar pararlo.
«¿Qué será esta vez…?» Pensó desesperada.
Se levantó de su silla y se fue corriendo al baño. Necesitaba
echarse agua fría por la nuca. No sabía muy bien por qué. Quizás, tan solo
necesitaba huir: huir de sus miedos, huir de la gente, huir de sí misma…
¿Qué ocurriría está vez? No le faltaban frentes abiertos,
por un lado: estaba Mario con síndrome de Peter Pan; Laura con sus deseos de
expansión y ella, ella estaba aterrada por unas pesadillas que, en los últimos
días, se habían trasladado a la realidad.
No necesitaba dormir, para pasar un mal rato. Su vida se había
convertido en su peor pesadilla. Todo lo que intentaba construir, parecía
desmoronarse sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Una vez más, parecía
tenerse que resignar a perderlo todo: pareja, trabajo…
Movió la cabeza de un lado al otro. No quería ni pensarlo. Daba
igual lo que fuera a ocurrir. Lo único que ansiaba, era que desapareciera. Ella
no era adivina y no quería jugar a serlo. Tan solo quería descansar.
Respiró hondo y cerró los ojos durante unos segundos. Escuchó
que alguien estaba hablando y esperó a que se fuera para salir del cubículo del
wáter. No quería que nadie la viera en aquel estado.
Una hora antes de salir, ya había revisado todos sus contratos
e informes. Como de costumbre, Laura le había entregado los suyos con la excusa
de tener unas reuniones ficticias. La debía de haber tomado por idiota y dado
que los estaba haciendo, no le faltaba razón.
Estaba revisando uno, cuando Laura entró en su despacho. A
Lys, aquella actitud altiva y déspota no dejaba de alucinarla.
¡Encima de que le hacía su trabajo! Era como para ponerse a
gritarle un par de cosas. No dijo nada, su cuerpo estaba allí, pero su cabeza,
su cabeza estaba imaginando cosas muy desagradables para aquella mujer.
Un chasquido de sus dedos, la hizo volver a la realidad. Observó
que llevaba puesto el abrigo. Estuvo por preguntarle: si había solicitado una
reducción de jornada. Pero no estaba el horno para bollos y se abstuvo de
volver a provocarla. De todas formas, Laura iba a lo suyo.
—¿Has terminado los contratos? —Le dijo mientras comenzaba a
colocarse uno de sus guantes de cuero negro.
—Los míos sí, quedan los tuyos.
—Pues a ver cómo te las apañas, porque mañana los tengo que
entregar y como últimamente no se puede contar contigo….
Lys respiró hondo y se mordió la lengua. Tenía muy presente
el maldito dolor de estómago y no quería problemas.
—Los dejaré en tú mesa, como siempre.
—¡Ves, que fácil resulta ser competente! —Aquella frase la
removió algo por dentro y no pudo evitar contestar como se merecía.
—He dicho que los dejaré, no que los vaya a corregir. Todas
las cifras están mal y están mal redactados. Más que corregirlos, te
aconsejaría que los hicieras de nuevo y ese, querida compañera, es tu trabajo.
—¡En eso te equivocas! —Ni siquiera la miraba a la cara. —Todo
lo que salga mal, es cosa del departamento y ambas somos sus titulares.
Lys la miró y sintió la ola de calor que ascendía desde su
pecho a su cabeza. Le quemaba la sien y a punto estuvo de decirle todo lo que
pensaba. La costó contenerse, apretó tanto los dientes que se hizo daño en las
encías.
Laura no era consciente de lo mucho que la estaba
encendiendo. Tenía que calmarse antes de que perdiera las formas o algo peor.
Todo el mundo tenía carácter y el suyo era más fuerte que ella misma. Tenía que
controlarlo con todas sus fuerzas antes de que se tuviera que arrepentir.
La vio salir de su despacho, como si fuera una actriz de
Hollywood el día del estreno. Saludando cual reina a todo con el que se cruzaba.
La importaba un bledo que la vieran irse antes de tiempo.
Lys cogió el teléfono. Después de lo ocurrido aquella tarde,
era consciente de que necesitaba ayuda. Por muchas dudas que tuviera, tendría
que seguir con sus visitas al psicólogo.
El resto de la semana pasó sin pena ni gloría. Laura parecía
haber cedido después de que Lys se plantara. Dejarla aquellos expedientes y
contratos sin revisar, era lo mejor que podía haber hecho. No pensaba discutir
con ella, pero tampoco iba a seguir actuando como si fuera su secretaria.
Lys canturreaba dentro de la ducha.
¡Por fin! Había llegado el viernes y había quedado con Mario.
Tenían muchas cosas de que hablar y para evitar la discusión, lo harían en
terreno neutral.
Lo tenía todo planeado, como se peinaría, que se iba a
poner. Parecía una adolescente en su primera salida.
Tenía tantas expectativas, que llegó a olvidarse de lo
ocurrido en las últimas semanas.
Tenía veintinueve años y vivía como una abuelita. Aunque, si
lo pensaba bien, los abuelitos tenían más vida social que ella. Solo había que
ver a su suegra. No había parado en casa ni en el confinamiento.
Quería retomar su vida, la pandemia la había parado en seco
y necesitaba volver a la normalidad, aunque fuera con mascarilla. Iba a
descartar las cenas en pijama y los maratones de fin de semana frente a la
televisión. Su relación, necesitaba algún estímulo y ella también. Se moría de
ganas de salir, ya no recordaba la última vez que cenaran con amigos, que
fueran al teatro o salieran a bailar. Quería volver a divertirse y estaba
dispuesta a hacerlo con o sin Mario, eso iba a depender de él.
Salió cantando y miró el reloj. Mario se estaba retrasando,
habían quedado en salir a las nueve y media.
Marcó su teléfono y esperó escuchar el tono. No se lo cogió
y decidió mandarle un mensaje.
Se maquilló y secó el pelo, pero ni rastro de Mario. Cerca
de las nueve y media, recibió un mensaje de voz.
«Seguro que se retrasa como siempre». Pensó, antes de
escucharlo.
¡Cari, se me había
olvidado por completo! Estoy cenando con unos amigos. Después saldremos a tomar
unas cervezas. Mañana si quieres, hablamos en la comida. ¿Te parece bien que
invite a mi madre?
Lys le contestó.
Mañana tengo cosas que
hacer, ya quedaré con tú madre en otra ocasión.
—¡Será cabronazo! —Dijo enfadada.
No solo la había plantado, además, pretendía que arreglaran
los suyo delante de su madre. Aquello la desestabilizó por completo. Sabía que
las cosas entre los dos no estaban bien, pero aquello pasaba de castaño a
oscuro.
Se dirigió al baño para desmaquillarse. Su cabeza era un
polvorín y en aquellos momentos, tan solo quería salir corriendo de aquella
casa y abandonarle.
Era un cara dura y ya estaba cansada, cansada de sus excusas
y de su forma de hacerse la víctima cada vez que intentaba hacerle entrar en
razón. Raro era el día que no terminaban en medio de una discusión en la que él
no paraba de hacerla reproches. Le hablaba de cómo se pasaba la vida trabajando
como un desgraciado, por un futuro común. Cómo si ella no estuviera haciendo lo
mismo. Lo peor de todo, era cuando hablaba de cómo había perdido el tiempo,
cuando estuvieron encerrados en la pandemia. Cómo si estar con ella hubiera
sido un castigo. El resto era un clásico, tenía derecho a ir al campo de fútbol
y salir a tomar una cerveza con sus amigotes. Según él, no podía estar todo el
día bajo sus faldas.
—¿Una cerveza? —Dijo Lys, con cierta nostalgia, tras
recordar el estado en que solía llegar.
Sin entender cómo, Lys pasaba de víctima a verdugo en menos
de cinco minutos. Querer pasar algo de tiempo con su pareja, la convertiría en
la bruja malvada del cuento y ella, ya conocía el final. Un par de semanas de
enfado, hasta que cediera y le pidiera perdón.
«¡Manda huevos!» Pensó Lys, mientras movía la cabeza
negativamente. Aquello no podía continuar así y ella mejor que nadie lo sabía.
No quiso darle más
vueltas. Dejó el móvil en la encimera del baño y se puso música. Que no saliera
a una disco, no significaba que no pudiera bailar.
Sacó la leche limpiadora del mueble y cerró la puerta con un
golpe de cadera. Se movía al ritmo de la música a la par que pasaba la
esponjilla húmeda por su rostro.
En otro tiempo, se habría dejado el maquillaje y le habría
esperado despierta para hacer el amor de madrugada, pero una vez ni siquiera
apareció y le salieron un montón de granos en la cara. A la mañana siguiente,
le tocó cambiar las sábanas manchadas por el maquillaje.
Se hizo un sándwich mixto y se sirvió una generosa copa de
vino. Dejando la botella en la mesa del salón, por si le apetecía otra. Era su
noche de diversión, con o sin Mario.
Se puso una película antigua y se acurrucó en el sofá con su
mantita de pelo.
Se despertó sobresaltada. La música estaba a todo volumen y Lys
miró en todas las direcciones buscando la fiesta. Tardó unos segundos en ser
consciente de que no había nadie en la casa.
La antigua cadena de música, se había vuelto a encender
sola. Lo que pasaba en aquella casa no era normal. Se levantó corriendo del
sofá para desenchufarla, antes de que los vecinos aporrearan la puerta o llamaran
a la policía.
Debía tener algún tipo de temporizador que la conectaba y de
vez en cuando, se encendía a todo volumen. Siempre le pasaba a ella y cualquier
día le iba a dar un síncope.
Mario solía reírse de ella, hasta que una noche, los levantó
de la cama a las tres de la mañana. Se pasó una semana leyendo las
instrucciones para programarla, pero se negó a deshacerse de ella.
Miró el reloj del móvil. Eran cerca de las tres y media de
la noche. Apagó la televisión y se fue a la cama.
Mario no había llegado. Seguiría de fiesta con sus amigos. Eso
significaba que se pasaría todo el sábado entre la cama y el sofá.
Al meterse en la cama, notó que las sábanas estaban heladas y
se colocó su pijama de felpa y los calcetines de lana. Visto lo visto, el sexo
quedaba descartado. Mario llegaría tan borracho que el simple hecho de llegar a
la cama ya le supondría un reto.
Se estaba quedando traspuesta, cuando comenzó a oír una
especie de zumbido. En principio no le dio importancia. Seguramente, la ventana
de la cocina se habría vuelto a desencajar. Volvió a acurrucarse entre las
sábanas.
El ruido siguió intensificándose hasta el punto de
convertirse en un zumbido muy molesto. Lys no pudo evitar concentrarse en él. La
intensidad iba de menos a más y volvía a comenzar de nuevo, una y otra vez.
Intentó hacer memoria para recordar si había apagado el
televisor. Estaba casi segura de haberlo hecho, pero terminó levantándose para
cerciorarse.
Primero pasó por la cocina a comprobar la dichosa ventana. En
algún momento, tendría que llamar al casero para que la arreglara.
Parecía estar bien cerrada, aun así, se aseguró. Repasó los
electrodomésticos que no eran precisamente nuevos. La nevera emitía un sinfín
de sonidos, pero nada que ver con el zumbido.
Todo parecía estar bien y se encaminó al despacho. Por si
hubiera dejado encendido el ordenador. Dio una vuelta por toda la habitación, sin
encontrar nada.
Terminó entrando en el salón y el sonido se intensificó. Si
no fuera una locura, hubiera jurado que de alguna manera la estaba llamando.
A pesar de no querer darle importancia, el vello de su cuerpo
se erizó. El ruido procedía de los altavoces de la cadena, la misma cadena que
acababa de desenchufar. Zumbaban y zumbaban como si dentro hubiera un enjambre
de abejas.
Con más miedo que vergüenza, se acercó por detrás de la
mesa. Tampoco era cuestión de hacerse la valiente.
Lo primero que se la vino a la cabeza fue: si la cadena no
tiene corriente, ¿por qué demonios están encendidos estos altavoces?
Se pellizcó el brazo. No se le ocurrió otra forma de comprobar
que no fuera una de sus pesadillas.
—¡¡Ay!! —Exclamó, sintiéndose completamente estúpida.
Aquellos altavoces, parecían tener vida propia y eso, le
daba mucho miedo. Quería que pararan de una vez por todas, no lo soportaba.
«¿Cómo iba a cortar una energía que no recibían? —Razonó
incrédula. —¿Por qué se producían aquellos fenómenos? Era por ella, por la casa
o ¿por qué?».
Lys estaba al borde de la desesperación. Si no podía
pararlo, por lo menos que la sirviera para algo. Salió corriendo hacia la
habitación. Volvió con el móvil en la mano dispuesta a grabarlo. Tenía que
conseguir pruebas de que no se estaba volviendo loca.
Nada más entrar en el salón, el zumbido cesó y el pequeño
pilotito se apagó.
Eres un libro sin editar
ResponderEliminarMe gustan tus entradas
Lo mejor del mundo para vos escritora
Mil gracias por tus palabras, es mejor regalo que le pueden hacer a alguien que tan sólo aspira a serlo algún día.
ResponderEliminarUn abrazo de los de apretar, cuando el alma habla por nosotras.