11 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 3

 



3. CAPÍTULO

E

staba en la ducha, cuando le pareció oír que alguien la llamaba. Apagó un segundo el grifo y pudo escuchar cómo cerraban la puerta de la calle. La sorprendió que Mario hubiera vuelto tan pronto, y pensó que habrían cancelado la cena.

De repente, su aburrida noche había dado un giro inesperado y más excitante. Hacía más de una semana que no mantenían relaciones y, comenzaba a olvidarse de como se hacía. Animada por las nuevas perspectivas, cogió el gel de vainilla que tanto le gustaba y se enjabonó todo el cuerpo.

Al salir de la ducha, el vapor había empañado el espejo. Lys lo limpió con la mano. No estaba en su mejor momento, pero un poco de brillo y algo de color en las mejillas, podía darle un aspecto más fresco a su rostro.

Se pondría el conjunto de encaje negro y el camisón más escotado que tenía. Si no captaba el mensaje, se tendría que comprar algún juguete erótico, porque se le estaban acabando los recursos para seducirlo.

Abrió la puerta y asomó la cabeza, intentando localizar en qué habitación estaba. Al ver todas las luces apagadas, se quedó bastante contrariada.

Hubiera jurado, que Mario la había llamado y que había oído la puerta, pero, debía haberse confundido. Quizás, fueran más fuertes la ganas de estar con él, de lo que ella pensaba.

Volvió al baño para secarse el pelo. Seguramente había escuchado a los vecinos de arriba, no daban mucha guerra, pero los fines de semana se les oía más.

Con la libido por los suelos, lamentando haber gastado el poco gel de vainilla que le quedaba. Se secó el pelo y se colocó el pijama de franela que tenía preparado.

«Ya habrá otra ocasión para la lencería de encaje» Pensó con cierta resignación.

Cogió toda la ropa sucia que había dejado en el suelo y recogió el baño.  Al salir, se fijó en que la puerta de la casa estaba abierta.

Intentó hacer memoria, pero, por más que lo pensó, estaba segura de haberla visto cerrada cuando se asomó. Llamó a Mario en voz alta. Este no dio señales de vida, y lo amenazó con matarlo, si se le ocurría darla un susto.

Se sintió algo estúpida al no tener respuesta. Si Mario había pasado por casa, ya se habría largado dejando la puerta abierta.

«¡No tiene remedio! Cualquier día perderá la cabeza». Pensó bastante molesta. Iba a tener que hablar con él muy seriamente. Este tipo de despistes les podía costar un disgusto.

Se dirigió a la cocina para meter la ropa en la lavadora, y cogió las llaves para darle dos vueltas a la cerradura. No quería pasarse toda la noche, pendiente de que entrara alguien.

Cuando salió de la cocina, la puerta estaba entornada y su corazón le dio un vuelco.

— ¿Quién demonios anda ahí? — Dijo en voz alta y muy enfadada. No le estaba gustando aquel jueguecito.

Nadie contestó. Sin apartar su mirada del pasillo, cogió el cuchillo más grande que había en el cajón de los cubiertos.

Salió de la cocina empuñando el cuchillo. Estaba dispuesta a cualquier cosa. Se situó en el centro del pasillo. Desde allí, podía ver todas las habitaciones. Volvió a llamarlo insistentemente, advirtiéndole, que dormiría en el salón el resto de su vida, si no dejaba de tocarle las narices.

Mario no apareció, y Lys, cogió el móvil dispuesta a descubrir donde se había escondido. Marcó su número, y esperó a que el teléfono comenzara a sonar.

«¡Se va a enterar de lo que vale un peine!». Pensó mientras esperaba a que sonara el móvil.

— ¡Dime Lys! ¿Pasa algo? ¿No has recibido mi mensaje? Hoy no voy a cenar.

La voz de Mario y la música de fondo, dejó a Lys muy descolocada. No sabía ni que decirle.

— ¡Perdona! Tenía el móvil desbloqueado y le he debido dar sin querer. Todo está bien, siento haberte molestado. ¿Llegarás tarde? Es que voy a echar la llave en la puerta. Me han dicho que ha habido robos y me sentiría más segura. — Lys, estaba mintiendo como una bellaca para no parecer más estúpida de lo que ya se sentía.

— ¡Vale! No te preocupes, pero no la dejes puesta, que si no me dejas en la calle. No creo que llegue muy tarde. Estoy reventado, pero no me esperes despierta. Si me paso, me iré a casa de Félix a dormir.

— ¡Vale! Sólo una pregunta ¿Has pasado esta tarde por casa?

— ¡No te oigo bien! Aquí hay mucho ruido.

— ¿Qué si has pasado por casa esta tarde? — Dijo Lys tan alto, que casi gritaba.

— ¡No, nos hemos venido directamente de la oficina!

Lys se despidió con un hilo de voz. Mario no lo percibió, había mucho ruido y estaba más pendiente de lo que tenía a su alrededor.

Lys, podía sentir como el latido de su corazón se iba haciendo más presente, tanto que, podía sentir como golpeaba en el interior de su pecho. Por mucho que intentara darle una explicación, no la encontraba.

Debería habérselo contado a Mario. Él también vivía en aquella casa, y podría pasarle lo mismo que le estaba sucediendo a ella. Descartó la idea, en realidad, Mario no paraba mucho en la casa y cuando lo hacía, solían estar juntos. De haberle contado algo, pensaría que se lo estaba inventando para fastidiarle la noche.

Seguía situada en medio del pasillo, sin saber qué hacer. No le gustaba aquel silencio. Ni siquiera escuchaba a los vecinos. Nunca pensó, que llegaría a echar de menos al pequeño monstruito que se pasaba todo el día tirando cosas y arrastrando todo lo que se encontraba a su paso.

Giró sobre sí misma, dejando tras ella la puerta de la casa; a la derecha, su dormitorio y el salón; a la izquierda, el cuarto de invitados y la cocina; de frente, el baño.

Allí no había un alma, si había entrado alguien, ya se había marchado. Quizás, le hubiera pillado infraganti y se hubiera escondido hasta poder salir de la casa, sin que ella pudiera verlo.

Fuera quien fuese, ya no estaba allí. Tendría que llamar al seguro para cambiar la cerradura. Si habían entrado una vez, podrían hacerlo otra.

Escuchó un leve chirrido tras ella. Un escalofrió recorrió su columna vertebral, erizando todo el bello de su piel. Como si de un resorte se tratara, todos sus sentidos se pusieron en alerta.

Se giró lentamente. Temía lo que pudiera encontrarse y se aferró al cuchillo, como un náufrago a su tabla en plena tempestad.

No había nadie tras ella, y cuando iba a soltar el aire aliviada a punto estuvo de ponerse a gritar. Paralizada por la impresión, no supo cómo reaccionar. La puerta comenzó a cerrarse lentamente, hasta quedar completamente encajada en el marco, y escucharse el click del pestillo.

Lys, tardó unos segundos en poder reaccionar. Había sufrido un fuerte shock. La imagen se había quedado grabada en su mente y ella, era consciente, de que aquello sólo acababa de comenzar…

 

El sol entraba por el ventanal del dormitorio. Lys se enfadó consigo misma, por no haberse acordado de bajar la persiana la noche anterior.

«¡Cómo para bajar persianas estaba!» Reflexionó, al recordar la siniestra imagen.

 Por mucho que le molestara la luz, no pensaba levantarse. Quería dormir, olvidarse de todo. Era sábado y no quería pensar, ni hacer nada que le recordara lo ocurrido.

Se dio la vuelta en la cama, y al encontrarse frente a Mario, a punto estuvo de ponerse a gritar como una loca.

Aquel hombre, era peor que un fantasma. Entraba y salía de la cama sin avisar. Le miró sin ningún cariño, para colmo de sus males, Mario resoplaba como una ballena a punto de encallar.

Lo raro, es que hubiera dormido tanto, con aquel oso respirando en su oído.

La noche había sido muy larga, y había tardado muchísimo en dormirse. Serían cerca de las cuatro y media de la mañana, cuando consiguió tranquilizarse y quedarse dormida. Hubiera aguantado hasta que Mario llegara a casa, de haber sabido que aparecería.

Lys se dio la vuelta y metió la cabeza bajo la almohada. No podía echar toda la culpa a Mario y a sus ronquidos, ella, tampoco es que tuviera un sueño muy profundo.

Un suspiro le nació del alma. ¿A quién pretendía engañar? Ella sabía lo que pasaba en realidad, la luz del sol y los ronquidos, tan sólo eran la excusa para culpar de sus males a algo tangible.

En realidad, era otra cosa lo que la tenía preocupada, algo que se había quedado grabado en su mente. Una imagen, que jamás podría olvidar.

Por un lado, le gustaría salir corriendo de aquella casa y por otro, esconderse bajo las sábanas. Era una sensación inexplicable, entre la incredulidad y el terror, del que ve algo que no puede razonar.

Levantarse, implicaba andar por la casa y recorrer aquel pasillo que cada día odiaba más. No, no quería afrontar lo ocurrido, quería olvidarlo. Se negaba a creer que hubiera sucedido, aunque lo hubiera visto con sus propios ojos.

Por más, que la noche anterior intentó buscar el origen, no había dado con la sustancia, que produjera semejantes alucinaciones.

«Exceso de champú de vainilla» Pensó al recordar con nostalgia, la vuelta de Mario.

Mario no la visitó, en su lugar, se presentó el mal, aunque, también pudiera estar perdiendo la razón. Probablemente, algo en su cabeza no iba bien, y tendría que buscar una solución, de no hacerlo, fuera lo que fuese iba a terminar con ella….

Se concentró en su respiración. La meditación era buena para mantener el cerebro a raya. Quizás, no fuera el mejor momento. Cada vez que cerraba los ojos, lo revivía como si estuviera ante ella. Se sentía atrapada en un bucle, que no parecía tener final.

Intentó distraerse e hizo un repaso mental de las actividades pendientes. Al igual que le ocurriera la noche anterior, la única forma de escapar, era mantener su mente ocupada en otras cosas.

No lo consiguió, a pesar de estar a punto de la asfixia bajo aquella almohada, seguía escuchando los ronquidos y la estaban poniendo más nerviosa. Le sería más fácil, de dormir en el hangar de un aeropuerto.

Miró el despertador y advirtió, que eran cerca de las nueve y media. Mantuvo un breve debate consigo misma, un fuerte ronquido inclinó la balanza. Esconderse, no arreglaría sus problemas.

Sintió frío al salir de la cama y se fue directa a coger la bata. Salió de la habitación y se quedó mirando la puerta de la casa.

Sabía que era materialmente imposible, pero que no se pudiera explicar, no significaba que no hubiera ocurrido. Ella misma había limpiado las pruebas.

Sintió un repelús, al revivir cómo aquella mano siniestra y ensangrentada, iba cerrando la puerta lentamente, hasta que se desvaneció ante sus ojos. Justo en el momento, en que pudo escuchar el click del pestillo.

Nadie la iba a creer. Las manos tienen dueño y aquella….

Lo primero que hizo, fue asegurarse de que la puerta de la casa estuviera bien cerrada. Observó el pomo y bajó despacio, hasta llegar al suelo, buscaba alguna mancha. La noche anterior, se había empleado bien a fondo en restregar todos los recovecos. Como si quisiera borrar cualquier huella, cualquier resto de la sangre derramada por la amputada mano. Ya sólo le faltaba, que la acusaran de asesinato, secuestro u homicidio.

Lo había pensado mucho, y tenía la certeza de que él, había vuelto….

Estática ante aquella revelación, su mirada se volvió fría y dura. Escapó de él cuando era niña, pero ahora, iba a ser diferente, él venía a cobrarse su venganza.

 

Carmen, esperaba a su amiga con una taza de té caliente. La había llamado para decirla que se retrasaría unos minutos. Quería que le cubriera en caso de que Laura la necesitara.

— ¡Cómo si Laura, fuera a aparecer antes de las nueve de la mañana! — Le había contestado Carmen.

Aun así, hizo lo que la pidió, para que no se angustiara. Cualquier día, le iba a dar un sincope.

Lys, entró en el despacho como un torbellino, mientras su amiga la miraba incrédula.

— ¡Cinco minutos! Has llegado tarde cinco minutos ¿De verdad era necesaria tanta parafernalia?

— Al final, se me ha dado mejor de lo que esperaba. ¿Ha preguntado Laura por mí?

— Laura siempre llega tarde y lo sabes. Respira hondo, relájate y tómate el té antes de que se enfríe. Aunque viendo lo histérica que andas, hubiera sido mejor traerte una tilita.

— Por una vez, voy a tener que darte la razón. Estoy muy agobiada.

— ¿Has discutido con Mario?

— Para eso tendríamos que coincidir y apenas nos cruzamos de vez en cuando. Ya no sé cuando fue la última vez que hicimos algo juntos.

— ¿Entonces? ¿Por qué andas como pollo sin cabeza? Y no me digas que es por el trabajo.

— Es un poco de todo. Me agobia el trabajo, mi relación y alguna que otra cosa, a la que ni yo misma puedo dar explicación.

— ¿Te puedo ayudar en algo?

Lys negó con la cabeza.

Sabía que podía confiar en su amiga, pero había sucesos en la vida de una persona, que debían quedarse en la intimidad.

Le agradeció su buena disposición, e intentó quitarle hierro al asunto.

— ¡Nada es para siempre! Es una mala racha y estoy segura de que pasará en seguida.

Carmen, siempre había pensado que su amiga era un poco rara, pero, en los últimos días, estaba más rara aún. Un día veía luces y al siguiente, llegaba tarde… No le quería contar lo que le había sucedido. ¿Qué le estaba ocultando? Sólo esperaba, que no tuviera que ver con el trabajo, era lo único que le importaba. Al fin y al cabo, tenía que comer como todo el mundo.

— Seguro que sí, pero yo que tú pediría cita al médico. No duermes, apenas comes y trabajas más que nadie en esta oficina. Necesitas relajarte o que te manden algo para que lo hagas, sino vas a terminar con una camisa de fuerza.

— ¡No seas exagerada! Sé hasta donde puedo llegar. No soy tan estúpida cómo crees. Tan sólo, necesito organizarme un poco, y aclarar algunos puntos de mi vida. Eso es todo.

Cuando se quedó sola, respiró profundamente. El fin de semana, no había resultado como ella había planeado. No le gustaba discutir con nadie y menos aún con Mario. No entendía porque estaba tan raro, aunque conociéndole, algo debía traerse entre manos.

Encendió el ordenador, era lunes y ya tenía sobre su mesa, trabajo para toda la semana. En algún momento, tendría que organizar el departamento, porque ella no podía más.

Lys estaba tomándose el segundo té de la mañana, cuando entro en su despacho Laura.

— ¿Tienes los contratos que te pedí? — La dijo, mientras no quitaba ojo a su móvil.

— ¡Buenos días Laura! — Le contestó Lys con retintín.

Laura levantó los ojos del móvil, e hizo una mueca a modo de sonrisa.

— Tengo tres acabados y estoy terminando el cuarto. — Prosiguió Lys, ante su arisca compañera.

— Pensaba que ya estaría todo terminado. No sé cómo nos la vamos a apañar, necesito que le eches un vistazo a todo esto. — Laura dejó unas cuantas carpetas sobre la mesa y siguió conectada a su móvil. — Es muy urgente y lo necesito para hoy. Si no lo acabas a las cinco, tendrás que quedarte, mañana hay que entregarlos a primera hora.

— Veré lo que puedo hacer.

— Si no lo acabas, podrías llevarte el trabajo a casa.

— Lo mismo podrías hacer tú ¿No crees?

Por primera vez, desde que entrara en su despacho, Laura le prestó atención.

— ¡Vaya! Pensaba que podía contar contigo, pero veo, que últimamente no estás por la labor. No hace falta que te recuerde lo que nos estamos jugando.

— Puedes contar conmigo y de hecho, lo haces más de lo que debieras. No te va a pasar nada por hacer tu trabajo. Es más, deberías empezar a cumplir con tus obligaciones. Si nos despiden, no sé quién demonios va a contratarte. Creo que te falta algo de práctica.

— ¡Veo que hoy te has levantado con el pie derecho! Estás muy irascible.

— ¡Izquierdo! El derecho es el pie bueno. Y no, no estoy irascible, estoy cansada de llevar todo el peso del departamento. He trabajado como una mula y en vez de agradecérmelo, me vienes tocando las narices. Todo tiene un límite, y yo puedo ser una buena compañera, pero no soy gilipollas. Estás abusando de mí. Cumple con tu trabajo y verás como todos los contratos, están listos a primera hora.

— Parece que se te olvida que tengo más funciones, no sólo la técnica. Creo que te has pasado, entiendo que estés bajo presión. Todos lo estamos con la reestructuración, por eso, lo dejaré pasar. Pero no me provoques, o tendré que hablar con el jefe.

— ¿Me estás amenazando Laura? — Le contestó Lys desafiante.

Laura no contestó, se dio la vuelta y salió del despacho, con cara de pocos amigos. Intentó dar un portazo, tirando de la puerta con todas sus fuerzas.

«Diez años en la oficina, y todavía no se había dado cuenta, de que hay un tope en las puertas de cristal para evitar las roturas». Pensó Lys, mientras la veía marcharse.

Sobre las cinco de la tarde, Silvia apareció por el despacho de Lys. Laura la había mandado con la excusa de que ella tenía que salir un poquito antes.

Silvia previno a Lys, sobre una llamada que había oído de Laura al jefe.

«La muy hija de... Menos mal que lo iba a dejar pasar» Pensó Lys, tremendamente molesta.

La entrego todos los contratos que había terminado y le dijo que el resto, tendría que mandarlos al día siguiente.

Carmen la estaba esperando en el hall de la oficina y la puso al día sobre la rumorología.

Lys le quitó importancia. — No me preocupan las perretas de Laura. Tengo cosas más importantes en las que pensar.

— De cualquier forma, ten cuidado, no es buena persona y te la devolverá cuando menos te los esperes.

A Lys, no le hacía falta que la advirtieran de las malas artes de aquella arpía. La conocía mejor que nadie.

Lys llegó a su casa cargada con las bolsas de la compra. Esperaba poder encontrarse a Mario allí. Tenían que hablar. Estaba un poco cansada de jugar al gato y al ratón. Podía entender sus ganas de volver a la normalidad. Pasar tanto tiempo encerrados sin poder salir, ni a practicar ejercicio, les podía estar pasando factura, pero, llevaban semanas sin hacer nada juntos.

Dejó las bolsas en la encimera y se quitó el abrigo. Iba a colgarlo en el armarito de la entrada, cuando le pareció ver dos sombras en el suelo. Se dio rápidamente la vuelta para cerciorarse de que estaba sola.

En ese momento, alguien llamó al timbre y Lys pegó un saltó en dirección contraria. Se pegó a la pared, como si allí no pudieran verla.

Estaba aterrada. le temblaban las manos y tenía el corazón, latiendo en su garganta.

Un segundo timbrazo, la hizo reaccionar y con mucho miedo, preguntó:

— ¿Quién es?

Lienzo sobre tela. 
Autora María Hernández



1 comentario:

  1. Woooo se pone bueno.
    Ya pronto prometo ponerme al dia con el capítulo 4.
    Saludos

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