3. CAPÍTULO
E |
staba en la ducha, cuando le pareció oír que alguien la llamaba. Apagó
un segundo el grifo y pudo escuchar cómo cerraban la puerta de la calle. La
sorprendió que Mario hubiera vuelto tan pronto, y pensó que habrían cancelado
la cena.
De repente, su
aburrida noche había dado un giro inesperado y más excitante. Hacía más de una
semana que no mantenían relaciones y, comenzaba a olvidarse de como se hacía.
Animada por las nuevas perspectivas, cogió el gel de vainilla que tanto le
gustaba y se enjabonó todo el cuerpo.
Al salir de la
ducha, el vapor había empañado el espejo. Lys lo limpió con la mano. No estaba
en su mejor momento, pero un poco de brillo y algo de color en las mejillas,
podía darle un aspecto más fresco a su rostro.
Se pondría el
conjunto de encaje negro y el camisón más escotado que tenía. Si no captaba el
mensaje, se tendría que comprar algún juguete erótico, porque se le estaban
acabando los recursos para seducirlo.
Abrió la puerta y asomó
la cabeza, intentando localizar en qué habitación estaba. Al ver todas las
luces apagadas, se quedó bastante contrariada.
Hubiera jurado, que
Mario la había llamado y que había oído la puerta, pero, debía haberse
confundido. Quizás, fueran más fuertes la ganas de estar con él, de lo que ella
pensaba.
Volvió al baño para
secarse el pelo. Seguramente había escuchado a los vecinos de arriba, no daban
mucha guerra, pero los fines de semana se les oía más.
Con la libido por
los suelos, lamentando haber gastado el poco gel de vainilla que le quedaba. Se
secó el pelo y se colocó el pijama de franela que tenía preparado.
«Ya habrá otra
ocasión para la lencería de encaje» Pensó con cierta resignación.
Cogió toda la ropa
sucia que había dejado en el suelo y recogió el baño. Al salir, se fijó en que la puerta de la casa
estaba abierta.
Intentó hacer memoria,
pero, por más que lo pensó, estaba segura de haberla visto cerrada cuando se
asomó. Llamó a Mario en voz alta. Este no dio señales de vida, y lo amenazó con
matarlo, si se le ocurría darla un susto.
Se sintió algo
estúpida al no tener respuesta. Si Mario había pasado por casa, ya se habría
largado dejando la puerta abierta.
«¡No tiene remedio!
Cualquier día perderá la cabeza». Pensó bastante molesta. Iba a tener que
hablar con él muy seriamente. Este tipo de despistes les podía costar un
disgusto.
Se dirigió a la
cocina para meter la ropa en la lavadora, y cogió las llaves para darle dos
vueltas a la cerradura. No quería pasarse toda la noche, pendiente de que
entrara alguien.
Cuando salió de la
cocina, la puerta estaba entornada y su corazón le dio un vuelco.
— ¿Quién demonios
anda ahí? — Dijo en voz alta y muy enfadada. No le estaba gustando aquel
jueguecito.
Nadie contestó. Sin
apartar su mirada del pasillo, cogió el cuchillo más grande que había en el
cajón de los cubiertos.
Salió de la cocina
empuñando el cuchillo. Estaba dispuesta a cualquier cosa. Se situó en el centro
del pasillo. Desde allí, podía ver todas las habitaciones. Volvió a llamarlo insistentemente,
advirtiéndole, que dormiría en el salón el resto de su vida, si no dejaba de
tocarle las narices.
Mario no apareció, y
Lys, cogió el móvil dispuesta a descubrir donde se había escondido. Marcó su
número, y esperó a que el teléfono comenzara a sonar.
«¡Se va a enterar de
lo que vale un peine!». Pensó mientras esperaba a que sonara el móvil.
— ¡Dime Lys! ¿Pasa
algo? ¿No has recibido mi mensaje? Hoy no voy a cenar.
La voz de Mario y la
música de fondo, dejó a Lys muy descolocada. No sabía ni que decirle.
— ¡Perdona! Tenía el
móvil desbloqueado y le he debido dar sin querer. Todo está bien, siento
haberte molestado. ¿Llegarás tarde? Es que voy a echar la llave en la puerta.
Me han dicho que ha habido robos y me sentiría más segura. — Lys, estaba
mintiendo como una bellaca para no parecer más estúpida de lo que ya se sentía.
— ¡Vale! No te preocupes,
pero no la dejes puesta, que si no me dejas en la calle. No creo que llegue muy
tarde. Estoy reventado, pero no me esperes despierta. Si me paso, me iré a casa
de Félix a dormir.
— ¡Vale! Sólo una
pregunta ¿Has pasado esta tarde por casa?
— ¡No te oigo bien!
Aquí hay mucho ruido.
— ¿Qué si has pasado
por casa esta tarde? — Dijo Lys tan alto, que casi gritaba.
— ¡No, nos hemos
venido directamente de la oficina!
Lys se despidió con
un hilo de voz. Mario no lo percibió, había mucho ruido y estaba más pendiente
de lo que tenía a su alrededor.
Lys, podía sentir
como el latido de su corazón se iba haciendo más presente, tanto que, podía
sentir como golpeaba en el interior de su pecho. Por mucho que intentara darle
una explicación, no la encontraba.
Debería habérselo
contado a Mario. Él también vivía en aquella casa, y podría pasarle lo mismo
que le estaba sucediendo a ella. Descartó la idea, en realidad, Mario no paraba
mucho en la casa y cuando lo hacía, solían estar juntos. De haberle contado
algo, pensaría que se lo estaba inventando para fastidiarle la noche.
Seguía situada en
medio del pasillo, sin saber qué hacer. No le gustaba aquel silencio. Ni
siquiera escuchaba a los vecinos. Nunca pensó, que llegaría a echar de menos al
pequeño monstruito que se pasaba todo el día tirando cosas y arrastrando todo
lo que se encontraba a su paso.
Giró sobre sí misma,
dejando tras ella la puerta de la casa; a la derecha, su dormitorio y el salón;
a la izquierda, el cuarto de invitados y la cocina; de frente, el baño.
Allí no había un
alma, si había entrado alguien, ya se había marchado. Quizás, le hubiera
pillado infraganti y se hubiera escondido hasta poder salir de la casa, sin que
ella pudiera verlo.
Fuera quien fuese, ya
no estaba allí. Tendría que llamar al seguro para cambiar la cerradura. Si
habían entrado una vez, podrían hacerlo otra.
Escuchó un leve chirrido
tras ella. Un escalofrió recorrió su columna vertebral, erizando todo el bello
de su piel. Como si de un resorte se tratara, todos sus sentidos se pusieron en
alerta.
Se giró lentamente.
Temía lo que pudiera encontrarse y se aferró al cuchillo, como un náufrago a su
tabla en plena tempestad.
No había nadie tras
ella, y cuando iba a soltar el aire aliviada a punto estuvo de ponerse a gritar.
Paralizada por la impresión, no supo cómo reaccionar. La puerta comenzó a
cerrarse lentamente, hasta quedar completamente encajada en el marco, y
escucharse el click del pestillo.
Lys, tardó unos
segundos en poder reaccionar. Había sufrido un fuerte shock. La imagen se había
quedado grabada en su mente y ella, era consciente, de que aquello sólo acababa
de comenzar…
El sol entraba por
el ventanal del dormitorio. Lys se enfadó consigo misma, por no haberse
acordado de bajar la persiana la noche anterior.
«¡Cómo para bajar
persianas estaba!» Reflexionó, al recordar la siniestra imagen.
Por mucho que le molestara la luz, no pensaba levantarse.
Quería dormir, olvidarse de todo. Era sábado y no quería pensar, ni hacer nada
que le recordara lo ocurrido.
Se dio la vuelta en
la cama, y al encontrarse frente a Mario, a punto estuvo de ponerse a gritar
como una loca.
Aquel hombre, era peor
que un fantasma. Entraba y salía de la cama sin avisar. Le miró sin ningún
cariño, para colmo de sus males, Mario resoplaba como una ballena a punto de
encallar.
Lo raro, es que
hubiera dormido tanto, con aquel oso respirando en su oído.
La noche había sido
muy larga, y había tardado muchísimo en dormirse. Serían cerca de las cuatro y
media de la mañana, cuando consiguió tranquilizarse y quedarse dormida. Hubiera
aguantado hasta que Mario llegara a casa, de haber sabido que aparecería.
Lys se dio la vuelta
y metió la cabeza bajo la almohada. No podía echar toda la culpa a Mario y a
sus ronquidos, ella, tampoco es que tuviera un sueño muy profundo.
Un suspiro le nació
del alma. ¿A quién pretendía engañar? Ella sabía lo que pasaba en realidad, la
luz del sol y los ronquidos, tan sólo eran la excusa para culpar de sus males a
algo tangible.
En realidad, era
otra cosa lo que la tenía preocupada, algo que se había quedado grabado en su
mente. Una imagen, que jamás podría olvidar.
Por un lado, le
gustaría salir corriendo de aquella casa y por otro, esconderse bajo las
sábanas. Era una sensación inexplicable, entre la incredulidad y el terror, del
que ve algo que no puede razonar.
Levantarse,
implicaba andar por la casa y recorrer aquel pasillo que cada día odiaba más.
No, no quería afrontar lo ocurrido, quería olvidarlo. Se negaba a creer que
hubiera sucedido, aunque lo hubiera visto con sus propios ojos.
Por más, que la
noche anterior intentó buscar el origen, no había dado con la sustancia, que
produjera semejantes alucinaciones.
«Exceso de champú de
vainilla» Pensó al recordar con nostalgia, la vuelta de Mario.
Mario no la visitó,
en su lugar, se presentó el mal, aunque, también pudiera estar perdiendo la
razón. Probablemente, algo en su cabeza no iba bien, y tendría que buscar una
solución, de no hacerlo, fuera lo que fuese iba a terminar con ella….
Se concentró en su
respiración. La meditación era buena para mantener el cerebro a raya. Quizás,
no fuera el mejor momento. Cada vez que cerraba los ojos, lo revivía como si
estuviera ante ella. Se sentía atrapada en un bucle, que no parecía tener
final.
Intentó distraerse e
hizo un repaso mental de las actividades pendientes. Al igual que le ocurriera
la noche anterior, la única forma de escapar, era mantener su mente ocupada en
otras cosas.
No lo consiguió, a
pesar de estar a punto de la asfixia bajo aquella almohada, seguía escuchando los
ronquidos y la estaban poniendo más nerviosa. Le sería más fácil, de dormir en
el hangar de un aeropuerto.
Miró el despertador
y advirtió, que eran cerca de las nueve y media. Mantuvo un breve debate consigo
misma, un fuerte ronquido inclinó la balanza. Esconderse, no arreglaría sus
problemas.
Sintió frío al salir
de la cama y se fue directa a coger la bata. Salió de la habitación y se quedó
mirando la puerta de la casa.
Sabía que era
materialmente imposible, pero que no se pudiera explicar, no significaba que no
hubiera ocurrido. Ella misma había limpiado las pruebas.
Sintió un repelús,
al revivir cómo aquella mano siniestra y ensangrentada, iba cerrando la puerta
lentamente, hasta que se desvaneció ante sus ojos. Justo en el momento, en que pudo
escuchar el click del pestillo.
Nadie la iba a
creer. Las manos tienen dueño y aquella….
Lo primero que hizo,
fue asegurarse de que la puerta de la casa estuviera bien cerrada. Observó el
pomo y bajó despacio, hasta llegar al suelo, buscaba alguna mancha. La noche
anterior, se había empleado bien a fondo en restregar todos los recovecos. Como
si quisiera borrar cualquier huella, cualquier resto de la sangre derramada por
la amputada mano. Ya sólo le faltaba, que la acusaran de asesinato, secuestro u
homicidio.
Lo había pensado
mucho, y tenía la certeza de que él, había vuelto….
Estática ante aquella
revelación, su mirada se volvió fría y dura. Escapó de él cuando era niña, pero
ahora, iba a ser diferente, él venía a cobrarse su venganza.
Carmen, esperaba a su amiga con una taza de té caliente. La
había llamado para decirla que se retrasaría unos minutos. Quería que le
cubriera en caso de que Laura la necesitara.
— ¡Cómo si Laura, fuera a aparecer antes de las nueve de la
mañana! — Le había contestado Carmen.
Aun así, hizo lo que la pidió, para que no se angustiara. Cualquier
día, le iba a dar un sincope.
Lys, entró en el despacho como un torbellino, mientras su
amiga la miraba incrédula.
— ¡Cinco minutos! Has llegado tarde cinco minutos ¿De verdad
era necesaria tanta parafernalia?
— Al final, se me ha dado mejor de lo que esperaba. ¿Ha
preguntado Laura por mí?
— Laura siempre llega tarde y lo sabes. Respira hondo,
relájate y tómate el té antes de que se enfríe. Aunque viendo lo histérica que
andas, hubiera sido mejor traerte una tilita.
— Por una vez, voy a tener que darte la razón. Estoy muy
agobiada.
— ¿Has discutido con Mario?
— Para eso tendríamos que coincidir y apenas nos cruzamos de
vez en cuando. Ya no sé cuando fue la última vez que hicimos algo juntos.
— ¿Entonces? ¿Por qué andas como pollo sin cabeza? Y no me
digas que es por el trabajo.
— Es un poco de todo. Me agobia el trabajo, mi relación y alguna
que otra cosa, a la que ni yo misma puedo dar explicación.
— ¿Te puedo ayudar en algo?
Lys negó con la cabeza.
Sabía que podía confiar en su amiga, pero había sucesos en
la vida de una persona, que debían quedarse en la intimidad.
Le agradeció su buena disposición, e intentó quitarle hierro
al asunto.
— ¡Nada es para siempre! Es una mala racha y estoy segura de
que pasará en seguida.
Carmen, siempre había pensado que su amiga era un poco rara,
pero, en los últimos días, estaba más rara aún. Un día veía luces y al
siguiente, llegaba tarde… No le quería contar lo que le había sucedido. ¿Qué le
estaba ocultando? Sólo esperaba, que no tuviera que ver con el trabajo, era lo
único que le importaba. Al fin y al cabo, tenía que comer como todo el mundo.
— Seguro que sí, pero yo que tú pediría cita al médico. No
duermes, apenas comes y trabajas más que nadie en esta oficina. Necesitas relajarte
o que te manden algo para que lo hagas, sino vas a terminar con una camisa de
fuerza.
— ¡No seas exagerada! Sé hasta donde puedo llegar. No soy
tan estúpida cómo crees. Tan sólo, necesito organizarme un poco, y aclarar
algunos puntos de mi vida. Eso es todo.
Cuando se quedó sola, respiró profundamente. El fin de
semana, no había resultado como ella había planeado. No le gustaba discutir con
nadie y menos aún con Mario. No entendía porque estaba tan raro, aunque
conociéndole, algo debía traerse entre manos.
Encendió el ordenador, era lunes y ya tenía sobre su mesa,
trabajo para toda la semana. En algún momento, tendría que organizar el
departamento, porque ella no podía más.
Lys estaba tomándose el segundo té de la mañana, cuando
entro en su despacho Laura.
— ¿Tienes los contratos que te pedí? — La dijo, mientras no
quitaba ojo a su móvil.
— ¡Buenos días Laura! — Le contestó Lys con retintín.
Laura levantó los ojos del móvil, e hizo una mueca a modo de
sonrisa.
— Tengo tres acabados y estoy terminando el cuarto. —
Prosiguió Lys, ante su arisca compañera.
— Pensaba que ya estaría todo terminado. No sé cómo nos la
vamos a apañar, necesito que le eches un vistazo a todo esto. — Laura dejó unas
cuantas carpetas sobre la mesa y siguió conectada a su móvil. — Es muy urgente
y lo necesito para hoy. Si no lo acabas a las cinco, tendrás que quedarte,
mañana hay que entregarlos a primera hora.
— Veré lo que puedo hacer.
— Si no lo acabas, podrías llevarte el trabajo a casa.
— Lo mismo podrías hacer tú ¿No crees?
Por primera vez, desde que entrara en su despacho, Laura le
prestó atención.
— ¡Vaya! Pensaba que podía contar contigo, pero veo, que últimamente
no estás por la labor. No hace falta que te recuerde lo que nos estamos
jugando.
— Puedes contar conmigo y de hecho, lo haces más de lo que
debieras. No te va a pasar nada por hacer tu trabajo. Es más, deberías empezar
a cumplir con tus obligaciones. Si nos despiden, no sé quién demonios va a contratarte.
Creo que te falta algo de práctica.
— ¡Veo que hoy te has levantado con el pie derecho! Estás
muy irascible.
— ¡Izquierdo! El derecho es el pie bueno. Y no, no estoy
irascible, estoy cansada de llevar todo el peso del departamento. He trabajado
como una mula y en vez de agradecérmelo, me vienes tocando las narices. Todo
tiene un límite, y yo puedo ser una buena compañera, pero no soy gilipollas. Estás
abusando de mí. Cumple con tu trabajo y verás como todos los contratos, están listos
a primera hora.
— Parece que se te olvida que tengo más funciones, no sólo
la técnica. Creo que te has pasado, entiendo que estés bajo presión. Todos lo
estamos con la reestructuración, por eso, lo dejaré pasar. Pero no me provoques,
o tendré que hablar con el jefe.
— ¿Me estás amenazando Laura? — Le contestó Lys desafiante.
Laura no contestó, se dio la vuelta y salió del despacho,
con cara de pocos amigos. Intentó dar un portazo, tirando de la puerta con
todas sus fuerzas.
«Diez años en la oficina, y todavía no se había dado cuenta,
de que hay un tope en las puertas de cristal para evitar las roturas». Pensó
Lys, mientras la veía marcharse.
Sobre las cinco de la tarde, Silvia apareció por el despacho
de Lys. Laura la había mandado con la excusa de que ella tenía que salir un
poquito antes.
Silvia previno a Lys, sobre una llamada que había oído de
Laura al jefe.
«La muy hija de... Menos mal que lo iba a dejar pasar» Pensó
Lys, tremendamente molesta.
La entrego todos los contratos que había terminado y le dijo
que el resto, tendría que mandarlos al día siguiente.
Carmen la estaba esperando en el hall de la oficina y la
puso al día sobre la rumorología.
Lys le quitó importancia. — No me preocupan las perretas de
Laura. Tengo cosas más importantes en las que pensar.
— De cualquier forma, ten cuidado, no es buena persona y te
la devolverá cuando menos te los esperes.
A Lys, no le hacía falta que la advirtieran de las malas
artes de aquella arpía. La conocía mejor que nadie.
Lys llegó a su casa cargada con las bolsas de la compra.
Esperaba poder encontrarse a Mario allí. Tenían que hablar. Estaba un poco
cansada de jugar al gato y al ratón. Podía entender sus ganas de volver a la
normalidad. Pasar tanto tiempo encerrados sin poder salir, ni a practicar
ejercicio, les podía estar pasando factura, pero, llevaban semanas sin hacer
nada juntos.
Dejó las bolsas en la encimera y se quitó el abrigo. Iba a
colgarlo en el armarito de la entrada, cuando le pareció ver dos sombras en el
suelo. Se dio rápidamente la vuelta para cerciorarse de que estaba sola.
En ese momento, alguien llamó al timbre y Lys pegó un saltó
en dirección contraria. Se pegó a la pared, como si allí no pudieran verla.
Estaba aterrada. le temblaban las manos y tenía el corazón,
latiendo en su garganta.
Un segundo timbrazo, la hizo reaccionar y con mucho miedo,
preguntó:
— ¿Quién es?
Lienzo sobre tela. Autora María Hernández |
Woooo se pone bueno.
ResponderEliminarYa pronto prometo ponerme al dia con el capítulo 4.
Saludos