2 abr 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 9

   Este post, forma parte de la publicación por capítulos de un libro que ya está publicado. Quizás me repita, pero sigue habiendo gente que me dice que es demasiado largo. 

   Hay relatos breves y novelas de 350 páginas. Está es una de esas novelas y yo lo he dejado claro desde el primer capítulo publicado. Quizás, este no sea el lugar apropiado para hacerlo, pero mi intención no es otra que reglar mi trabajo a las personas que tienen a bien visitar esta blog y si alguna lo considera oportuno, criticarlo abiertamente, sin censura.


 


9. CAPÍTULO

L

ys se despertó temblando, aterrada por la última imagen de su sueño. Miró a su alrededor desconcertada. Le invadía una terrible sensación de angustia. Tardó unos segundos en reconocer su dormitorio.

El sueño parecía tan real….

Se incorporó y miró la hora en el despertador. Eran las seis y media. Se apartó el pelo de la cara y soltó el aire de forma contenida. Con la desagradable sensación que le había dejado la pesadilla, iba a ser imposible dormirse de nuevo.

Se levantó de la cama y organizó la ropa que se iba a poner. Tenía que ir al baño y se lo pensó dos veces. Tan solo pasar por la puerta, hacía que su corazón se acelerara, su estómago se contrajera y se le pusiera todo el vello de punta.  

Se encontraba tan incómoda que, una vez realizadas las funciones propias de aquel habitáculo, decidió sacar de allí todas sus cremas, cepillos y maquillaje. Prefería arreglarse en el espejo del pasillo, a pesar de que la luz fuera pésima. La tranquilizaba saber que tenía la puerta de la calle a un palmo de distancia.

Se arregló como pudo y salió pitando de la casa. Llegaría un poco antes a la oficina, así podía ir organizando el trabajo y aprovechar para mandar los currículums que tenía preparados. Cambiar de trabajo, más que una opción, se había convertido en una necesidad.

Podía ser una paranoica, pero no era estúpida. Veía lo que estaba pasando y prefería dejarlo antes de que los despidieran a todos. La reestructuración, tan solo sería la antesala del fin de la empresa. Podría resultar muy histriónico quedarse hasta el final, pero ella nunca había presumido de ser valiente.

Cuando llegó a la oficina, las luces no estaban encendidas. Lys se fue directamente a buscar a Tasio o a su compañero Paco.

La salita estaba vacía y Lys se entretuvo buscándolos por los monitores. Intentaba localizar a cualquiera de los dos para salir a buscarlos.

Sintió un repelús y se estremeció. Le daba algo de grima ver la oficina sumergida en aquella especie de penumbra tenebrosa. Apenas se podía intuir lo que había en cada sala con aquellas cámaras de infrarrojos.

«¿Cómo podrían pasarse noche tras noche observando aquellos monitores?» Reflexionó Lys, dispuesta a no volver a quejarse de su trabajo.

Le pareció ver un reflejo en uno de los monitores y agudizó la vista. Debía ser la sala de juntas por la mesa alargada. No encontró nada y se pasó a otro monitor. En la pantalla se podían observar varios pasillos. Estaban algo más iluminados por las luces de emergencias.

El guardia debía ir a buen paso y ella no conseguía discernir nada con la poca definición de la pantalla. Volvió a revisar uno por uno todos los monitores de la sala.

Comenzaba a pensar que no había nadie en el edificio y eso no le gustaba nada. Tampoco sería tan descabellado que, con la reestructuración, hubieran quitado la seguridad nocturna.

 Hubo algo que llamó su atención y se acercó un poco, para determinar a qué sala pertenecía aquel monitor. Había algo moviéndose, apenas se apreciaba, pero Lys hubiera jurado que había una silla balanceándose.

«Como aparezca una calavera me da un infarto». Pensó Lys, sin poder apartar la vista de la pantalla. Estaba llena de pequeños granillos grises y era prácticamente imposible distinguir la silla.

Tan absorta estaba en intentar averiguarlo que….

—¿Me buscaba?

A Lys, la inesperada presencia del guardia le pilló por sorpresa. No pudo evitar soltar un exabrupto. El pobre hombre la miró desconcertado y se apresuró a disculparse. No esperaba aquella reacción de la joven y se sintió algo culpable por haberla asustado.

Lys se llevó la mano al pecho, en un absurdo intento de que el corazón no se la fuera a salir.

El guardia se preocupó por ella. No llevaba mucho tiempo en la empresa y cargarse a uno de sus trabajadores, dejaría en el aire la renovación de su contrato.

Lys tardó unos segundos en poder hablar, le costaba respirar y su voz sonaba entrecortada.

—No ha sido culpa suya. —Consiguió decir. —Estaba tan absorta buscándole a través de los monitores que….

No pensaba decir nada más. Con un guarda de seguridad que pensara que estaba como una regadera, era más que suficiente.

Mientras el guardia hablaba con su compañero por el walkie, Lys volvió a mirar al monitor. Al comprobar que nada se movía, respiró más aliviada. Las chiribitas de las pantallas y la sugestión fruto de los últimos días, podrían haberla jugado una mala pasada.

Intentó entablar una conversación con el joven. Después del grito, el pobre chico no se atrevía ni a mirarla. Para romper el hielo, Lys le recordó la cara que había puesto al oírla y los dos se echaron a reír.

Una vez se encendieron todas las luces. Lys le dio las gracias y se despidió de él. Dejó las cosas en su oficina y se fue directa a por una taza de té. Pasó por delante de la sala en la que había visto mecerse la silla. Se preguntó: «¿por qué no lo dejaba estar?». Su vida ya tenía alicientes de sobra, como para andar buscando más.

Entró en la sala y observó con atención. Realmente no sabía lo que buscaba. Respiró profundamente y movió su cabeza. Aquello no estaba bien. Era absurdo buscar razones a sus desvaríos, lejos de dejarla más tranquila, tan solo conseguirían asustarla más.

Andaba calentando el agua para el té, cuando miró la hora en el reloj de la pared.

 —¡Ostras! —Exclamó alarmada. En apenas unos minutos, comenzarían a llegar sus compañeros a la oficina. Con tanta tontería, se le había pasado el tiempo y no había hecho nada de lo que había planeado.

Se fue a su despacho y se puso a trabajar como loca. Mandó un par de currículums y repasó los correos recibidos. Entre ellos, un par de respuestas a los currículums enviados días atrás. La emplazaban a mantener una entrevista personal para tratar sus perspectivas laborales y salariales.

Aquellos mensajes, le habría nuevas expectativas y se sintió halagada por la premura en que habían contestado a su petición.

Carmen entró en la oficina pletórica de felicidad. Lys la miró con admiración, pareciera que nada la afectaba. En aquella ocasión, manifestaba haber quedado con el hombre de sus sueños. Esto solía ocurrir una vez al mes, más o menos. A Lys, lo que le preocupaba es que perdiera la perspectiva por completo. La había visto hacer auténticas locuras por hombres que no se lo merecían.

—¡Vaya, vaya! ¿Y cómo es ese caballero andante?

—Es abogado, alto, guapo y es el directivo de una empresa. Me tiene Loca.

—¡Me alegro mucho! ¿Hace mucho tiempo que lo conoces?

—Bueno….

—Asegúrate que no es un vende burras. Hay mucho psicópata suelto, recuerda el último.

—¡No era un psicópata! Tenía gustos sexuales raritos.

—¡Te propuso atarte y darte de latigazos!

—¡Le iba el sado! Desde que sacaron “Cincuenta sombras de Grey”, mucha gente se ha lanzado a investigar nuevas formas de sexualidad.

—¡Si, claro! Cuando tu pareja te revienta a latigazos, lo llamamos sado y entonces, ¿cómo llamamos a los que te dan una paliza?

—¡Maltratadores! ¿Cómo les vas a llamar? Una cosa no tiene que ver con la otra.

—Eso lo dirás tú, si te dejan el trasero como un tomate reventón, para mí, es una agresión. Te cuenten lo que te cuenten.

—¡Jolín como vienes hoy! ¿Es que no te ha llamado Mario?

—Sí, me ha llamado y estuvimos hablando un buen rato, pero no desvíes el tema. Me preocupo por ti y no quiero que te vuelvan a hacer daño. Tú ya sabes por donde voy.

—¡Si, mama! No tienes de qué preocuparte, no soy tan cortita cómo crees.

—No creo que seas cortita, es más, eres una mujer muy inteligente, pero demasiado confiada. Hay mucho sinvergüenza por el mundo y tú pareces tener un imán para atraerlos.

—Dejemos lo mío que al final me lo gafas. ¿Seguro que estás bien? Tienes rímel en la mejilla.

—¡No me fastidies! —Sacó un espejito del primer cajón.

«Voy a tener que poner alguna lamparita en el pasillo». Pensó mientras se restregaba con un clínex las rayas negras de su mejilla.

—Se me ha fundido la luz del baño y he tenido que maquillarme en el espejo del pasillo. Hoy compraré un par de bombillas. —Mintió Lys, para evitar dar explicaciones.

—¡Haré, como que me lo creo! Pero te conozco como si te hubiera parido y esos ojitos tristes, me dicen que algo más anda rondando en tu cabeza.

Lys sonrió. La puñetera era más perceptiva de lo que parecía.

 

Tras lo ocurrido en la ducha, Lys había estado buscando en internet casos parecidos al suyo. En un principio, pensó olvidarse del tema y no removerlo, pero tenía miedo a que se repitiera y esperaba encontrar algún tipo de amuleto o similar que sirviera para alejar cualquier ente o espíritu.

Había leído mucho al respecto, aunque la mayoría de las historias le resultaban inverosímiles, casi tanto o más que la suya. No podía haber tanta gente loca por el mundo, algo de verdad tendría que haber en aquellos relatos.

 Encontró una historia que le llamó la atención, en ella hablaban de una tienda de esoterismo en la que vendía amuletos y cosas por el estilo. La buscó en internet y tomó nota de la dirección.

«Si comprando algunos cachivaches, evitara que se repitiera, valdría la pena intentarlo» Se dijo a sí misma.

Al salir de la oficina se fue directamente a la tienda. Aunque una vez allí, comenzó a sentir serias dudas sobre qué hacer. No estaba segura de querer contarlo, la tomarían por lo que no era.

Paso hasta en tres ocasiones por la puerta de la tienda. Se detenía e intentaba ver lo que había dentro, pero en cuanto la dependienta miraba, ella seguía su camino.

Sentía miedo, pero más miedo le daba volver a su casa, respiró profundamente y decidió dejarlo.

Aquello era una estupidez. Un amuleto no resolvería sus problemas, nadie lo haría.

—¿Por qué no entras? Así podrás verlo mejor.

Lys se dio la vuelta y se encontró con la mujer a la que había visto organizando la tienda. Se quedó pensativa, no sabía qué hacer y la mujer prosiguió.

—No te voy a cobrar nada por mirar. —Y la hizo un gesto con la mano a modo de invitación.

Lys volvió sobre sus pasos y entró en el pequeño establecimiento. Había un sinfín de objetos, pero ninguno tenía nada que ver con lo que había visto en las películas, ni patas de conejo ni botes de cristal con animales conservados en formol. Allí, solo había: piedras, tarot, infusiones, aceites, inciensos y algún que otro atrapa sueños.

Ante el contrariado rostro de Lys, la mujer comentó:

—Parece que no era lo que esperabas. Mucha gente viene buscando alas de murciélago o rabo de lagartijas, pero nosotros no estamos a favor del maltrato animal.

Lys asintió con la cabeza, pero no se atrevió a decir nada. Siguió mirando a su alrededor en busca de algo bueno para lo suyo.

—¿Si no encuentras nada, puedo echarte las cartas?

—¿Cuánto cuesta?

—¡Nada! La primera consulta es gratuita.

Lys se encogió de hombros y se sentó en el lugar indicado por la mujer. La mesita tenía una especie de paño negro, le defraudó no ver una bola de cristal y encontrar solo una baraja de cartas gastada sobre la mesa.

—¿Es la primera vez que te echan las cartas? 

Lys movió la cabeza afirmativamente y la mujer se puso a barajar. Le hizo cortar la baraja en varios montones y le pidió que eligiera uno. Lys siguió los pasos que le indicaba y espero el veredicto.

La mujer fue colocando las cartas y su rostro se tornó serio. Lys respiró con resignación. Pensó que formaría parte de la representación. Imaginó, que le pondría las cosas muy feas para que se comprara un sinfín de amuletos y esencias que limpiaran su aura o cosas por el estilo.

—Veo mucho dolor en tú infancia, aparece una niña y una mujer. Las dos murieron, pero de alguna manera sigues vinculada a ellas.

Lys asintió inconscientemente. Tanto la muerte de su hermana, como la de su madre, habían marcado su vida.

— El colgado, me indica que no estás en el mejor de los momentos, aunque no compartes ese sufrimiento con los demás; el Loco, indica que prefieres huir, a afrontar los problemas; el ocho de espadas, indica que lo tendrás que hacer, aunque no quieras, es la única forma de solucionarlos; el Diablo, nos habla de la traición y la esclavitud. Está situada en el centro, con lo cual, indica que te sientes atrapada. Parece que no sabes cómo terminar con tú pareja, también, parece que alguien cercano a ti va a traicionarte. Deberás estar alerta, porque la traición viene por lados diferentes. Por último, tenemos a la Papisa, me dice que le ocultas algo a los que te rodean.

—¿No ve nada bueno? —Interrumpió Lys algo molesta.

Aquella sesión estaba resultando muy desagradable. La mujer, parecía seguir los pasos de un guion y estaba haciendo justo lo que ella había supuesto que haría.

La mujer sacó tres nuevas cartas y las puso sobre la mesa. A decir por su cara, no debían ser mejores.

Se pasó un rato estudiándolas y Lys se removió impaciente en la silla.

—La emperatriz junto a la papisa, me indica lo perceptiva que eres. A pesar de ello, no podrás evitar lo que está escrito. Ten mucho cuidado, a tú alrededor pueden ocurrir graves accidentes.

—¿Lo dice por la muerte? —Lys señaló la carta.

 —No solo por la muerte, esta carta puede indicar trasformación, pero junto a la torre…

—¡Claro, claro! Y ahora viene esa parte, en la que usted me ofrece un montón de amuletos que me protegerán para que no muera. ¿No?

—Veo que eres un poco escéptica. —Le dijo con una sonrisa. —Lo entiendo, mi negocio consiste en vender. Aunque debo decirte, que nunca he engañado a nadie. Si quieres hacerte con algún amuleto, estaré encantada de ayudarte, pero, ningún amuleto podría evitar lo que he visto en esas cartas. Eso, solo puedes cambiarlo tú.

—Ya me quedo más tranquila. ¿No ve nada más?

—Desprendes mucha energía, quizás por ello, alguien haya intentado aojarte.

—¿Aojarme? ¿Qué demonios es eso?

—Significa malograr o desgraciar a una persona. Lo que comúnmente entendemos como “mal de ojo”. A veces por odio, a veces por celos, e incluso, por miedo. Según las cartas podría haber sido la anciana.

—No era su nieta preferida. ¿Se puede quitar?

La mujer asintió con la cabeza.

—¿Cuánto me costaría la broma?

—Cincuenta euros.

—¡Madre mía! ¿Eso lo arreglaría todo? —La mujer, negó con la cabeza. —¡Claro! Eso costaría más dinero. ¿No?

—Creo que no me has entendido, pueden haberte aojado, pero eso no significa que te afecte.

—No lo entiendo. Puede ser más precisa.

—Hay cosas que yo no puedo arreglar o evitar. Tendrás que canalizar adecuadamente tú energía. Creo que has heredado el don de tú abuela.

—Yo no he hecho daño a nadie en mi vida y menos, he tenido envidia o celos de nadie. —Le contestó Lys molesta.

—No he dicho que lo hagas a propósito. Creo que sabes de lo que estoy hablando.

—No tengo ni idea, pero mejor dejarlo.

La mujer, se levantó de la silla y buscó dentro de un cesto de mimbre lleno de ramilletes. Luego se dirigió al mostrador y cogió una de las piedras.

—Este ramillete está hecho con plantas como la lavanda, romero, ruda y alguna más. Debes utilizarlo a modo de incienso para limpiar de malas energías y esto…. —Deposito una piedra en la mesa. —Es un ojo de tigre, protege contra las malas energías. Nada es infalible, pero te puede ayudar.

—¿Cuánto es? —Preguntó Lys obviando sus palabras. Como marketing no estaba mal, pero le resultaba poco creíble.

—La piedra son tres euros, el ramillete te lo regalo. Además, te dejo este panfleto, quizás te sirva.

Lys lo guardó y se despidió, dándole las gracias.


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