19 mar 2023

EL DÍA DEL PADRE




En estos tiempos en los que algunos quieren borrar la imagen paterna, yo quiero recordar al hombre que puso la semilla para que yo llegara a este mundo y me acompañó en este adverso camino que es la vida.

Nunca le dieron el premio al mejor padre del año. Su alma libre y sus ansias de vivir, no eran compatibles con el concepto que hoy se tiene de “padre”. Aun así, se ganó mi amor incondicional, como el del resto de personas que lo llegaron a conocer. Con el paso de los años, comprendí lo que escondía esa coraza que cubría su corazón de gominola.


Él, era un hombre capaz de ver más allá, quizás por eso, pudo pasar de machista a feminista cuando un gesto de amor, le enseñó lo que una mujer necesitaba: paso de ausente a presente, cuando se dio cuenta de lo mucho que nos amaba y paso de sus vicios de la noche a la mañana, porque su voluntad era titánica.

Mi padre me enseñó muchas cosas y gracias a él, soy lo que hoy muestro, con sus luces y sus sombras. De él aprendí a ser fuerte, pero sensible; a ser tenaz, pero respetuosa; a luchar por lo que considerara justo sin rendirme y, sobre todo, aprendí a ser libre de cuerpo y alma.

En sus últimos días me buscaba y preguntaba, creía tanto en mí… más que en nadie en este mundo. Me admiraba tanto, que me abrumaba. Él pensaba que yo era capaz de todo y yo tan sólo soy humana.


Hoy más que nunca, le echo de menos y aunque sé, que este no será mi mejor post, necesitaba recordarlo y sacar todo ese dolor que me acompaña desde el día en que se marchó. No pude evitar su dolor ni parar el cáncer que se lo lo llevó, tan sólo, pude organizar su funeral y recordar esos domingos en los que me traía almendras y me contaba sus cosas…

Sé que está cerca de mí y algún día, os contaré la razón para asegurar semejante cosa. Como todo en mi vida, es algo original y si no lo es, ya estoy yo para darle ese punto de locura irreverente que lo pueda trasformar.

¡FELIZ DÍA DEL PADRE!

Allá donde estés, te quiero papa.

 

 

18 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 5


 

5. CAPÍTULO

L

a situación en la oficina, se estaba complicando por momentos.

¡Cómo si ella no tuviera suficiente! Pensaba Lys, cada vez que alguien le contaba algún cotilleo absurdo.

Un chico de contabilidad le reprochó el retraso que llevaban algunos contratos. A punto estuvo de lanzarle la grapadora a la cabeza. Total, el muy imbécil no usaba su sesera para nada.

A medida en que se iban intensificando los rumores sobre los recortes de personal, el ambiente era más insoportable. La amenaza de los despidos era como una espada de Damocles que iba despertando en algunos su lado más oscuro.

—No me extrañaría, encabezar esa lista de la que tanto se está hablando. —Le había comentado Lys a su compañera mientras comían.

—¿Por qué dices eso? ¡No seas pájaro de mal agüero! Laura no da un palo al agua. Si te vas, ¿quién va a hacerle el trabajo a esa bruja?

—¡Tú no la conoces! Es como un perro de presa, cuando consigue enganchar a su víctima no la suelta. Buscará la forma de conseguir sus propósitos, cueste lo que cueste. Laura es una mujer caprichosa y apática. Todo le importa un comino: la gente, el trabajo, la empresa... Cree que el mundo no puede seguir girando sin ella.

—¿Lo dices por la discusión del viernes? Hoy ya se le habrá pasado, no tienes que darle más vueltas.

—Sí. Pues me puso una queja formal en recursos humanos. ¿No te lo había contado Silvia?

—Algo dijo, pero no la tomé en serio, pensé que era una de sus maldades.

—Tan solo, le dije que hiciera su trabajo y me dejara en paz.

—¡Esa es mi chica! ¿Y ahora qué vas a hacer?

—De momento, nada. Ya aclaré lo que tenía que aclarar con recursos humanos.

—¡Por si no lo sabías, Ana y Laura son intimas! Yo, en tú lugar, hablaría con el jefe. Cuéntale como está la situación antes de que ella se adelante.

—Lo mismo ya lo sabe.

—¿Y no vas a pelear? Aunque sea un poquito. ¡Por incordiar más que nada! No se lo pongas tan fácil a esa víbora, no se lo merece.

Lys sonrió ante el comentario de su compañera. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Lo tendría que haber hecho desde el primer día, pero durante mucho tiempo había evitado la confrontación.

—A veces, hay que dejar que las cosas sigan su curso. Por muy raro que te parezca, tengo la sensación de que, en algún momento, se darán cuenta de cómo es.

Carmen se echó las manos a la cabeza. No podía creer que Lys fuera tan ingenua. Su pobre amiga no era rival para ella. En realidad, Lys no era rival para nadie.

—¿De verdad piensas eso? —Le dijo Carmen resignada.

—¡Claro que lo pienso! Tengo que esperar el momento oportuno. No quiero que vayas con el chisme a nadie. ¡Por una sola vez! Ten paciencia, verás cómo todo se resuelve.

—¡Tú sabrás! Es tu puesto de trabajo el que está en juego. Por muy incompetente que sea, no te olvides de que es capaz de hacer determinados apaños mejor que nadie. Y si no, pregunta.

—¡Qué bruta eres! No puedes hablar así, como te oigan, la que va a encabezar esa lista, vas a ser tú. Ahora tengo cosas más importantes en las que pensar. No voy a enzarzarme en una guerra absurda que no me llevará a ningún sitio. A diferencia de ella, nosotras tenemos escrúpulos. No somos capaces de jugar con el pan de nadie.

Carmen se fue del despacho de su amiga preocupada. Antes de llegar Lys, Laura se había cargado a tres compañeros en dos meses. Era “vox pópuli”, que el jefe la toleraba todo, aun sabiendo que era un lastre para su empresa.

 

Lys trabajaba en su despacho, cuando se repitió la extraña sensación que la traía por la calle de la amargura. Era como un nudo que estrujaba su estómago, le produciendo una fuerte sensación de asfixia que terminaba convirtiéndose en un inmenso vacío.

Sus manos comenzaron a temblar y tuvo que soltar los papeles antes de que se la cayeran al suelo. El temblor se extendió por todo su cuerpo y ella se abrazó fuertemente para intentar pararlo.

«¿Qué será esta vez…?» Pensó desesperada.

Se levantó de su silla y se fue corriendo al baño. Necesitaba echarse agua fría por la nuca. No sabía muy bien por qué. Quizás, tan solo necesitaba huir: huir de sus miedos, huir de la gente, huir de sí misma…

¿Qué ocurriría está vez? No le faltaban frentes abiertos, por un lado: estaba Mario con síndrome de Peter Pan; Laura con sus deseos de expansión y ella, ella estaba aterrada por unas pesadillas que, en los últimos días, se habían trasladado a la realidad.

No necesitaba dormir, para pasar un mal rato. Su vida se había convertido en su peor pesadilla. Todo lo que intentaba construir, parecía desmoronarse sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Una vez más, parecía tenerse que resignar a perderlo todo: pareja, trabajo…

Movió la cabeza de un lado al otro. No quería ni pensarlo. Daba igual lo que fuera a ocurrir. Lo único que ansiaba, era que desapareciera. Ella no era adivina y no quería jugar a serlo. Tan solo quería descansar.

Respiró hondo y cerró los ojos durante unos segundos. Escuchó que alguien estaba hablando y esperó a que se fuera para salir del cubículo del wáter. No quería que nadie la viera en aquel estado.

Una hora antes de salir, ya había revisado todos sus contratos e informes. Como de costumbre, Laura le había entregado los suyos con la excusa de tener unas reuniones ficticias. La debía de haber tomado por idiota y dado que los estaba haciendo, no le faltaba razón.

Estaba revisando uno, cuando Laura entró en su despacho. A Lys, aquella actitud altiva y déspota no dejaba de alucinarla.

¡Encima de que le hacía su trabajo! Era como para ponerse a gritarle un par de cosas. No dijo nada, su cuerpo estaba allí, pero su cabeza, su cabeza estaba imaginando cosas muy desagradables para aquella mujer.

Un chasquido de sus dedos, la hizo volver a la realidad. Observó que llevaba puesto el abrigo. Estuvo por preguntarle: si había solicitado una reducción de jornada. Pero no estaba el horno para bollos y se abstuvo de volver a provocarla. De todas formas, Laura iba a lo suyo.

—¿Has terminado los contratos? —Le dijo mientras comenzaba a colocarse uno de sus guantes de cuero negro.

—Los míos sí, quedan los tuyos.

—Pues a ver cómo te las apañas, porque mañana los tengo que entregar y como últimamente no se puede contar contigo….

Lys respiró hondo y se mordió la lengua. Tenía muy presente el maldito dolor de estómago y no quería problemas.

—Los dejaré en tú mesa, como siempre.

—¡Ves, que fácil resulta ser competente! —Aquella frase la removió algo por dentro y no pudo evitar contestar como se merecía.

—He dicho que los dejaré, no que los vaya a corregir. Todas las cifras están mal y están mal redactados. Más que corregirlos, te aconsejaría que los hicieras de nuevo y ese, querida compañera, es tu trabajo.

—¡En eso te equivocas! —Ni siquiera la miraba a la cara. —Todo lo que salga mal, es cosa del departamento y ambas somos sus titulares.

Lys la miró y sintió la ola de calor que ascendía desde su pecho a su cabeza. Le quemaba la sien y a punto estuvo de decirle todo lo que pensaba. La costó contenerse, apretó tanto los dientes que se hizo daño en las encías.

Laura no era consciente de lo mucho que la estaba encendiendo. Tenía que calmarse antes de que perdiera las formas o algo peor. Todo el mundo tenía carácter y el suyo era más fuerte que ella misma. Tenía que controlarlo con todas sus fuerzas antes de que se tuviera que arrepentir.

La vio salir de su despacho, como si fuera una actriz de Hollywood el día del estreno. Saludando cual reina a todo con el que se cruzaba. La importaba un bledo que la vieran irse antes de tiempo.

Lys cogió el teléfono. Después de lo ocurrido aquella tarde, era consciente de que necesitaba ayuda. Por muchas dudas que tuviera, tendría que seguir con sus visitas al psicólogo.

El resto de la semana pasó sin pena ni gloría. Laura parecía haber cedido después de que Lys se plantara. Dejarla aquellos expedientes y contratos sin revisar, era lo mejor que podía haber hecho. No pensaba discutir con ella, pero tampoco iba a seguir actuando como si fuera su secretaria.

Lys canturreaba dentro de la ducha.

¡Por fin! Había llegado el viernes y había quedado con Mario. Tenían muchas cosas de que hablar y para evitar la discusión, lo harían en terreno neutral.

Lo tenía todo planeado, como se peinaría, que se iba a poner. Parecía una adolescente en su primera salida.

Tenía tantas expectativas, que llegó a olvidarse de lo ocurrido en las últimas semanas.

Tenía veintinueve años y vivía como una abuelita. Aunque, si lo pensaba bien, los abuelitos tenían más vida social que ella. Solo había que ver a su suegra. No había parado en casa ni en el confinamiento.

Quería retomar su vida, la pandemia la había parado en seco y necesitaba volver a la normalidad, aunque fuera con mascarilla. Iba a descartar las cenas en pijama y los maratones de fin de semana frente a la televisión. Su relación, necesitaba algún estímulo y ella también. Se moría de ganas de salir, ya no recordaba la última vez que cenaran con amigos, que fueran al teatro o salieran a bailar. Quería volver a divertirse y estaba dispuesta a hacerlo con o sin Mario, eso iba a depender de él.

Salió cantando y miró el reloj. Mario se estaba retrasando, habían quedado en salir a las nueve y media.

Marcó su teléfono y esperó escuchar el tono. No se lo cogió y decidió mandarle un mensaje.

Se maquilló y secó el pelo, pero ni rastro de Mario. Cerca de las nueve y media, recibió un mensaje de voz.

«Seguro que se retrasa como siempre». Pensó, antes de escucharlo.

¡Cari, se me había olvidado por completo! Estoy cenando con unos amigos. Después saldremos a tomar unas cervezas. Mañana si quieres, hablamos en la comida. ¿Te parece bien que invite a mi madre?

Lys le contestó.

Mañana tengo cosas que hacer, ya quedaré con tú madre en otra ocasión.

—¡Será cabronazo! —Dijo enfadada.

No solo la había plantado, además, pretendía que arreglaran los suyo delante de su madre. Aquello la desestabilizó por completo. Sabía que las cosas entre los dos no estaban bien, pero aquello pasaba de castaño a oscuro.

Se dirigió al baño para desmaquillarse. Su cabeza era un polvorín y en aquellos momentos, tan solo quería salir corriendo de aquella casa y abandonarle.

Era un cara dura y ya estaba cansada, cansada de sus excusas y de su forma de hacerse la víctima cada vez que intentaba hacerle entrar en razón. Raro era el día que no terminaban en medio de una discusión en la que él no paraba de hacerla reproches. Le hablaba de cómo se pasaba la vida trabajando como un desgraciado, por un futuro común. Cómo si ella no estuviera haciendo lo mismo. Lo peor de todo, era cuando hablaba de cómo había perdido el tiempo, cuando estuvieron encerrados en la pandemia. Cómo si estar con ella hubiera sido un castigo. El resto era un clásico, tenía derecho a ir al campo de fútbol y salir a tomar una cerveza con sus amigotes. Según él, no podía estar todo el día bajo sus faldas.

—¿Una cerveza? —Dijo Lys, con cierta nostalgia, tras recordar el estado en que solía llegar.

Sin entender cómo, Lys pasaba de víctima a verdugo en menos de cinco minutos. Querer pasar algo de tiempo con su pareja, la convertiría en la bruja malvada del cuento y ella, ya conocía el final. Un par de semanas de enfado, hasta que cediera y le pidiera perdón.

«¡Manda huevos!» Pensó Lys, mientras movía la cabeza negativamente. Aquello no podía continuar así y ella mejor que nadie lo sabía.

 No quiso darle más vueltas. Dejó el móvil en la encimera del baño y se puso música. Que no saliera a una disco, no significaba que no pudiera bailar.

Sacó la leche limpiadora del mueble y cerró la puerta con un golpe de cadera. Se movía al ritmo de la música a la par que pasaba la esponjilla húmeda por su rostro.

En otro tiempo, se habría dejado el maquillaje y le habría esperado despierta para hacer el amor de madrugada, pero una vez ni siquiera apareció y le salieron un montón de granos en la cara. A la mañana siguiente, le tocó cambiar las sábanas manchadas por el maquillaje.

Se hizo un sándwich mixto y se sirvió una generosa copa de vino. Dejando la botella en la mesa del salón, por si le apetecía otra. Era su noche de diversión, con o sin Mario.

Se puso una película antigua y se acurrucó en el sofá con su mantita de pelo.

Se despertó sobresaltada. La música estaba a todo volumen y Lys miró en todas las direcciones buscando la fiesta. Tardó unos segundos en ser consciente de que no había nadie en la casa.

La antigua cadena de música, se había vuelto a encender sola. Lo que pasaba en aquella casa no era normal. Se levantó corriendo del sofá para desenchufarla, antes de que los vecinos aporrearan la puerta o llamaran a la policía.

Debía tener algún tipo de temporizador que la conectaba y de vez en cuando, se encendía a todo volumen. Siempre le pasaba a ella y cualquier día le iba a dar un síncope.

Mario solía reírse de ella, hasta que una noche, los levantó de la cama a las tres de la mañana. Se pasó una semana leyendo las instrucciones para programarla, pero se negó a deshacerse de ella.

Miró el reloj del móvil. Eran cerca de las tres y media de la noche. Apagó la televisión y se fue a la cama.

Mario no había llegado. Seguiría de fiesta con sus amigos. Eso significaba que se pasaría todo el sábado entre la cama y el sofá.

Al meterse en la cama, notó que las sábanas estaban heladas y se colocó su pijama de felpa y los calcetines de lana. Visto lo visto, el sexo quedaba descartado. Mario llegaría tan borracho que el simple hecho de llegar a la cama ya le supondría un reto.

Se estaba quedando traspuesta, cuando comenzó a oír una especie de zumbido. En principio no le dio importancia. Seguramente, la ventana de la cocina se habría vuelto a desencajar. Volvió a acurrucarse entre las sábanas.

El ruido siguió intensificándose hasta el punto de convertirse en un zumbido muy molesto. Lys no pudo evitar concentrarse en él. La intensidad iba de menos a más y volvía a comenzar de nuevo, una y otra vez.

Intentó hacer memoria para recordar si había apagado el televisor. Estaba casi segura de haberlo hecho, pero terminó levantándose para cerciorarse.

Primero pasó por la cocina a comprobar la dichosa ventana. En algún momento, tendría que llamar al casero para que la arreglara.

Parecía estar bien cerrada, aun así, se aseguró. Repasó los electrodomésticos que no eran precisamente nuevos. La nevera emitía un sinfín de sonidos, pero nada que ver con el zumbido.

Todo parecía estar bien y se encaminó al despacho. Por si hubiera dejado encendido el ordenador. Dio una vuelta por toda la habitación, sin encontrar nada.

Terminó entrando en el salón y el sonido se intensificó. Si no fuera una locura, hubiera jurado que de alguna manera la estaba llamando.

A pesar de no querer darle importancia, el vello de su cuerpo se erizó. El ruido procedía de los altavoces de la cadena, la misma cadena que acababa de desenchufar. Zumbaban y zumbaban como si dentro hubiera un enjambre de abejas.

Con más miedo que vergüenza, se acercó por detrás de la mesa. Tampoco era cuestión de hacerse la valiente.

Lo primero que se la vino a la cabeza fue: si la cadena no tiene corriente, ¿por qué demonios están encendidos estos altavoces?

Se pellizcó el brazo. No se le ocurrió otra forma de comprobar que no fuera una de sus pesadillas.

—¡¡Ay!! —Exclamó, sintiéndose completamente estúpida.

Aquellos altavoces, parecían tener vida propia y eso, le daba mucho miedo. Quería que pararan de una vez por todas, no lo soportaba.

«¿Cómo iba a cortar una energía que no recibían? —Razonó incrédula. —¿Por qué se producían aquellos fenómenos? Era por ella, por la casa o ¿por qué?».

Lys estaba al borde de la desesperación. Si no podía pararlo, por lo menos que la sirviera para algo. Salió corriendo hacia la habitación. Volvió con el móvil en la mano dispuesta a grabarlo. Tenía que conseguir pruebas de que no se estaba volviendo loca.

Nada más entrar en el salón, el zumbido cesó y el pequeño pilotito se apagó.

 

14 mar 2023

MINDFULNESS PARA CASOS PERDIDOS





Hay que estar muy chiflada para llevar la comunidad, vivir en ella y no morir en el intento. Así soy yo, temeraria e inconsciente, porque si fuera reflexiva e inteligente, huiría de estos saraos como alma llevada por el diablo.


Ya os conté que los jardineros derrumbaron la farola. Farola que sobrepusieron para ver si colaba y que ha estado así, hasta que un día, mi vecina Carmen, casi la troncha contra mi cabeza al apoyarse en ella.

¡Para haberme matao!

Lo peor de todo no es el accidente ¡No! Lo peor es la puñetera burocracia.

El jardinero dio parte a su seguro. ¿Lo normal, no sería que la arreglaran? ¡Pues no! Sería demasiado fácil y contraproducente para su negocio. No sé, si me entendéis

El seguro del jardinero, nos dicen que se tiene que tramitar a través de nuestro seguro y es aquí, donde comienza mi calvario. Cual peregrino haciendo el camino de Santiago, me veo día sí y día también, contando a todas las operadoras del seguro, como había sido el accidente. Además, les dejaba muy claro, que ellos no tenían que pagar nada, que el seguro del coche se haría cargo de todo.

Por supuesto, cada vez que llamaba tomaban nota. ¡No sé para que! Si nadie me llamaba. Es más, a día de hoy, siguen tomando nota y no se cansan. Tienen que tener la papelera hasta arriba las criaturitas.

 Desesperada les contaba que aquello no podía continuar así. Era como que elegir entre susto o muerte. La farola se podía caer en la cabeza de cualquiera (doy fé) y en caso de quitarla los cables quedarían al alcance de cualquiera (niños sin ir más lejos).

No lo pueden tener así. Llamen a un electricista urgentemente. Me dijo una de ellas.

Entonces ¿Podemos quitarla sin que lo vea el perito?

No se les ocurra. Me contestó y se quedó tan ancha.

Yo no sabía si darme golpes contra la pared o ponerme a gritar como una loca. Con permiso de los locos que viendo cómo va la humanidad, empiezo a tener serías dudas de quien son realmente los cuerdos.

Un mes diciéndome que lo tramitaban como urgente. Que yo pensaba: ¡Menos mal! Si no, nos caduca el seguro y la farola sigue sin instalarse.  

Al final, me pasan con los servicios jurídicos para tramitarlo.

Emprenderemos las acciones legales necesarias para reclamar. Me dijo la señorita de servicios jurídicos.

¿Y no se les podía mandar un correo electrónico en plan coleguis? Que nos han dicho que la van arreglar y lo mismo se lo toman a mal y no nos la pagan.

Si mujer, las acciones legales comienzan después de haberlo solicitado de manera amistosa.

¡Mujer, empiece por ahí! Porque si tenemos que pagar abogado y procurador, con lo que nos den, no nos llega ni para poner un palo con una bombilla.

¡Por fin! Se presenta el perito. Manuela que lo ve y me vuelve a preguntar como todos los días, si ya van a arreglar la farola. Le digo que no y me concentro en el perito por lo que pueda necesitar. Este le hace tres fotos y me dice que no entiende porque no la hemos quitado. Es en momentos como ese, cuando yo me quiero arrancar los ojos.

Una semana después consigo un electricista, que se presenta justo el día en el que ando cuidando de mi nieto.

Nieto que tiene quince meses y es más activo que Dora la Exploradora. Quiere ser electricista, a decir por como charlaba en un idioma no contrastado con el hombre. Debe ser cosa del gremio, porque yo no entendía a ninguno de los dos.

El Electricista me cuenta cómo van a ser las cosas, niño que corre y Manuela que se asoma a la ventana para saber si ya van arreglar la farola. Aprovecha y me pregunta: ¿Cómo se llama el niño?

Luca. Le respondo mientras agarró al niño para que no se caiga en el escalón y le suplico al hombre que haga lo que le venga en gana, pero que no se electrocute nadie o me matan.


¡Miguel! Llama Manuela al niño.

Electricista que me mira como si no entendiera nada. Yo que miro al cielo en busca de ayuda divina y Luca que corre feliz, porque lo de Miguel no le suena nada.

Ni todo el mindfulness del mundo arregla lo mío, pero sigo en ello y lo mismo algún día hasta lo consigo.

12 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 4

 

4. CAPÍTULO

R

espiró aliviada, al escuchar la voz del joven que informaba:

—Un paquete para Mario Arranz.

Lys entornó los ojos, intentando concentrarse en aparentar cierta serenidad. Se despegó de la pared y abrió la puerta para recoger el dichoso paquete.

 

Mario llegó sobre las diez y con él la guerra fría. Podía pasarse semanas sin hablarla. Como si nada le importara. Siempre era ella, la que tenía que dar el paso y estaba un poco cansada de tanto reproche.

Lys andaba recogiendo la cocina, cuando apreció una sensación extraña en su estómago.

«¡Ya estamos todos!» Pensó con cierta resignación.

 Aquella angustia contenida, solía detectar los problemas y en cuanto Mario entró por la puerta, se había puesto en marcha. Decidió mantenerse alejada y dejar para otro momento la conversación que tenían pendiente. De todas formas, Mario terminaría culpándola de todo lo que pasaba entre ellos.   

No es que le tuviera miedo, pero Mario, no era de los que razonaban. Él tenía su particular visión de cómo eran las cosas, por mucho que Lys intentara hacerle entrar en razón no lo conseguiría.

A veces, las más, le daban ganas de acabar con aquella relación. Le amaba con locura, pero ella también necesitaba sentirse correspondida.

Estaba tan encendida, que decidió darse una ducha. Acababa de meterse en la bañera, cuando su estómago volvió a contraerse de forma angustiosa. Parecía estar boicoteándose a sí misma. Se pasaba la vida atemorizada por sus propios miedos y eso no era bueno.

Una amiga de universidad, le dijo que podría ser una especie de “Don”, como si hubiera desarrollado un sexto sentido. Lys nunca lo creyó, ni veía muertos ni podía predecir el futuro. De haberlo hecho, sería rica y no tendría la vida tan jodida.

Había pensado pedir ayuda, pero ¿a quién? Los psicólogos que le habían tratado de niña no la habían creído. A veces, incluso a ella le costaba entenderlo.

 No, no debía seguir así, quedarse de brazos cruzados no arreglaría nada. Tenía que hacer algo, antes de que terminara como su madre, convertida en un ser inerte, vacía y sin voluntad.

 

En la oficina, tampoco encontraba su lugar. Estaba cansada de su compañera Laura. En algún momento, tendría que dejar de hacer el tonto y plantarle cara.

Lo primero que encontró al día siguiente, al entrar en su despacho, fue una nota de la jefa de recursos humanos. No se lo podía creer. La muy bruja había pedido que la sancionaran.

Lys estaba que echaba chispas. No pensaba dejarlo pasar. Laura había tocado la tecla equivocada y ella sabía cómo devolverle la pelota.

Subió al despacho de la jefa de Recursos. Llamó a la puerta y entró al escuchar ¡Adelante!

Ana llevaba en la empresa el tiempo suficiente, como para conocerlas a las dos. No podía creer que se hubiera tomado en serio la solicitud de Laura.

Al ver entrar a Lys con el folio en la mano, se recostó en su butaca, dispuesta a escuchar su versión. No había entendido la solicitud de Laura, pero dada la situación en la empresa, y la relación que está mantenía con el jefe, no se había atrevido a contrariarla.

—¿Qué significa esto? ¿Me estás amenazando con una sanción?

—Sólo si tu versión, es la misma que me ha dado Laura.

—¡No me fastidies Ana! ¿Versión de qué? ¿De reventarme a trabajar? Porque no tengo otra. El departamento está a tope y no puedo perder el tiempo en estas gilipolleces. ¡Dime! ¿De qué me tengo que defender? Así terminaremos antes.

Ana extendió un folio, para que Lys le pudiera echar un vistazo. Una simple pasada a la lista que tenía delante, hizo que se la pusieron los ojos como platos.

—¡Será …! —No quiso terminar la frase o confirmaría unos de los puntos. —Partiendo de la base que la mitad de las tonterías aquí escritas no son sancionables y que la otra mitad, se pueden confirmar con la tarjeta de entrada. Te repito: ¿Vas a sancionarme por esto? ¿Me vas a suspender de empleo y sueldo por unas acusaciones infundadas?  Porque si es así, no sé quién va a sacar el trabajo adelante. ¿Lo has hablado con Jorge?

Ana movió la cabeza negativamente.

—¡Lys tengo que seguir el protocolo! Aunque crea que es absurdo, soy yo la que tengo que dar explicaciones en la junta. A Jorge no le he querido meter en esto. Mucho me temo, que te llevarías una sorpresa y no muy agradable. ¡Créeme!

—Yo no estaría tan segura de eso, pero eso da igual. ¡Haz lo que tengas que hacer! Pero no me llames a tu despacho para hacerme perder el tiempo. Esta lista describe su incompetencia y sus malos modos, no los míos. ¿Sabes por qué? Porque cuando me defienda, parezca que la estoy atacando con una burda mentira. No tengo que defenderme por hacer bien mi trabajo. ¡Allá tú, si quieres sancionarme! Yo sé perfectamente lo que tengo que hacer. Espero, que tú también lo sepas.

Lys salió del despacho muy enfadada. Estaba dispuesta a no pasarle ni una, a partir de ese mismo instante. Ella no había iniciado la guerra, pero si la podía terminar.

 

 

Lys miró a su alrededor, sin saber que estaba haciendo. Aquello no iba a arreglar nada. Cogió el abrigo y se lo puso, estaba a punto de irse, cuando Ángel salió a buscarla.

 Elegir al psicólogo a través de internet, no había sido la mejor de sus ideas. Había decidido pedir ayuda para no dejarse llevar por la rabia. Laura se la había jugado y estaba tan furiosa que le costaba alejarla de sus pensamientos.

Tras los saludos de cortesía, Ángel comenzó a rellenar una ficha con sus datos personales.

El nerviosismo de Lys era evidente y no le pasó inadvertido. Intentó romper el hielo con preguntas rutinarias, pero Lys estaba en alerta. No era la primera vez que acudía a un psicólogo, lejos de calmarse, se revolvía en su butaca con cada pregunta.

—¿Qué es lo que te ha atraído hasta mi consulta? —Le preguntó Ángel de forma directa, al ver que ella, no era capaz de expresarlo.

—La verdad es que soy bastante normal.

—Todos lo somos. Que estés aquí, no implica lo contrario.

—¡Lo sé! Me cuesta mucho hablar de ello.

—¡Inténtalo! Ya que estás aquí…  

—Estoy algo preocupada. Hace semanas que no descanso bien, tengo pesadillas y me cuesta dormir. No sé, si es por estrés en el trabajo, por mis diferencias con mi pareja o…. —Hizo un silencio, mientras pensaba como continuar. —Me siento un poco confusa, agotada, incapaz de llegar a todo…

—¡Entiendo! ¿Puedes delegar parte del trabajo en otras personas?

—Me gustaría, pero no.

—¿Es la primera vez que acudes a un especialista?

—De niña visité a una psicóloga y a un psiquiatra. No es que me cambiaran la vida, pero imagino, que algo tuvo que ayudarme a superar lo sucedido.

—¿Qué te ocurrió?

—Perdí a mis padres, pero eso, ya está superado. No me apetece volver al pasado. Tan sólo me gustaría canalizar mi energía y encontrar aquello que me está produciendo tanta angustia Intento ver las cosas desde todos los puntos de vista, pero a veces… No sé, parece que todo está en mi contra y me revuelvo de tal forma que al final todo se complica.

—¿Has tenido problemas de autocontrol?

—¡Depende de lo que entiendas por autocontrol! Si fuese sincera terminaría en un manicomio con una camisa de fuerza. No me interpretes mal, no soy una persona agresiva, si es a lo que te refieres. Nunca he agredido ni verbal ni físicamente a nadie, pero a veces me cuesta evitar ciertas cosas….

Lys, comenzó a dar vueltas al anillo que llevaba en la mano, y no fue capaz de seguir. Se sentía completamente estúpida contándole a un desconocido sus pensamientos más íntimos.

—¿Qué es lo que te cuesta evitar?

Lys levantó la vista del anillo y lo miró a los ojos.

—Me preocupa que a la gente que tengo a mi alrededor le pasen cosas malas. Situaciones que de antemano he podido pensar o desear por una discusión o una traición. ¿Entiendes lo que quiero decir? Porque sinceramente, dicho en voz alta resulta más absurdo que en mi cerebro.

—No es absurdo. Cuando ocurre una desgracia o una pérdida, solemos auto culparnos de alguna manera. Podemos llegar a pensar que nuestra presencia podría haberlo evitado, aunque en nuestro fuero interno, seamos conscientes de que eso es imposible. Si supiéramos que hacer para evitarlo, no hubiera tenido lugar la tragedia. ¿Crees que de haber obviado ese mal pensamiento, podrías haber conseguido que las cosas fueran diferentes? Yo creo que sabes la respuesta, ¿verdad?

—No estoy segura. Yo suelo intuirlo. Son precisamente esas intuiciones, las que me traen por la calle de la amargura. Me plantean serios problemas en mi día a día, produciéndome inseguridad y miedo. Un miedo con el que vivo desde hace mucho tiempo.

—¿Cómo son esas intuiciones?

—No soy vidente, si eso es lo que quieres saber. Tan sólo, se basan en sensaciones, sensaciones que te llevan a pensar en los problemas que te puede causar algo o alguien. Poco tiempo, ese pensamiento se plasma en alguna discusión, conflicto o desgracia. Lo que me hace sentirme mal conmigo misma, por no haber sido capaz de pararlo, aun sabiendo las consecuencias que me acarrearía.

—Si lo he entendido bien, más que una intuición, es una sensación. Es como esa madre, que ve al niño dando saltos en el sofá y le advierte de que puede dar un mal paso y caerse al suelo. ¿Entiendes por dónde quiero ir?

—Sí, no es la primera vez que lo escucho, pero no es eso. Es algo más complicado de entender. Ni siquiera yo lo entiendo a veces… Quizás por eso, me atemoriza. No sé cómo pararlo. No tengo claro lo que va ocurrir y entro en pánico. Es una sensación horrible y, sólo dejo de tenerla cuando tiene lugar el suceso.

—Es la primera sesión, seguiremos hablando de ello más adelante, si ahora no te sientes cómoda. —Lys hizo un gesto afirmativo y Ángel cambió de tema. —Me has dicho que no duermes bien por las pesadillas. ¿Cómo son?

—A veces, no me puedo mover y siento que hay alguien a mi alrededor observándome, lo que me produce muchísima angustia y miedo.

—¿Todos los sueños son iguales?

—No, a otras ocasiones me persiguen y no puedo avanzar, como si mi cuerpo pesara toneladas.

—¡Vaya!

—¿Es malo?

—No, ni bueno ni malo, sólo curioso. Necesitaremos más sesiones para conseguir un diagnóstico, sobre los posibles problemas que te pueden estar afectando. ¿Cuántas horas duermes normalmente?

—Cuatro o cinco horas, a veces incluso menos. Cuando me despierto de una pesadilla, el estado de angustia es tan fuerte que no consigo volverme a dormir. Termino por levantarme enfadada y muy frustrada conmigo misma. Creo que el agotamiento me está llevando a tener alucinaciones.

—¿Alucinaciones?

—Quizás, no sea esa la palabra más adecuada. En realidad, sólo me pareció ver una luz en uno de los pasillos de la oficina, además de alguna sombra que otra. El guardia de seguridad me dijo que había sido la primera en llegar y que eso era completamente imposible. No sólo me asusté, también me dio muchísima vergüenza. Es la razón por la que te pedí una consulta. No quiero que piensen que estoy perdiendo la cabeza.

—En ocasiones, la sugestión consigue engañar al cerebro. Es algo que le puede pasar a cualquiera. Eso no te convierte en una persona con problemas mentales. Trabajaremos sobre tus miedos e inseguridad. Pueden desarrollarse en la infancia o en la madurez. El simple hecho de que hayas buscado ayuda, ya dice mucho de tu buena salud mental.

—Gracias. Tenía mucho miedo. No sabía cómo iban a ser las sesiones y, si tú me ibas a tomar en serio.

—Mi trabajo consiste en tomarme en serio a los pacientes y sobre todo, ayudarles a superar sus miedos, fobias o estados de ánimo.

—Creo que te voy a dar mucho trabajo.

Ángel sonrió y continuó con su cuestionario.

—¿Qué comenzó antes, las sensaciones o las pesadillas?

—Siempre he tenido esas sensaciones, pero, es verdad que hacía mucho tiempo que no eran tan fuertes. Aparecen y desaparecen sin avisar. No sé cómo evitarlas, pero me gustaría que me ayudaras a conseguirlo, condicionan mi vida y me condicionan a mí a la hora de tomar decisiones.

—¿Por el miedo?

—¡Sí! Me aterran los conflictos y más sus consecuencias. Lo que empieza como una simple discusión, puede terminar...

Lys se quedó callada. Pensando en todas las discusiones absurdas que su padre provocara cada vez que le faltaba dinero para sus vicios. Era su forma de justificar las palizas que daba a su madre.

—¿Quieres que hablemos sobre ellos? —Intervino Ángel, al verla tan pensativa.

—Hoy no, además, si ese reloj va bien, creo que me he pasado cinco minutos.

Ángel le dijo que no se preocupara por el tiempo, pero Lys no tenía muchas fuerzas para abordar ese capítulo de su vida.

Salió de la consulta pensativa y algo melancólica. Volver al pasado siempre abría las heridas. Se dirigió a su casa bastante desganada. Volver a la guerra fría con Mario, tampoco es que le apeteciera mucho.

«¿En qué momento, su vida se había puesto patas arriba?» Pensó, mientras paseaba por unas calles repletas de gente a pesar del frío. Quedaba casi un mes para las Navidades y parecía que todo el mundo se hubiera vuelto loco por comprar.

 

Se quitó los zapatos nada más entrar por la puerta. Sentía que sus pies estaban tan prisioneros como ella. Se cambió de ropa y se dirigió a la cocina para preparar la cena.

No sabía nada de Mario, pero no pensaba llamarlo. Mejor darle algo de espacio, con un poco de suerte, en un par de semanas ni siquiera sabrían porque se habían enfadado.

Cenó temprano y se metió pronto en la cama. Unas de las directrices de Ángel, consistía en generar una rutina diaria a la hora de irse a dormir. Las sesiones no eran precisamente baratas y más le valdría seguir sus consejos.

Estaba leyendo un libro, cuando escuchó un siseo, como si alguien la mandara callar. Agudizó el oído y tan sólo escuchó la cisterna del vecino. Aquellas casas tenían las paredes de papel.

Volvió a concentrarse en su lectura y la lamparilla osciló ligeramente. Lys, no pudo evitar sentirse algo incómoda. Se levantó de la cama para cerciorarse que la bombilla estaba bien apretada. No recordaba cuando fue la última vez que las cambiaron y podían estar a punto de fundirse.

Se estaba acomodando el cojín, cuando el siseo se hizo más intenso. Lys se giró rápidamente, pero no fue capaz de identificar de dónde provenía. Aquello no le estaba gustando nada. Cogió una de sus zapatillas, era lo único que tenía a mano y se levantó de la cama con ella en alto.

No fuera a ser que, en vez de un problema de tuberías, tuviera uno de intrusos.

Llamó en voz alta a Mario, por si hubiera llegado a casa. No había escuchado la puerta, pero necesitaba descartar opciones. Además, si era un intruso, era la mejor forma de dejarle claro que esperaba a alguien.

 La bombilla volvió a oscilar, quedándose unos segundos completamente a oscuras. Se abalanzó sobre el interruptor de la entrada y encendió la lámpara del techo. No estaba para coñas.

Se asomó al pasillo con la zapatilla en la espalda. Todo estaba a oscuras y la puerta de la calle parecía cerrada. Lejos de tranquilizarse, se inquietó aún más. Aunque no estuviera segura de la razón.

Encendió la luz del pasillo y fue registrando habitación por habitación. A simple vista, todo estaba en orden. No había nada ni nadie en la casa. Por si las moscas, en la cocina cogió un rodillo. Le pareció más contundente que su zapatilla de peluche.

Volvió a escuchar el siseo y respiró hondo. Se aferró a su rodillo de madera y se asomó con mucho cuidado al pasillo. Tenía miedo a salir de allí y que la dieran un golpe.

El siseo se escuchó más fuerte y Lys se quejó en voz baja. —¿Es que no voy a tener un día tranquilo? —Salió pegando su espalda a la pared. Por alguna estúpida razón, se sentía más segura.

Volvió a dirigir su mirada hacía la puerta de la casa. Ya fuera por el miedo o por la angustia vivida en días anteriores, aquella puerta era de todo menos segura.

Apenas había recorrido un par de pasos, cuando la puerta de la cocina se cerró de golpe. Lys salió corriendo y se metió en el salón, cerrando la puerta tras de sí. Con el aliento entrecortado se apoyó en ella. Emplearía todas sus fuerzas para evitar que alguien pudiera entrar.

Esperó en silencio a que sucediera algo, pero por más que agudizaba su oído, no escuchó nada. No apareció nadie y Lys comenzó a sentirse completamente idiota.

Agarró el pomo de la puerta con sumo cuidado, no quería hacer ruido. Según iba abriendo, la puerta iba chirriando y Lys puso los ojos en blanco.

«¿Cómo puedes ser tan torpe?» Pensó indignada.

Salió al pasillo y miró a su alrededor. Todo parecía estar bien. Quizás, la oscilación de las bombillas hubiera producido el siseo.

«Es absurdo asustarse así». Razonó, sin perder de vista todo lo que ocurría a su alrededor.

No había descansado muy bien y probablemente estuviera sufriendo algún tipo de confusión, producido por el estrés. Se estaba dejando llevar por la sugestión y eso no la iba a ayudar. En algún momento, tendría que descansar o seguiría metida en un bucle sin salida.

Cuando iba por la mitad del pasillo, las luces se apagaron. Lys buscó la pared desesperadamente. No estaba segura de haber girado y comenzaba a perder la perspectiva de donde se encontraba.

Completamente desorientada, no sabía hacía donde dirigirse. Iba con las manos extendidas en busca de una pared, una puerta, algo que pudiera identificar para darle alguna pista de donde se encontraba exactamente.

Se sintió perdida y angustiada. El corazón comenzó a latir tan rápido que parecía quererse aliar con lo que fuera que la estaba torturando.

Histérica, sin saber qué hacer, terminó acurrucándose en el primer rincón que se encontró. Estaba desbordada, no entendía que era lo que estaba pasando y comenzó a llorar.

Llamaron insistentemente a la puerta y Lys se quedó en silencio, haciendo pucheros como una niña.

—¡Lys, Lys! ¡Soy Lara, la vecina! ¿Me oyes? Nos hemos quedado sin Luz ¿Tú tienes?

—¡No! —Le contestó Lys, restregándose los mocos con las manos.

—¿Estás bien? ¿Necesitas velas o algo hasta que vuelva?

—¡No gracias! estoy algo resfriada, eso es todo. Voy a ver si encuentro el móvil o algún mechero para ver por donde ando.

Apenas terminó la conversación, volvió la luz. Lys se levantó corriendo en dirección a la cocina para buscar las velas. No quería volver a quedarse a oscuras.

Al entrar, lo primero que vio fue la ventana abierta de par en par. Siempre se le olvidaba apretarla bien.

Todo había sido fruto del aire, el siseo, el portazo….









11 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 3

 



3. CAPÍTULO

E

staba en la ducha, cuando le pareció oír que alguien la llamaba. Apagó un segundo el grifo y pudo escuchar cómo cerraban la puerta de la calle. La sorprendió que Mario hubiera vuelto tan pronto, y pensó que habrían cancelado la cena.

De repente, su aburrida noche había dado un giro inesperado y más excitante. Hacía más de una semana que no mantenían relaciones y, comenzaba a olvidarse de como se hacía. Animada por las nuevas perspectivas, cogió el gel de vainilla que tanto le gustaba y se enjabonó todo el cuerpo.

Al salir de la ducha, el vapor había empañado el espejo. Lys lo limpió con la mano. No estaba en su mejor momento, pero un poco de brillo y algo de color en las mejillas, podía darle un aspecto más fresco a su rostro.

Se pondría el conjunto de encaje negro y el camisón más escotado que tenía. Si no captaba el mensaje, se tendría que comprar algún juguete erótico, porque se le estaban acabando los recursos para seducirlo.

Abrió la puerta y asomó la cabeza, intentando localizar en qué habitación estaba. Al ver todas las luces apagadas, se quedó bastante contrariada.

Hubiera jurado, que Mario la había llamado y que había oído la puerta, pero, debía haberse confundido. Quizás, fueran más fuertes la ganas de estar con él, de lo que ella pensaba.

Volvió al baño para secarse el pelo. Seguramente había escuchado a los vecinos de arriba, no daban mucha guerra, pero los fines de semana se les oía más.

Con la libido por los suelos, lamentando haber gastado el poco gel de vainilla que le quedaba. Se secó el pelo y se colocó el pijama de franela que tenía preparado.

«Ya habrá otra ocasión para la lencería de encaje» Pensó con cierta resignación.

Cogió toda la ropa sucia que había dejado en el suelo y recogió el baño.  Al salir, se fijó en que la puerta de la casa estaba abierta.

Intentó hacer memoria, pero, por más que lo pensó, estaba segura de haberla visto cerrada cuando se asomó. Llamó a Mario en voz alta. Este no dio señales de vida, y lo amenazó con matarlo, si se le ocurría darla un susto.

Se sintió algo estúpida al no tener respuesta. Si Mario había pasado por casa, ya se habría largado dejando la puerta abierta.

«¡No tiene remedio! Cualquier día perderá la cabeza». Pensó bastante molesta. Iba a tener que hablar con él muy seriamente. Este tipo de despistes les podía costar un disgusto.

Se dirigió a la cocina para meter la ropa en la lavadora, y cogió las llaves para darle dos vueltas a la cerradura. No quería pasarse toda la noche, pendiente de que entrara alguien.

Cuando salió de la cocina, la puerta estaba entornada y su corazón le dio un vuelco.

— ¿Quién demonios anda ahí? — Dijo en voz alta y muy enfadada. No le estaba gustando aquel jueguecito.

Nadie contestó. Sin apartar su mirada del pasillo, cogió el cuchillo más grande que había en el cajón de los cubiertos.

Salió de la cocina empuñando el cuchillo. Estaba dispuesta a cualquier cosa. Se situó en el centro del pasillo. Desde allí, podía ver todas las habitaciones. Volvió a llamarlo insistentemente, advirtiéndole, que dormiría en el salón el resto de su vida, si no dejaba de tocarle las narices.

Mario no apareció, y Lys, cogió el móvil dispuesta a descubrir donde se había escondido. Marcó su número, y esperó a que el teléfono comenzara a sonar.

«¡Se va a enterar de lo que vale un peine!». Pensó mientras esperaba a que sonara el móvil.

— ¡Dime Lys! ¿Pasa algo? ¿No has recibido mi mensaje? Hoy no voy a cenar.

La voz de Mario y la música de fondo, dejó a Lys muy descolocada. No sabía ni que decirle.

— ¡Perdona! Tenía el móvil desbloqueado y le he debido dar sin querer. Todo está bien, siento haberte molestado. ¿Llegarás tarde? Es que voy a echar la llave en la puerta. Me han dicho que ha habido robos y me sentiría más segura. — Lys, estaba mintiendo como una bellaca para no parecer más estúpida de lo que ya se sentía.

— ¡Vale! No te preocupes, pero no la dejes puesta, que si no me dejas en la calle. No creo que llegue muy tarde. Estoy reventado, pero no me esperes despierta. Si me paso, me iré a casa de Félix a dormir.

— ¡Vale! Sólo una pregunta ¿Has pasado esta tarde por casa?

— ¡No te oigo bien! Aquí hay mucho ruido.

— ¿Qué si has pasado por casa esta tarde? — Dijo Lys tan alto, que casi gritaba.

— ¡No, nos hemos venido directamente de la oficina!

Lys se despidió con un hilo de voz. Mario no lo percibió, había mucho ruido y estaba más pendiente de lo que tenía a su alrededor.

Lys, podía sentir como el latido de su corazón se iba haciendo más presente, tanto que, podía sentir como golpeaba en el interior de su pecho. Por mucho que intentara darle una explicación, no la encontraba.

Debería habérselo contado a Mario. Él también vivía en aquella casa, y podría pasarle lo mismo que le estaba sucediendo a ella. Descartó la idea, en realidad, Mario no paraba mucho en la casa y cuando lo hacía, solían estar juntos. De haberle contado algo, pensaría que se lo estaba inventando para fastidiarle la noche.

Seguía situada en medio del pasillo, sin saber qué hacer. No le gustaba aquel silencio. Ni siquiera escuchaba a los vecinos. Nunca pensó, que llegaría a echar de menos al pequeño monstruito que se pasaba todo el día tirando cosas y arrastrando todo lo que se encontraba a su paso.

Giró sobre sí misma, dejando tras ella la puerta de la casa; a la derecha, su dormitorio y el salón; a la izquierda, el cuarto de invitados y la cocina; de frente, el baño.

Allí no había un alma, si había entrado alguien, ya se había marchado. Quizás, le hubiera pillado infraganti y se hubiera escondido hasta poder salir de la casa, sin que ella pudiera verlo.

Fuera quien fuese, ya no estaba allí. Tendría que llamar al seguro para cambiar la cerradura. Si habían entrado una vez, podrían hacerlo otra.

Escuchó un leve chirrido tras ella. Un escalofrió recorrió su columna vertebral, erizando todo el bello de su piel. Como si de un resorte se tratara, todos sus sentidos se pusieron en alerta.

Se giró lentamente. Temía lo que pudiera encontrarse y se aferró al cuchillo, como un náufrago a su tabla en plena tempestad.

No había nadie tras ella, y cuando iba a soltar el aire aliviada a punto estuvo de ponerse a gritar. Paralizada por la impresión, no supo cómo reaccionar. La puerta comenzó a cerrarse lentamente, hasta quedar completamente encajada en el marco, y escucharse el click del pestillo.

Lys, tardó unos segundos en poder reaccionar. Había sufrido un fuerte shock. La imagen se había quedado grabada en su mente y ella, era consciente, de que aquello sólo acababa de comenzar…

 

El sol entraba por el ventanal del dormitorio. Lys se enfadó consigo misma, por no haberse acordado de bajar la persiana la noche anterior.

«¡Cómo para bajar persianas estaba!» Reflexionó, al recordar la siniestra imagen.

 Por mucho que le molestara la luz, no pensaba levantarse. Quería dormir, olvidarse de todo. Era sábado y no quería pensar, ni hacer nada que le recordara lo ocurrido.

Se dio la vuelta en la cama, y al encontrarse frente a Mario, a punto estuvo de ponerse a gritar como una loca.

Aquel hombre, era peor que un fantasma. Entraba y salía de la cama sin avisar. Le miró sin ningún cariño, para colmo de sus males, Mario resoplaba como una ballena a punto de encallar.

Lo raro, es que hubiera dormido tanto, con aquel oso respirando en su oído.

La noche había sido muy larga, y había tardado muchísimo en dormirse. Serían cerca de las cuatro y media de la mañana, cuando consiguió tranquilizarse y quedarse dormida. Hubiera aguantado hasta que Mario llegara a casa, de haber sabido que aparecería.

Lys se dio la vuelta y metió la cabeza bajo la almohada. No podía echar toda la culpa a Mario y a sus ronquidos, ella, tampoco es que tuviera un sueño muy profundo.

Un suspiro le nació del alma. ¿A quién pretendía engañar? Ella sabía lo que pasaba en realidad, la luz del sol y los ronquidos, tan sólo eran la excusa para culpar de sus males a algo tangible.

En realidad, era otra cosa lo que la tenía preocupada, algo que se había quedado grabado en su mente. Una imagen, que jamás podría olvidar.

Por un lado, le gustaría salir corriendo de aquella casa y por otro, esconderse bajo las sábanas. Era una sensación inexplicable, entre la incredulidad y el terror, del que ve algo que no puede razonar.

Levantarse, implicaba andar por la casa y recorrer aquel pasillo que cada día odiaba más. No, no quería afrontar lo ocurrido, quería olvidarlo. Se negaba a creer que hubiera sucedido, aunque lo hubiera visto con sus propios ojos.

Por más, que la noche anterior intentó buscar el origen, no había dado con la sustancia, que produjera semejantes alucinaciones.

«Exceso de champú de vainilla» Pensó al recordar con nostalgia, la vuelta de Mario.

Mario no la visitó, en su lugar, se presentó el mal, aunque, también pudiera estar perdiendo la razón. Probablemente, algo en su cabeza no iba bien, y tendría que buscar una solución, de no hacerlo, fuera lo que fuese iba a terminar con ella….

Se concentró en su respiración. La meditación era buena para mantener el cerebro a raya. Quizás, no fuera el mejor momento. Cada vez que cerraba los ojos, lo revivía como si estuviera ante ella. Se sentía atrapada en un bucle, que no parecía tener final.

Intentó distraerse e hizo un repaso mental de las actividades pendientes. Al igual que le ocurriera la noche anterior, la única forma de escapar, era mantener su mente ocupada en otras cosas.

No lo consiguió, a pesar de estar a punto de la asfixia bajo aquella almohada, seguía escuchando los ronquidos y la estaban poniendo más nerviosa. Le sería más fácil, de dormir en el hangar de un aeropuerto.

Miró el despertador y advirtió, que eran cerca de las nueve y media. Mantuvo un breve debate consigo misma, un fuerte ronquido inclinó la balanza. Esconderse, no arreglaría sus problemas.

Sintió frío al salir de la cama y se fue directa a coger la bata. Salió de la habitación y se quedó mirando la puerta de la casa.

Sabía que era materialmente imposible, pero que no se pudiera explicar, no significaba que no hubiera ocurrido. Ella misma había limpiado las pruebas.

Sintió un repelús, al revivir cómo aquella mano siniestra y ensangrentada, iba cerrando la puerta lentamente, hasta que se desvaneció ante sus ojos. Justo en el momento, en que pudo escuchar el click del pestillo.

Nadie la iba a creer. Las manos tienen dueño y aquella….

Lo primero que hizo, fue asegurarse de que la puerta de la casa estuviera bien cerrada. Observó el pomo y bajó despacio, hasta llegar al suelo, buscaba alguna mancha. La noche anterior, se había empleado bien a fondo en restregar todos los recovecos. Como si quisiera borrar cualquier huella, cualquier resto de la sangre derramada por la amputada mano. Ya sólo le faltaba, que la acusaran de asesinato, secuestro u homicidio.

Lo había pensado mucho, y tenía la certeza de que él, había vuelto….

Estática ante aquella revelación, su mirada se volvió fría y dura. Escapó de él cuando era niña, pero ahora, iba a ser diferente, él venía a cobrarse su venganza.

 

Carmen, esperaba a su amiga con una taza de té caliente. La había llamado para decirla que se retrasaría unos minutos. Quería que le cubriera en caso de que Laura la necesitara.

— ¡Cómo si Laura, fuera a aparecer antes de las nueve de la mañana! — Le había contestado Carmen.

Aun así, hizo lo que la pidió, para que no se angustiara. Cualquier día, le iba a dar un sincope.

Lys, entró en el despacho como un torbellino, mientras su amiga la miraba incrédula.

— ¡Cinco minutos! Has llegado tarde cinco minutos ¿De verdad era necesaria tanta parafernalia?

— Al final, se me ha dado mejor de lo que esperaba. ¿Ha preguntado Laura por mí?

— Laura siempre llega tarde y lo sabes. Respira hondo, relájate y tómate el té antes de que se enfríe. Aunque viendo lo histérica que andas, hubiera sido mejor traerte una tilita.

— Por una vez, voy a tener que darte la razón. Estoy muy agobiada.

— ¿Has discutido con Mario?

— Para eso tendríamos que coincidir y apenas nos cruzamos de vez en cuando. Ya no sé cuando fue la última vez que hicimos algo juntos.

— ¿Entonces? ¿Por qué andas como pollo sin cabeza? Y no me digas que es por el trabajo.

— Es un poco de todo. Me agobia el trabajo, mi relación y alguna que otra cosa, a la que ni yo misma puedo dar explicación.

— ¿Te puedo ayudar en algo?

Lys negó con la cabeza.

Sabía que podía confiar en su amiga, pero había sucesos en la vida de una persona, que debían quedarse en la intimidad.

Le agradeció su buena disposición, e intentó quitarle hierro al asunto.

— ¡Nada es para siempre! Es una mala racha y estoy segura de que pasará en seguida.

Carmen, siempre había pensado que su amiga era un poco rara, pero, en los últimos días, estaba más rara aún. Un día veía luces y al siguiente, llegaba tarde… No le quería contar lo que le había sucedido. ¿Qué le estaba ocultando? Sólo esperaba, que no tuviera que ver con el trabajo, era lo único que le importaba. Al fin y al cabo, tenía que comer como todo el mundo.

— Seguro que sí, pero yo que tú pediría cita al médico. No duermes, apenas comes y trabajas más que nadie en esta oficina. Necesitas relajarte o que te manden algo para que lo hagas, sino vas a terminar con una camisa de fuerza.

— ¡No seas exagerada! Sé hasta donde puedo llegar. No soy tan estúpida cómo crees. Tan sólo, necesito organizarme un poco, y aclarar algunos puntos de mi vida. Eso es todo.

Cuando se quedó sola, respiró profundamente. El fin de semana, no había resultado como ella había planeado. No le gustaba discutir con nadie y menos aún con Mario. No entendía porque estaba tan raro, aunque conociéndole, algo debía traerse entre manos.

Encendió el ordenador, era lunes y ya tenía sobre su mesa, trabajo para toda la semana. En algún momento, tendría que organizar el departamento, porque ella no podía más.

Lys estaba tomándose el segundo té de la mañana, cuando entro en su despacho Laura.

— ¿Tienes los contratos que te pedí? — La dijo, mientras no quitaba ojo a su móvil.

— ¡Buenos días Laura! — Le contestó Lys con retintín.

Laura levantó los ojos del móvil, e hizo una mueca a modo de sonrisa.

— Tengo tres acabados y estoy terminando el cuarto. — Prosiguió Lys, ante su arisca compañera.

— Pensaba que ya estaría todo terminado. No sé cómo nos la vamos a apañar, necesito que le eches un vistazo a todo esto. — Laura dejó unas cuantas carpetas sobre la mesa y siguió conectada a su móvil. — Es muy urgente y lo necesito para hoy. Si no lo acabas a las cinco, tendrás que quedarte, mañana hay que entregarlos a primera hora.

— Veré lo que puedo hacer.

— Si no lo acabas, podrías llevarte el trabajo a casa.

— Lo mismo podrías hacer tú ¿No crees?

Por primera vez, desde que entrara en su despacho, Laura le prestó atención.

— ¡Vaya! Pensaba que podía contar contigo, pero veo, que últimamente no estás por la labor. No hace falta que te recuerde lo que nos estamos jugando.

— Puedes contar conmigo y de hecho, lo haces más de lo que debieras. No te va a pasar nada por hacer tu trabajo. Es más, deberías empezar a cumplir con tus obligaciones. Si nos despiden, no sé quién demonios va a contratarte. Creo que te falta algo de práctica.

— ¡Veo que hoy te has levantado con el pie derecho! Estás muy irascible.

— ¡Izquierdo! El derecho es el pie bueno. Y no, no estoy irascible, estoy cansada de llevar todo el peso del departamento. He trabajado como una mula y en vez de agradecérmelo, me vienes tocando las narices. Todo tiene un límite, y yo puedo ser una buena compañera, pero no soy gilipollas. Estás abusando de mí. Cumple con tu trabajo y verás como todos los contratos, están listos a primera hora.

— Parece que se te olvida que tengo más funciones, no sólo la técnica. Creo que te has pasado, entiendo que estés bajo presión. Todos lo estamos con la reestructuración, por eso, lo dejaré pasar. Pero no me provoques, o tendré que hablar con el jefe.

— ¿Me estás amenazando Laura? — Le contestó Lys desafiante.

Laura no contestó, se dio la vuelta y salió del despacho, con cara de pocos amigos. Intentó dar un portazo, tirando de la puerta con todas sus fuerzas.

«Diez años en la oficina, y todavía no se había dado cuenta, de que hay un tope en las puertas de cristal para evitar las roturas». Pensó Lys, mientras la veía marcharse.

Sobre las cinco de la tarde, Silvia apareció por el despacho de Lys. Laura la había mandado con la excusa de que ella tenía que salir un poquito antes.

Silvia previno a Lys, sobre una llamada que había oído de Laura al jefe.

«La muy hija de... Menos mal que lo iba a dejar pasar» Pensó Lys, tremendamente molesta.

La entrego todos los contratos que había terminado y le dijo que el resto, tendría que mandarlos al día siguiente.

Carmen la estaba esperando en el hall de la oficina y la puso al día sobre la rumorología.

Lys le quitó importancia. — No me preocupan las perretas de Laura. Tengo cosas más importantes en las que pensar.

— De cualquier forma, ten cuidado, no es buena persona y te la devolverá cuando menos te los esperes.

A Lys, no le hacía falta que la advirtieran de las malas artes de aquella arpía. La conocía mejor que nadie.

Lys llegó a su casa cargada con las bolsas de la compra. Esperaba poder encontrarse a Mario allí. Tenían que hablar. Estaba un poco cansada de jugar al gato y al ratón. Podía entender sus ganas de volver a la normalidad. Pasar tanto tiempo encerrados sin poder salir, ni a practicar ejercicio, les podía estar pasando factura, pero, llevaban semanas sin hacer nada juntos.

Dejó las bolsas en la encimera y se quitó el abrigo. Iba a colgarlo en el armarito de la entrada, cuando le pareció ver dos sombras en el suelo. Se dio rápidamente la vuelta para cerciorarse de que estaba sola.

En ese momento, alguien llamó al timbre y Lys pegó un saltó en dirección contraria. Se pegó a la pared, como si allí no pudieran verla.

Estaba aterrada. le temblaban las manos y tenía el corazón, latiendo en su garganta.

Un segundo timbrazo, la hizo reaccionar y con mucho miedo, preguntó:

— ¿Quién es?

Lienzo sobre tela. 
Autora María Hernández



8 mar 2023

DÍA DE LA MUJER

 


No seré yo, quien descubra lo que significa ser mujer. Tampoco quiero ir abanderada de nada. Tan sólo luché por ser igual que un hombre, nunca he buscado nada más y no pienso consentir que nadie me haga de menos.

Aprendí de mi tía y os aseguro que era la mejor. Me encantaba verla plantar cara a todo el que la intentaba manipular, parar o vejarla, de igual a igual.

No se puede tener un mejor aprendizaje y desde niña lo tuve claro. No voy a negar que me encontré algún que otro escollo, pero siempre me he sentido libre y he vivido de acuerdo con mis ideales, nunca he dejado que nadie me menosprecie por ser mujer y mucho menos que me trate de forma diferente.

Creo que he conseguido trasmitir a mi hija todo aquello por lo que luché y eso me llena de orgullo. Aunque, no me doy por satisfecha. Mientras haya una mujer en el mundo que no pueda acceder a la cultura, no pueda elegir a su pareja o no pueda decidir sobre su vida, quedará mucho por camino por recorrer. Sólo espero que estemos más unidas, porque es el mejor arma del que disponemos.

Feliz día a todas las mujeres del mundo.

JUICIO LEVE DE FALTAS

  VECTOR PORTAL Como ya os conté, Manuela tuvo un brote y, en plan chungo, me dejo claro que no era su vecina favorita y que, en cuanto me d...