23 mar 2023

¡DICHOSO TELÉFONO!



Teléfono fijo que suena en el salón y corro por las escaleras para cogerlo. Cualquier día llego, pero sin dientes. Puede que mi Lucero arrancara el cable de teléfono de la habitación, pero yo lo rematé quitando la barandilla de la escalera. Como si a esta casa de locos le faltaran emociones fuertes.

Consigo llegar antes de que cuelguen y al otro lado de la línea, mi santa madre dispuesta a ponerme fina por algo que ni siquiera he hecho.

—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo que no me coges el teléfono?

—¡Mama! Que estaba arriba y casi me mato por las escaleras para llegar a tiempo.

—¡No me refiero a este, sino al móvil!

Que pienso yo, lo de matarme por las escaleras… ¿Lo habrá escuchado y me ignora o está tan metida en su papel de madre ofendida que lo ha pasado por alto? Me quedaré con la segunda, aunque estoy segura que es la primera opción.

—Mama, el móvil no ha sonado.

—¡¡Que sí ha sonado!! Si hasta oía el puuuu, puuu, puuu.

Yo miro a las alturas, en busca de paciencia y de alguna idea que calme a mi santa madre que está que fuma en pipa.

—¡Mamá, que no! Que no ha sonado. Que lo acabo de mirar y no tengo ninguna llamada perdida.

—¡Pues cámbialo! Que ese móvil es una birria.

—¡¡Mamá que lo he cambiado!! ¿No será qué has llamado a otro?

Para que te quiero contar, madre que se cabrea y me pega un bocinazo.

—¡¡Me estás llamando tonta??

—¡No, mama! Si lo mismo es la cobertura. —Digo para apaciguarla, que casi es peor el remedio que la enfermedad, porque ella sigue a lo suyo.

—¡Pues estate quieta! Porque yo habló con todo el mundo y no tengo problemas.

Que pienso yo para mis adentros. Eso sí que es verdad. Yo la he dejado en la puerta de correos y cuando he vuelto, me ha presentado a una desconocida, como si fuera amiga suya de toda la vida.

—¡Mamá! Que ahora estamos hablado por el fijo. Me refería a la llamada de móvil.

—¡Espera que me llaman al móvil!

Es en esos momentos, cuando me quiero morir. Mi madre es capaz de tenerme media hora esperando, para no perder baza. Acto seguido la escucho.

—¡No! Yo no te he llamado... ¡Uff! Pues habrá sido sin querer… Espera que cuelgo a tu hermana y me cuentas eso de tu suegra.


—Te vas a reír —Me dice descojonada de la risa. — Que no te he llamado a ti, que he llamado a tu hermana. —Y la muy puñetera, antes de que le pueda decir un par de cositas, remata diciendo. —Te dejó que tendrás cosas que hacer.

Sí que tengo que hacer. Quitar el teléfono fijo, para no matarme…

20 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 6


6. CAPÍTULO

C

ada lunes ocurría lo mismo. Pareciera que no descansaran, ni en fin de semana.

Nada más llegar, le comentaron que alguien había tenido acceso a la lista negra de los despidos. Por supuesto, nadie podía afirmar quien había sido el iluminado. Tan solo, juraban y perjuraban que la fuente era de lo más fiable, ya que lo había filtrado alguien de arriba.

Lys no estaba muy segura de sí se referían al jefe o al santísimo. En realidad, le importaba un bledo de donde procediera, porque estaba segura de que sería una burda mentira.

Eso sí, en los corrillos ya se hacían apuestas. Los más osados, daban por hecho “quién o quiénes” terminarían siendo los elegidos para abandonar la empresa. Abriendo una guerra sin cuartel entre los departamentos que estaban dispuestos a demostrar su valor dentro de la empresa.

La reestructuración, estaba en marcha y los despidos serían inminentes. Anunciaban como si estuviera llegando el apocalipsis.

Carmen no era ajena a tanto trajín. Iba y venía con noticias de un lado para otro. Si la noticia se había filtrado para hacerlos trabajar, habían pinchado en hueso. El cotilleo era más fuerte que el miedo a perder el puesto de trabajo.

Lys, en cambio, lo tenía claro. Llegado el momento, daba igual lo que pudieran hacer o decir. Una vez tomada la decisión, todos estarían igual de fastidiados: los que se iban, porque se quedaban sin trabajo; los que se quedaban, porque trabajarían el doble por el mismo sueldo. Lo mejor que podía hacer, era ir buscando otro trabajo, resultaría más fácil estando en activo.

—¿No estás preocupada? —Le dijo Carmen a Lys, al escuchar a Silvia que su nombre estaba en la lista.

—Si te soy sincera, no. Algo me dice que esa lista es pura ficción y estoy un poco harta de ese tipo de tejemanejes. Si me despiden, buscaré otro trabajo y listo. Me niego a seguir viviendo con miedo. Tengo problemas más importantes en los que pensar. ¡Créeme!

—¿Sigues con insomnio?

—No soy un lirón, pero algo duermo.

—¿Entonces?

Lys tuvo dudas, sobre si contarlo o no. No la gustaba hablar de su vida personal.

—Últimamente, noto a Mario muy distante.  Sé que he estado muy agobiada con el trabajo y, creo que le he descuidado tanto que… —Lys, no pudo terminar la frase.

—¿Te ha puesto los cuernos?

—¡No seas bruta! ¡Claro que no! Que yo sepa, pero no pasamos mucho tiempo juntos. Cada vez que hago planes, a él le surge algo, cuando no es el fútbol, es el trabajo o los amigos.

—¡Te ha puesto los cuernos! —Dijo afirmando con la cabeza

—¡Qué no!

—¿Has hablado con él?

—¿Cuándo? Si nunca está en casa. Ya ni siquiera practicamos sexo. ¿Qué será cuando llevemos diez años?

—¿Que te habrás echado un amante? Porque digo yo, que algún día abrirás los ojos y te darás cuenta de que te ha puesto los cuernos. —Lys se echó a reír ante la ocurrencia.

—¡Que no me ha puesto los cuernos, cansina!

—Soy práctica. Cuando un tío no te busca en la cama, es que las cosas están peor de lo que una se imagina.

 

Lys no iba a ceder. Mario se había pasado y no pensaba dejarle que siguiera jugando con ella y con sus sentimientos. Hizo planes con Carmen y una amiga de facultad, con la que mantenía contacto. No iba a quedarse en casa esperando a que él se diera cuenta de lo mal que lo estaba haciendo. Le daría dosis extra de su propia medicina.

 

El intrépido ritmo de trabajo, hacía que el tiempo volara. Estaba organizando su agenda, cuando se dio cuenta de que aquel miércoles tenía sesión con Ángel. Miró la hora en el móvil y soltó un exabrupto. Cogió el abrigo y salió pitando. Tan solo tenía quince minutos para llegar.

Llegó corriendo a la consulta y según entraba por la puerta, el anterior paciente salía.

«¡Por los pelos! Pensó, mientras se quitaba el abrigo y se disponía a entrar.

Ángel solía comenzar con las típicas preguntas de cortesía. Ayudaba a romper el hierro y Lys se lo agradecía. Ella nunca sabía por dónde empezar, era como ir al ginecólogo, no sabía si primero tenía que contarle los síntomas o directamente quitarse las bragas para la exploración.

Hablaron de trabajo y Lys le puso al día sobre los problemas de la empresa. Algo poco novedoso, si se tenía en cuenta la situación del mundo en aquellos momentos. La nueva ola de Covid, estaba dando al traste con la expectativa de volver a la normalidad y muchos empresarios comenzaban a rendirse.

—¿Te angustia la situación? Hay gente a la que la incertidumbre, le puede causar cuadros severos de estrés.

—Me importa, pero no me preocupa.

—Es una respuesta un poco ambigua ¿No crees?

—¡Entiendo! No me preocupa quedarme sin trabajo, aunque, como todo el mundo, tengo facturas que pagar. Esta, sin ir más lejos. Confío en mi capacidad de trabajo, además, tengo contacto con muchas empresas y en alguna ocasión, me han ofrecido algún que otro puesto. Ahora sería cuestión de tocar todas las puertas y esperar a ver si suena la flauta. Lo peor de mi trabajo, no es la inseguridad, es una compañera que se ha empeñado en fastidiarme.

—¿Es tu jefa?

—No, tenemos el mismo puesto, pero ella cree que va a heredar la empresa y quiere que yo la cubra sus carencias. Cosa que he hecho, pero ya no puedo más y ella no lo acepta.

—En resumen, te hace la vida imposible.

—¡Exacto!

—¿Por eso quieres dejarlo?

—En parte sí. No quiero terminar metida en una guerra de egos, no es mi estilo. Sé lo que soy capaz de hacer y ella no me va a convertir en un monstruo, por mucho que se lo proponga.

—¿Por qué te iba a convertir en un monstruo? ¿Tienes mal carácter? Quiero decir ¿Te cuesta controlarte? Porque, por lo poco que he visto, creo que tú problema es el inverso. Pareces estar siempre midiendo tus palabras.

—¡Exacto! Puedo controlar mis palabras y mis actos, pero, hay otras cosas que no puedo controlar.

—¡Me mata la curiosidad! ¿Qué es lo que no puedes controlar?

—No la puedo controlar a ella.

—¿Quién es ella?

—Alguien que siempre pensé que me protegía

—¿Protegerte? No termino de entenderte.

—De alguna manera, ella forma parte de mí, aunque parezca imposible. Dicen que es normal en las gemelas.

—¿Tienes una hermana gemela?

Lys negó con la cabeza y cogió aire. Sabía lo que vendría acto seguido.

—Ella murió, cuando tenía seis años. Un desafortunado accidente. A partir de ese momento, sentí que me faltaba algo y cuando todo iba mal… 

Lys se quedó con la mirada perdida en algún punto. Ángel esperó paciente a que encontrara la forma de seguir, pero Lys, parecía no reaccionar.

—¡Lys! ¿Qué pasaba cuándo las cosas iban mal? —Preguntó Ángel lleno de curiosidad, ante el cariz que estaba tomando el asunto.

—¿Crees en esa conexión entre gemelos? ¿Que uno pueda sentir el sufrimiento del otro y viceversa?

—Creo que no está demostrado, pero parece que el vínculo que puede haber entre ellos es muy fuerte. Aunque no sé, cómo puede estar afectándote su pérdida.

—Su pérdida me dejó vacía y me convertí en una auténtica superviviente. No era difícil sufrir accidentes en mi casa.

—¿Lo dices por la pérdida de tus padres?

—¡Claro! Dos desdichados accidentes. En el mismo sitio, pero en meses diferentes. Soy la única superviviente. A veces me he preguntado: ¿por qué? Sé la respuesta, pero….

 —¿Piensas que es culpa tuya?

—En parte. Yo sufrí tanto que llegué a desearlo….

—Perder a alguien, cuando te has enfadado con él, suele generar ese sentimiento de culpa. Ocurre más de lo que te imaginas.

—No es la primera vez que me lo dicen, pero, cuando te ocurre algo tan traumático… ¿Cómo estar segura? ¿Y sí volviera a suceder? Yo no quiero hacer daño a nadie, por muy mal que me caiga.

—Y el hecho de que estés aquí, así lo demuestra.

—Gracias, pero eso no me consuela. A veces, tengo la sensación de que me persigue… —Lys se dio cuenta de que no debía seguir. No era el momento.

—¿Quién te persigue?

«¡Su alma!» Pensó, pero no lo dijo en voz alta.

—Lo que usted ha denominado “sensación de culpa”. —Mintió para evitar seguir hablando del tema.

—¿Qué les paso a tus padres?

—Murieron. —Dijo de forma tajante Lys.

—¡Entiendo! No vas a hablar del tema. ¿Puedes contarme, algún episodio que me ayude a entender lo que dices?

—Claro que sí. No estoy tan loca como parece, pero es que no son cosas importantes. ¡Son chorradas!

—Y, sin embargo, están muy presentes en tú vida ¿No? La mayoría de los traumas que tenemos de adultos, se han generado en nuestra infancia. Las fobias y manías, tienen el mejor caldo de cultivo en ese periodo de tiempo.

Lys respiró con resignación. Pensó en lo infantil que le resultaría a Ángel su relato. Aun así, retrocedió en el tiempo, hurgando en sus recuerdos. Se encontró en el salón de unos amigos de su padre. Sentada en un sofá de eskay marrón con el respaldo en capitoné sujeto por botones del mismo color. Tenía ante sí, una mesita de café, convertida por un día, en mesa de comer para los más pequeños de la casa.

Su amigo Raúl, quería jugar y Lys, no le hacía caso. Estaba hambrienta y esperaba su plato de sopa impaciente.

Los padres charlaban en la mesa del comedor. Su madre iba sirviendo los platos. La sopa humeaba y les dijo que soplaran para no quemarse.

Raúl seguía jugando. De vez en cuando, le pellizcaba por debajo del brazo. Lys protestaba muy enfadada, pero él no la dejaba en paz. Quería regañarlo, pegarlo, quitárselo de encima; pero no podía o la castigarían.

 La dio una patada y Lys se revolvió. Estaba tan rabiosa que, al mirar su plato, deseo con todas sus fuerzas que explotará.

El plato estalló en mil pedazos y Raúl comenzó a llorar. La sopa lo había quemado. Lys miró a su padre, temía su reacción. Nadie la regañó, todos estaban centrador en atender a Raúl.

Lys miró a Ángel. Esperaba alguna reacción. Él se limitó a hacer un gesto con su mano para que continuara.

—Esa fue, la primera vez que la vi. Obviamente, ahora sé que no fui la causante. La sopa estaba ardiendo y el cambio de temperatura, hizo que el plato se desintegrara. Pura física, que me hizo ganar el apodo de “Bruja”.

—¿Eso te molestaba? —Lys negó con la cabeza. —¿Hubo algo más?

—Estábamos en clase de matemáticas y yo me balanceaba en mi silla mientras escuchaba al profesor. Este se dio la vuelta y al verme balancear, montó en cólera regañándome a gritos.

—¡No eres consciente del daño que te puedes hacer! —Me decía fuera de sí. —¿Y si te caes hacia atrás? —Seguía gritando. —¡Podrías desnucarte y entonces yo sería el responsable! ¿Te das cuenta?

El profesor se iba poniendo rojo a medida que se acercaba y me asusté. En un momento dado, se volvió a su butaca y comenzó a balancearse bruscamente. No paraba de hacer aspavientos, en un absurdo intento de ridiculizarme.

Estaba avergonzada, todos los compañeros me miraban.

—¡Ojalá se caiga! —Dije en voz bajita, llorando a moco tendido.

El profesor cogió impulso y las patas traseras de la silla se resbalaron hacía adelante, mientras él era incapaz de mantener el equilibrio. Durante unas milésimas de segundo, aleteo con sus manos intentando no caerse hacia atrás. Al final, la ley de la gravedad fue más fuerte que su impulso y terminó chocando contra la pared. Comenzó a sangrar por la brecha que se hizo en la cabeza y tuvieron que llevarle al hospital.

Al castigo de escribir quinientas veces “No me balancearé nunca en la silla”, se le sumó la acusación de mis compañeros de ser una bruja.

Lys se quedó en silencio, esperaba algún comentario jocoso. Ángel no dijo nada y ella siguió.

—Aquella fue la segunda vez que la vi. Nadie quería jugar conmigo y yo corría sola por el patio, como si ella estuviera persiguiéndome.

—¿Una amiga imaginaria?

—Puede.

—Entiendo. ¿Por eso, ahora te controlas tanto? —Lys volvió al afirmar con la cabeza. —¿No te ha vuelto a pasar?

—Bueno, hubo otras experiencias. Con diez años me acusaron de pinchar un balón con la mente. Las chicas queríamos jugar al escondite y los chicos al fútbol. Lo dije de broma, pero ocurrió. Hubiera pasado de cualquier manera, jugaban entre escombros. Lo raro es que el balón no se hubiera reventado antes.

—¿También la viste entonces?

—No recuerdo. Sé que no reventé el plato ni tiré al profesor de la silla ni hice nada de lo que me han querido culpar, pero… —Se paró y cogió aire. —Ella siempre aparecía…

—¿Forma parte de tus pesadillas? —Lys negó de nuevo.

—¿Qué sueñas exactamente?

—Casi siempre estoy en la cama o en mi casa. Veo todo lo que hay a mi alrededor, escucho los ruidos propios de la casa a esas horas. Como si hubiera alguien trasteando por ella. Intento moverme, pero mi cuerpo no responde, está completamente paralizado. Después, siento que hay alguien a mi lado. Puedo escuchar su respiración, incluso, siento el aire cálido de su aliento. A veces creo que es Mario, mi pareja, pero cuando tomo consciencia de la realidad, él no está en casa... —Contuvo el aliento unos segundos, cómo si lo estuviera reviviendo. —Entro en pánico. Intento moverme, hablar, preguntarle quien es, qué es lo que quiere de mí, pero, no consigo emitir ningún sonido. Al final, termino por romperme. La desesperación se apodera de mí y quiero morir. No sé cuánto tiempo estoy así. Imagino que hasta que me duermo dentro del sueño o algún ruido me despierta. Tardo un buen rato en tomar consciencia de la situación. No consigo distinguir, si forma parte del sueño o es real y eso me aterra.

—Puede que te ayude saber, que este tipo de pesadillas pueden darse en alguna de las fases del cambio del sueño. Tu mente puede despertarse, mientras tu cuerpo este en fase “Mor”. De ahí, que tomes consciencia de donde te encuentras, pero no puedas interactuar. En realidad, tu cuerpo sigue dormido, por decirlo de alguna manera.  Otra posible explicación, menos científica, puede indicar miedo. El miedo a no poder reaccionar; de ahí que sientas esa parálisis que tanta angustia te produce.

—¿Y qué puedo hacer?

—Vas a tener que trabajar esa obsesión por el control. Lo estás llevando al límite y puedes llegar a convertirte en una prisionera de ti misma. No se trata de volverse loco, haciendo o diciendo todo lo que se le pase por la cabeza; eso suele tener consecuencias y te haría sentir peor. Una primera pauta, sería poder expresar tus opiniones tal y como a ti te gustaría que te las manifestaran. ¿Me entiendes?

Lys asintió con la cabeza.

Salió de la consulta con un sabor agridulce. Las pautas eran buenas, pero ella no había sido del todo sincera. Aquellas historias infantiles, tapaban los episodios más escabrosos de su vida…

                              


19 mar 2023

EL DÍA DEL PADRE




En estos tiempos en los que algunos quieren borrar la imagen paterna, yo quiero recordar al hombre que puso la semilla para que yo llegara a este mundo y me acompañó en este adverso camino que es la vida.

Nunca le dieron el premio al mejor padre del año. Su alma libre y sus ansias de vivir, no eran compatibles con el concepto que hoy se tiene de “padre”. Aun así, se ganó mi amor incondicional, como el del resto de personas que lo llegaron a conocer. Con el paso de los años, comprendí lo que escondía esa coraza que cubría su corazón de gominola.


Él, era un hombre capaz de ver más allá, quizás por eso, pudo pasar de machista a feminista cuando un gesto de amor, le enseñó lo que una mujer necesitaba: paso de ausente a presente, cuando se dio cuenta de lo mucho que nos amaba y paso de sus vicios de la noche a la mañana, porque su voluntad era titánica.

Mi padre me enseñó muchas cosas y gracias a él, soy lo que hoy muestro, con sus luces y sus sombras. De él aprendí a ser fuerte, pero sensible; a ser tenaz, pero respetuosa; a luchar por lo que considerara justo sin rendirme y, sobre todo, aprendí a ser libre de cuerpo y alma.

En sus últimos días me buscaba y preguntaba, creía tanto en mí… más que en nadie en este mundo. Me admiraba tanto, que me abrumaba. Él pensaba que yo era capaz de todo y yo tan sólo soy humana.


Hoy más que nunca, le echo de menos y aunque sé, que este no será mi mejor post, necesitaba recordarlo y sacar todo ese dolor que me acompaña desde el día en que se marchó. No pude evitar su dolor ni parar el cáncer que se lo lo llevó, tan sólo, pude organizar su funeral y recordar esos domingos en los que me traía almendras y me contaba sus cosas…

Sé que está cerca de mí y algún día, os contaré la razón para asegurar semejante cosa. Como todo en mi vida, es algo original y si no lo es, ya estoy yo para darle ese punto de locura irreverente que lo pueda trasformar.

¡FELIZ DÍA DEL PADRE!

Allá donde estés, te quiero papa.

 

 

18 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 5


 

5. CAPÍTULO

L

a situación en la oficina, se estaba complicando por momentos.

¡Cómo si ella no tuviera suficiente! Pensaba Lys, cada vez que alguien le contaba algún cotilleo absurdo.

Un chico de contabilidad le reprochó el retraso que llevaban algunos contratos. A punto estuvo de lanzarle la grapadora a la cabeza. Total, el muy imbécil no usaba su sesera para nada.

A medida en que se iban intensificando los rumores sobre los recortes de personal, el ambiente era más insoportable. La amenaza de los despidos era como una espada de Damocles que iba despertando en algunos su lado más oscuro.

—No me extrañaría, encabezar esa lista de la que tanto se está hablando. —Le había comentado Lys a su compañera mientras comían.

—¿Por qué dices eso? ¡No seas pájaro de mal agüero! Laura no da un palo al agua. Si te vas, ¿quién va a hacerle el trabajo a esa bruja?

—¡Tú no la conoces! Es como un perro de presa, cuando consigue enganchar a su víctima no la suelta. Buscará la forma de conseguir sus propósitos, cueste lo que cueste. Laura es una mujer caprichosa y apática. Todo le importa un comino: la gente, el trabajo, la empresa... Cree que el mundo no puede seguir girando sin ella.

—¿Lo dices por la discusión del viernes? Hoy ya se le habrá pasado, no tienes que darle más vueltas.

—Sí. Pues me puso una queja formal en recursos humanos. ¿No te lo había contado Silvia?

—Algo dijo, pero no la tomé en serio, pensé que era una de sus maldades.

—Tan solo, le dije que hiciera su trabajo y me dejara en paz.

—¡Esa es mi chica! ¿Y ahora qué vas a hacer?

—De momento, nada. Ya aclaré lo que tenía que aclarar con recursos humanos.

—¡Por si no lo sabías, Ana y Laura son intimas! Yo, en tú lugar, hablaría con el jefe. Cuéntale como está la situación antes de que ella se adelante.

—Lo mismo ya lo sabe.

—¿Y no vas a pelear? Aunque sea un poquito. ¡Por incordiar más que nada! No se lo pongas tan fácil a esa víbora, no se lo merece.

Lys sonrió ante el comentario de su compañera. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Lo tendría que haber hecho desde el primer día, pero durante mucho tiempo había evitado la confrontación.

—A veces, hay que dejar que las cosas sigan su curso. Por muy raro que te parezca, tengo la sensación de que, en algún momento, se darán cuenta de cómo es.

Carmen se echó las manos a la cabeza. No podía creer que Lys fuera tan ingenua. Su pobre amiga no era rival para ella. En realidad, Lys no era rival para nadie.

—¿De verdad piensas eso? —Le dijo Carmen resignada.

—¡Claro que lo pienso! Tengo que esperar el momento oportuno. No quiero que vayas con el chisme a nadie. ¡Por una sola vez! Ten paciencia, verás cómo todo se resuelve.

—¡Tú sabrás! Es tu puesto de trabajo el que está en juego. Por muy incompetente que sea, no te olvides de que es capaz de hacer determinados apaños mejor que nadie. Y si no, pregunta.

—¡Qué bruta eres! No puedes hablar así, como te oigan, la que va a encabezar esa lista, vas a ser tú. Ahora tengo cosas más importantes en las que pensar. No voy a enzarzarme en una guerra absurda que no me llevará a ningún sitio. A diferencia de ella, nosotras tenemos escrúpulos. No somos capaces de jugar con el pan de nadie.

Carmen se fue del despacho de su amiga preocupada. Antes de llegar Lys, Laura se había cargado a tres compañeros en dos meses. Era “vox pópuli”, que el jefe la toleraba todo, aun sabiendo que era un lastre para su empresa.

 

Lys trabajaba en su despacho, cuando se repitió la extraña sensación que la traía por la calle de la amargura. Era como un nudo que estrujaba su estómago, le produciendo una fuerte sensación de asfixia que terminaba convirtiéndose en un inmenso vacío.

Sus manos comenzaron a temblar y tuvo que soltar los papeles antes de que se la cayeran al suelo. El temblor se extendió por todo su cuerpo y ella se abrazó fuertemente para intentar pararlo.

«¿Qué será esta vez…?» Pensó desesperada.

Se levantó de su silla y se fue corriendo al baño. Necesitaba echarse agua fría por la nuca. No sabía muy bien por qué. Quizás, tan solo necesitaba huir: huir de sus miedos, huir de la gente, huir de sí misma…

¿Qué ocurriría está vez? No le faltaban frentes abiertos, por un lado: estaba Mario con síndrome de Peter Pan; Laura con sus deseos de expansión y ella, ella estaba aterrada por unas pesadillas que, en los últimos días, se habían trasladado a la realidad.

No necesitaba dormir, para pasar un mal rato. Su vida se había convertido en su peor pesadilla. Todo lo que intentaba construir, parecía desmoronarse sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Una vez más, parecía tenerse que resignar a perderlo todo: pareja, trabajo…

Movió la cabeza de un lado al otro. No quería ni pensarlo. Daba igual lo que fuera a ocurrir. Lo único que ansiaba, era que desapareciera. Ella no era adivina y no quería jugar a serlo. Tan solo quería descansar.

Respiró hondo y cerró los ojos durante unos segundos. Escuchó que alguien estaba hablando y esperó a que se fuera para salir del cubículo del wáter. No quería que nadie la viera en aquel estado.

Una hora antes de salir, ya había revisado todos sus contratos e informes. Como de costumbre, Laura le había entregado los suyos con la excusa de tener unas reuniones ficticias. La debía de haber tomado por idiota y dado que los estaba haciendo, no le faltaba razón.

Estaba revisando uno, cuando Laura entró en su despacho. A Lys, aquella actitud altiva y déspota no dejaba de alucinarla.

¡Encima de que le hacía su trabajo! Era como para ponerse a gritarle un par de cosas. No dijo nada, su cuerpo estaba allí, pero su cabeza, su cabeza estaba imaginando cosas muy desagradables para aquella mujer.

Un chasquido de sus dedos, la hizo volver a la realidad. Observó que llevaba puesto el abrigo. Estuvo por preguntarle: si había solicitado una reducción de jornada. Pero no estaba el horno para bollos y se abstuvo de volver a provocarla. De todas formas, Laura iba a lo suyo.

—¿Has terminado los contratos? —Le dijo mientras comenzaba a colocarse uno de sus guantes de cuero negro.

—Los míos sí, quedan los tuyos.

—Pues a ver cómo te las apañas, porque mañana los tengo que entregar y como últimamente no se puede contar contigo….

Lys respiró hondo y se mordió la lengua. Tenía muy presente el maldito dolor de estómago y no quería problemas.

—Los dejaré en tú mesa, como siempre.

—¡Ves, que fácil resulta ser competente! —Aquella frase la removió algo por dentro y no pudo evitar contestar como se merecía.

—He dicho que los dejaré, no que los vaya a corregir. Todas las cifras están mal y están mal redactados. Más que corregirlos, te aconsejaría que los hicieras de nuevo y ese, querida compañera, es tu trabajo.

—¡En eso te equivocas! —Ni siquiera la miraba a la cara. —Todo lo que salga mal, es cosa del departamento y ambas somos sus titulares.

Lys la miró y sintió la ola de calor que ascendía desde su pecho a su cabeza. Le quemaba la sien y a punto estuvo de decirle todo lo que pensaba. La costó contenerse, apretó tanto los dientes que se hizo daño en las encías.

Laura no era consciente de lo mucho que la estaba encendiendo. Tenía que calmarse antes de que perdiera las formas o algo peor. Todo el mundo tenía carácter y el suyo era más fuerte que ella misma. Tenía que controlarlo con todas sus fuerzas antes de que se tuviera que arrepentir.

La vio salir de su despacho, como si fuera una actriz de Hollywood el día del estreno. Saludando cual reina a todo con el que se cruzaba. La importaba un bledo que la vieran irse antes de tiempo.

Lys cogió el teléfono. Después de lo ocurrido aquella tarde, era consciente de que necesitaba ayuda. Por muchas dudas que tuviera, tendría que seguir con sus visitas al psicólogo.

El resto de la semana pasó sin pena ni gloría. Laura parecía haber cedido después de que Lys se plantara. Dejarla aquellos expedientes y contratos sin revisar, era lo mejor que podía haber hecho. No pensaba discutir con ella, pero tampoco iba a seguir actuando como si fuera su secretaria.

Lys canturreaba dentro de la ducha.

¡Por fin! Había llegado el viernes y había quedado con Mario. Tenían muchas cosas de que hablar y para evitar la discusión, lo harían en terreno neutral.

Lo tenía todo planeado, como se peinaría, que se iba a poner. Parecía una adolescente en su primera salida.

Tenía tantas expectativas, que llegó a olvidarse de lo ocurrido en las últimas semanas.

Tenía veintinueve años y vivía como una abuelita. Aunque, si lo pensaba bien, los abuelitos tenían más vida social que ella. Solo había que ver a su suegra. No había parado en casa ni en el confinamiento.

Quería retomar su vida, la pandemia la había parado en seco y necesitaba volver a la normalidad, aunque fuera con mascarilla. Iba a descartar las cenas en pijama y los maratones de fin de semana frente a la televisión. Su relación, necesitaba algún estímulo y ella también. Se moría de ganas de salir, ya no recordaba la última vez que cenaran con amigos, que fueran al teatro o salieran a bailar. Quería volver a divertirse y estaba dispuesta a hacerlo con o sin Mario, eso iba a depender de él.

Salió cantando y miró el reloj. Mario se estaba retrasando, habían quedado en salir a las nueve y media.

Marcó su teléfono y esperó escuchar el tono. No se lo cogió y decidió mandarle un mensaje.

Se maquilló y secó el pelo, pero ni rastro de Mario. Cerca de las nueve y media, recibió un mensaje de voz.

«Seguro que se retrasa como siempre». Pensó, antes de escucharlo.

¡Cari, se me había olvidado por completo! Estoy cenando con unos amigos. Después saldremos a tomar unas cervezas. Mañana si quieres, hablamos en la comida. ¿Te parece bien que invite a mi madre?

Lys le contestó.

Mañana tengo cosas que hacer, ya quedaré con tú madre en otra ocasión.

—¡Será cabronazo! —Dijo enfadada.

No solo la había plantado, además, pretendía que arreglaran los suyo delante de su madre. Aquello la desestabilizó por completo. Sabía que las cosas entre los dos no estaban bien, pero aquello pasaba de castaño a oscuro.

Se dirigió al baño para desmaquillarse. Su cabeza era un polvorín y en aquellos momentos, tan solo quería salir corriendo de aquella casa y abandonarle.

Era un cara dura y ya estaba cansada, cansada de sus excusas y de su forma de hacerse la víctima cada vez que intentaba hacerle entrar en razón. Raro era el día que no terminaban en medio de una discusión en la que él no paraba de hacerla reproches. Le hablaba de cómo se pasaba la vida trabajando como un desgraciado, por un futuro común. Cómo si ella no estuviera haciendo lo mismo. Lo peor de todo, era cuando hablaba de cómo había perdido el tiempo, cuando estuvieron encerrados en la pandemia. Cómo si estar con ella hubiera sido un castigo. El resto era un clásico, tenía derecho a ir al campo de fútbol y salir a tomar una cerveza con sus amigotes. Según él, no podía estar todo el día bajo sus faldas.

—¿Una cerveza? —Dijo Lys, con cierta nostalgia, tras recordar el estado en que solía llegar.

Sin entender cómo, Lys pasaba de víctima a verdugo en menos de cinco minutos. Querer pasar algo de tiempo con su pareja, la convertiría en la bruja malvada del cuento y ella, ya conocía el final. Un par de semanas de enfado, hasta que cediera y le pidiera perdón.

«¡Manda huevos!» Pensó Lys, mientras movía la cabeza negativamente. Aquello no podía continuar así y ella mejor que nadie lo sabía.

 No quiso darle más vueltas. Dejó el móvil en la encimera del baño y se puso música. Que no saliera a una disco, no significaba que no pudiera bailar.

Sacó la leche limpiadora del mueble y cerró la puerta con un golpe de cadera. Se movía al ritmo de la música a la par que pasaba la esponjilla húmeda por su rostro.

En otro tiempo, se habría dejado el maquillaje y le habría esperado despierta para hacer el amor de madrugada, pero una vez ni siquiera apareció y le salieron un montón de granos en la cara. A la mañana siguiente, le tocó cambiar las sábanas manchadas por el maquillaje.

Se hizo un sándwich mixto y se sirvió una generosa copa de vino. Dejando la botella en la mesa del salón, por si le apetecía otra. Era su noche de diversión, con o sin Mario.

Se puso una película antigua y se acurrucó en el sofá con su mantita de pelo.

Se despertó sobresaltada. La música estaba a todo volumen y Lys miró en todas las direcciones buscando la fiesta. Tardó unos segundos en ser consciente de que no había nadie en la casa.

La antigua cadena de música, se había vuelto a encender sola. Lo que pasaba en aquella casa no era normal. Se levantó corriendo del sofá para desenchufarla, antes de que los vecinos aporrearan la puerta o llamaran a la policía.

Debía tener algún tipo de temporizador que la conectaba y de vez en cuando, se encendía a todo volumen. Siempre le pasaba a ella y cualquier día le iba a dar un síncope.

Mario solía reírse de ella, hasta que una noche, los levantó de la cama a las tres de la mañana. Se pasó una semana leyendo las instrucciones para programarla, pero se negó a deshacerse de ella.

Miró el reloj del móvil. Eran cerca de las tres y media de la noche. Apagó la televisión y se fue a la cama.

Mario no había llegado. Seguiría de fiesta con sus amigos. Eso significaba que se pasaría todo el sábado entre la cama y el sofá.

Al meterse en la cama, notó que las sábanas estaban heladas y se colocó su pijama de felpa y los calcetines de lana. Visto lo visto, el sexo quedaba descartado. Mario llegaría tan borracho que el simple hecho de llegar a la cama ya le supondría un reto.

Se estaba quedando traspuesta, cuando comenzó a oír una especie de zumbido. En principio no le dio importancia. Seguramente, la ventana de la cocina se habría vuelto a desencajar. Volvió a acurrucarse entre las sábanas.

El ruido siguió intensificándose hasta el punto de convertirse en un zumbido muy molesto. Lys no pudo evitar concentrarse en él. La intensidad iba de menos a más y volvía a comenzar de nuevo, una y otra vez.

Intentó hacer memoria para recordar si había apagado el televisor. Estaba casi segura de haberlo hecho, pero terminó levantándose para cerciorarse.

Primero pasó por la cocina a comprobar la dichosa ventana. En algún momento, tendría que llamar al casero para que la arreglara.

Parecía estar bien cerrada, aun así, se aseguró. Repasó los electrodomésticos que no eran precisamente nuevos. La nevera emitía un sinfín de sonidos, pero nada que ver con el zumbido.

Todo parecía estar bien y se encaminó al despacho. Por si hubiera dejado encendido el ordenador. Dio una vuelta por toda la habitación, sin encontrar nada.

Terminó entrando en el salón y el sonido se intensificó. Si no fuera una locura, hubiera jurado que de alguna manera la estaba llamando.

A pesar de no querer darle importancia, el vello de su cuerpo se erizó. El ruido procedía de los altavoces de la cadena, la misma cadena que acababa de desenchufar. Zumbaban y zumbaban como si dentro hubiera un enjambre de abejas.

Con más miedo que vergüenza, se acercó por detrás de la mesa. Tampoco era cuestión de hacerse la valiente.

Lo primero que se la vino a la cabeza fue: si la cadena no tiene corriente, ¿por qué demonios están encendidos estos altavoces?

Se pellizcó el brazo. No se le ocurrió otra forma de comprobar que no fuera una de sus pesadillas.

—¡¡Ay!! —Exclamó, sintiéndose completamente estúpida.

Aquellos altavoces, parecían tener vida propia y eso, le daba mucho miedo. Quería que pararan de una vez por todas, no lo soportaba.

«¿Cómo iba a cortar una energía que no recibían? —Razonó incrédula. —¿Por qué se producían aquellos fenómenos? Era por ella, por la casa o ¿por qué?».

Lys estaba al borde de la desesperación. Si no podía pararlo, por lo menos que la sirviera para algo. Salió corriendo hacia la habitación. Volvió con el móvil en la mano dispuesta a grabarlo. Tenía que conseguir pruebas de que no se estaba volviendo loca.

Nada más entrar en el salón, el zumbido cesó y el pequeño pilotito se apagó.

 

14 mar 2023

MINDFULNESS PARA CASOS PERDIDOS





Hay que estar muy chiflada para llevar la comunidad, vivir en ella y no morir en el intento. Así soy yo, temeraria e inconsciente, porque si fuera reflexiva e inteligente, huiría de estos saraos como alma llevada por el diablo.


Ya os conté que los jardineros derrumbaron la farola. Farola que sobrepusieron para ver si colaba y que ha estado así, hasta que un día, mi vecina Carmen, casi la troncha contra mi cabeza al apoyarse en ella.

¡Para haberme matao!

Lo peor de todo no es el accidente ¡No! Lo peor es la puñetera burocracia.

El jardinero dio parte a su seguro. ¿Lo normal, no sería que la arreglaran? ¡Pues no! Sería demasiado fácil y contraproducente para su negocio. No sé, si me entendéis

El seguro del jardinero, nos dicen que se tiene que tramitar a través de nuestro seguro y es aquí, donde comienza mi calvario. Cual peregrino haciendo el camino de Santiago, me veo día sí y día también, contando a todas las operadoras del seguro, como había sido el accidente. Además, les dejaba muy claro, que ellos no tenían que pagar nada, que el seguro del coche se haría cargo de todo.

Por supuesto, cada vez que llamaba tomaban nota. ¡No sé para que! Si nadie me llamaba. Es más, a día de hoy, siguen tomando nota y no se cansan. Tienen que tener la papelera hasta arriba las criaturitas.

 Desesperada les contaba que aquello no podía continuar así. Era como que elegir entre susto o muerte. La farola se podía caer en la cabeza de cualquiera (doy fé) y en caso de quitarla los cables quedarían al alcance de cualquiera (niños sin ir más lejos).

No lo pueden tener así. Llamen a un electricista urgentemente. Me dijo una de ellas.

Entonces ¿Podemos quitarla sin que lo vea el perito?

No se les ocurra. Me contestó y se quedó tan ancha.

Yo no sabía si darme golpes contra la pared o ponerme a gritar como una loca. Con permiso de los locos que viendo cómo va la humanidad, empiezo a tener serías dudas de quien son realmente los cuerdos.

Un mes diciéndome que lo tramitaban como urgente. Que yo pensaba: ¡Menos mal! Si no, nos caduca el seguro y la farola sigue sin instalarse.  

Al final, me pasan con los servicios jurídicos para tramitarlo.

Emprenderemos las acciones legales necesarias para reclamar. Me dijo la señorita de servicios jurídicos.

¿Y no se les podía mandar un correo electrónico en plan coleguis? Que nos han dicho que la van arreglar y lo mismo se lo toman a mal y no nos la pagan.

Si mujer, las acciones legales comienzan después de haberlo solicitado de manera amistosa.

¡Mujer, empiece por ahí! Porque si tenemos que pagar abogado y procurador, con lo que nos den, no nos llega ni para poner un palo con una bombilla.

¡Por fin! Se presenta el perito. Manuela que lo ve y me vuelve a preguntar como todos los días, si ya van a arreglar la farola. Le digo que no y me concentro en el perito por lo que pueda necesitar. Este le hace tres fotos y me dice que no entiende porque no la hemos quitado. Es en momentos como ese, cuando yo me quiero arrancar los ojos.

Una semana después consigo un electricista, que se presenta justo el día en el que ando cuidando de mi nieto.

Nieto que tiene quince meses y es más activo que Dora la Exploradora. Quiere ser electricista, a decir por como charlaba en un idioma no contrastado con el hombre. Debe ser cosa del gremio, porque yo no entendía a ninguno de los dos.

El Electricista me cuenta cómo van a ser las cosas, niño que corre y Manuela que se asoma a la ventana para saber si ya van arreglar la farola. Aprovecha y me pregunta: ¿Cómo se llama el niño?

Luca. Le respondo mientras agarró al niño para que no se caiga en el escalón y le suplico al hombre que haga lo que le venga en gana, pero que no se electrocute nadie o me matan.


¡Miguel! Llama Manuela al niño.

Electricista que me mira como si no entendiera nada. Yo que miro al cielo en busca de ayuda divina y Luca que corre feliz, porque lo de Miguel no le suena nada.

Ni todo el mindfulness del mundo arregla lo mío, pero sigo en ello y lo mismo algún día hasta lo consigo.

12 mar 2023

AOJAR (CUANDO EL ODIO TRASPASA LA MIRADA) CAPÍTULO 4

 

4. CAPÍTULO

R

espiró aliviada, al escuchar la voz del joven que informaba:

—Un paquete para Mario Arranz.

Lys entornó los ojos, intentando concentrarse en aparentar cierta serenidad. Se despegó de la pared y abrió la puerta para recoger el dichoso paquete.

 

Mario llegó sobre las diez y con él la guerra fría. Podía pasarse semanas sin hablarla. Como si nada le importara. Siempre era ella, la que tenía que dar el paso y estaba un poco cansada de tanto reproche.

Lys andaba recogiendo la cocina, cuando apreció una sensación extraña en su estómago.

«¡Ya estamos todos!» Pensó con cierta resignación.

 Aquella angustia contenida, solía detectar los problemas y en cuanto Mario entró por la puerta, se había puesto en marcha. Decidió mantenerse alejada y dejar para otro momento la conversación que tenían pendiente. De todas formas, Mario terminaría culpándola de todo lo que pasaba entre ellos.   

No es que le tuviera miedo, pero Mario, no era de los que razonaban. Él tenía su particular visión de cómo eran las cosas, por mucho que Lys intentara hacerle entrar en razón no lo conseguiría.

A veces, las más, le daban ganas de acabar con aquella relación. Le amaba con locura, pero ella también necesitaba sentirse correspondida.

Estaba tan encendida, que decidió darse una ducha. Acababa de meterse en la bañera, cuando su estómago volvió a contraerse de forma angustiosa. Parecía estar boicoteándose a sí misma. Se pasaba la vida atemorizada por sus propios miedos y eso no era bueno.

Una amiga de universidad, le dijo que podría ser una especie de “Don”, como si hubiera desarrollado un sexto sentido. Lys nunca lo creyó, ni veía muertos ni podía predecir el futuro. De haberlo hecho, sería rica y no tendría la vida tan jodida.

Había pensado pedir ayuda, pero ¿a quién? Los psicólogos que le habían tratado de niña no la habían creído. A veces, incluso a ella le costaba entenderlo.

 No, no debía seguir así, quedarse de brazos cruzados no arreglaría nada. Tenía que hacer algo, antes de que terminara como su madre, convertida en un ser inerte, vacía y sin voluntad.

 

En la oficina, tampoco encontraba su lugar. Estaba cansada de su compañera Laura. En algún momento, tendría que dejar de hacer el tonto y plantarle cara.

Lo primero que encontró al día siguiente, al entrar en su despacho, fue una nota de la jefa de recursos humanos. No se lo podía creer. La muy bruja había pedido que la sancionaran.

Lys estaba que echaba chispas. No pensaba dejarlo pasar. Laura había tocado la tecla equivocada y ella sabía cómo devolverle la pelota.

Subió al despacho de la jefa de Recursos. Llamó a la puerta y entró al escuchar ¡Adelante!

Ana llevaba en la empresa el tiempo suficiente, como para conocerlas a las dos. No podía creer que se hubiera tomado en serio la solicitud de Laura.

Al ver entrar a Lys con el folio en la mano, se recostó en su butaca, dispuesta a escuchar su versión. No había entendido la solicitud de Laura, pero dada la situación en la empresa, y la relación que está mantenía con el jefe, no se había atrevido a contrariarla.

—¿Qué significa esto? ¿Me estás amenazando con una sanción?

—Sólo si tu versión, es la misma que me ha dado Laura.

—¡No me fastidies Ana! ¿Versión de qué? ¿De reventarme a trabajar? Porque no tengo otra. El departamento está a tope y no puedo perder el tiempo en estas gilipolleces. ¡Dime! ¿De qué me tengo que defender? Así terminaremos antes.

Ana extendió un folio, para que Lys le pudiera echar un vistazo. Una simple pasada a la lista que tenía delante, hizo que se la pusieron los ojos como platos.

—¡Será …! —No quiso terminar la frase o confirmaría unos de los puntos. —Partiendo de la base que la mitad de las tonterías aquí escritas no son sancionables y que la otra mitad, se pueden confirmar con la tarjeta de entrada. Te repito: ¿Vas a sancionarme por esto? ¿Me vas a suspender de empleo y sueldo por unas acusaciones infundadas?  Porque si es así, no sé quién va a sacar el trabajo adelante. ¿Lo has hablado con Jorge?

Ana movió la cabeza negativamente.

—¡Lys tengo que seguir el protocolo! Aunque crea que es absurdo, soy yo la que tengo que dar explicaciones en la junta. A Jorge no le he querido meter en esto. Mucho me temo, que te llevarías una sorpresa y no muy agradable. ¡Créeme!

—Yo no estaría tan segura de eso, pero eso da igual. ¡Haz lo que tengas que hacer! Pero no me llames a tu despacho para hacerme perder el tiempo. Esta lista describe su incompetencia y sus malos modos, no los míos. ¿Sabes por qué? Porque cuando me defienda, parezca que la estoy atacando con una burda mentira. No tengo que defenderme por hacer bien mi trabajo. ¡Allá tú, si quieres sancionarme! Yo sé perfectamente lo que tengo que hacer. Espero, que tú también lo sepas.

Lys salió del despacho muy enfadada. Estaba dispuesta a no pasarle ni una, a partir de ese mismo instante. Ella no había iniciado la guerra, pero si la podía terminar.

 

 

Lys miró a su alrededor, sin saber que estaba haciendo. Aquello no iba a arreglar nada. Cogió el abrigo y se lo puso, estaba a punto de irse, cuando Ángel salió a buscarla.

 Elegir al psicólogo a través de internet, no había sido la mejor de sus ideas. Había decidido pedir ayuda para no dejarse llevar por la rabia. Laura se la había jugado y estaba tan furiosa que le costaba alejarla de sus pensamientos.

Tras los saludos de cortesía, Ángel comenzó a rellenar una ficha con sus datos personales.

El nerviosismo de Lys era evidente y no le pasó inadvertido. Intentó romper el hielo con preguntas rutinarias, pero Lys estaba en alerta. No era la primera vez que acudía a un psicólogo, lejos de calmarse, se revolvía en su butaca con cada pregunta.

—¿Qué es lo que te ha atraído hasta mi consulta? —Le preguntó Ángel de forma directa, al ver que ella, no era capaz de expresarlo.

—La verdad es que soy bastante normal.

—Todos lo somos. Que estés aquí, no implica lo contrario.

—¡Lo sé! Me cuesta mucho hablar de ello.

—¡Inténtalo! Ya que estás aquí…  

—Estoy algo preocupada. Hace semanas que no descanso bien, tengo pesadillas y me cuesta dormir. No sé, si es por estrés en el trabajo, por mis diferencias con mi pareja o…. —Hizo un silencio, mientras pensaba como continuar. —Me siento un poco confusa, agotada, incapaz de llegar a todo…

—¡Entiendo! ¿Puedes delegar parte del trabajo en otras personas?

—Me gustaría, pero no.

—¿Es la primera vez que acudes a un especialista?

—De niña visité a una psicóloga y a un psiquiatra. No es que me cambiaran la vida, pero imagino, que algo tuvo que ayudarme a superar lo sucedido.

—¿Qué te ocurrió?

—Perdí a mis padres, pero eso, ya está superado. No me apetece volver al pasado. Tan sólo me gustaría canalizar mi energía y encontrar aquello que me está produciendo tanta angustia Intento ver las cosas desde todos los puntos de vista, pero a veces… No sé, parece que todo está en mi contra y me revuelvo de tal forma que al final todo se complica.

—¿Has tenido problemas de autocontrol?

—¡Depende de lo que entiendas por autocontrol! Si fuese sincera terminaría en un manicomio con una camisa de fuerza. No me interpretes mal, no soy una persona agresiva, si es a lo que te refieres. Nunca he agredido ni verbal ni físicamente a nadie, pero a veces me cuesta evitar ciertas cosas….

Lys, comenzó a dar vueltas al anillo que llevaba en la mano, y no fue capaz de seguir. Se sentía completamente estúpida contándole a un desconocido sus pensamientos más íntimos.

—¿Qué es lo que te cuesta evitar?

Lys levantó la vista del anillo y lo miró a los ojos.

—Me preocupa que a la gente que tengo a mi alrededor le pasen cosas malas. Situaciones que de antemano he podido pensar o desear por una discusión o una traición. ¿Entiendes lo que quiero decir? Porque sinceramente, dicho en voz alta resulta más absurdo que en mi cerebro.

—No es absurdo. Cuando ocurre una desgracia o una pérdida, solemos auto culparnos de alguna manera. Podemos llegar a pensar que nuestra presencia podría haberlo evitado, aunque en nuestro fuero interno, seamos conscientes de que eso es imposible. Si supiéramos que hacer para evitarlo, no hubiera tenido lugar la tragedia. ¿Crees que de haber obviado ese mal pensamiento, podrías haber conseguido que las cosas fueran diferentes? Yo creo que sabes la respuesta, ¿verdad?

—No estoy segura. Yo suelo intuirlo. Son precisamente esas intuiciones, las que me traen por la calle de la amargura. Me plantean serios problemas en mi día a día, produciéndome inseguridad y miedo. Un miedo con el que vivo desde hace mucho tiempo.

—¿Cómo son esas intuiciones?

—No soy vidente, si eso es lo que quieres saber. Tan sólo, se basan en sensaciones, sensaciones que te llevan a pensar en los problemas que te puede causar algo o alguien. Poco tiempo, ese pensamiento se plasma en alguna discusión, conflicto o desgracia. Lo que me hace sentirme mal conmigo misma, por no haber sido capaz de pararlo, aun sabiendo las consecuencias que me acarrearía.

—Si lo he entendido bien, más que una intuición, es una sensación. Es como esa madre, que ve al niño dando saltos en el sofá y le advierte de que puede dar un mal paso y caerse al suelo. ¿Entiendes por dónde quiero ir?

—Sí, no es la primera vez que lo escucho, pero no es eso. Es algo más complicado de entender. Ni siquiera yo lo entiendo a veces… Quizás por eso, me atemoriza. No sé cómo pararlo. No tengo claro lo que va ocurrir y entro en pánico. Es una sensación horrible y, sólo dejo de tenerla cuando tiene lugar el suceso.

—Es la primera sesión, seguiremos hablando de ello más adelante, si ahora no te sientes cómoda. —Lys hizo un gesto afirmativo y Ángel cambió de tema. —Me has dicho que no duermes bien por las pesadillas. ¿Cómo son?

—A veces, no me puedo mover y siento que hay alguien a mi alrededor observándome, lo que me produce muchísima angustia y miedo.

—¿Todos los sueños son iguales?

—No, a otras ocasiones me persiguen y no puedo avanzar, como si mi cuerpo pesara toneladas.

—¡Vaya!

—¿Es malo?

—No, ni bueno ni malo, sólo curioso. Necesitaremos más sesiones para conseguir un diagnóstico, sobre los posibles problemas que te pueden estar afectando. ¿Cuántas horas duermes normalmente?

—Cuatro o cinco horas, a veces incluso menos. Cuando me despierto de una pesadilla, el estado de angustia es tan fuerte que no consigo volverme a dormir. Termino por levantarme enfadada y muy frustrada conmigo misma. Creo que el agotamiento me está llevando a tener alucinaciones.

—¿Alucinaciones?

—Quizás, no sea esa la palabra más adecuada. En realidad, sólo me pareció ver una luz en uno de los pasillos de la oficina, además de alguna sombra que otra. El guardia de seguridad me dijo que había sido la primera en llegar y que eso era completamente imposible. No sólo me asusté, también me dio muchísima vergüenza. Es la razón por la que te pedí una consulta. No quiero que piensen que estoy perdiendo la cabeza.

—En ocasiones, la sugestión consigue engañar al cerebro. Es algo que le puede pasar a cualquiera. Eso no te convierte en una persona con problemas mentales. Trabajaremos sobre tus miedos e inseguridad. Pueden desarrollarse en la infancia o en la madurez. El simple hecho de que hayas buscado ayuda, ya dice mucho de tu buena salud mental.

—Gracias. Tenía mucho miedo. No sabía cómo iban a ser las sesiones y, si tú me ibas a tomar en serio.

—Mi trabajo consiste en tomarme en serio a los pacientes y sobre todo, ayudarles a superar sus miedos, fobias o estados de ánimo.

—Creo que te voy a dar mucho trabajo.

Ángel sonrió y continuó con su cuestionario.

—¿Qué comenzó antes, las sensaciones o las pesadillas?

—Siempre he tenido esas sensaciones, pero, es verdad que hacía mucho tiempo que no eran tan fuertes. Aparecen y desaparecen sin avisar. No sé cómo evitarlas, pero me gustaría que me ayudaras a conseguirlo, condicionan mi vida y me condicionan a mí a la hora de tomar decisiones.

—¿Por el miedo?

—¡Sí! Me aterran los conflictos y más sus consecuencias. Lo que empieza como una simple discusión, puede terminar...

Lys se quedó callada. Pensando en todas las discusiones absurdas que su padre provocara cada vez que le faltaba dinero para sus vicios. Era su forma de justificar las palizas que daba a su madre.

—¿Quieres que hablemos sobre ellos? —Intervino Ángel, al verla tan pensativa.

—Hoy no, además, si ese reloj va bien, creo que me he pasado cinco minutos.

Ángel le dijo que no se preocupara por el tiempo, pero Lys no tenía muchas fuerzas para abordar ese capítulo de su vida.

Salió de la consulta pensativa y algo melancólica. Volver al pasado siempre abría las heridas. Se dirigió a su casa bastante desganada. Volver a la guerra fría con Mario, tampoco es que le apeteciera mucho.

«¿En qué momento, su vida se había puesto patas arriba?» Pensó, mientras paseaba por unas calles repletas de gente a pesar del frío. Quedaba casi un mes para las Navidades y parecía que todo el mundo se hubiera vuelto loco por comprar.

 

Se quitó los zapatos nada más entrar por la puerta. Sentía que sus pies estaban tan prisioneros como ella. Se cambió de ropa y se dirigió a la cocina para preparar la cena.

No sabía nada de Mario, pero no pensaba llamarlo. Mejor darle algo de espacio, con un poco de suerte, en un par de semanas ni siquiera sabrían porque se habían enfadado.

Cenó temprano y se metió pronto en la cama. Unas de las directrices de Ángel, consistía en generar una rutina diaria a la hora de irse a dormir. Las sesiones no eran precisamente baratas y más le valdría seguir sus consejos.

Estaba leyendo un libro, cuando escuchó un siseo, como si alguien la mandara callar. Agudizó el oído y tan sólo escuchó la cisterna del vecino. Aquellas casas tenían las paredes de papel.

Volvió a concentrarse en su lectura y la lamparilla osciló ligeramente. Lys, no pudo evitar sentirse algo incómoda. Se levantó de la cama para cerciorarse que la bombilla estaba bien apretada. No recordaba cuando fue la última vez que las cambiaron y podían estar a punto de fundirse.

Se estaba acomodando el cojín, cuando el siseo se hizo más intenso. Lys se giró rápidamente, pero no fue capaz de identificar de dónde provenía. Aquello no le estaba gustando nada. Cogió una de sus zapatillas, era lo único que tenía a mano y se levantó de la cama con ella en alto.

No fuera a ser que, en vez de un problema de tuberías, tuviera uno de intrusos.

Llamó en voz alta a Mario, por si hubiera llegado a casa. No había escuchado la puerta, pero necesitaba descartar opciones. Además, si era un intruso, era la mejor forma de dejarle claro que esperaba a alguien.

 La bombilla volvió a oscilar, quedándose unos segundos completamente a oscuras. Se abalanzó sobre el interruptor de la entrada y encendió la lámpara del techo. No estaba para coñas.

Se asomó al pasillo con la zapatilla en la espalda. Todo estaba a oscuras y la puerta de la calle parecía cerrada. Lejos de tranquilizarse, se inquietó aún más. Aunque no estuviera segura de la razón.

Encendió la luz del pasillo y fue registrando habitación por habitación. A simple vista, todo estaba en orden. No había nada ni nadie en la casa. Por si las moscas, en la cocina cogió un rodillo. Le pareció más contundente que su zapatilla de peluche.

Volvió a escuchar el siseo y respiró hondo. Se aferró a su rodillo de madera y se asomó con mucho cuidado al pasillo. Tenía miedo a salir de allí y que la dieran un golpe.

El siseo se escuchó más fuerte y Lys se quejó en voz baja. —¿Es que no voy a tener un día tranquilo? —Salió pegando su espalda a la pared. Por alguna estúpida razón, se sentía más segura.

Volvió a dirigir su mirada hacía la puerta de la casa. Ya fuera por el miedo o por la angustia vivida en días anteriores, aquella puerta era de todo menos segura.

Apenas había recorrido un par de pasos, cuando la puerta de la cocina se cerró de golpe. Lys salió corriendo y se metió en el salón, cerrando la puerta tras de sí. Con el aliento entrecortado se apoyó en ella. Emplearía todas sus fuerzas para evitar que alguien pudiera entrar.

Esperó en silencio a que sucediera algo, pero por más que agudizaba su oído, no escuchó nada. No apareció nadie y Lys comenzó a sentirse completamente idiota.

Agarró el pomo de la puerta con sumo cuidado, no quería hacer ruido. Según iba abriendo, la puerta iba chirriando y Lys puso los ojos en blanco.

«¿Cómo puedes ser tan torpe?» Pensó indignada.

Salió al pasillo y miró a su alrededor. Todo parecía estar bien. Quizás, la oscilación de las bombillas hubiera producido el siseo.

«Es absurdo asustarse así». Razonó, sin perder de vista todo lo que ocurría a su alrededor.

No había descansado muy bien y probablemente estuviera sufriendo algún tipo de confusión, producido por el estrés. Se estaba dejando llevar por la sugestión y eso no la iba a ayudar. En algún momento, tendría que descansar o seguiría metida en un bucle sin salida.

Cuando iba por la mitad del pasillo, las luces se apagaron. Lys buscó la pared desesperadamente. No estaba segura de haber girado y comenzaba a perder la perspectiva de donde se encontraba.

Completamente desorientada, no sabía hacía donde dirigirse. Iba con las manos extendidas en busca de una pared, una puerta, algo que pudiera identificar para darle alguna pista de donde se encontraba exactamente.

Se sintió perdida y angustiada. El corazón comenzó a latir tan rápido que parecía quererse aliar con lo que fuera que la estaba torturando.

Histérica, sin saber qué hacer, terminó acurrucándose en el primer rincón que se encontró. Estaba desbordada, no entendía que era lo que estaba pasando y comenzó a llorar.

Llamaron insistentemente a la puerta y Lys se quedó en silencio, haciendo pucheros como una niña.

—¡Lys, Lys! ¡Soy Lara, la vecina! ¿Me oyes? Nos hemos quedado sin Luz ¿Tú tienes?

—¡No! —Le contestó Lys, restregándose los mocos con las manos.

—¿Estás bien? ¿Necesitas velas o algo hasta que vuelva?

—¡No gracias! estoy algo resfriada, eso es todo. Voy a ver si encuentro el móvil o algún mechero para ver por donde ando.

Apenas terminó la conversación, volvió la luz. Lys se levantó corriendo en dirección a la cocina para buscar las velas. No quería volver a quedarse a oscuras.

Al entrar, lo primero que vio fue la ventana abierta de par en par. Siempre se le olvidaba apretarla bien.

Todo había sido fruto del aire, el siseo, el portazo….









JUICIO LEVE DE FALTAS

  VECTOR PORTAL Como ya os conté, Manuela tuvo un brote y, en plan chungo, me dejo claro que no era su vecina favorita y que, en cuanto me d...